Daphne la Conejita estaba admirando
su reluciente esmalte violeta de uñas cuando Benny el Tejón pasó zumbando
montado en su bicicleta de montaña roja y la hizo caer de cuatro patas.
-¡Maldito tejón fastidioso! -exclamó-.Alguien
tendría que desinflarte las ruedas.
DAPHNE SE CAE DE BRUCES
El día que Peter Lanzani estuvo a punto de matarla, Lali Esposito
renunció para siempre al amor no correspondido.
Estaba esquivando las placas de hielo del aparcamiento de las oficinas
de los Chicago Stars cuando Peter salió rugiendo de la nada en su novísimo
Ferrari 355 Spider de color rojo valorado en 140.000 dólares. El coche,
envuelto en el sonido chirriante de los frenos y el rugido del motor, dobló la
esquina salpicando fango. Mientras intentaba esquivarlo, Lali perdió el
equilibrio, topó con el guardabarros del Lexus de su cuñado y cayó entre una
nube de gases del tubo de escape.
Peter Lanzani ni siquiera redujo la velocidad.
Lali se quedó mirando cómo se alejaban las luces traseras, apretó los
dientes y se puso en pie. Una de las perneras de sus carísimo pantalones
Comme des Garlons se había manchado de nieve sucia y barro, su bolso Prada
estaba hecho un asco y una de sus botas italianas tenía un arañazo.
-¡Maldito futbolista fastidioso! -murmuró entre dientes-. Alguien
tendría que desinflarte las pelotas.
¡Él ni siquiera la había visto, y por descontado no se había fijado
en que había estado a punto de matarla! Aunque, por supuesto, eso no era
ninguna novedad. Peter Lanzani no se había fijado en ella desde que empezó a
jugar en el equipo de fútbol de los Chicago Stars.
Daphne se sacudió el
polvo de la pelusa de su colita de algodón, se limpió el fango de sus
brillantes escarpines azules y decidió comprarse el par de patines más rápidos
del mundo. Tan rápidos como para poder atrapar a Benny y su bicicleta de
montaña...
Lali contempló durante unos pocos segundos la posibilidad de
perseguir a Peter en el Volkswagen Escarabajo de color chartreuse que se había
comprado tras vender su mercedes, pero ni siquiera su fértil imaginación podía
conjurar una conclusión satisfactoria para aquella escena. Mientras se dirigía
a la entrada principal de las oficinas de los Stars, sacudió la cabeza
avergonzada de sí misma. Ese tipo era atolondrado y superficial, y sólo le
importaba el fútbol. Punto: se habían acabado los amores no correspondidos.
No es que fuera realmente amor lo que sentía por aquel patán. Más bien
se trataba de un patético encaprichamiento, cosa que podría ser excusable a los
dieciséis años, pero que resultaba ridícula en una mujer de veintisiete años con
prácticamente el coeficiente intelectual de un genio.
Vaya genio.
Una ráfaga de aire caliente la envolvió mientras se disponía a cruzar
la serie de puertas de cristal que, decoradas con el escudo del equipo,
consistente en tres estrellas doradas superpuestas sobre un óvalo azul
celeste, conducían al vestíbulo. Lali ya no pasaba en las oficinas de los
Chicago Stars tanto tiempo como lo había hecho cuando todavía iba al instituto.
Incluso entonces se sentía como una extraña. Era una romántica empedernida, y
realmente prefería leer una buena novela o perderse en un museo que ver
deportes de contacto. Naturalmente era una acérrima aficionada de los Stars,
pero su lealtad era más producto de su entorno familiar que de una inclinación
natural. El sudor, la sangre y el choque violento de hombreras eran algo tan
extraño para su naturaleza como... bueno... como Peter Lanzani.
-¡Tía Lali!
-¡Te estábamos esperando!
-¡No te imaginarías nunca lo que ha ocurrido!
Lali sonrió mientras sus hermosas sobrinas de once años entraban
corriendo en el vestíbulo, con sus rubias melenas al viento.
Tess y Julie parecían versiones en miniatura de su madre, Cande, la
hermana mayor de Lali. Las niñas eran mellizas idénticas, aunque Tess llevaba
unos vaqueros y una camiseta holgada de los Stars, y Julie iba enfundada en
unos estrechos pantalones negros y un jersey rosa. Ambas eran atléticas, pero
a Julie le encantaba el ballet y Tess triunfaba con los deportes en equipo.
Gracias a su naturaleza alegre y optimista, las mellizas Sierra eran muy
populares entre sus compañeros de clase; sus padres, en cambio, vivían con el
corazón en un puño, ya que ninguna de las dos niñas rechazaba jamás un
desafío.
Las niñas se detuvieron de pronto soltando un chillido. Fuera lo que
fuera lo que querían contarle a su tía Lali, se les fue de la cabeza en cuanto
vieron su pelo.
-¡Dios mío, es rojo!
