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jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulos 36 y 37

 
 
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Peter llegó tarde a la audición de Lali, y el frío saludo con la cabeza que le dirigió Hank Peters le indicó que no se sentía satisfecho. Peter sabía que todos esperaban que volviera a sus antiguas e irresponsables costumbres, pero lo había retrasado, justificadamente, una llamada de uno de los socios de Endeavor. Sin embargo, no explicó lo que le había ocurrido, pues había soltado demasiadas excusas falsas en el pasado, sino que simplemente expresó una breve disculpa.

—Siento haberos hecho esperar.

Aunque nadie se lo había dicho a la cara, todos pensaban que la audición de Lali constituiría una pérdida de tiempo, pero él se lo debía a ella, aunque odiaba formar parte de algo que, al final, la dejaría hecha polvo.

—Pongámonos manos a la obra —dijo Hank.

Las paredes de la sala de audiciones estaban pintadas de un verde asqueroso, el suelo estaba cubierto con una moqueta marrón con manchas y el mobiliario estaba formado por unas cuantas sillas metálicas destartaladas y un par de mesas plegables. La sala estaba en el último piso de un viejo edificio situado en la parte trasera del terreno de los estudios Vortex, donde se alojaba la productora Siracca, la subsidiaria cinematográfica independiente de Vortex. Peter se sentó en la silla vacía que había entre Hank y la directora de reparto.

Con su cara alargada, su pelo cada vez más escaso y sus gafas, Hank parecía más un sesudo profesor de universidad que un director de Hollywood, pero tenía un gran talento y a Peter todavía le costaba creer que estuvieran trabajando juntos. La directora de reparto le hizo una seña con la cabeza a su asistente, quien abandonó la sala para ir en busca de Lali a dondequiera que estuviera.

Peter no la veía desde la noche de la fiesta. Nico se había puesto enfermo —según le contó Cande, había cogido algún tipo de gripe estomacal— y Lali se había ido a cuidarlo antes de que Peter se despertara a la mañana siguiente. Lali no necesitaba que la distrajeran haciendo de enfermera justo antes de aquella audición tan importante, y Peter no comprendía que Nico no la hubiera mandado de vuelta a casa. De hecho, le habría gustado disponer de otra oportunidad para convencerla de que renunciara a aquel papel.

La asistente de reparto regresó y mantuvo la puerta abierta. La autoconfianza de Lali era mucho más frágil de lo que ella dejaba ver. No estaría horrible, pero tampoco lo haría bien, y Peter odiaba que todos analizaran y criticaran sus dotes interpretativas.

Una actriz alta y de pelo negro entró en la sala. Una actriz que no era Lali. Cuando la directora de reparto le preguntó qué había hecho desde su última película, Peter se inclinó hacia Hank.

—¿Dónde demonios está Lali?

Hank lo miró con extrañeza.

—¿No lo sabes?

—No hemos podido hablar. Su padre tiene la gripe y ha estado cuidando de él.

Hank se quitó las gafas y las limpió con el borde de su camisa, casi como si no quisiera mirar a Peter a los ojos.

—Lali ha cambiado de idea. Ha decidido que el papel no es adecuado para ella y no se va a presentar a la audición.

Peter no pudo creérselo. Se quedó durante toda la audición, sin oír ni una sola palabra, y después se disculpó e intentó localizar a Lali. Pero ella no respondió a sus llamadas. Y tampoco Nico, ni Agus, y Cande no sabía más que lo que Lali le había contado. Al final telefoneó a Gime. Ella le dijo que había hablado con Nico hacía pocas horas y que él no le había mencionado que estuviera enfermo.

Algo iba muy mal. Peter se fue a su casa.

En la calle sólo montaban guardia tres todoterrenos negros. La celebración de la boda había tenido un gran impacto en la TMZ y el resto de las páginas de cotilleo de Internet, pero la locura de los dos primeros meses por fin parecía estar llegando a su fin. Sin embargo, no se necesitaba mucho para reavivar las llamas y si se extendía el rumor de que Lali había desaparecido, se desencadenaría un auténtico infierno.

Mientras aparcaba en el garaje, su móvil sonó. Era Agus.

—Tengo un mensaje de Lali. Me ha dicho que te diga que se toma un descanso.

—¿Qué demonios…? ¡Menuda tontería!

—Lo sé. Yo tampoco lo entiendo.

—¿Dónde está?

Se produjo una larga pausa.

—No puedo decírtelo.

—¡Y una mierda que no puedes!

Pero, por encima de todo, Agus era fiel a Lali y las amenazas de Peter no le hicieron cambiar de opinión. Al final, Peter le colgó el teléfono y se quedó atónito sentado en el coche. ¿Lali no se atrevía a encararse con él porque se había acobardado por lo de la audición? Pero a ella nunca le habían dado miedo las audiciones. Nada de aquello tenía sentido.

