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sábado, 3 de agosto de 2013

Capítulos 40 y 41


A la mañana siguiente, mientras estaba frente al ordenador, el teléfono sonó. Lali salió de su estupor y miró con los ojos entornados el visor de su móvil. Se trataba de Agus, quien había ido a pasar el fin de semana a Kansas para celebrar el sesenta cumpleaños de su padre. Lali se aclaró la voz.

—¿Cómo va la reunión familiar?

—Bien, pero Cande está enferma. Acabo de hablar con ella y parecía estar realmente mal.

—¿Qué le pasa?

—No ha querido decírmelo, pero creo que estaba llorando. Le he dicho que busque a Peter, pero no sabe dónde está.

En Malibú intentando recuperarme no, pensó Lali.

—Estoy preocupado por ella —continuó Agus—. ¿Crees que…?

—Iré a verla.

Mientras conducía por la carretera, la fantasía volvió a representarse en su mente. Lali se vio a sí misma entrando en casa de Peter, que estaba llena de globos. Había docenas de globos flotando contra el techo, con cintas colgando. Y Peter estaba allí en medio, con una expresión dulce, tierna y ansiosa.

«¡Sorpresa!»

Lali apretó el acelerador y se obligó a volver a la realidad.





En la casa vacía y silenciosa de Peter no había ni un solo globo, y el hombre que la había traicionado no estaba por ningún lado. Como los paparazzi volvían a merodear por la entrada, Lali aparcó el coche en la casa de Emi y cruzó a la de Peter por la puerta del jardín. Dejó su bolso y llamó a Cande. No obtuvo respuesta.

Cruzó la cocina hasta el pasillo trasero y subió las escaleras que conducían al apartamento de Cande. No le sorprendió ver que éste estaba decorado con sencillez y escrupulosamente limpio.

—Cande, ¿estás bien?

Un gemido surgió de lo que parecía el único dormitorio. La chica estaba tumbada encima de una arrugada colcha gris, con las rodillas pegadas al pecho y la tez pálida. Al ver a Lali, soltó un gruñido.

—Agus me ha llamado.

Lali se acercó a la cama.

—¿Qué te pasa?

Cande apretó con más fuerza las rodillas contra su pecho.

—No me puedo creer que te haya llamado.

—Está preocupado. Me ha dicho que estás enferma y es evidente que tiene razón.

—Tengo calambres.

—¿Calambres?

—Sí, calambres. Eso es todo. A veces me pasa. Ahora vete.

—¿Has tomado algo?

—Se me han acabado las pastillas. —Su voz era apenas un gemido—. Déjame sola. —Hundió la cara en la almohada y dijo con voz más suave—: Por favor.

«¿Por favor?» Debía de estar realmente enferma. Lali fue a buscar una caja de Tylenol a la cocina, preparó una taza de té y regresó al apartamento de Cande. Camino del dormitorio vio un libro de texto de secundaria abierto encima de una mesilla auxiliar y un par de libretas y lápices. Sonrió por primera vez en una semana.

—No puedo creer que Agus te telefoneara —volvió a decir Cande después de tomarse la pastilla—. ¿Has venido desde Malibú para darme un Tylenol?

—Agus estaba muy alterado. —Lali dejó el frasco del medicamento en la mesilla de noche—. Además, tú habrías hecho lo mismo por mí.

Cande pareció animarse.

—¿Agus estaba alterado?

Lali asintió con la cabeza y le alargó el té caliente y azucarado.

—Ahora te dejaré sola.

Cande se incorporó lo suficiente para coger la taza.

—Gracias —murmuró—. Lo digo en serio.

—Lo sé —contestó Lali mientras salía de la habitación.

Cogió un par de cosas suyas que había en la casa procurando no echar ni siquiera una ojeada al dormitorio. Mientras bajaba las escaleras, un haz de luz dorada entró por las ventanas. Aquella casa le encantaba. Sus rincones, sus salas… Le encantaban las macetas con los limoneros y las telas tibetanas, la repisa de piedra azteca de la chimenea y los cálidos suelos de madera. Le encantaba el comedor, con las paredes forradas de librerías, y los móviles de latón que tintineaban con el viento. ¿Cómo podía el hombre que había decorado aquella casa tan acogedora tener un corazón tan hostil y vacío?

Y entonces fue cuando él entró.



La expresión de sorpresa de Peter demostraba con claridad que Lali era la última persona del mundo que esperaba o quería ver. Ella estaba pálida y ojerosa por tantas noches sin dormir, pero él parecía preparado para posar en una sesión fotográfica de la revista de moda masculina GQ. Se había cortado el pelo casi tan corto como en los días de Thiago y Marianella, y ella habría jurado que se había hecho la manicura.

