Translate

lunes, 22 de abril de 2013

Capítulo 2: El comienzo de un largo infierno





Peter se dejó caer sobre la cama, exhalando un suspiro de desesperación que por poco le deja sin aliento. Estaba muy enfadado con sus padres; jamás les perdonaría aquello, desde luego. Pasar las Navidades en casa de unos desconocidos era el peor castigo del mundo. No es que a Peter le importase la Navidad —más bien la detestaba—, pero sí odiaba conocer gente nueva, especialmente si de buenas a primeras ya se comportaban como marcianos. Supuso que serían las vacaciones más aburridas de su vida y que, en caso remoto, la única diversión que encontraría sería molestar a la chica alcornoque, Lali, que parecía recién salida de un basurero con aquella ropa desarreglada.

 Se incorporó de súbito cuando oyó unos pasos que se acercaban a su habitación.

 —¡Peter, cariño! ¿Cómo va todo?

 Era Abigail —señora de la casa y mujer más pesada sobre la faz de la tierra—. El joven tosió para aclararse la garganta.

 —¡Bien! ¡Genial! —mintió descaradamente—. ¡Gracias!

 —¿Quieres que te ayude a deshacer las maletas?

 Peter pensó, en principio, que se trataba de una broma. Pero tras un incómodo silencio que no fue acompañado por risitas de ningún tipo, comprendió que estaba equivocado y con horror se precipitó hacia la puerta y se apoyó en ella a modo de refuerzo.

 —No hace falta, señora Esposito, de verdad.

 «Se lo juro bajo pacto de sangre si es necesario», añadió mentalmente. Y se mordió el labio inferior para no hablar de más.

 —¡Vale, baja cuando termines, cielo! —se despidió Abigail excesivamente alto.

 Peter se pasó una mano por la frente y se echó hacia atrás algunos mechones rubios sin demasiado interés. Observó que había dejado la puerta del armario entreabierta y la cerró cuidadosamente, estudiando con atención que la madera encajase sin desviarse ni un centímetro. Era sumamente detallista. Y maniático. A lo largo de su vida había ido acumulando manías que, con el paso del tiempo, se terminaron adueñando de su día a día sin que apenas se diese cuenta. A Peter le gustaba ser así.

 Odiaba los números impares, así que casi siempre intentaba que todo fuera múltiplo de dos o de cuatro. Le repugnaba la carne, era vegetariano. Peter detestaba los espejos que estaban totalmente limpios, necesitaba encontrar restos de agua en ellos o alguna mancha imperceptible para el resto de los humanos. Tampoco le gustaban los cuadros que tenían el marco de color escarlata y jamás dejaba que su barba creciese durante más de veinticuatro horas. Dormía con la ventana abierta y se tapaba con la colcha hasta cubrirse las orejas. Además, se lavaba las manos constantemente y cuidaba al detalle su higiene diaria, llegando a convertirse en alguien un tanto hipocondríaco.

 Tras veinte minutos de paz, alguien llamó a su puerta.

 —¿Idiota? —preguntó una voz suave que al parecer se dirigía a él—. Espero que estés listo, es hora de comer.

 Peter suspiró tras escuchar a Lali al otro lado de la puerta. No contestó. Finalmente Lali abrió despacio la puerta, ligeramente asustada por lo que pudiese encontrar en el interior.

 —¿No me has oído? —dijo al verlo tumbado plácidamente.

 —¿Oír qué?

 —Te estaba llamando.

 —Ah, perdona. —Bostezó descaradamente y estiró los brazos—. Lo único que he oído es que decías la palabra «idiota» y he supuesto que te estarías refiriendo a tu padre.

 Lali permaneció un instante con la boca entreabierta, incapaz de aceptar lo que acaba de oír.

 —Pero ¿tú de qué vas?

 Peter se incorporó perezosamente en la cama y movió el cuello de un lado al otro, intentando calmar el dolor de hombros tras el incómodo viaje en avión.

 —Entonces, ¿me espera una suculenta comida? —preguntó sonriente—. Por cierto, se me ha olvidado mencionar que soy vegetariano.

 Lali rió antes de salir a toda prisa de la habitación y bajar corriendo las escaleras en dirección al salón principal. Peter bufó, preguntándose qué demonios le haría tanta gracia a aquella niña malcriada. Finalmente, despidiéndose de la efímera calma, se dispuso a entrar en el comedor, donde, por desgracia, le esperaba la familia Esposito al completo. Estuvo a punto de gritar cuando tuvo ante sí la silueta del hermano, Vico. Si ella parecía recién sacada de un basurero, este acababa de regresar de la guerra. Tenía el pelo largo, con rastas pegadas entre sí que combinaban en estilo con una gastada camiseta gris hecha trizas. Peter se acercó dando pasos cortos, temiendo que aquel hippioso le contagiase piojos o algo parecido.

 —¿Qué tal? —le dijo este.

 Peter se limpió en los pantalones la mano que Vico acababa de estrecharle y se sentó en la silla que quedaba libre.

 —Bi… bien —balbució, sin dejar de mirarle. Sus sucias rastas eran extrañamente hipnotizadoras.

 Aún estaba conmocionado, no lograba aceptar la descabellada idea de tener que pasar un mes conviviendo con aquel neandertal, cuando la voz de Abigail se alzó más de lo normal para dirigirse a él.