La extraña conversación que mantuvieron la noche de la fiesta se reprodujo en su mente. ¿En serio podía creer que él se había enamorado de ella? Peter pensó en todas las señales equívocas que él le había enviado y volvió a abrir el móvil. Lali no le contestó, así que se vio obligado a dejarle un mensaje.

—Está bien, Lali, lo he captado. La otra noche hablabas en serio, pero te juro por Dios que no estoy enamorado de ti, así que deja de preocuparte. Esto es totalmente ridículo. Piensa en ello. ¿Alguna vez me has visto preocuparme de alguien que no sea yo mismo? ¿Por qué habría de empezar ahora? Sobre todo contigo. ¡Maldita sea, si hubiera sabido que ibas a salir escopeteada de esta manera, habría mantenido la boca cerrada sobre lo de la amistad! Amistad. Eso es todo lo que es. Te lo prometo, así que deja de imaginarte chorradas y devuélveme la llamada.

Pero ella no lo llamó y, durante la mañana siguiente, a Peter se le ocurrió algo todavía más insidioso. Lali quería un bebé y, en aquel momento, no podía tener uno sin él. ¿Y si todo aquello no era más que un chantaje? ¿Su forma de manipularlo? El hecho de que ella pudiera estar pensando en hacer algo tan odioso lo enfureció, así que la llamó y le dijo lo que pensaba al respecto en el buzón de voz. Como no se cortó ni un pelo, no le extrañó que ella no le devolviera la llamada.





La casa estucada en blanco que Lali había alquilado estaba asentada en lo alto, por encima del mar de Cortez, justo a las afueras de cabo San Lucas. Tenía dos dormitorios, un jacuzzi en forma de riñón y una pared con cristaleras correderas que daba a un patio sombreado. Como no podía viajar a México en un avión comercial, Lali utilizó un servicio de vuelos privados.

Todas las mañanas, durante una semana, se puso una camiseta holgada, unos pantalones anchos, unas gafas de sol grandes y un sombrero de paja para poder caminar a lo largo de kilómetros de playa sin que nadie la reconociera. Por las tardes, editaba película e intentaba aplacar su tristeza.

Peter estaba furioso con ella por haber desaparecido sin dar explicaciones y sus mensajes telefónicos le habían desgarrado el corazón.

«Te lo juro por Dios. No estoy enamorado de ti… Amistad. No es más que eso. Te lo prometo.»

En cuanto a su segundo mensaje acerca de que le hacía chantaje para tener un bebé… Lali lo borró antes de llegar a la mitad.

Su padre sabía dónde estaba. Al final, le contó la verdad acerca de Las Vegas y un poco acerca de la razón por la que había tenido que irse. Como es lógico, su padre intentó culpar a Peter, pero ella no se lo permitió y le hizo prometerle que no se pondría en contacto con él.

—Dame un poco de tiempo, papá. ¿De acuerdo?

Él accedió de mala gana.

Al día siguiente, su padre le telefoneó para darle una noticia que la dejó helada.

—He hecho algunas averiguaciones. Peter no ha tocado ni un penique del dinero que supuestamente le estabas pagando. Por lo visto, no lo necesita.

—Claro que lo necesita. Todo el mundo sabe que tiró por la ventana todo el dinero que ganó con Thiago y Marianella.

—Sí, «tirar» lo describe bastante bien, pero cuando por fin sentó la cabeza, simplificó su estilo de vida e invirtió el dinero que le quedaba. Y la verdad es que, para ser él, lo hizo increíblemente bien. Incluso ha pagado la totalidad de la hipoteca que grava su casa.

Resultaba irónico. La única cosa en la que Peter no la había engañado era en sus sentimientos hacia ella. Amistad. Eso era todo.

Lali se pasaba los días mirando hacia el infinito o cogiendo un libro y leyendo la misma frase una y otra vez. Pero no lloró como había hecho con Pablo. En esta ocasión, su tristeza era demasiado profunda para derramar lágrimas. La única actividad que podría interesarle sería ir con la cámara a uno de los centros turísticos de lujo y entrevistar a las chicas del servicio. Como no podía permitirse ese tipo de exposición pública, instaló la cámara en el sombreado patio de piedras blancas y se entrevistó a sí misma.

—Cuéntame, Lali. ¿Siempre has sido una perdedora en el amor?

»Más o menos. ¿Y tú?

»Más o menos. ¿Y por qué crees que es así?

»¿Por mi patética necesidad de ser amada?

»¿Y a qué achacas la culpa? ¿A la relación con tu padre durante tu infancia?

»Digamos que sí.