Lali no soportaba la idea de que él creyera que había ido a verlo a él.

—Cande está enferma —se justificó con sequedad—. He venido a ver cómo estaba, pero ya me voy.

Enderezó los hombros y cruzó la habitación hacia el porche, pero, antes de que abriera la cristalera, Peter estaba a su lado.

—No des ni un paso más.

—No me montes ninguna escena, Peter. No estoy de humor para soportarlo.

—Somos actores, nos encantan las escenas. —La cogió por los hombros y le hizo volverse hacia él—. No he pasado por todo esto para que ahora me dejes plantado.

La rabia que Lali creía bajo control volvió a explotar.

—¿Pasado por todo el qué? ¿Qué es todo eso por lo que tú has pasado? ¡Mírate! No tienes ni una arruga. ¡Lo que estás pasando es la mejor época de tu vida!

—¿Es así como me ves?

—Estás produciendo y protagonizando una película genial. Todos tus sueños se han convertido en realidad.

—No exactamente. La cagué contigo, ¿recuerdas?, con la persona más importante de mi vida. —La retuvo contra las vidrieras—. Y estoy intentando arreglarlo.

Lali soltó un soplido desdeñoso.

—¿Ah, sí, y cómo?

Él la miró. Sus ansiosos ojos reflejaron una versión del Actors Studio de un alma torturada.

—Te quiero, Lali.

Los ojos de ella chispearon.

—¿Ah, sí, y por qué?

—Porque sí. Porque tú eres tú.

—Tu voz suena sincera… Incluso pareces sincero. —Adoptó un aire despectivo y apartó el brazo de Peter de un empujón—. Pero no me lo trago.

Alguien menos cínico que ella podía haber pensado que lo que tensó los labios de Peter fue un dolor sincero.

—Lo que ocurrió el otro día en la playa… —dijo él—. Sé que fue muy desagradable, pero después recibí la sacudida que necesitaba para despertarme.

—¡Vaya, fantástico!

—Sabía que no me creerías y no te culpo por ello. —Peter introdujo las manos en los bolsillos—. Sólo escúchame, Lali. Ya hemos elegido a la actriz que interpretará a Helene. El trato está cerrado. ¿Qué otro motivo podría tener?

Nada de sufrir en silencio como había hecho cuando Pablo la dejó. Lali lo soltó todo.

—Empecemos por tu carrera. Hace tres meses y medio era yo quien estaba dispuesta a sacrificarlo todo para proteger mi imagen, pero ahora eres tú. Tu desagradable pasado estaba bloqueando tu futuro y me utilizaste para remediarlo.

—Eso no…

—Para ti, La casa del árbol no es un proyecto único en tu vida, sino el primer paso de una estrategia cuidadosamente planificada para establecerte como actor y productor respetable.

—No hay nada de malo en tener ambiciones.

—Lo hay cuando sigues queriendo utilizarme para promover tu imagen como don Digno de Confianza.

—¡Esto es Hollywood, Lali! La tierra prometida de los divorciados. ¿A quién demonios, aparte de Emi Keene, le importa si seguimos casados o no?

—A Emi Keene, exacto.

—¡No creerás en serio que quiero que nuestro matrimonio dure sólo para que Emi tenga una buena opinión de mí!

—¿No es eso lo que has estado haciendo hasta ahora?

—Sí, vale. Pero ya no. Me encanta la idea de que mi carrera dependa de la calidad de mi trabajo y no de con quién estoy casado.

El corazón de Lali se había endurecido y no creyó ni una palabra.

—Dirías lo que fuera para evitar la crítica pública, pero ya estoy harta de fingir para que personas que no conozco crean que soy alguien que no soy. Le voy a decir a Agus que deje de enviar comunicados de prensa. Y esta vez me aseguraré de que me haga caso.

—¡Y un cuerno!

La transformación empezó en sus ojos, donde la frialdad calculadora se convirtió en pertinaz determinación. Y, entonces, Peter se volvió un poco majara. Le dio un fuerte beso y, medio a empujones, la condujo hacia el pasillo trasero de la casa.

—Vas a venir conmigo.

Lali dio un traspié, pero él la tenía fuertemente sujeta y no dejó que se cayera.

—¡Suéltame!

—Te voy a llevar a dar una vuelta.

—¡Qué raro!

—Cállate. —Peter la empujó hacia el garaje. No se mostró rudo, pero tampoco amable—. Ya va siendo hora de que comprendas hasta qué punto valoro mi respetable reputación.

Peter parecía de nuevo el hombre salvaje que fuera en el pasado.

—No iré a ninguna parte contigo.

—Ya lo veremos. Yo soy más fuerte que tú, más malo que tú, y estoy mucho más desesperado que tú.