 —¿La parte de la pechuga o el ala?

 —¿Qué?

 Arqueó una ceja, sin comprender. Entonces bajó la mirada y descubrió el enorme pollo al horno que reposaba sobre una bandeja en el centro de la mesa. Al lado, la señora Esposito le miraba fijamente a la espera de una respuesta, con un enorme cuchillo en la mano, preparada para cortarle el trozo correspondiente. Tuvo ganas de vomitar. Lali rió por lo bajo y le miró al tiempo que mordía un enorme trozo de carne, cogiendo el pringoso muslo con descaro.

 —Nada, por favor —respondió.

 —¿Es que no te gusta el pollo, cariño?

 —Yo… no como carne —logró decir.

 Ambos hermanos rieron al unísono, cosa que molestó al muchacho. Abigail les dirigió una mirada de reproche ante la que ellos agacharon rápidamente la cabeza y metieron las narices en sus respectivos platos aún con una leve sonrisa surcándoles los labios.

 —Tranquilo, no pasa nada —le dijo, y le revolvió el pelo, haciendo gala de aquella confianza que él no le había dado—. Ahora mismo te preparo otra cosa —añadió antes de dirigirse decidida hacia la cocina.

 Peter suspiró aliviado.

 —Así que ¿no comes carne, chaval? —le preguntó el mendigo.

 —Exacto.

 —¿Ni salchichas? —instó mientras se rascaba sospechosamente la
cabeza.

 Le miró alrededor de un minuto en silencio, sopesando si el último comentario de Vico era una broma o no. Apostaba por la segunda opción.

 —No, las salchichas tampoco forman parte de mi dieta.

 Vico asintió mientras le quitaba la piel a su trozo de pollo sin compasión.

 —¡Qué interesante! Así, ¿tampoco puedes comer hamburguesas?

 ¿De verdad aquello era real? Dirigió su mirada hacia Lali, casi en busca de ayuda. La muchacha reía por lo bajo, mientras el señor Esposito permanecía pendiente de las noticias con las pupilas dilatadas fijas en el televisor. Peter se armó de paciencia.

 —No, las hamburguesas también son carne —aclaró, pronunciando despacio cada una de las palabras, como si estuviese dirigiéndose a un niño de cinco años cuando, en realidad, aquel individuo debía rondar los veintitantos.

 —¡Pues qué putada, tío! —concluyó Vico al tiempo que se encogía de hombros.

 —Es que es un tanto rarito el inglés, ¿sabes? —comentó Lali.

 Su hermano asintió sin ningún tipo de interés al respecto, algo que Peter agradeció. Afortunadamente, Abigail regresó diez minutos más tarede con un enorme plato repleto de verduras a la plancha.

 —He pensado que esta tarde podrías presentarle a tus amigos —le dijo a su hija, sonriente como siempre.

 Lali tosió tras atragantarse con un trozo de pollo. El joven sonrió disimuladamente.

 —¿Es que quieres acabar con mi vida social? —dijo ofendida—. No pienso llevar al Señor del Té conmigo. Sería un suicidio público.

 La señora Esposito abrió la boca exageradamente tras arrugar la nariz en señal de disgusto. Se cruzó de brazos sobre la mesa; después le dio un codazo a su marido.

 —¿Has oído lo que ha dicho tu hija, Tom?

 —Haz caso a tu madre, Lali —se limitó a murmurar el marido sin dejar de mirar la televisión.

 Peter carraspeó intentando llamar la atención.

 —No importa, de verdad —dijo con un tono dulce que a Lali se le antojó ligeramente forzado—. Daré una vuelta solo para conocer el lugar.

 —¡De eso nada! —exclamó Abigail señalando a su hija con el dedo índice—. Tú le acompañarás, te guste o no.

 —Oye, ¿por qué Vico no puede hacer de canguro? —se quejó Lali, dejando el tenedor con brusquedad sobre la mesa.

 —¡Él tiene que estudiar!

 Lali abrió la boca para rechistar, pero al recordar el pacto que meses atrás había hecho con su hermano, la cerró. Observó el rostro sonriente de Peter, que parecía disfrutar siendo el protagonista de aquella disputa familiar.

 —Será genial que paseéis juntos —opinó la señora Esposito—. Seguro que en cuanto os conozcáis terminaréis volviéndoos inseparables —añadió, risueña—, como uña y carne.

------------------------------------------------------------------------------------------
Holaaa, ayer no publiqué porque... bueno problemas de amor jajajajaja
Gracias a quien comenta de verdad que MUCHAS GRACIAS!!!!
Si mañana quiren cap, tienen que superar las 3 firmas, va?
Besos y las adoro!!!!!!
@theyaremypath

4 comentarios:

  1. Jajaja esta muy buena de verdad seguí subiendo!

    ResponderEliminar
  2. Maaaaassss noveeeeeeeeeee!!!

    ResponderEliminar
  3. Holaa soy yo camii jajaja estA rE linda me encanta leer no me dejes sin nove jajaja ya se soy rArA pero bueno así soy yo :) =)

    ResponderEliminar
  4. Hey esta buena vas a subir mas???

    ResponderEliminar