-¡Rojísimo!
-¡Es genial! ¿Por qué no nos lo habías dicho?
-Fue una especie de impulso -contestó Lali.
-¡Yo también me teñiré el pelo así! -anunció Julie.
-No es una gran idea -dijo Lali enseguida-. Bueno, ¿qué era eso que
ibais a decirme?
-Papá está como loco -declaró Tess con los ojos muy abiertos.
Julie abrió los ojos aún más.
-El tío Ron y él han vuelto a discutir con Peter. Aunque minutos antes
le había dado la espalda para siempre al amor no correspondido, Lali aguzó los
oídos.
-¿Qué ha hecho Peter? Además de estar a punto de atropellarme, claro.
-¿Eso ha hecho?
-No importa. Contadme. Julie tomó aire.
-Se fue a Denver a saltar en caída libre antes del partido contra los
Broncos.
-Dios mío... -dijo Lali con el corazón encogido.
-¡Papá acaba de enterarse y le ha multado con diez mil dólares!
-Vaya.
Que Lali supiera, era la primera vez que multaban a Peter. Las
temeridades impropias del quarterback habían empezado antes del inicio de la
pretemporada, en julio, cuando se había aventurado a participar en una carrera
de motocross para aficionados y había
acabado con un esguince de muñeca. Era impropio de él hacer nada que pudiera
poner en peligro su rendimiento en el campo, así que todo el mundo se había mostrado
comprensivo, especialmente Agus, que consideraba a Peter un consumado
profesional.
La actitud de Agus, sin embargo, había empezado a cambiar cuando le
habían llegado rumores de que durante la temporada regular Peter había estado
practicando el parapente en Monument Valley. Poco después de eso, el futbolista
se había comprado el potentísimo Ferrari Spider que había hecho caer a Lali en
el aparcamiento. Al siguiente mes, el Sun-Times había informado de que Peter
había salido de Chicago, tras la charla del lunes posterior al partido, para volar
hasta Idaho a practicar el esquí acuático con parapente en Sun Valley. Como Peter
no había sufrido ningún daño, Agus sólo le había advertido. Pero era evidente
que el reciente incidente con el salto en caída libre había colmado el vaso de
la paciencia de su cuñado.
-Papá se pasa el día gritando, pero nunca le había oído gritarle a Peter
hasta hoy -informó Tess-. Y Peter le ha contestado gritando. Le ha dicho que ya
sabía lo que se hacía y que no se había lesionado y que papá no tenía por qué
meterse en su vida privada.
Lali hizo una mueca de dolor.
-Seguro que eso no le ha gustado a tu padre.
-Entonces sí que ha gritado -dijo Julie-. El tío Ron ha intentado
calmarles, pero ha entrado el entrenador y también se ha puesto a gritar.
Lali sabía que su hermana Cande sentía aversión por los gritos.
-¿Qué ha hecho tu madre?
-Se ha encerrado en su despacho a escuchar a Alanis Morissette.
Probablemente había sido una buena idea.
Las interrumpió el martilleo de unas zapatillas deportivas: el
sobrino de cinco años, Andrew, acababa de doblar la esquina al galope, casi
como el Ferrari de Peter.
-¡Tía Lali! ¿Sabes qué? -dijo abrazándose a sus rodillas-. Todo el
mundo gritaba y me duelen las orejas.
Como Andrew había sido bendecido no sólo con la buena presencia de su
padre, sino también con la voz retumbante de Agus Sierra, Lali tuvo serias
dudas acerca de la afirmación de su sobrino. Aun así, le acarició la cabeza.
-Pobrecito...
Él la miró con ojos afligidos.
-Y Peter estaba taaaaan enfadado con papá, el tío Ron y el entrenador,
que ha dicho una palabrota.
-Pues no debería haberlo hecho.
-¡Dos veces!
-Santo cielo... -dijo Lali, reprimiendo una sonrisa. Los niños Sierra
pasaban tanto tiempo en las oficinas de un equipo de la NFL , la Liga Nacional de
Fútbol, que, aunque las normas de la familia eran claras, acababan escuchando
más obscenidades de la cuenta. Un lenguaje inadecuado en el hogar de los Sierra
conllevaba multas muy severas, aunque no tanto como los diez mil dólares de Peter.
Lali no podía entenderlo. Una de las cosas que más detestaba de su
encaprichamiento -su ex encaprichamiento- por Peter era el hecho de que se
tratara de Peter, el hombre más superficial del planeta. Lo único que le
importaba era el fútbol. El fútbol y una interminable retahíla de modelos internacionales
de rostro inexpresivo. ¿Dónde las conocía? ¿En la web sin personalidad.com ?
-Hola, tía Lali.