La rabia de Lali creció en su interior.

—Si estás tan desesperado, ¿por qué no intentaste hablar conmigo cuando contratasteis a la actriz que iba a interpretar a Helene? ¿Por qué no…?

—¡Porque primero tenía que hacer una cosa!

Peter la empujó al interior del coche y, lo siguiente que supo Lali es que salieron del garaje, cruzaron la puerta del jardín y tomaron la calle con dos todoterrenos negros siguiéndolos a toda velocidad.

Peter puso el aire acondicionado al máximo. Hacía demasiado frío para las piernas desnudas de Lali y su fina camiseta, pero ella no le pidió que bajara la potencia y permaneció en silencio. Peter condujo como un maníaco, pero ella estaba demasiado enfadada para que eso le importara. Él quería volver a destrozarle el corazón.

Tomaron Robertson Boulevard, que estaba atestado de los compradores de los sábados por la tarde. Cuando Peter apretó a fondo el freno y paró frente al aparcacoches del Ivy, la segunda residencia de los paparazzi, Lali se vio impulsada hacia delante por la inercia.

—¿Por qué paras aquí?

—Para que podamos hacer una aparición pública promocional.

—Estás de broma.

Un paparazzi los vio e intentó fotografiarlos a través del parabrisas. Lali había salido de la casa de la playa sin nada de maquillaje, llevaba el pelo hecho un asco y el tono de azul de su camiseta no pegaba nada con sus arrugados pantalones cortos turquesa. Además, se había puesto unas deportivas en lugar de sandalias.

—No pienso salir así vestida.

—Eres tú a quien no le importa la imagen, ¿recuerdas?

—¡Hay una gran diferencia entre que a uno no le importe la imagen y entrar en un restaurante decente con unos pantalones sucios y unas zapatillas mugrientas!

Tres fotógrafos más se apretaron contra el coche mientras otros corrían serpenteando entre el tráfico para llegar hasta ellos desde el otro lado de la calle.

—No vamos a comer en el restaurante —anunció Peter—. Y yo creo que estás guapísima.

Salió del coche, le entregó unos billetes al aparcacoches y avanzó entre los vociferantes fotógrafos para abrirle la puerta a Lali.

Una camiseta que no pegaba con sus arrugados pantalones, despeinada, sin maquillaje… y con un marido que era posible que la quisiera, pero no probable. Con un sentido de irrealidad, ella bajó del coche.

El caos explotó. Hacía semanas que no se los veía juntos y todos los paparazzi se pusieron a gritar al unísono.

—¡Peter! ¡Lali! ¡Aquí!

—¿Dónde habéis estado?

—Lali, ¿Mel Duffy miente acerca de vuestro encuentro?

—¿Estás embarazada?

—¿Seguís juntos?

—¿Qué le pasa a tu ropa, Lali?

Peter la rodeó con un brazo y se abrió paso a codazos hasta los escalones de ladrillo de la entrada.

—Dejadnos sitio, chicos. Tendréis vuestras fotografías, sólo dejadnos algo de espacio.

Los transeúntes estaban boquiabiertos, los comensales de la terraza estiraban el cuello para verlos y tres diseñadoras de bolsos perfectamente ataviadas interrumpieron su conversación para contemplarlos. Lali consideró brevemente la posibilidad de pedirles prestado un brillo de labios, pero había algo inusual y liberador en el hecho de estar frente al mundo con su peor aspecto.

Peter acercó la boca a su oído.

—¿Quién necesita convocar una conferencia de prensa teniendo el Ivy?

—Peter, yo…

—¡Escuchadme todos!

Peter levantó el brazo.

Lali se sentía aturdida, pero de algún modo consiguió curvar los labios y esbozar una sonrisa Marianella. Entonces decidió que ya era suficiente. Basta de fingir. Estaba enfadada, nerviosa y asqueada, y no le importaba quién lo supiera. Así que dejó que todo lo que sentía se reflejara en su cara.

Una multitud bloqueó la acera. Mientras las cámaras fotográficas disparaban y las de vídeo grababan, Peter habló por encima del ruido.

—Todos sabéis que Lali y yo nos casamos en Las Vegas hace tres meses. Lo que no sabéis…

Ella no tenía ni idea de qué pretendía Peter, y no le importaba. Fueran cuales fuesen las mentiras que contara, eran cosa suya.

—… es que fuimos víctimas de un par de combinados en los que habían echado drogas y que, básicamente, nos odiábamos a matar. Desde entonces hemos estado fingiendo nuestro matrimonio.

Lali tuvo la sensación de que la cabeza le estallaba. Durante un segundo creyó que lo había entendido mal. ¿Lo que Peter pretendía era explicarlo todo desde las escaleras del Ivy?

