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viernes, 2 de agosto de 2013

Capítulos 38 y 39



Lali abrió los brazos y se lanzó sobre él. Se abrazó a su pecho, deslizó las piernas entre las suyas y él deseó gritar por el daño que le había causado… hasta que ella levantó una pierna y le propinó un rodillazo en los huevos. En medio del agónico dolor, él oyó tres palabras:

—Hijo de puta.

El rugido del viento… El golpeteo de unos pies descalzos cruzando la terraza… El estruendo de un portazo mientras Lali desaparecía en el interior de la casa… Y el sonido de sus doloridos Meryos. Él se agarró a una roca e intentó no desmayarse. La puerta volvió a abrirse y las llaves del coche de Peter salieron volando por encima de la barandilla de la terraza y cayeron sobre la arena.

La tormenta se desató.

Lali permaneció inmóvil al otro lado de la puerta, abrazándose a sí misma para no explotar. La lluvia golpeaba las ventanas; la golpeaba a ella. Peter no había cambiado. Era un desaprensivo, tan manipulador como siempre, pretendiendo ofrecerle lo que ella más ansiaba para conseguir lo que deseaba para sí mismo.

La tormenta rugía en el exterior; una tormenta más violenta lo hacía en su interior.

Su falso matrimonio se había acabado, y no tendrían un divorcio amistoso. Nada de Bruce y Demi. La humillación pública que sufriría sería mucho peor que la de la primera vez. Pero no le importaba. Los años de posar y fingir quedaban atrás. Ella nunca sería la atrevida Marianella Rinaldi, la chica que podía salir airosa de cualquier adversidad con una sonrisa y una frase graciosa. Ella era una mujer real que había sido traicionada.

Y, en esta ocasión, cumpliría su venganza.





Cuando Peter pudo moverse otra vez, avanzó tambaleándose por la arena y se lanzó al océano. Ajeno a las furiosas olas y la oscura marea, rogó que el agua lavara sus pecados. Se sumergió en una ola, emergió a la superficie y volvió a sumergirse. Durante toda su vida, había utilizado y manipulado a los demás, pero nunca había hecho algo tan horrible como lo que acababa de hacerle a la persona que menos se lo merecía.

Peter vio la ola justo antes de que lo golpeara, una amenazadora torre de agua. La ola rompió encima de él y lo volteó. Peter se revolvió, pateó, flotó un instante y otra ola volvió a zarandearlo. La arena le rascó el codo y, entonces, algo puntiagudo se le clavó en una pierna. Peter se desorientó. Los pulmones le escocieron. La corriente lo atrapó y lo arrastró… hacia arriba, hacia abajo, Peter no lo sabía. La egoísta corriente siguió su propio camino sin dedicar ni un pensamiento a su víctima.

Peter salió a la superficie, vislumbró la orilla y la resaca volvió a arrastrarlo hacia el fondo. Lali se había convertido en su conciencia, en su dueña, en su ángel de la guarda, en su mejor amiga. Se había convertido en su amada.

Su cuerpo salió despedido hacia la luz; un resplandor tembloroso que sólo resultaba visible en su mente. Peter boqueó en busca de aire, se hundió en el agua, se sumergió hasta el fondo. Amaba a Lali.

La corriente volvió a atraparlo y zarandearlo; un inútil desecho humano cuya única misión había consistido en complacerse a sí mismo.

La imagen de la cara de Lali apareció ante él, lo enderezó, se apoderó de él y lo arrastró hasta que sus pies tocaron el fondo. El codo le sangraba, y también la pierna, y el corazón. Peter se dirigió tambaleándose a la orilla y se derrumbó sobre la arena.



Lali le había cerrado la puerta. Peter se sentía como si le hubieran arrancado la piel, la bonita fachada detrás de la que se escondía se había resquebrajado revelando la fealdad que ocultaba. Cruzó la playa dando traspiés. Se quitó la empapada camiseta y la presionó contra su sangrante codo. Encontró las llaves de su coche en la arena, pero la llave de la casa de Gas estaba en otro llavero. Después de un último e inútil intento para conseguir que Lali le abriera la puerta, se dio por vencido.