Al contrario que sus hermanos, Hannah, de ocho años, se acercó a Lali
pausadamente, sin correr. Aunque Lali amaba a los cuatro niños por igual, había
en su corazón un lugar especial para esa vulnerable hija mediana que no tenía
ni la capacidad atlética de sus hermanas ni su infinita autoestima. Al
contrario, era una romántica soñadora, una devoradora de libros excesivamente
sensible e imaginativa, con un gran talento para el dibujo, igual que su tía.
-Me gusta tu peinado.
-Gracias.
Sus perspicaces ojos grises observaron lo que sus hermanas no habían
notado: las manchas de barro en los pantalones de Lali.
-¿Qué te ha pasado?
-He resbalado en el aparcamiento. Nada grave. -Hannah se mordisqueó el
labio inferior.
-¿Ya te han contado lo de la discusión entre Peter y papá?
Se la veía triste, y Lali podía imaginarse muy bien por qué. Peter
visitaba la casa de los Sierra de vez en cuando, y, como su atolondrada tía,
la niña de ocho años se había encaprichado con él. Pero, a diferencia de Lali,
el amor que sentía Hannah era puro.
Como Andrew seguía abrazado a sus rodillas, Lali le tendió un brazo a
su sobrina, y Hannah se apresuró a acurrucarse junto a ella.
-La gente tiene que atenerse a las consecuencias de sus actos, cariño,
y eso incluye a Peter.
-¿Qué crees que hará? -susurró Hannah.
Lali estaba bastante segura de que se consolaría en brazos de alguna
modelo con un escaso dominio del inglés y un profuso dominio de las artes
eróticas.
-Estoy segura de que estará bien en cuanto se le pase el enfado.
-Tengo miedo de que haga alguna tontería.
Lali apartó delicadamente del rostro de Hannah un mechón de sus
cabellos castaños y preguntó:
-¿Como hacer esquí acuático con parapente el día antes del partido
contra los Broncos?
-No debió de pensarlo.
Lali dudó que el minúsculo cerebro de Peter tuviera la capacidad para
pensar en algo que no fuera el fútbol, pero no compartió esa observación con
Hannah.
-Tengo que hablar un momento con tu mamá; luego tú y yo podremos
irnos.
-Después de Hannah me toca a mí -recordó Andrew tras soltarle
finalmente las piernas.
-No lo he olvidado.
Los niños se turnaban para pasar la noche en el pequeño piso que Lali
tenía en la costa norte. Normalmente se quedaban con ella los fines de semana y
no un martes por la noche, pero los profesores celebraban al día siguiente un
día de formación interna y Lali consideró que Hannah necesitaba una atención
especial.
-Coge tu mochila. No tardaré.
Lali dejó a los niños atrás y avanzó por un pasillo lleno de
fotografías que marcaban la historia de los Chicago Stars. En primer lugar
estaba el retrato de su padre, y vio que su hermana había repasado los cuernos
negros que le había pintado hacía años sobre la cabeza. Bert Esposito, el
fundador de los Chicago Stars, llevaba años muerto, pero su crueldad todavía
sobrevivía en los recuerdos de sus dos hijas.
A continuación venía un retrato formal de Cande Esposito Sierra,
actual propietaria de los Stars, y luego una fotografía de su marido, Agus Sierra,
en sus tiempos de primer entrenador, mucho antes de convertirse en el presidente
del equipo. Lali le dedicó una sonrisa afectuosa a su temperamental cuñado. Agus
y Cande la habían criado desde que tenía quince años, e incluso en su peor
momento habían sido mejores padres que Bert Esposito en su día más afortunado.
También había una foto de Ron McDermitt, director
general de los Stars desde hacía tiempo, y tío Ron para los niños. Cande, Agus
y Ron se esforzaban mucho por conciliar el absorbente trabajo de dirigir un
equipo de la NFL
con la vida familiar. A lo largo de los años, la cuestión había implicado
varias reorganizaciones, una de las cuales había llevado a Agus de regreso a
los Stars tras haber permanecido una temporada alejado del equipo.
Lali hizo una parada rápida en el aseo. Mientras plegaba su abrigo
sobre la pila, le dio un vistazo crítico a su pelo. Aunque el pelo corto
ligeramente desigual le hacía resaltar más los ojos, no había acabado de
quedar satisfecha con el cambio, de modo que decidió cambiar el tono castaño
oscuro natural de su pelo por un rojo particularmente chillón. Parecía un cardenal.
Al menos, el color del pelo le daba un cierto brillo a sus rasgos más
bien corrientes. No es que estuviera contenta de su aspecto. Tenía una nariz
que estaba bien y una boca que no estaba mal. Su cuerpo, ni demasiado delgado
ni demasiado gordo, estaba sano y era funcional, cosa que agradecía. Una
mirada a sus pechos confirmó algo que había aceptado hacía mucho tiempo: para
ser hija de una corista, no daba la talla.