Resultó que sí. Lo contó todo, una versión comprimida, pero los hechos estaban allí, hasta la desagradable escena de la playa. Lali estudió la determinación que reflejaba su mandíbula y se acordó de los letreros de los extraordinarios héroes de las películas que colgaban de la pared de su despacho.

Los paparazzi estaban más acostumbrados a las mentiras que a la verdad, así que no se creyeron nada de lo que Peter les contó.

—Nos estás tomando el pelo, ¿verdad?

—Nada de tomaduras de pelo —contestó él—. A Lali le ha dado por vivir una vida honesta. Demasiada Oprah.

—Lali, ¿has obligado a Peter a contar todo esto?

—¿Os habéis separado?

Atacaron como los chacales que eran y Peter los hizo callar a gritos.

—De ahora en adelante, lo que os contemos será la verdad, pero podéis estar seguros de que no os contaremos nada que no queramos contaros. Aunque tengamos que promocionar una película y necesitemos publicidad. En cuanto al futuro de nuestro matrimonio… Lali está decidida a darme la patada, pero yo la amo y estoy haciendo todo lo que está en mi mano para que cambie de opinión. Esto es todo lo que os vamos a contar de momento. ¿Entendido?

Los paparazzi se trastocaron, se empujaron y se dieron codazos como locos. De algún modo, Peter consiguió abrir una brecha entre la multitud para poder pasar. Peter la sostenía con tanta fuerza que los pies de Lali se levantaron del suelo y perdió una zapatilla. Los aparcacoches del restaurante consiguieron abrir la puerta del de Peter y Lali subió.

Peter puso en marcha el motor y estuvo a punto de llevarse por delante a dos fotógrafos que se habían echado sobre el capó.

—No quiero oír ni una palabra más acerca de motivos ocultos. —Su expresión ceñuda y su voz entrecortada no dejaban lugar a discusiones—. De hecho, ahora mismo no quiero hablar de nada.

A ella ya le pareció bien, porque no se le ocurría nada que decir.

Un convoy de todoterrenos los siguió de regreso a la casa. Peter cruzó la valla, condujo hasta la casa y frenó a fondo antes de apagar el motor. Su pesada respiración llenó el repentinamente silencioso interior del coche. Abrió la guantera y sacó un DVD.

—Ésta es la razón de que no pudiera ir a verte antes. No estaba acabado. Tenía pensado llevártelo esta noche. —Dejó el DVD en el regazo de Lali—. Míralo antes de tomar más decisiones importantes sobre nuestro futuro.

—No lo entiendo. ¿Qué es esto?

—Supongo que podrías decir que se trata de… mi carta de amor por ti. —Y salió del coche.

—¿Tu carta de amor?

Pero él ya había desaparecido por el lateral de la casa.

Lali contempló el DVD y se fijó en el titular escrito a mano.

Continuará...


Capítulo 41
 


 
 

THIAGO Y MARIANELLA

«Bajo tierra»



Thiago y Marianella había acabado en el episodio 108, y la etiqueta del DVD indicaba que se trataba del episodio 109. Lali apretó el DVD contra su pecho, se quitó la zapatilla que conservaba y corrió descalza al interior de la casa. No tenía suficiente paciencia para manejar el complicado equipo de la sala de proyecciones, así que subió la carta de amor videográfica al piso de arriba y la introdujo en el reproductor del dormitorio de Peter. Se sentó en mitad de la cama, rodeó sus rodillas con un brazo y, con el pulso acelerado, presionó el play.

Fundido de dos pares de pies pequeños caminando por una extensión de césped de vivo verde. Uno de los pares está formado por zapatos negros de charol y calcetines blancos con volantes. El otro, por lustrosos zapatos de cordones para niño que rozan con los bajos de unos pantalones de vestir negros. Los dos pares de zapatos se detienen y se vuelven hacia alguien que camina detrás de ellos. La niña pequeña gimotea.

—¿Papi?

Lali se abrazó.

El niño dice con voz potente:

—Dijiste que no llorarías.

La niña suelta otro gemido.

—No estoy llorando, pero quiero ir con papá.

Un tercer par de zapatos entra en escena. Unos zapatos negros de hombre.

—Estoy aquí, cariño. Tenía que ayudar a la abuela.

Lali se estremeció mientras la cámara subía por unos pantalones negros de vestir hasta la mano de largos y cuidados dedos del hombre, que llevaba una alianza de platino.

La mano de la niña se desliza en la mano del hombre.

Aparece un primer plano de la cara de la niña. Tiene siete u ocho años. Es rubia, de cara angelical, y lleva un vestido de terciopelo negro y un fino collar de perlas.