Los paparazzi habían desaparecido. Temblando y sangrando, subió a su coche e inició el largo camino de regreso a su casa a través de la tormenta. No se le ocurría cómo podría conseguir que Lali entendiera lo que acababa de pasarle. Ella nunca lo creería. ¿Y por qué habría de hacerlo? Él incluso había convertido su deseo de tener un hijo en una moneda de cambio.

El alcance total del desastre que se había causado a sí mismo le dificultaba la respiración. ¿Qué demonios había hecho y cómo iba a arreglarlo? Con otro mensaje telefónico no, eso seguro.

Pero, cuando llegó a su casa, no pudo evitar llamarla y, al oír que se conectaba el buzón de voz, lo soltó todo:

—Lali, te quiero. No como te lo he dicho antes, sino de verdad. Sé que no parece cierto, pero antes no veía las cosas como las veo ahora…

Y continuó divagando, mezclando las palabras, los pensamientos, intentando explicárselo todo y fracasando miserablemente, sabiendo que lo único que conseguiría sería empeorar las cosas.





Lali escuchó hasta la última sílaba de su mensaje, todas sus mentiras. Las palabras le quemaron la carne dejando a su paso tatuajes sangrantes. La furia que sentía no tenía límites. Se lo haría pagar. Peter le había arrebatado lo que ella más quería y ahora ella le pagaría con la misma moneda.





Aquella tarde, después de ducharse y con la mente más clara, Peter decidió regresar a Malibú. Los paparazzi debían de creer que él seguía en la playa, porque no había ningún todoterreno negro aparcado frente a su casa. Había decidido que, si Lali no le abría la puerta, la echaría abajo, aunque dudaba que eso enterneciera su corazón. Por el camino, le compró flores, como si dos docenas de rosas pudieran cambiar algo. Después se paró a comprar mangos porque se acordó de que a ella le gustaban. También le compró un osito de peluche blanco que sostenía un corazón rojo entre las pezuñas, pero al salir de la tienda pensó que eso era cosa de adolescentes y echó el osito a una papelera.

Cuando llegó a la casa de Gas, vio que estaba a oscuras y que el coche de Lali no estaba. Aguardó por los alrededores durante un rato esperando que ella volviera, aunque sospechaba que no lo haría. Al final, se dirigió a Santa Mónica con el coche lleno de flores y mangos.

Cuando llegó a la casa de Nico, examinó en vano la calle buscando el coche de Lali. La última persona a la que quería ver era su suegro, y consideró la posibilidad de dar la vuelta y largarse, pero Nico era su mejor baza para ponerse en contacto con Lali.

No lo había visto desde la noche de la boda, y la hostilidad patente que reflejó su cara cuando abrió la puerta erradicó cualquier esperanza de recibir su ayuda. Nico apretó los labios mientras lo repasaba de arriba abajo.

—Parece que el chico de oro está un poco vapuleado.

—Sí, bueno, ha sido un día lluvioso. De hecho, un mes lluvioso.

Peter esperaba que Nico le cerrara la puerta en las narices, así que se sorprendió cuando lo invitó a entrar.

—¿Quieres una copa?

Peter ansiaba tomarse una, señal de que no podía arriesgarse a tomar sólo una.

—¿Tienes café?

—Lo prepararé.

Mientras Peter lo seguía hacia la cocina, no sabía qué hacer con las manos. Le parecían demasiado grandes para su cuerpo, como si no le pertenecieran.

—¿Has visto a Lali? —preguntó por fin.

—Tú eres su marido. Se supone que tienes que saber dónde está tu mujer.

—Sí, bueno…

Nico abrió el grifo del agua.

—¿Qué has venido a hacer aquí?

—Supongo que ya lo sabes.

—De todas formas, cuéntamelo.

Y Peter se lo contó. Mientras el café se hacía, empezó contándole lo ocurrido en Las Vegas, y entonces se enteró de que Lali ya se lo había contado.

—También sé que Lali se fue a México porque creía que se estaba apegando demasiado a ti.

Nico sacó una taza naranja brillante del armario.

—Créeme —dijo Peter con amargura—, el problema ya no es ése. ¿Qué más te ha contado?

—Sé lo de la cinta de la prueba y sé que ella se niega a interpretar el papel.