»Así que, en última instancia, el hecho de que te enamoraras de Peter Lanzani es culpa de tu padre, ¿no?

»No —susurró—. Es culpa mía. Yo sabía que enamorarme de él era imposible, pero aun así tenía que hacerlo.

»Has renunciado a la audición y a la posibilidad de interpretar a Helene.

»¿Y qué? ¿Qué no haría una mujer por amor?

»¡Menuda estupidez!

»¿Qué querías que hiciera? ¿Trabajar con él todos los días y después dormir con él por las noches?

»Lo que deberías hacer es conseguir que tu carrera sea tu mayor prioridad.

»Ahora mismo, mi carrera no me importa. Ni siquiera he contratado a un nuevo agente. Lo único que me importa es…

»¿Sentirte desgraciada?

»Dentro de unos meses lo habré superado.

»¿De verdad lo crees?

No, no lo creía. Quería a Peter de una forma consciente, como nunca había querido a su ex marido. Nada de gafas rosa ni atolondramiento sin sentido, nada de fantasías de Cenicienta ni la falsa esperanza de que él pondría orden en su vida. Lo que sentía por Peter era complicado, sincero y profundo. Lali sentía que… formaba parte de ella, de lo mejor y de lo peor. Él era la persona con la que quería enfrentarse a la vida; compartir los triunfos y los fracasos; compartir las vacaciones, los cumpleaños y el día a día.

—Estupendo —le dijo su entrevistadora—. Al final te he hecho llorar. Igual que Barbara Walters.

Lali apagó la cámara y ocultó la cara entre las manos.





Lali llevaba fuera casi dos semanas y Agus era la única fuente de información de Peter. El asistente de Lali se había encargado de filtrar una serie de historias ficticias sobre ellos a la prensa del corazón. Les explicó que Lali había tomado la decisión de irse de vacaciones mientras Peter trabajaba, y también ofreció largas descripciones de románticas llamadas entre los recién casados. Las invenciones de Agus mantenían a raya a la prensa, así que Peter no las rectificó.

La casa del árbol seguía avanzando sin mayores tropiezos, aunque la elección del reparto todavía no había terminado. Peter se habría sentido en la cima del mundo, pero, en el fondo, lo que más deseaba era contactar con su antiguo camello. Sin embargo, en lugar de llamarlo se enfrascó en el trabajo.

El lunes por la noche, cuando volvió a su casa después del trabajo, Cande lo estaba esperando. En lugar de los libros de texto del graduado escolar, que ni siquiera había abierto, tenía sobre la mesa un nuevo surtido de libros de cocina. Cuando Peter llegó, ella se levantó de un salto.

—Te prepararé un sándwich. Uno bueno, con pan integral, pavo y guacamole. Seguro que lo único que has comido en todo el día no era más que basura.

—No quiero nada, y te había dicho que no me esperaras despierta.

Cande hurgó afanosamente en la nevera.

—Ni siquiera es medianoche.

Su larga experiencia con Cande le había enseñado que era inútil discutir con ella acerca de la comida, así que, aunque lo único que quería era dormir, se quedó en la cocina fingiendo revisar el correo que había en la encimera mientras ella sacaba recipientes de la nevera y le informaba de su rutina diaria.

—Agus ha estado pesadísimo. Él y Becky lo han dejado. No han salido juntos ni tres semanas. Según él, son demasiado parecidos, pero eso debería ser algo bueno, ¿no?

—No siempre.

Peter miró, sin prestar atención, una invitación a una fiesta y la tiró a la basura. Él y Lali tenían más semejanzas que diferencias, aunque había tardado un poco en darse cuenta.

Cande dejó sobre la encimera un recipiente con tanta fuerza que la tapa salió disparada.

—Agus sabe dónde está Lali.

—Sí, ya lo sé. Y su padre también lo sabe.

—Deberías obligarles a decírtelo.

—¿Por qué? No pienso ir corriendo detrás de ella.

Además, gracias a una conversación telefónica que había mantenido con Gas, quien estaba en Australia rodando su última película, Peter ya sabía que Lali estaba en cabo San Lucas. Peter consideró la posibilidad de volar a México y traer de vuelta a Lali, pero ella lo había herido en su orgullo. En resumidas cuentas, era ella la que se había ido, así que le correspondía volver y arreglar las cosas.

Cande puso un pan de molde encima de la tabla de madera y empezó a cortarlo con golpes secos del cuchillo.

—Sé por qué os casasteis.

Peter levantó la vista.

Ella destapó un recipiente que contenía guacamole.

—Deberíais haber sido honestos acerca de lo que sucedió en Las Vegas y haber anulado o lo que sea ese estúpido matrimonio. Como hizo Britney Spears la primera vez que se casó.