La cámara se aleja. El niño, más o menos de la misma edad que la niña, coge la otra mano del hombre con expresión solemne.

Una toma más amplia muestra, de espaldas, al alto y esbelto hombre y a los dos niños avanzando por el cuidado césped. Aparece un árbol, una extensión de césped mayor y más árboles. Una especie de piedras. La toma se amplía más.

No son piedras.

Lali se llevó los dedos a los labios.

¿Un cementerio?

De repente, la cara del hombre ocupa toda la pantalla. Se trata de Thiago Bedoya Agüero. Más mayor, más distinguido y perfectamente arreglado, como solían ir todos los Bedoya Agüero. Lleva el pelo corto y rizado, un traje negro entallado y una elegante corbata burdeos oscuro anudada sobre una camisa blanca. Unas profundas arrugas de dolor surcan sus bonitas facciones.

Lali sacudió la cabeza con incredulidad. No podía ser…

—No quiero, papá —dice la niña.

—Lo sé, cariño.

Thiago la coge con un brazo y, al mismo tiempo, rodea los delgados hombros del niño con el otro brazo.

Lali sintió deseos de gritar. «¡Es una comedia! ¡Se supone que tiene que ser divertida!»

Ahora los tres están junto a una tumba abierta, con los asistentes al funeral vestidos de luto al fondo. El niño hunde la cara en el costado del padre y dice con voz apagada:

—Echo mucho en falta a mamá.

—Yo también, hijo mío. Ella nunca comprendió cuánto la quería.

—Deberías habérselo dicho.

—Lo intenté, pero ella no me creyó.

El pastor empieza a hablar fuera de pantalla.

A Lali, aquella voz resonante le resultó familiar. Lali entrecerró los ojos.

Corte hasta el final de la ceremonia. Primer plano del ataúd en el suelo. Un puñado de tierra seguido de tres hortensias azules cae sobre la lustrosa tapa.

Toma de Thiago y sus llorosos hijos solos y de pie junto a la tumba. Thiago se arrodilla y los abraza. Tiene los ojos cerrados y aprieta los párpados a causa del dolor.

—Gracias a Dios… —murmura—. Gracias a Dios que os tengo a vosotros.

El niño se separa de él con expresión petulante, casi vengativa.

—¡Lástima que no nos tengas!

La niña pone los brazos en jarras.

—Somos imaginarios, ¿recuerdas?

El niño dice con desdén:

—Somos los hijos que podrías haber tenido si no te hubieras portado como un gilipollas.

De repente, los niños desaparecen y el hombre se queda solo junto a la tumba. Angustiado. Torturado. Coge una hortensia de uno de los adornos florales y se la lleva a los labios.

—Te quiero. Con todo mi corazón. Eternamente, Lali.

Fundido en negro.

Lali permaneció unos instantes sentada, atónita. Después saltó de la cama y salió indignada al pasillo. «¡Será…!» Corrió escaleras abajo, cruzó el porche y se dirigió a la casa de invitados. A través de las vidrieras, vio que Peter estaba sentado frente a su escritorio, con la mirada perdida. Entró con paso decidido y Peter se levantó de un brinco.

—¡Conque una carta de amor, ¿eh?! —gritó Lali.

Él asintió con rotundidad y con la tez pálida.

Ella puso las manos en jarras.

—¡Me has matado!

Peter tragó saliva con dificultad.

—Tú… Bueno… no esperarías que me matara a mí, ¿no?

—¡Y mi propio padre! ¡Me enterró mi propio padre!

—Es un buen actor. Y un suegro sorprendentemente decente.

Lali rechinó los dientes.

—He vislumbrado un par de caras conocidas entre la multitud. ¿Cande y Gime?

—Las dos parecieron… —Peter volvió a tragar saliva— disfrutar de la ceremonia.

Ella levantó los brazos.

—¡No me puedo creer que mataras a Marianella!

—No tenía mucho tiempo para elaborar el guión. Fue lo mejor que se me ocurrió, sobre todo porque tenía que grabar sin que tú salieras.

—¡Sólo faltaría!

—Podría haberlo acabado ayer, pero tu angelical y falsa hija resultó ser una diva. Ha sido una auténtica tortura trabajar con ella, lo que no pinta nada bien para La casa del árbol, porque ella interpreta a la niña.

—De todas maneras, es una actriz estupenda —comentó Lali cruzando los brazos—. Hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.

—Si alguna vez tenemos una hija que actúe como ella…

—Será culpa de su padre.

Peter se quedó helado, pero ella no estaba dispuesta a perdonarlo tan fácilmente, aunque pequeños globos de felicidad empezaron a elevarse en su interior.