—Es de locos, Nico. Lali estuvo genial. —Se frotó los ojos—. Todos la hemos subestimado. Caímos en la misma trampa que el público, deseando que sólo interpretara variaciones del personaje de Marianella. Te enviaré una copia de la cinta para que puedas comprobarlo.

—Si Lali quiere que la vea, ya me lo dirá.

—Debe de ser agradable disfrutar del lujo de ser noble.

—Deberías probarlo alguna vez. —Nico llenó la taza de café y se la alargó—. Cuéntame el resto.

Peter le contó la visita de Emi y la reacción de todos por la retirada de Lali.

—Saben que el responsable soy yo. Quieren que Lali interprete ese papel y esperan que yo lo solucione.

—No es una posición cómoda para un productor novel.

Peter no podía contenerse. Empezó a pasearse por la cocina en un irregular recorrido oval mientras contaba el resto de la historia: el viaje a México, la mentira acerca de Mery, y, después, lo peor, lo que le había dicho a Lali aquella mañana. Lo soltó todo, salvo el detalle acerca del bebé. No porque quisiera protegerse a sí mismo, eso ya no le importaba, sino porque le correspondía a Lali revelar o no el secreto de que quería tener hijos.

—A ver si lo entiendo —dijo Nico con un tono nada alentador—. Le mentiste a mi hija acerca de Mery. Después intentaste manipularla fingiendo que estabas enamorado de ella. Después de que ella te echara, de una forma mágica, te diste cuenta de que estás enamorado de ella de verdad, ¿y ahora quieres que yo te ayude a convencerla de que es así?

Peter se dejó caer en un taburete junto a la encimera.

—Estoy jodido.

—Yo diría que sí.

—¿Sabes dónde está Lali?

—Sí, pero no te lo diré.

Peter no esperaba que lo hiciera.

—¿Al menos le dirás que…? ¡Mierda! Dile que lo siento. Dile… Pídele que hable conmigo.

—No pienso pedirle nada en tu nombre. Tú has causado este desastre, así que tú tendrás que enmendarlo.

Pero ¿cómo? Aquello no era un malentendido que pudiera arreglarse con rosas, mangos o una pulsera de diamantes. No se trataba de una simple discusión de amantes que se pudiera solucionar con unas cuantas disculpas. Si quería recuperar a su esposa, tendría que hacer algo mucho más convincente. Y Peter no tenía ni idea de qué.





Cuando Peter se fue, Lali bajó las escaleras. No podía quedarse en Malibú con Peter aporreando la puerta, así que se había trasladado a la casa de su padre.

—Lo he oído todo.

Su voz le sonó extraña incluso a sí misma. Fría, distante.

—Lo siento, gatita.

Su padre no la había llamado así desde que era una niña y, cuando la rodeó con su brazo, ella hundió la cara en su pecho. Pero la furia ardía con tanta intensidad en su interior que tuvo miedo de quemarlo y se apartó.

—Creo que Peter está diciendo la verdad —dijo Nico.

—Yo no le creo. La casa del árbol lo significa todo para él y mi actual relación con él hace que parezca una mala persona. Hará cualquier cosa para conseguir que mi nombre figure en la película.

—Hasta hace poco tiempo eso era lo que querías.

—Pero ya no.

Su padre parecía tan preocupado que ella le apretó la mano. Sólo durante un instante, el tiempo suficiente para reconfortarlo pero sin llegar a quemarle la piel.

—Te quiero —dijo Lali—. Ahora voy a acostarme. —Temporalmente, apartó a un lado su rabia—. Ve a ver a Gime. Sé que lo estás deseando.

Nico le había telefoneado cuando ella estaba en México para contarle que se había enamorado de su antigua agente. Lali se quedó atónita, hasta que pensó en todas las mujeres de las que su padre no se había enamorado.

—¿Te estás acostumbrando a la idea de que Gime y yo estemos juntos? —preguntó él.

—Yo sí, pero ¿y ella?

—Sólo hace cuatro días que le dije lo que sentía por ella, pero voy haciendo progresos.

—Me alegro por ti. Y también por Gime.

Lali esperó hasta que su padre se fue para telefonear a Mel Duffy. Los chacales eran criaturas nocturnas y Mel respondió enseguida a su llamada.

—Duffy al habla.

Su voz era somnolienta, pero ella lo despertaría de golpe.