—¿Cómo sabes qué ocurrió en Las Vegas?

—Os oí hablar sobre ello.

—Nos oíste porque tenías la oreja pegada a la puerta. Si alguna vez le cuentas algo a alguien…

Cande cerró un armario de un portazo.

—¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Que soy una jodida bocazas?

Ahora Peter tenía a dos mujeres cabreadas en su vida, pero volver a recuperar la aceptación de ésta sería relativamente fácil.

—No, no pienso eso de ti. Lo siento.

Cande consideró su disculpa y al final decidió aceptarla, como él sabía que ella haría. Se sentó delante de la comida que Cande le había preparado. Él todavía no quería poner fin a su falso matrimonio. Suponía demasiadas ventajas, empezando por el sexo, que era tan fantástico que no se imaginaba perdiéndolo tan pronto. Gracias a Lali, volvía a estar en el terreno de juego y tenía la intención de seguir allí. Quería que La casa del árbol fuera la primera de una serie de películas fenomenales y, de algún modo, Lali se había convertido en la pieza clave para que eso sucediera.

Cande dejó el sándwich delante de Peter.

—Todavía no puedo creer que Lali no se presentara a la audición. Se toma el gran trabajo de prepararse y luego lo tira todo por la borda. No te imaginas la de vueltas que le hizo dar a Agus para conseguirle una ropa especial. Después me obligó a darle mi opinión sobre varios peinados y maquillajes. Incluso me hizo grabarle una estúpida prueba. Y entonces va y se acobarda y sale corriendo.

Peter dejó el sándwich en el plato.

—¿Le grabaste una prueba?

—Ya sabes cómo es. Lo graba todo. Probablemente no debería decir esto, pero si algún día te graba en plan sexual, te digo en serio que deberías…

—¿La cinta sigue aquí?

—No lo sé. Supongo que sí. Seguramente está en su despacho.

Peter empezó a levantarse, pero volvió a sentarse. ¡A la mierda! Sabía exactamente lo que vería.

Sin embargo, antes de irse a dormir, su curiosidad pudo más que él y registró el despacho de Lali hasta que encontró lo que estaba buscando.





Tuvieron su primera pelea por la cuenta del restaurante.

—Dámela —exigió Gime, sorprendida al ver que Nico cogía la cuenta antes que ella. Habían comido juntos más veces de las que podía contar y siempre había pagado ella—. Esta es una cena de negocios y el cliente nunca paga.

—Ha sido una cena de negocios durante la primera hora —replicó él—. Después, no estoy tan seguro.

Ella buscó a tientas su servilleta. Era cierto que aquella noche había sido diferente. Nunca antes habían hablado de los malos tragos que habían pasado en el instituto ni del entusiasmo común que sentían por la música y el béisbol. Y, desde luego, Nico nunca antes había insistido en recogerla en su apartamento para ir al restaurante. Durante toda la noche, Gime había hecho lo posible por mantener su relación dentro de los límites de lo profesional, pero él no había dejado de sabotearla. Algo había ocurrido. Algo que ella tenía que conseguir que dejara de ocurrir lo antes posible.

Alargó la mano para que él le diera la cuenta.

—Insisto, Nico. Ésta es una celebración que te mereces de verdad. Sólo hace seis semanas que eres mi cliente y ya has conseguido un papel estupendo.

Nico había sido elegido para actuar en una curiosa y nueva serie de la HBO acerca de un grupo de veteranos de las guerras de Vietnam e Irak que dedicaban los fines de semana a recrear episodios de la guerra de Secesión.

Él apoyó la mano en la carpetita de piel que contenía la cuenta.

—Te la daré sólo si la del fin de semana que viene corre a mi cargo.

¿Acababa de pedirle una cita? Gime era demasiado vieja para participar en jueguecitos.

—¿Me estás pidiendo una cita?

Nico inclinó la cabeza y la comisura de sus labios se curvó en una divertida sonrisa.

—¿Eso he hecho?

—No, no lo has hecho.

—¿Y por qué no?

—Porque no soy delgada.

—¡Ahhh!

—Ni rubia, ni elegante, ni estoy divorciada de un ejecutivo de producción de alto nivel. Porque no tengo tiempo para hacer ejercicio con un entrenador personal, la ropa no me sienta bien y arreglarme el pelo me aburre a morir. —Gime cruzó las piernas—. Pero, por encima de todo, porque soy tu agente y tengo planeado ganar mucho dinero con tu carrera.

—Entonces, ¿saldrás conmigo el próximo fin de semana?

—¡No!

—¡Lástima!