—Sinceramente, Peter, es la película más horrible, estúpida y sensiblera que…

—Sabía que te gustaría. —Él parecía no saber qué hacer con las manos—. Así que te ha gustado, ¿eh? Es la única forma que se me ocurrió para demostrarte que entendía perfectamente el daño que te hice aquel día en la playa. Lo has comprendido, ¿no?

—Por extraño que parezca, sí.

Peter hizo una mueca.

—Tendrás que ayudarme, Lali. Nunca antes había querido a nadie.

—Ni siquiera a ti mismo —comentó ella en voz baja.

—No había mucho que querer. Hasta que tú empezaste a quererme. —Introdujo una mano en un bolsillo—. No quiero volver a hacerte daño. Nunca. Pero ya te lo he hecho. He sacrificado lo que tú más querías. —Torció la boca—. La posibilidad de interpretar a Helene se ha desvanecido para siempre, Lali. Ya hemos firmado el contrato. Ese papel lo significaba todo para ti, lo sé, y yo la he fastidiado, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Si no contrataba a otra actriz, no podía demostrarte que te necesito por ti misma.

—Lo comprendo.

Lali pensó en todo el dolor que las personas se causaban a sí mismas y las unas a las otras en nombre del amor, y supo que había llegado la hora de contarle a Peter lo que ella misma había averiguado hacía poco.

—Y me alegro.

—No lo entiendes. Esto no puedo rectificarlo, amor mío, y no sé cómo podría compensarte por ello.

—No tienes que compensarme por nada. —Entonces, Lali lo dijo en voz alta por primera vez—: Soy una cineasta, Peter. Una directora de documentales. Eso es lo que quiero hacer con mi vida.

—¿De qué estás hablando? ¡Pero si a ti te encanta actuar!

—Me encantó interpretar Annie. Y también a Marianella. Entonces necesitaba los elogios y los aplausos. Pero ya no. He madurado y quiero contar las historias de otras personas.

—Eso está bien, pero… ¿qué me dices de tu prueba, de tu maravillosa interpretación de Helene?

—No la hice de corazón. Era todo técnica. —Lali eligió con cuidado sus palabras, encajando las piezas conforme hablaba, intentando explicarlo con claridad—. Prepararme para aquella audición tendría que haber sido lo más emocionante que hubiera hecho nunca en cuanto a trabajo, pero me pareció terriblemente aburrido. El personaje de Helene no me gustaba, y odiaba el oscuro lugar al que ella me transportaba. Lo único que deseaba de verdad era huir con mi cámara.

Peter arqueó una ceja empezando a parecerse más a sí mismo.

—Y, exactamente, ¿cuándo te diste cuenta de eso?

—Supongo que entonces ya lo sabía, pero creí que me sentía de aquella manera como reacción a lo mal que andaban las cosas entre nosotros. Ensayaba a ratos y, cuando no lo aguantaba más, cogía la cámara y perseguía a Cande o entrevistaba a alguna camarera. Después de tanto hablar sobre reconducir mi carrera, no me di cuenta de que ya lo había hecho. —Lali sonrió—. Espera a ver las historias que he rodado sobre la vida de Cande, las chicas de la calle, las valerosas madres solteras… Todo no encaja en una misma película, pero decidir dónde va cada historia me enseñará mucho.

Peter finalmente salió de detrás de su escritorio.

—No me estarás contando esto sólo para que no me sienta culpable, ¿verdad?

—¿Bromeas? Me encanta que te sientas culpable. Así me resulta más fácil tenerte dominado.

—Eso ya lo has conseguido —dijo él con voz ronca—. Más de lo que imaginas.

Estaba embelesado contemplando la cara de Lali. Ella nunca se había sentido tan valorada. Se miraron directamente a los ojos. Al alma. Y ninguno de los dos hizo ninguna broma.

Peter la besó como si fuera una virgen. El encuentro de labios y corazones más tierno del mundo. Fue embarazosamente romántico, pero no tanto como sus húmedas mejillas. Se abrazaron íntimamente, con los ojos cerrados y los corazones palpitantes, desnudos como no lo habían estado nunca. Cada uno conocía los fallos del otro como los suyos propios, y sus virtudes todavía más, lo que hizo que aquel momento fuera todavía más dulce e intenso.

Hablaron durante largo rato. Lali no ocultó nada y le contó que había telefoneado a Mel Duffy y lo que había estado a punto de hacer.

—Si lo hubieras hecho, no te habría culpado —dijo Peter—. Pero recuérdame que no te permita nunca tener una pistola.

—Quiero volver a casarme —susurró ella—. Casarme de verdad.

Peter la besó en la sien.

—¿En serio?

—Quiero una ceremonia privada. Íntima y bonita.