—Mel, soy Lali Esposito. Tengo una historia para ti.

—¿Lali?

—Una gran historia. Acerca de Peter y de mí. Si te interesa, reúnete conmigo en Santa Mónica dentro de una hora. En la entrada de la calle Catorce del cementerio Woodland.

—¡Por Dios, Lali, no me hagas esto! ¡Estoy en Italia! En Positano. Diddy celebra una fiesta por todo lo alto en su yate. —Duffy empezó a toser; tos de fumador—. Cogeré el primer vuelo de vuelta. ¡Cielos, aquí ni siquiera son las ocho de la mañana! ¡Además hay otra maldita huelga de trabajadores! Dame tiempo para regresar a Los Ángeles. Prométeme que no hablarás con nadie hasta que llegue.

Lali podía telefonear a un miembro de la prensa legítima, pero quería contarle su historia a un chacal. Quería contársela a Mel, que era lo bastante ambicioso para explotar las debilidades de cualquiera.

—De acuerdo, el lunes por la noche. A medianoche. Si no estás allí, no te esperaré.

Colgó con el corazón acelerado, hirviendo de cólera. Peter le había quitado lo que ella más quería. Ahora ella le devolvería la moneda. Lo único que lamentaba era tener que esperar cuarenta y ocho horas para cumplir su venganza.





Peter no podía dormir ni comer e iba a matar a Cande si no dejaba de atosigarlo. A los treinta y tres años, había adoptado una madre de veinte, y no le gustaba. Claro que, aquellos días, no le gustaba nada ni nadie, especialmente él. Al mismo tiempo, una sensación de firme propósito se había apoderado de él.

—Lali no interpretará a Helene —le dijo a Hank Peters el lunes por la tarde, dos días después de la desagradable escena de Malibú—. No he podido convencerla para que cambie de opinión. Haz lo que quieras al respecto.

Peter no se sorprendió cuando, menos de media hora más tarde, Emi Keene lo llamó a su despacho. Peter avanzó con paso decidido entre su flota de alarmados ayudantes y entró en su oficina sin esperar a que lo anunciaran. Emi estaba sentada detrás de su imponente escritorio de madera y debajo del cuadro de Diebenkorn, desde donde dirigía el mundo.

Peter apartó a un lado una silla metálica en forma de S inclinada hacia atrás.

—Lali no va a interpretar a Helene. Y tienes razón. He mandado a hacer puñetas mi matrimonio. Pero quiero a mi mujer más de lo que he querido nunca a nadie y, aunque ahora me odie, te agradecería que te mantuvieras al margen mientras intento recuperarla. ¿Entendido?

Transcurrieron varios y prolongados segundos y, a continuación, Emi dejó el bolígrafo sobre el escritorio.

—En tal caso, supongo que nuestra reunión ha terminado.

—Eso diría yo.

Mientras salía de la oficina con paso decidido, a Peter se le ocurrió algo de lo que tenía que hacer. Sólo esperaba que se le ocurriera el resto.

Capítulo 39



Lali aparcó el Corolla que había alquilado, delante de un edificio de pisos de dos plantas, un poco al norte de la entrada del cementerio Woodland; lo bastante cerca para ver llegar a Mel y lo bastante lejos para que él no la viera hasta que ella lo decidiera. Era casi medianoche y el tráfico en la calle Catorce era muy escaso. Mientras esperaba sentada en la oscuridad, Lali lo recordó todo, desde el día que Peter le oyó proponerle matrimonio a Gas a la tarde tormentosa cuando Peter le declaró su eterno amor en la playa.

El dolor que sentía no disminuía. Se lo contaría todo al chacal. La historia de la falsa declaración de amor de Peter ocuparía las portadas de la prensa sensacionalista, y después saldría en la prensa legítima. La reputación que le había costado tanto trabajo recuperar quedaría manchada otra vez. ¡Que intentase volver a hacer de héroe cuando ella hubiera acabado con él! Ella también saldría perjudicada en el proceso, pero ya no le importaba. Estaba más enfadada de lo que había estado nunca, pero también se sentía más libre que nunca. Los días en que había permitido que los titulares de la prensa dirigieran su vida habían quedado atrás. Nada de sonreír a los fotógrafos cuando estaba destrozada. Nada de posar para la prensa para salvaguardar su orgullo. Nada de permitir que su imagen pública le robara el alma.