Sus ojos, en cambio, eran bonitos, ligeramente rasgados, y le gustaba
creer que ese sesgo le daba a su rostro un aire misterioso. Cuando era niña,
solía cubrirse la mitad inferior de la cara con una enagua, a modo de velo, y
fingía ser una hermosa espía árabe.
Con un suspiro, se frotó los restos de barro de sus viejos pantalones
Comme des Garcons y luego cepilló su querido aunque estropeado bolso Prada.
Después de hacer todo lo que pudo, cogió el abrigo marrón acolchado que se
había comprado en Target y se dirigió al despacho de su hermana.
Era la primera semana de diciembre, y parte del personal había
empezado a colocar los adornos navideños. En la puerta de su despacho, Cande
había colgado un dibujo que Lali había hecho de pequeña: era Santa Claus
vestido con el uniforme de los Stars. Lali asomó la cabeza por la puerta.
-Ya está aquí la tía Lali.
Los brazaletes de oro retintinearon cuando su despampanante y rubia
hermana mayor dejó caer el bolígrafo.
-Gracias a Dios. Un poco de cordura, eso es justamente lo que nece...
¡Cielo santo! ¿Qué te has hecho en el pelo?
Cande, con su sedoso cabello castaño claro, sus ojos ámbar y un
tipazo de muerte, tenía el mismo aspecto que hubiera tenido Marilyn Monroe si
hubiera llegado a los cuarenta, aunque a Lali le costaba imaginarse a Marilyn
con una mancha de mermelada de uva en la blusa de seda. Hiciera lo que
hiciera, Lali no sería nunca tan guapa como su hermana, aunque no le importaba.
Poca gente sabía los malos ratos que aquel cuerpo exuberante y su belleza de
vampiresa le habían hecho pasar a Cande de más joven.
-No, Lali... otra vez no.
Al ver la consternación en la mirada de su hermana, Lali lamentó no
haberse puesto un sombrero.
-Tranquilízate, ¿quieres? No va a pasar nada.
-¿Cómo voy a tranquilizarme? Cada vez que te haces algo drástico en el
pelo, tenemos otro incidente.
-Ya hace tiempo que dejé atrás los incidentes -suspiró Lali-. Esto ha
sido simplemente cosmético.
-No te creo. Estás a punto de cometer otra locura, ¿verdad?
-¡No! -respondió Lali, pensando que si lo repetía frecuentemente tal
vez lograría convencerse a sí misma.
-Sólo tenías diez años -murmuró Cande entre dientes-. Eras la niña
más brillante y modosita del internado. Entonces, sin saberse por qué, te
cortaste el flequillo y tiraste una bomba fétida en el comedor.
-Aquello sólo fue un experimento de química de una niña dotada.
-Trece años. Tranquila. Estudiosa. Sin ningún paso en falso desde el
incidente de la bomba fétida. Hasta que empezaste a ponerte polvos de gelatina
de uva en el pelo. Y, abracadabra, ¡cambio! Empaquetas los trofeos del
instituto de Bert, llamas a una empresa de basureros y haces que se los lleven.
-Eso te gustó cuando te lo conté. Admítelo.
Pero Cande estaba disparada, y no iba a admitir nada.
-Pasan cuatro años. Cuatro años de comportamiento modélico y grandes
logros escolares. Agus y yo te hemos acogido en nuestra casa y en nuestros
corazones. Eres alumna del último año, casi a punto de preparar tu discurso de
despedida. Tienes un hogar estable, gente que te quiere... Eres vicepresidenta
del Consejo de Estudiantes... Por tanto, ¿por qué iba a preocuparme porque te
tiñeras el pelo a rayas azules y naranjas?
-Eran los colores de la escuela-dijo Lali con un hilo de voz.
-¡Y me llaman de la policía diciéndome que mi hermana, mi hermana
estudiosa, talentuda, y ciudadana del mes, ha accionado deliberadamente una
alarma de incendios durante la hora de la comida! ¡Se acabaron las pequeñas
diabluras de nuestra Lali! Ya no... ¡Había pasado directamente a un delito de
segundo grado!
Era la cosa más miserable que había hecho Lali en su vida. Había
traicionado a la gente que la quería, e incluso después de un año de
supervisión judicial y muchas horas de servicio comunitario, no había logrado
entender el porqué. No lo comprendió hasta más tarde, durante su segundo año de
estudiante en Northwestern.
Había sido en primavera, justo antes de los exámenes finales. Lali
estaba inquieta y era incapaz de concentrarse.
En lugar de estudiar, leía montones de novelas románticas, dibujaba o
se miraba el pelo en el espejo y suspiraba por algo prerrafaelita. Ni siquiera
utilizar su paga en algunas extensiones para el pelo había calmado su
desasosiego. Entonces, un día, al salir de la librería de su facultad,
descubrió en su bolso una calculadora por la que no había pagado.
Su reacción fue entonces mucho más inteligente que la que había tenido
en sus tiempos de instituto: volvió corriendo a devolverla y se dirigió a la
oficina de ayuda sociopsicológica de Northwestern.