El camarero se acercó y Nico le entregó su tarjeta de crédito. Un director a quien los dos conocían se detuvo junto a su mesa para charlar con ellos y, a continuación, el aparcacoches del restaurante llevó el coche de Nico a la puerta. Para entonces, Gime supuso que el tema había quedado atrás, pero él le demostró que estaba equivocada.

—La Orquesta de Cámara de Los Ángeles toca en el Royce Hall el fin de semana que viene —comentó mientras se alejaban del restaurante—. Creo que deberíamos ir. A menos que prefieras asistir a un partido de los Dodgers.

Dos de las actividades preferidas de Gime.

—No lo entiendo. Tú eres un profesional consumado, así que sabes perfectamente que no puedo salir con un cliente. Y mucho menos con un cliente tan importante como tú.

—Lo de «importante» me gusta.

—Lo digo en serio. Vas a tener una estupenda carrera y quiero negociar todas las etapas de ella.

Nico tomó dirección norte, hacia Beverly Glen Boulevard.

—Si no fueras mi agente, ¿saldrías conmigo?

«Sin pensármelo dos veces.»

—Seguramente no. Somos muy diferentes.

—¿Por qué no paras de decir eso?

—Porque tú eres tranquilo y razonable. Y te gusta el orden. ¿Cuánto hace que no te olvidas de pagar la cuenta de la televisión por cable o que te manchas la ropa con vino?

Gime señaló la pequeña salpicadura roja que había en la falda de su vestido de seda mientras, con la otra mano, tapaba un roto reciente. Quería que él comprendiera su punto de vista sin que pensara que era una auténtica chapucera.

—Ésa es una de las cosas que me gustan de ti —declaró Nico—. Te concentras tanto en las conversaciones que te olvidas de lo que estás haciendo. Eres una persona que sabe escuchar, Gime.

Él también lo era. La atención absoluta que le había prestado mientras cenaban le había hecho sentirse la mujer más fascinante de la Tierra.

—No lo entiendo —dijo—. ¿A qué viene este interés repentino por mí?

—Yo diría que no es tan repentino. De hecho, fuiste mi acompañante en la fiesta de la boda de Lali, ¿te acuerdas?

—Aquello fue una cita de negocios.

—¿Ah, sí?

—Eso pensé yo.

—Pues pensaste mal —replicó Nico—. Aquel día rompiste mis esquemas, me abriste los ojos acerca de Lali y nada ha sido igual desde entonces. —El deje de una sonrisa flotó en la comisura de sus labios—. Por si no lo habías notado, soy una persona muy tensa y tú eres una mujer muy relajante, Gime Moody. Tú me destensas. ¡Ah, y también me gusta tu cuerpo!

Ella soltó una carcajada. ¿De dónde había salido tanto encanto? ¿No era suficiente con que Nico fuera inteligente, atractivo y mucho más agradable de lo que ella había imaginado?

—¡Tonterías!

Nico sonrió y tomó una estrecha calle secundaria que pasaba por encima de Stone Canyon Reservoir.

—Tú me has devuelto a mi hija y me has dado una nueva carrera. Casi me da miedo decirlo, pero por primera vez en mucho tiempo, soy feliz.

De repente, el interior del Lexus se había vuelto demasiado pequeño. Y todavía se volvió más íntimo cuando Nico tomó una carretera oscura y sin asfaltar, aparcó el coche en la cuneta y bajó las ventanillas. Cuando apagó el motor, Gime se enderezó en el asiento.

—¿Hay alguna razón para que hayas parado aquí?

—Esperaba que nos besuqueáramos.

—Estás de broma.

—Míralo desde mi punto de vista. Llevo toda la noche deseando acariciarte. Desde luego, preferiría la comodidad de un bonito sofá, pero dado que ni siquiera aceptas tener una cita conmigo, no confío en que me invites a entrar en tu casa, así que estoy improvisando.

—¡Nico, soy tu agente! Llámame loca, pero tengo la política de no besuquearme con mis clientes.

—Lo comprendo. Yo en tu lugar tendría la misma política, pero hagámoslo de todas maneras. Sólo para ver lo que ocurre.

Ella sabía lo que ocurriría. ¡Vaya si lo sabía! Cada vez le costaba más ignorar el magnetismo sexual de Nico, pero no tenía la menor intención de fastidiar su ya fastidiada carrera.

—No, no lo haremos.

Las luces automáticas, que habían estado iluminando una franja de chaparral y arbustos de roble, se apagaron arropándolos en la suave y cálida oscuridad.

—He aquí el tema. —Nico se desabrochó el cinturón de seguridad—. Llevo años dejando que la lógica dirija mi vida, y desde luego no ha funcionado tan bien. Pero ahora soy un actor, lo que oficialmente me convierte en un maníaco, así que voy a empezar a hacer lo que quiero. Y lo que quiero es… —Se inclinó hacia ella y la besó en los labios—. Lo que quiero es esto…

Todo lo que Gime tenía que hacer era apartarse, pero, en lugar de hacerlo, se permitió disfrutar del sabor de Nico… de su olor… de la marea embriagadora y vertiginosa… Quería más.