Un todoterreno negro aparcó más allá de la entrada del cementerio. En cuanto apagó las luces, Lali se hundió en el asiento y observó por el retrovisor. Duffy salió del coche, encendió un cigarrillo y miró alrededor, pero no se fijó en el Corolla. Las mentiras por fin se acabarían. Le haría tanto daño a Peter como él se lo había hecho a ella. Sería la venganza perfecta.

El chacal encendió otro cigarrillo. Lali empezó a sudar. Tenía el estómago revuelto. Duffy caminó de un lado a otro. Ya había llegado la hora. Después de aquella noche, ya no habría más engaños, podría vivir honestamente, con la cabeza alta, sabiendo que se había defendido, que no se había convertido en la víctima emocional de otro hombre. Ésta era la mujer en la que se había convertido. Una mujer que asumía el control de su vida y de su venganza.

El chacal tiró el cigarrillo a la alcantarilla y se dirigió a la entrada del cementerio. Lali no había contado con eso. Ella quería contar su historia bajo la protección de las farolas de la calle. Un chacal en un cementerio desierto era demasiado peligroso, así que, antes de que él pudiera ir más lejos, alargó la mano hacia la manecilla de la puerta. Pero mientras su mano se cerraba sobre el frío metal, algo se quebró en su interior. En aquel preciso momento, se dio cuenta de que el chacal que estaba en el interior del coche era más peligroso que el que se aproximaba a la puerta del cementerio.

El chacal que había en el interior del coche era ella. Aquella mujer furiosa y vengativa.

Apretó la manecilla del coche con fuerza. Peter la había traicionado y merecía ser castigado. Ella necesitaba hacerle daño, destruirlo, traicionarlo como él la había traicionado. Pero ese tipo de acción depredadora no formaba parte de su naturaleza.

Volvió a hundirse en el asiento y contempló quién era, en quién se había convertido. El aire se volvió denso y viciado. A Lali se le durmió un pie, pero siguió donde estaba. Poco a poco, empezó a comprender cuál era su verdadera naturaleza. Con una claridad nueva y potente, supo que prefería vivir con el peso de su enojo, con el peso de su dolor, que convertirse en una criatura vengativa.

El chacal finalmente salió de las fauces del cementerio con el móvil pegado a la oreja. Fumó otro cigarrillo, volvió a echar una ojeada alrededor y, a continuación, subió a su coche y se marchó.

Lali condujo sin rumbo fijo, con una sensación de vacío interior. Todavía estaba furiosa, no se sentía en paz, pero ahora sabía con exactitud quién era. Al final, acabó en un sórdido barrio de Lincoln Boulevard, en Santa Mónica, un barrio poblado de salas de masaje y sexshops. Aparcó delante de un taller de reparaciones que ya había cerrado, sacó del maletero la bolsa que contenía su cámara de vídeo y caminó por la acera. Nunca había estado sola por la noche en un barrio peligroso, pero no se le ocurrió asustarse.

No tardó mucho en encontrar lo que estaba buscando, una adolescente con el pelo decolorado y la mirada apagada. Se acercó a ella con cuidado.

—Me llamo Lali —dijo con dulzura—, y soy cineasta. ¿Puedo hablar contigo?





Cande apareció en la casa de la playa dos días más tarde. Lali llevaba toda la mañana sentada frente al ordenador, mirando sus grabaciones, y ni siquiera se había duchado. En cuanto Agus abrió la puerta, se desencadenó una pelea.

—¡Me has seguido! —oyó que exclamaba Agus—. ¿Ni siquiera soportas conducir hasta el colmado más cercano y me has seguido hasta Malibú?

—Déjame entrar.

—Ni hablar —replicó él—. Vuelve a tu casa.

—No iré a ninguna parte hasta que haya hablado con ella.

—Tendrás que pasar por encima de mí.

—¡Ja! ¡Como si pudieras detenerme!

Cande pasó junto a Agus como una exhalación y pronto encontró la habitación donde Lali había instalado su equipo. Iba vestida de negro justiciero de la cabeza a los pies.

—¿Sabes cuál es tu problema? —le dijo sin más—. Que los demás no te importan.