De pronto Cande se puso en pie e interrumpió los pensamientos de Lali:
-Y la última vez...
Lali dio un paso atrás, aunque de hecho ya sabía a donde iba a ir a
parar Cande.
- … la última vez que te hiciste algo drástico en el pelo, ese
horroroso corte de pelo al rape, hace un par de años...
-No era horroroso, era la moda.
Cande apretó los dientes.
-¡La última vez que te hiciste algo tan drástico, te desprendiste de
quince millones de dólares!
-Vale... Pero lo del pelo al rape fue pura coincidencia.
-¡Ja!
Por quincemillonésima vez, Lali explicó por qué lo había hecho.
-El dinero de Bert me estaba estrangulando. Tenía que romper
definitivamente con el pasado para poder vivir mi propia vida.
-¡Una vida de pobre!
Lali sonrió. Aunque Cande no lo admitiría nunca, comprendía
perfectamente por qué Lali había donado su herencia.
-Míralo por el lado positivo. Apenas nadie sabe que me desprendí de mi
dinero. Sólo creen que soy una excéntrica por conducir un Escarabajo de segunda
mano y vivir en un piso pequeño como una caja de zapatos.
-Un piso que tú adoras.
Lali ni siquiera intentó negarlo. Su loft era su posesión más
preciada, y le encantaba saber que se ganaba el dinero con el que pagaba la
hipoteca cada mes. Sólo alguien que hubiera crecido sin un hogar que fuera
auténticamente suyo podía comprender lo que significaba para ella.
Decidió cambiar de tema antes de que Cande volviera a la carga.
-Tus peques me han dicho que Agus le ha impuesto una multa de diez mil
dólares al señor Superficial.
-Preferiría que no le llamaras así. Peter no es superficial, sólo
es...
-¿Carente de interés?
-Sinceramente, Lali, no sé por qué le detestas tanto. ¡Si apenas
habréis intercambiado una docena de palabras durante estos años!
-Por definición. Evito a la gente que sólo habla de fútbol.
-Si le conocieras mejor, le adorarías tanto como yo.
-¿No te resulta fascinante que salga sobre todo con mujeres con un
inglés limitado? Aunque supongo que eso evita que algo tan tonto como una
conversación interfiera con el sexo.
Cande se rió a su pesar.
Aunque Lali lo compartía casi todo con su hermana, no le había
confesado su encaprichamiento por el quarterback de los Stars. No solo porque
habría sido humillante, sino porque Cande se lo habría contado a Agus y él se
habría puesto como una moto. Decir que su cuñado era algo protector con Lali
sería quedarse muy corto: no quería que se le acercase ningún deportista, a
menos que estuviese felizmente casado o fuese gay.
En ese momento, el protagonista de sus pensamientos entró en la
habitación. Agus Sierra era alto, castaño y elegante. La edad le había tratado
amablemente, y en los doce años que hacía que Lali le conocía, las arrugas que
habían ido apareciendo en su rostro viril sólo le habían aportado carácter. Su
presencia bastaba para llenar una habitación: era el reflejo de la perfecta
autoestima de alguien que sabe lo que quiere.
Agus era el primer entrenador cuando Cande heredó los Stars.
Desafortunadamente, ella no sabía nada sobre fútbol y él le declaró
inmediatamente la guerra. Sus primeras batallas habían sido tan feroces que
Ron McDermitt había llegado a suspender a Agus por insultarla; su ira, sin
embargo, no tardó en convertirse en algo totalmente diferente.
Lali consideraba la historia de amor de Cande y Agus como material de
leyenda, y hacía mucho tiempo había decidido que, si no podía tener lo mismo
que compartían su hermana y su cuñado, no quería nada. Sólo una Gran Historia
de Amor satisfaría a Lali, y eso era tan probable como que Agus le retirase la
multa a Peter.
Su cuñado le pasó automáticamente un brazo por detrás de los hombros.
Cuando Agus estaba con su familia, siempre tenía el brazo detrás de los hombros
de alguien. Lali sintió una punzada en el corazón. Con los años había salido
con un montón de chicos decentes e incluso había intentado convencerse de que
se había enamorado de uno o dos de ellos, pero su enamoramiento se había
evaporado en el momento de darse cuenta de que no podrían llenar ni por asomo
la gigantesca sombra proyectada por su cuñado. Empezaba a sospechar que nadie
lo lograría jamás.
-Cande, ya sé que Peter te cae bien, pero esta vez ha ido demasiado
lejos -dijo Agus. Su acento de Alabama, lento y pesado, se volvía más denso
cuando se enfadaba, y en ese momento goteaba melaza.
-Eso es lo que dijiste la última vez -replicó Cande-. Y a ti también
te cae bien.
-¡No lo comprendo! Jugar con los Stars es la cosa más importante en la
vida. ¿Por qué se esfuerza tanto en arruinarlo?