—De acuerdo.

Peter deslizó la mano hasta el pecho de Lali y el deseo que había latido entre ellos explotó. Ella necesitó hacer acopio de todas sus fuerzas para separarse de él.

—No sabes cuánto me cuesta decirte esto —cogió la mano de Peter y le besó los dedos—, pero quiero una noche de bodas.

Él soltó un gruñido.

—Por favor, no me digas que eso significa lo que creo que significa.

—¿Tanto te importa?

Peter lo consideró.

—Pues sí.

—Pero accederás de todos modos, ¿no?

Él le cogió la cara entre las manos.

—No me vas a dejar elegir, ¿no?

—Sí. Estamos en esto juntos.

Peter sonrió y le apoyó una mano en las nalgas.

—Poppy tiene exactamente veinticuatro horas para preparar la boda de tus sueños. Yo me encargaré de la luna de miel.

—¿Veinticuatro horas? No podemos…

—Poppy sí que puede.

Y Poppy pudo, aunque tardó cuarenta y ocho horas. Después, le impidieron asistir a la ceremonia, lo que no le gustó nada.

Se casaron al atardecer, en una zona solitaria de una caleta arenosa. Sólo les acompañaron cinco personas: Cande, Agus, Nico, Gime y Meg, quien fue sola porque no le permitieron llevar a un acompañante. Sasha y April no podían llegar a tiempo y Peter se negó a esperarlas. Lali quería invitar a Emi, pero Peter le dijo que lo ponía muy nervioso. Entonces Lali explotó de risa, lo que, a su vez, hizo que Peter la besara hasta robarle el aliento.

Le pidieron a Nico que celebrara la ceremonia. Lali le dijo que era lo mínimo que podía hacer después de haberla enterrado. Él alegó que no estaba ordenado, pero no le hicieron caso; ya habían cumplido con las formalidades meses atrás. La ceremonia que ellos querían era una boda del corazón.

Aquella tarde, una puesta de sol multicolor enmarcaba la playa. Unos sencillos cubos galvanizados rebosaban de ramos de pies de golondrina, lirios y guisantes de olor atados con cintas que flotaban en la cálida brisa. Aunque Lali le había prohibido a Poppy que preparara un enramado nupcial o pintara corazoncitos en la arena, se olvidó de mencionarle lo de construir castillos de arena, así que una réplica de la mansión Bedoya Agüero de un metro y medio de alto y adornada con flores y conchas marinas se erigía junto a los novios.

Lali llevaba un sencillo vestido amarillo de algodón y su pelo negro estaba salpicado de flores. Peter iba descalzo. Los votos que habían redactado hablaban de lo que sabían, de lo que habían aprendido y de lo que se prometían. Cuando la ceremonia terminó, se sentaron alrededor de una hoguera para darse un festín de cangrejo rematado con las magdalenas de chocolate rellenas de crema de Cande. Nico y Gime no podían apartar los ojos el uno del otro. Mientras el fuego crujía, Gime dejó solo a Nico unos instantes y se acercó a Lali.

—¿Te importa lo que hay entre tu padre y yo? Sé que va muy deprisa. Sé que…

—Vuestra relación no podría hacerme más feliz.

Lali la abrazó, mientras Cande y Agus se alejaban juntos por la playa.





Peter contempló la bonita cara de su mujer brillando al resplandor de la hoguera y se dio cuenta de que el pánico que había sido su silencioso compañero desde que tenía memoria, había desaparecido. Si una mujer tan sensata como Lali podía aceptarlo con sus fallos, entonces ya era hora de que él también se aceptara a sí mismo.

Aquella criatura maravillosa, cariñosa, exquisita e inteligente era suya. Quizá debería tener miedo de fallarle, pero no lo tenía. En todas las cosas importantes de la vida él siempre estaría allí para ella.

Mientras oscurecía, Lali vio que un bote neumático se acercaba a la orilla desde un yate anclado mar adentro.

—¿Qué es eso?

—Mi sorpresa —le susurró Peter junto al pelo—. Quería que pasáramos la noche de bodas en un yate. Para compensarte por la primera vez.

Ella sonrió.

—Eso fue hace mucho tiempo.

Sus invitados los despidieron con una lluvia de arroz integral de cultivo biológico aportado por Meg. Mientras se dirigían al yate, Peter estrechó amorosamente a su esposa. Quería que la noche de bodas fuera perfecta. Pablo la había sorprendido con un carruaje y seis caballos blancos y Peter no quería ser menos.

Cuando estuvieron a bordo, Peter la condujo por la silenciosa embarcación hasta el camarote principal.

—Bienvenida a tu luna de miel, amor mío.

—¡Oh, Peter…!