Lali apenas había dormido y estaba demasiado cansada para manejar aquello.

—Peter no ha dormido en casa las dos noches pasadas. —Cande siguió atacando—. Está fatal, y todo por tu culpa. No me extrañaría que volviera a tomar drogas. —Como Lali no respondía, la rabia de Cande dio paso a la incertidumbre—. Sé que estás enamorada de él, ¿verdad, Agus? ¿Por qué no regresas con él y ya está? Así todo volvería a estar bien.

—Cande, deja de darle la lata —dijo Agus poniéndose detrás de ella.

Lali nunca se habría imaginado que Agus se convertiría en su acérrimo guardián. Su pérdida de peso parecía haberle imbuido más confianza en sí mismo. Un martes, cuando el relato de Mel Duffy acerca de la llamada de Lali salió a la luz, Agus contraatacó y transmitió una vigorosa negativa pública sin siquiera consultárselo a ella. Lali le dijo que la historia de Mel era cierta y que no le importaba que la publicara, pero Agus se negó a escucharla.

Lali decidió que era más fácil atacar las debilidades de Cande que pensar en las suyas.

—¿Sabes qué pasa con la gente que siempre mete las narices en la vida de los demás? Pues que normalmente lo hacen porque no quieren enfrentarse a sus propias frustraciones.

Cande se puso a la defensiva.

—¡En mi vida todo está bien!

—Entonces, ¿por qué no estás ahora mismo en una escuela de cocina? Por lo que sé, ni siquiera has dado una hojeada a los libros de texto para sacarte el graduado escolar.

—Cande está demasiado ocupada para estudiar —dijo Agus—. Si no, pregúntaselo a ella.

—Creo que tienes miedo de que, si te alejas de la seguridad que te proporciona tu situación actual, acabarás de nuevo en las calles. —En cuanto las palabras salieron de su boca, se dio cuenta de que acababa de traicionar la confianza de Cande y sintió nauseas—. Lo siento, yo…

Cande frunció el ceño.

—¡Vamos, deja de poner esa cara! Agus ya lo sabe.

¿Ah, sí? Eso Lali no se lo esperaba.

—Si Cande no estudia —intervino Agus—, no tiene que preocuparse por si catea. Tiene miedo.

—Eso es una chorrada.

Lali se rindió.

—Estoy demasiado cansada para hablar de esto. Vete.

Naturalmente, Cande no se movió, sino que la miró con desaprobación.

—Tienes pinta de estar perdiendo peso otra vez.

—Ahora mismo, nada me sabe bien.

—Eso ya lo veremos.

Cande se dirigió a la cocina hecha una furia. Una vez allí, anduvo de un lado a otro con paso decidido, dando portazos con los armarios y abriendo y cerrando la nevera. Al poco rato, volvió con una ensalada y unos suculentos macarrones con queso. La comida casera era reconfortante, pero no tanto como tener a Cande ocupándose de ella.





Lali insistió mucho en que Cande tomara prestado uno de sus bañadores y fuera a la playa.

«A menos que tengas miedo del agua.» Lali se lo dijo con sorna, como retándola a ponerse el bañador. Sabía que Cande odiaba enseñar su cuerpo y decidió que aquello sería una especie de terapia. Sintiéndose desafiada, Cande se puso el bañador y después hurgó entre los trapos de Lali hasta que encontró un albornoz corto de toalla con el que taparse.

Agus estaba tumbado en una toalla de playa, leyendo una patética revista de videojuegos. Cuando lo conoció, él ni siquiera se acercaba al agua, pero ahora llevaba puesto un bañador blanco ribeteado de azul marino. Todavía necesitaba perder unos cuantos kilos, así que no estaba semibueno, pero había empezado a hacer ejercicios con pesas y se le notaba. También gastaba dinero en cortes de pelo decentes y en las lentes de contacto.

Cande se sentó al final de la toalla, de espaldas a Agus. El albornoz ni siquiera le llegaba a la mitad de los muslos y ella metió las piernas debajo de la tela de algodón lo mejor que pudo.

Agus dejó a un lado la revista.

—Hace calor. Vamos a bañarnos.

—No me apetece.

—¿Por qué no? Una vez me dijiste que antes nadabas mucho.