Cande sonrió con dulzura y respondió:
-Probablemente tú puedas responder a eso mejor que ningún otro, ya que
también fuiste una auténtica ruina hasta que llegué yo.
-Debes de estar confundiéndome con otra persona.
Cande se rió, y la mirada colérica de Agus dio paso a esa sonrisa
entrañable que Lali había presenciado miles de veces y había envidiado otras
tantas. Luego la sonrisa se desvaneció.
-Si no le conociese mejor, diría que le persigue el diablo -dijo
entonces Agus.
-Diablos -interpuso Lali-, todos con acento extranjero y grandes
tetas.
-Eso es lo que tiene ser jugador de fútbol: no lo olvides jamás
-repuso Agus.
Lali no quería oír nada más de Peter, así que tras darle a Agus un
beso rápido en la mejilla, dijo:
-Hannah me espera. Os la devolveré mañana a última hora de la tarde.
-No le dejes leer los periódicos de la mañana.
-No lo haré.
Hannah se entristecía cuando los periódicos no hablaban bien de los
Stars, y la multa que se le había impuesto a Peter sin duda iba a suscitar
polémica.
Lali dijo adiós con la mano, recogió a Hannah, besó a las mellizas y a
Andrew y emprendió el camino hacia su casa. La autopista de peaje este-oeste
empezaba a saturarse con el tráfico de hora punta, y Lali supo que tardaría
algo más de una hora en llegar a Evanston, el pueblo de la costa norte que era
tanto la ubicación de su alma máter como de su casa actual.
-¡Slytherin! -le gritó a un tipo que le cortó el paso.
-¡Sucio y asqueroso slytherin! -añadió Hannah.
Lali rió para sí. Los slytherins eran los niños malos de los libros de
Harry Potter, y Lali había convertido esa palabra en un práctico insulto de
nivel G. Le había hecho mucha gracia que Cande y más tarde Agus empezasen a
utilizarlo. Mientras Hannah comenzaba a explicarle cómo le había ido el día, Lali
se encontró recordando su conversación con Cande y los años posteriores al
cobro de su herencia.
El testamento de Bert le había dejado a Cande los Chicago Stars. Lo
que quedaba de sus bienes tras una serie de malas inversiones había sido para Lali.
Como ella era menor de edad, Cande se había hecho cargo del dinero y lo
convirtió en quince millones de dólares. Finalmente, a los veintiún años, Lali,
ya emancipada y con un flamante título de periodismo, se había hecho con el
control de su herencia y había empezado a vivir la gran vida en un apartamento
de lujo en la Costa
Dorada de Chicago.
El lugar era estéril, y sus vecinos mucho mayores que ella, pero tardó
bastante en darse cuenta de que había cometido una equivocación. Hasta
entonces se dio el gusto de comprarse la ropa de diseño que más le gustaba y de
hacer regalos a todas sus amistades, además de adquirir para ella un coche de
los caros. Pero, un año después, tuvo que admitir finalmente que la vida de
rica ociosa no estaba hecha para ella. Estaba acostumbrada al esfuerzo, tanto
en los estudios como en esos empleos de verano en los que Agus había insistido
en que trabajase, así que aceptó un puesto en un periódico.
El trabajo la mantenía ocupada, pero no era lo bastante creativo como
para que se sintiese realizada, así que empezó a tener la sensación de estar
jugando a la vida en lugar de vivirla realmente. Finalmente, decidió dejar el
empleo para poder concentrarse en la épica saga romántica que siempre había soñado
con escribir. En lugar de eso, se encontró dedicándose a las historias que
inventaba para las niñas Sierra, cuentos sobre una conejita presumida que
vestía a la última moda, vivía en una casita de campo en un rincón del Bosque
del Ruiseñor y se pasaba el día metiéndose en líos.
Había empezado a pasar las historias a papel, y luego a ilustrarlas
con los divertidos dibujos que había hecho toda su vida, pero que nunca se
había tomado en serio. Utilizando pluma y tinta y pintando luego los bocetos
con colores acrílicos brillantes, Lali vio cómo cobraban vida Daphne y sus
amigos.
Tuvo una enorme alegría cuando Birdcage Press, una pequeña editorial
de Chicago, compró su primer libro, Daphne dice hola, aunque el dinero que le habían adelantado apenas cubría el envío.
Aun así, por fin había encontrado una colocación. Sin embargo, su formidable
riqueza no le permitía tomarse su trabajo como una vocación, sino más bien como
un entretenimiento, y seguía sintiéndose insatisfecha. Su desasosiego aumentó.
Detestaba su apartamento, su ropero, su peinado... No bastó con cortarse el
pelo al rape y teñírselo de colores llamativos.
Tenía que tirar de una alarma de incendios.