Pero los días en los que sacrificaba sus intereses por un placer rápido hacía tiempo que habían quedado atrás. Hundió las manos en el pelo de Nico, lo besó profunda e intensamente y, a continuación, se apartó.

—Ha sido divertido. No vuelvas a hacerlo.



En realidad, Nico no había esperado otra cosa. Pero lo había deseado. Acarició la mejilla de Gime con los nudillos de la mano. Ella no le creería si le decía que se estaba enamorando, así que no pensaba decírselo. Ni él mismo podía creérselo. A los cincuenta y dos años, por fin volvía a enamorarse, y de una mujer a la que conocía hacía años. Aunque, incluso en la época en que ella le permitía mangonearla, él se había sentido físicamente atraído por Gime.

A él siempre le habían gustado las mujeres con redondeces y formas blandas, con el pelo suave y sedoso y los ojos del color del Armagnac. Mujeres inteligentes e independientes que sabían cómo abrirse camino en el mundo, que les gustaba la comida y que estaban más interesadas en hablar con la persona que tenían delante que en comprobar el móvil. El hecho de que no se hubiera permitido acercarse a ninguna mujer con esas cualidades sólo demostraba su determinación en mantenerse a salvo de las erráticas emociones que, en el pasado, casi lo habían destruido.

Pero, aunque se había sentido físicamente atraído por Gime, él no la había respetado, no hasta que ella le plantó cara. Cuando él percibió su integridad y la forma en que cuidaba a los demás, se volvió loco por ella, y el remate fue cuando finalmente le hizo recordar que era un actor. Ella supo lo que él necesitaba antes que él mismo.

Durante las últimas semanas, Nico se había sentido renacer. A veces, con las piernas temblorosas como las de un potro recién nacido, y otras con la sensación de estar haciendo lo correcto. No podía creer que se hubiera permitido estar perdido tanto tiempo. Sólo su preocupación por Lali le impedía sentirse plenamente satisfecho. Eso y el persistente temor de no poder superar las sensatas barreras que Gime insistiría en mantener entre ellos.

Pero tenía un plan y aquella noche había dado el primer paso al decirle que, entre ellos, había algo más que negocios. Nico tenía la intención de ir avanzando lentamente y así darle a Gime el tiempo suficiente para ajustarse a la idea de que estaban hechos el uno para el otro. No realizaría ningún movimiento brusco. Nada de abrirle su corazón. Sólo una persecución paciente y deliberada.

Entonces el bolso de Gime resbaló de su falda y, cuando ella se inclinó para recogerlo, se golpeó la frente contra la guantera, y el plan de Nico saltó por los aires.

—Me estoy enamorando de ti, Gime. —Y se quedó tan sorprendido al decirlo en voz alta que apenas se dio cuenta de la carcajada que soltó ella—. Sé que es una locura —continuó—, y no espero que me creas, pero es la verdad.

Gime rio más.

—No sabía que te gustara tanto jugar. No creerás que voy a creerme un cuento como ése.

Sin dejar de reír, se frotó la frente y miró a Nico a los ojos. Y se tomó su tiempo, prestándole toda su atención, como hacía siempre. Inclinó la cabeza y lo observó. Poco a poco, su risa se fue desvaneciendo y sus labios se separaron levemente. Entonces hizo algo que de verdad sorprendió a Nico: le leyó la mente.

—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Lo dices en serio!

Él, incapaz de hablar, asintió con la cabeza. Largos segundos transcurrieron. Nico le dio el tiempo que necesitaba. El tirante de su sujetador resbaló por el hombro de Gime y ella parpadeó.

—Yo no estoy enamorada de ti —declaró—. ¿Cómo podría estarlo? Sólo estoy empezando a conocerte. —Clavó en él sus ojos de color coñac—. Pero te deseo muchísimo y te juro por Dios que, si esto no funciona y siquiera se te ocurre pensar en despedirme… —desabrochó su cinturón de seguridad— te pondré en la lista negra de todos los agentes de la ciudad. ¿Queda entendido?

—Entendido —contestó Nico justo antes de que ella se lanzara al ataque.

Fue glorioso. Gime le cogió la mandíbula con ambas manos y dejó que sus bocas juguetearan. Mientras le ofrecía a Nico la dulce punta de su lengua, una oleada de ternura hizo que la excitación de Nico aumentara. Él se separó lo suficiente del volante para que ella pudiera deslizar una rodilla por encima de su muslo. El pelo suave y lacio de Gime le rozó la mejilla. Nico apoyó las manos en los costados de ella. Debajo de la fina seda de su vestido, su carne era un poema de sensualidad.