—Sí, pero ahora mismo no me apetece. Eso es todo.

Él se sentó a su lado.

—¡Eh, que no voy a abalanzarme sobre ti sólo porque vayas en traje de baño!

—Ya lo sé.

—Tienes que superar lo que pasó, Cande.

Ella jugueteó con la arena con un palo.

—Quizá no quiera superarlo. Quizá quiera asegurarme de que no lo olvido nunca para no volver a caer en lo mismo.

—Nunca volverás a caer en algo así.

—¿Cómo lo sabes?

—Por pura lógica. Supongamos que vuelves a romperte un brazo, o incluso una pierna. ¿De verdad crees que Peter te echaría? ¿O que Lali no se ocuparía de ti, o que yo no te dejaría quedarte en mi apartamento? Ahora tienes amigos, aunque, por tu forma de tratarlos, uno nunca lo diría.

—He conseguido que Lali coma, ¿no? Y no deberías haberle dicho lo de que tengo miedo de suspender.

—Tú eres inteligente, Cande. Lo sabe todo el mundo menos tú.

Ella cogió una concha rota y deslizó la yema del pulgar por el borde.

—Podría haber sido inteligente, pero me perdí la mayor parte de la escuela.

—¿Y qué? Para eso está el examen libre de graduado de secundaria. Y ya te dije que te ayudaría a estudiar.

—Yo no necesito ayuda.

Si Agus le ayudaba, se enteraría de lo poco que ella sabía y dejaría de respetarla.

Pero él pareció comprender lo que ella estaba pensando.

—Si tú no me hubieras ayudado, yo todavía estaría gordo. Las personas son buenas en distintas cosas. Yo siempre fui bueno estudiando y ahora me toca a mí hacerte un favor. Confía en mí. No te trataré ni la mitad de mal de lo que tú me has tratado a mí.

Ella lo había tratado mal. Y a Lali también. Cande estiró las piernas. Su piel era pálida como la de un vampiro y, además, vio que se había saltado un trocito de piel al depilarse.

—Lo siento.

No debió de parecer que lo decía de corazón, porque él no se rindió.

—Tienes que dejar de tratar tan mal a las personas. Crees que así pareces dura, pero sólo das lástima.

Cande se levantó de golpe.

—¡No vuelvas a decirme eso!

Agus levantó la vista hacia ella, que lo miró con furia, con los brazos colgando rígidos a los lados y los puños apretados.

—¡Deja de decir chorradas, Cande! —La voz de Agus sonó cansada, como si se estuviera hartando de ella—. Ya va siendo hora de que empieces a actuar como un ser humano decente. —Se levantó con calma—. Tú y yo somos muy buenos amigos, pero la mitad del tiempo me avergüenzo de ti. Como cuando he oído las gilipolleces que le has soltado antes a Lali. Cualquiera que tenga ojos puede ver lo mal que se siente. No tenías por qué hacerle sentirse peor.

—Peter se siente tan mal como ella.

—Eso no justifica tu forma de hablarle.

Parecía que Agus estuviera a punto de considerarla un caso perdido. Cande sintió deseos de llorar, pero antes se suicidaría, así que se quitó el albornoz y lo dejó sobre la arena. Se sintió desnuda, pero Agus sólo la miraba a la cara. Cuando vivía en las calles, los hombres apenas la miraban a la cara.

—¿Estás satisfecho? —le espetó.

—¿Lo estás tú? —replicó él.

Cande no estaba satisfecha con casi nada de ella misma, y estaba harta de sentir miedo. Salir de la casa de Peter la ponía nerviosa. Tenía miedo de obtener el título de graduado escolar. ¡Tenía miedo de tantas cosas!

—Si soy amable con los demás, se aprovecharán de mí —dijo.

—Si se aprovechan de ti —contestó Agus con suavidad—, deja de ser amable con ellos.

A Cande se le puso carne de gallina. ¿De verdad tenía que ser todo o nada? Pensó en todo lo que Agus le había dicho, en lo de que ahora tenía amigos que cuidarían de ella. Ella odiaba depender de los demás, pero eso quizá se debía a que nunca había podido hacerlo. Agus tenía razón. Ahora tenía amigos, pero ella seguía actuando como si estuviera sola en su lucha contra el mundo. No le gustaba que Agus pensara que trataba mal a los demás. Tratar mal a los demás no la salvaría de nada. Cande examinó sus pies.