Todo estaba como él lo había organizado. Unas velas blancas situadas dentro de unos farolillos iluminaban las cálidas paredes de madera y las lujosas alfombras.

—¡Es precioso! —exclamó Lali con tanto énfasis que convenció a Peter de que no se acordaba ni del carruaje ni de los caballos—. Me encanta. Te quiero. —Miró más allá de Peter, hacia la cama, y se echó a reír—. ¿Lo que veo son pétalos de rosa esparcidos por las sábanas?

Él sonrió junto a la mejilla de su esposa.

—¿Te parece excesivo?

—Sin duda. —Lo rodeó con los brazos—. ¡Y me encanta!

Peter la desnudó poco a poco, besando todas las partes que descubría: la curva de su hombro, la ondulación de sus pechos… Entonces se arrodilló y la besó en la barriga, los muslos… sabiendo que era el hombre más afortunado de la Tierra. Ella lo desnudó a él con la misma lentitud y, cuando Peter ya no pudo soportarlo más, la condujo a la cama y a las sábanas de pétalos de rosa, lo que, en su momento, le pareció una buena idea, pero…

Peter se quitó un pétalo de la boca.

—¡Esta porquería está en todas partes!

—Lo mismo digo. Incluso aquí. —Lali separó las piernas—. ¿Quieres hacer algo al respecto?

En fin, quizá, después de todo, lo de los pétalos de rosa no era tan mala idea.

El yate se balanceó debajo de ellos. Lali y Peter hicieron el amor una y otra vez, arropados en su mundo privado y sensual, prometiendo con sus cuerpos todo lo que se habían prometido con palabras.

A la mañana siguiente, Peter fue el primero en despertarse y se quedó tumbado, con su mujer entre los brazos, respirando su aroma, dando gracias… y pensando en Thiago Bedoya Agüero.

«Tendrás que ayudarme, tío. Yo no tengo tanta práctica en ser sensible como tú.»

«Podrías empezar dejando de lado tu sarcasmo», respondió Thiago.

«Lali no me reconocería.»

«Al menos, utilízalo sólo en momentos puntuales.»

Esto sí que podía hacerlo. Lali se acurrucó más contra él, que curvó la mano sobre su cadera.

«Por fin te llevo una, Thiago. Ahí estás tú, estancado para siempre con la pequeña Marianella Rinaldi. Y aquí estoy yo… —Besó el suave pelo de su mujer—. Aquí estoy yo con Lali Esposito.»

Ella por fin despertó, pero no permitió que Peter la besara hasta que se lavó los dientes. Cuando salió desnuda del lavabo, él se fijó en que un olvidado pétalo de rosa colgaba de su pezón y alargó la mano.

—Ven aquí, esposa mía —dijo con ternura—. Voy a dejarte embarazada.

Ella le sorprendió dándole largas.

—Más tarde.

Él se incorporó en la cama y la observó con recelo mientras sacaba la cámara de vídeo de una de las maletas que les habían llevado al yate.

—Cande ya me advirtió contra eso —dijo Peter.

Lali sonrió y se sentó a los pies de la cama, de cara a su marido. La luz del sol se colaba por los ojos de buey reflejándose en el pelo oscuro de Lali. Peter se reclinó en las almohadas y vio que ella levantaba la cámara.

—Empieza por el principio —indicó Lali—. Descríbeme todo lo que amas de tu mujer.

Peter comprendió que ella se estaba burlando, pero no pensaba seguirle el juego, así que le cogió el pie con la mano e hizo exactamente lo que ella le había pedido.

FIN...

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Mañana les subo el epílogo pero quiero saber TODO lo que opinan sobre estos dos últimos capítulos, asique A FIRMAR cada lector de la novela que la haya leído eh!!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

4 comentarios:

  1. Wow, lo más!
    Me dio pena Poppy jajaja no le dejaron ir a la boda jajaja
    Y Peter sacándose un pétalo de la boca jajajaja
    Me encantó la novela, gracias por subirla
    No puedo esperar el epílogo!

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  2. Con una sola palabra???Wooooooooooooooow!!!Peter ha sido lo maas..jugandose tood,ooo por Lali...y no hablar de la noche en el yate..u.u capitulooo uniiicoooo!!!!@pl_mialma

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  3. me encanto sos lo mas escribiendo te felicito..muy atrapante tu historia..

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  4. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaai me encanto, mori, mori, moriiiiiiiii
    La noche del yate ha sido lo mas de lo mas!!
    Los amé a los dos, en serio, menos mal que Lali al final creyó a Peter
    Aunque también el capitulo 108 era un poco gore jajaajjajaa
    Quiero leer el epilogo en el cual esten rodeados de ochocientos hijos jajajaa
    Besooos!

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