—Te quiero —susurró sin importarle ya su plan.

—Estás como una cabra.

—Y tú eres un encanto.

Nico no había hecho algo así en un coche desde que tenía diecisiete años y, en esta ocasión, no fue más cómodo que entonces. Buscó a tientas la cremallera de Gime y consiguió no hacerse un lío al bajarla. Sus manos se deslizaron por el interior del vestido y la acarició por encima del sujetador.

—Esto es una locura —gimió Gime junto a su boca mientras él le bajaba el sujetador lo suficiente para succionarle los pechos.

Ella entrelazó los dedos en el pelo de Nico y dejó caer la cabeza hacia atrás.

El coche se había convertido en su enemigo. Gime tiró de la camisa de Nico arañándolo con su anillo. De algún modo, él la levantó en el aire y consiguió deslizarse debajo de ella en el asiento del copiloto, pero no sin que ella le clavara el codo en la mandíbula y la rodilla en el costado. Al final, Gime se sentó a horcajadas encima de él. Con sus bocas todavía unidas, Nico introdujo la mano por debajo del vestido…

Sus caricias aumentaron en intensidad. La mano de Gime se mostró atrevida y sabia, pese a que la ropa se interponía en su camino. Otro beso lujurioso y, entonces, de pronto él estaba en el interior de Gime. Amándola. Llenándola. Complaciéndola. Reclamándola para él. El sonido de sus gemidos, de su respiración, de sus cuerpos fusionándose acarició los oídos de Nico. Gime se agarró a él con fuerza. Se puso tensa. Permanecieron suspendidos… volando… disolviéndose.





Más tarde, Nico salió del coche para desentumecerse y, disimuladamente, relajó una contractura de su espalda. Gime se unió a él un segundo más tarde.

—Esto ha sido una auténtica locura —dijo muy seria—. Finjamos que nunca ha ocurrido.

Nico miró hacia las estrellas.

—Perfecto. Entonces podemos esperar con ilusión nuestra primera vez.

La dureza de Gime se desvaneció dejando paso a la preocupación.

—Hablas en serio, ¿no?

—Sí. —La rodeó con el brazo—. Y estoy tan impresionado como tú.

—Sorprendente. Eres un hombre sorprendente, Nico Esposito. Tengo ganas de conocerte.

Nico rozó el suave pelo de Gime con sus labios.

—¿Para ti sólo sigue siendo deseo?

Ella apoyó la mejilla en su hombro.


—Dame un par de meses y volveremos a hablar del tema.

Continuará...

Capítulos 37


 
Lali no conseguía encontrar su equilibrio. Estaba echada en una tumbona de teca mientras los rayos de sol de última hora de la tarde caían oblicuos sobre el patio de piedras blancas. Era un martes por la tarde, y hacía dieciséis días que había llegado a México. Se obligaría a volver a Los Ángeles antes del fin de semana en lugar de quedarse allí para siempre, como quería. Le habría gustado seguir allí hasta decidir qué nueva forma debía tomar su vida. Salvo cuando estaba delante del ordenador que había comprado unos días atrás, no lograba concentrarse en nada. El corazón le dolía demasiado.

Dos lagartijas corretearon hacia la zona sombreada. Unos barcos cabeceaban en la distancia y sus parabrisas destellaban como estroboscopios a la luz del sol. Hacía demasiado calor para seguir allí fuera, pero Lali no se movió. La noche anterior había soñado que era una novia. Estaba frente a una ventana, con su traje de boda y trocitos de cinta blanca entremezclados con el pelo, y vio a Peter acercarse a través de una vaporosa cortina de encaje.

Las bisagras de la puerta de la valla crujieron. Lali levantó la vista y allí estaba él, entrando en el patio con su andar despreocupado, como si ella lo hubiera conjurado, pero el romántico novio de su sueño ahora iba vestido con unos pantalones de aviador de color gris plomo, y su cara tenía una expresión hosca. Lali odió el brinco que dio su estómago. Peter era esbelto, alto y saludable. Los años de vida disipada quedaban muy atrás. El chico malo, egocéntrico y autodestructivo hacía años que había dejado de ser un chico malo, sólo que nadie se había dado cuenta. El nudo en la garganta de Lali le impidió pronunciar ninguna palabra.

Peter la observó a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol, desde su pelo sudado hasta la parte baja de su bikini morado y, después, contempló sus pechos. El patio era privado y ella no esperaba visitas, y todavía menos la de él, así que allí estaba ella, con los pechos al aire justo cuando menos lo deseaba.