—No me consideres un caso perdido, ¿de acuerdo?

—No puedo hacerlo —contestó él—, siento demasiada curiosidad por saber en qué te vas a convertir cuando madures.

Cande lo miró y vio que tenía una extraña expresión en la cara. No miraba su cuerpo, ni siquiera la miraba fijamente, pero ella fue consciente de él de una forma que le hizo sentir… picor, sed… o algo.

—¿Quieres ir a nadar o piensas quedarte aquí todo el día psicoanalizándome? —le preguntó.

—Voy a nadar.

—Ya me lo parecía a mí.

Cande corrió hacia el agua sintiéndose casi libre. Quizás aquella sensación no le durara mucho, pero, de momento, resultaba agradable.





Lali editaba película durante el día y merodeaba por las calles más pobres de Hollywood y West Hollywood durante la noche, con sólo su cámara y su famosa cara como protección. La mayoría de las muchachas a las que abordaba la reconocían y se mostraban muy dispuestas a hablar para la cámara.

Encontró un centro de asistencia sanitaria móvil que ayudaba a los chicos de las calles. Una vez más, ser famosa le resultó útil y los sanitarios le permitieron ir con ellos noche tras noche ofreciendo pruebas del sida y de enfermedades de transmisión sexual, asesoramiento ante las crisis, condones y educación sanitaria preventiva. Lo que Lali oyó y vio durante aquellas noches le afectó mucho. Se imaginaba a Cande entre aquellas muchachas y se preguntaba dónde estaría en aquellos momentos si Peter no hubiera intervenido para ayudarla.

Transcurrieron dos semanas y Peter no realizó ningún intento de ponerse en contacto con ella. Lali estaba agotada hasta el punto de sentirse aturdida, pero no podía dormir más que unas pocas horas antes de despertar sobresaltada, con el camisón empapado de sudor y las sábanas enrolladas en su cuerpo. Añoraba vivamente al hombre que creía que era Peter, el hombre que albergaba un corazón tierno detrás de su cínico exterior. Sólo su trabajo y saber que había hecho lo correcto al no vender su alma por una venganza, evitaban que cayera en la desesperación.

Como los paparazzi no solían merodear por los vecindarios que ella visitaba, no apareció ninguna fotografía de ella. Aunque le había ordenado a Agus que dejara de transmitir a la prensa del corazón historias sobre lo felices que ella y Peter eran en su matrimonio, él siguió haciéndolo. Pero eso a ella ya no le importaba. Ya se encargaría Peter de aquella cuestión.

Un viernes, tres semanas después de su ruptura con Peter, Agus le telefoneó y le dijo que entrara en la página Web de Variety. Lali le hizo caso y leyó el siguiente anuncio:

«El reparto de La casa del árbol, la adaptación cinematográfica de Peter Lanzani de la exitosa novela de Sarah Carter, ya se ha completado. En una decisión sorpresa de última hora, Anna Chalmers, una actriz del cine independiente prácticamente desconocida ha firmado para representar a Helene, el complejo papel femenino protagonista.»

Lali se quedó mirando fijamente la pantalla. Todo había acabado. Ahora Peter ya no necesitaba convencerla de su amor eterno, lo que explicaba por qué no había vuelto a intentar hablar con ella. Lali se puso a desgana las deportivas y se fue a dar un paseo por la playa. Estaba baja de defensas y se sentía agotada, de lo contrario no se habría dejado llevar por un escenario de fantasía en el que Peter se presentaba en la casa y caía de rodillas suplicándole su amor y su perdón.

Enfadada consigo misma, regresó a la casa.

Continuará...

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Ahora sí que Peter se enamoró aunque le cuesta eh

Amo que se copen con la novela y haya mas gente que firme y lea! Amo ♥

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

5 comentarios:

  1. Aiii estoy super henganchada! Una pregunta es un solo libro que adaptas o es triologia? Jaja

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  2. MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAs

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  3. Sube mas porfiss!me encanta!

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  4. Me gusta me gusta me gusta maaaaaaaass MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS MAS!!!!!!!!!!!!!

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