Una vez dejados atrás aquellos días, se encontró en el despacho de su
abogado, diciéndole que quería donar todo su dinero a una fundación para niños
marginados. Su abogado se quedó pasmado. Sin embargo, ella se sintió completamente
satisfecha por primera vez desde que había cumplido los veintiuno. Cande había
tenido la oportunidad de demostrar lo que valía al heredar los Stars, pero Lali
nunca había tenido esa posibilidad. Ahora la tendría. Una vez firmados los
papeles, se sintió ligera como una pluma, y libre.
-Me encanta este lugar -dijo Hannah con un suspiro mientras Lali abría
la puerta de su diminuto loft, ubicado en un segundo piso a unos pocos minutos
a pie del centro de Evanston. Lali también suspiró de placer. No había pasado
mucho rato fuera, pero siempre se sentía feliz al entrar en su casa.
Todos los pequeños Sierra consideraban el loft de su tía Lali como el
lugar más fantástico de la
Tierra. El edificio había sido construido en 1910 para un
comerciante de Studebaker; luego había servido como bloque de oficinas y,
finalmente, antes de ser reformado hacía pocos años, como almacén. El piso
tenía ventanas industriales que iban del suelo al techo, tuberías a la vista y
paredes antiguas de ladrillos, en las que Lali había colgado algunos de sus
dibujos y pinturas. Era el piso más pequeño y más barato del edificio, pero
los techos de cuatro metros creaban una sensación de espaciosidad. Cada mes, Lali
besaba el sobre que contenía el dinero de la hipoteca antes de echarlo en el
buzón. Era un ritual tonto, pero lo hacía de todos modos.
La mayor parte de la gente daba por hecho que Lali poseía una parte de
los Stars, y sólo unas pocas de sus amistades más íntimas sabían que había
dejado de ser una rica heredera. Lali complementaba sus reducidos ingresos por
la venta de los libros de Daphne escribiendo artículos como freelance para una
revista de adolescentes llamada Chik. A final de mes no le sobraba demasiado
para sus lujos favoritos, ropa de marca y libros de tapa dura, pero no le
importaba. Compraba la ropa de segunda mano e iba a la biblioteca.
La vida era hermosa. Tal vez no tendría nunca una Gran Historia de
Amor como la de Cande, pero al menos gozaba de una imaginación maravillosa y
de una fantasía activa. No tenía quejas y ciertamente no había ningún motivo
para temer que su antiguo desasosiego volviera a asomar por su impredecible
cabeza. Su nuevo peinado no significaba más que un poco de coquetería.
Hannah dejó caer su abrigo y se agachó para saludar a Roo, el pequeño
caniche gris de Lali, que había trotado hasta la puerta para recibirlas. Tanto
Roo como el caniche de los Sierra, Kanga, eran hijos de Pooh, el caniche de Cande.
-¡Qué, pequeñajo!, ¿me has echado de menos? -dijo Lali dejando el
correo para darle un beso a Roo en su suave moño gris. Roo correspondió
lamiéndole la barbilla, y luego se puso en cuclillas para emitir su mejor
gruñido.
-Sí, sí, estamos impresionadas, ¿verdad, Hannah?
Hannah se rió y, mirando a Lali, le preguntó:
-Todavía le gusta fingir que es un perro policía, ¿verdad?
-El perro más duro del cuerpo. Mejor no dañemos su autoestima
recordándole que es un caniche.
Hannah abrazó nuevamente a Roo, y luego lo abandonó para dirigirse al
estudio de Lali, que ocupaba uno de los extremos de la vivienda.
-¿Has escrito algún artículo más? Me encantó «Pasión en el baile de
fin de curso».
-Pronto -dijo Lali sonriendo.
Para que se adaptasen a las exigencias del mercado, los artículos que
escribía para Chik se publicaban casi siempre con títulos sugerentes, aunque su
contenido era de lo más insípido. «Pasión en el baile de fin de curso»
destacaba las consecuencias del sexo en el asiento de atrás de los coches. «De
gatita a tigresa» había sido un artículo sobre cosméticos, y «Las niñas buenas
se vuelven salvajes» hablaba de tres chicas de catorce años que salían de
acampada.
-¿Puedo ver tus últimos dibujos?
Lali colgó los abrigos.
-No tengo ninguno. Justo acabo de empezar con una nueva idea.
A veces sus libros comenzaban con esbozos sueltos, otras veces, con
texto. Hoy se había inspirado en la vida real.
-¡Cuéntamela, por favor!
Siempre compartían tazas de té Constant Comment antes de hacer
cualquier otra cosa, y Lali se dirigió a la diminuta cocina que se encontraba
en el extremo opuesto de su estudio para poner agua a hervir. Su minúsculo
dormitorio estaba situado justo encima, dominando toda la vivienda. Los
estantes de metal de las paredes estaban repletos de los libros que adoraba: su
apreciada serie de novelas de Jane Austen, ejemplares andrajosos de las obras
de Daphne du Maurier y Anya Seton, todos los primeros libros de Mary Stewart,
junto con Victoria Holt, Phyllis Whitney y Agusielle Steel.
Las estanterías más estrechas contenían hileras dobles de libros de
bolsillo: sagas históricas, novelas románticas, novelas de misterio, guías de
viajes y libros de consulta. También estaban representados sus escritores
literarios favoritos, además de las biografías de mujeres famosas y algunas de
las selecciones menos deprimentes del club de libros de Oprah, la mayoría de
las cuales Lali las había descubierto antes de que Oprah las compartiera con el
mundo.
Guardaba los libros infantiles que le gustaban en los estantes del
dormitorio. Su colección incluía todas las historias de Eloise y los libros de
Harry Potter, El estanque del Mirlo, algo de Judy Blume, Los niños del furgón,
de Gertrude Chandler Warner, Ana de Green Gables, algún número de Las gemelas
de Sweet Valley como diversión, y los destartalados libros de Barbara Cartland
que había descubierto cuando tenía diez años. Era una colección digna de un
ratón de biblioteca, y a sus sobrinos Sierra les encantaba acurrucarse en su
cama con un montón de esos libros a su alrededor mientras intentaban decidir
cuál leerían a continuación.
Lali sacó un par de tazas de porcelana con delicados bordes dorados y
dibujos de pensamientos violetas.
-Hoy he decidido que mi nuevo libro se titulará Daphne se cae de
bruces.
-¡Cuéntame!
-Pues... Daphne está paseando por el Bosque del Ruiseñor pensando en
sus cosas cuando Benny aparece de la nada montado en su bicicleta de montaña y
la tira al suelo.
-Ese tejón fastidioso -dijo Hannah moviendo la cabeza con
desaprobación.
-Exactamente.
Hannah miró a Lali cautelosamente y sugirió:
-Creo que alguien debería robarle a Benny su bici de montaña. Así no
se metería en problemas.
Lali sonrió.
-El robo no existe en el Bosque del Ruiseñor. ¿No lo habíamos
comentado ya cuando quisiste que alguien le robara a Benny su moto acuática?
-Me parece que sí -contestó la niña con esa expresión de testarudez
que había heredado de su padre-. Pero si puede haber bicicletas de montaña y
motos acuáticas en el Bosque del Ruiseñor, no veo por qué no puede haber también
robos. Además, Benny no hace cosas malas adrede, simplemente es un poco
travieso.
-La línea que separa las travesuras de la estupidez es muy delgada -dijo
Lali pensando en Peter.
-¡Benny no es estúpido!
Hannah parecía ofendida, y Lali pensó que hubiera sido mejor no abrir
la boca.
-Por supuesto que no. Es el tejón más listo del Bosque del Ruiseñor
-dijo despeinando un poco a su sobrina-. Venga, nos tomaremos el té y luego
llevaremos a Roo a pasear junto al
lago.
Lali no tuvo ocasión de abrir el correo hasta avanzada la noche,
cuando Hannah ya se había quedado dormida con un ejemplar de El deseo de Jennifer en las manos. Puso
la factura del teléfono en un clip y luego abrió distraídamente un sobre de
tamaño comercial. En cuanto leyó el título deseó no haberse tomado la molestia.
NIÑOS HETEROSEXUALES POR UNA
AMÉRICA HETEROSEXUAL
AMÉRICA HETEROSEXUAL
¡La agenda de los homosexuales radicales apunta a nuestros hijos!
Nuestros ciudadanos más inocentes son traídos hacia los males de la perversión
mediante libros obscenos y programas de televisión irresponsables que
glorifican este comportamiento desviado y moralmente repugnante...
Niños
Heterosexuales por una América Heterosexual (NHAH) era una organización con
sede en Chicago, cuyos miembros de mirada perdida aparecían últimamente en algunos
programas locales de entrevistas en los que vomitaban sus paranoias
personales.
«Si al menos dedicasen su energía a algo constructivo, como mantener
las armas lejos de los niños», pensó mientras tiraba la carta a la basura.
Continuará...
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Y así comienza la 3ª novela que subo espero que la disfruten y firmen mas que las anteriores!!
Si quieres que te avise por twitter decimelo por acá o por twitter @getcrazywithlip
Besos y abrazos ♥
Más!!!
ResponderEliminarAvisame por Twitter.
@LittleKitKat_
Oh me encanta!!
ResponderEliminarEstuvo super largo
Estaba muy concentrada
Solo falta que aparesca Peter :3
Super largo me encanto!!!
ResponderEliminarFalta mucho para que subas mas??? QUIERO MAS NOVEEEEEEEEEEE!!!!!!
ResponderEliminarEspero pronto la retomes y la sigas pronto 😉
ResponderEliminarSeguiiiiiii.....
ResponderEliminarcuando la seguis?..... daleeeee
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