—¿Qué, disfrutando de tus vacaciones? —El suave murmullo de su voz le recorrió la piel como el inicio de una tormenta.

Ella era una actriz y las cámaras habían empezado a rodar. Entonces encontró su voz.

—Mira a tu alrededor. Todo es maravilloso.

Peter se acercó a ella con andar despreocupado.

—Deberías haberme avisado antes de salir corriendo.

—Nuestro matrimonio no es de ese tipo.

Cuando Lali alargó el brazo para coger la parte de arriba del bikini de rayas amarillas y moradas, tuvo la sensación de que era de goma.

Peter se la arrebató y la lanzó al otro extremo del patio, donde aterrizó sobre una mesita.

—No te molestes en vestirte.

—Tranquilo.

Lali se dirigió a la mesita contando despacio y en voz baja para no acelerarse, y dejando que sus caderas se contonearan bajo las diminutas braguitas moradas del bikini. ¿Quizás un último intento para conseguir que él se enamorara de ella? Pero él no lo hizo. Peter no se enamoraba, no porque fuera tan egoísta como creía, sino porque no sabía cómo hacerlo.

Se puso la parte de arriba del bikini y se sacudió el pelo.

—Tu viaje ha sido una pérdida de tiempo. Pronto regresaré a Los Ángeles.

—Eso me ha contado Gas. —Peter apretó los puños a sus costados—. Hablé con él, que está en Australia, hace un par de días, pero la historia completa la obtuve gracias a la prensa. Según Flash, los dos nos vamos a trasladar a la casa de Gas mientras él está rodando para así disfrutar de unas vacaciones en la playa.

—Mi asistente personal, que antes era tímido, se ha convertido en un portavoz fantástico ante los medios.

—Al menos alguien cuida de ti. ¿Qué ocurre, Lali?

Ella intentó recobrar el dominio de sí misma.

—Yo voy a trasladarme a la casa de Gaston, pero tú no. Es una buena solución.

—¿Una solución a qué? —Él se quitó las gafas de sol con ímpetu—. No lo entiendo. No entiendo qué ha sucedido, así, de repente, de modo que será mejor que me lo expliques.

Peter estaba distante y enfadado.

—Se trata de nuestro futuro —explicó Lali—, de la siguiente fase. ¿No crees que ha llegado la hora de que sigamos con nuestras vidas? Todo el mundo sabe que estás trabajando, así que no resultará extraño que yo pase el verano en Malibú. Si quieres, Agus puede seguir divulgando comunicados. Incluso puedes ir a Malibú un par de veces para dar un paseo muy público conmigo por la playa. Eso estaría bien.

Eso no estaría nada bien. Cualquier contacto que tuviera con él a partir de aquel momento, no haría más que prolongar su agonía.

—No es así como habíamos decidido manejar esto. —Introdujo la patilla de sus gafas en el cuello de su camiseta—. Tenemos un acuerdo. Un año. Y espero que lo cumplas hasta el último segundo.

Él había insistido en que su acuerdo sólo durara seis meses, no un año, pero Lali dejó correr ese detalle.

—No me estás escuchando. —De algún modo, Lali consiguió sacar a la luz la inocencia y espontaneidad de Marianella—. Tú estás trabajando. Yo estoy en la playa. Un par de apariciones públicas. Nadie sospechará nada.

—Tienes que estar en la casa. En mi casa. Y, por lo visto, no he oído tu explicación acerca de por qué no estás allí.

—Porque hace tiempo que debería haber empezado a fijar un nuevo rumbo a mi vida. La playa será un lugar estupendo para dar los primeros pasos.

La sombra de un tulipán africano ensombreció momentáneamente la cara de Peter cuando se acercó a Lali.

—Tu vida actual ya está bien.

Aunque tenía el corazón roto, ella interpretó el papel de una mujer exasperada.

—¡Sabía que no lo entenderías! Todos los hombres sois iguales. —Cogió su toalla y la apretó contra su pecho como si fuera el amuleto de un niño—. Voy a ducharme mientras tú te calmas.

Pero mientras se volvía para entrar en la casa, Peter logró que se detuviera de golpe.

—Vi la grabación de tu prueba.

Peter vio cómo la expresión de Lali pasaba de la confusión a la comprensión y la curiosidad. Deseó cogerla por los hombros, zarandearla, obligarle a contarle la verdad.

Los dedos con que Lali sujetaba la toalla flaquearon.

—¿Te refieres a la cinta que me grabó Cande?

—Es increíble —declaró él con lentitud—. Estás increíble.

Ella lo contempló con sus grandes ojos verdes.

—Clavaste el papel, como tú misma habías dicho —dijo Peter—. La gente me subestima como actor y nunca se me ocurrió que yo estuviera haciendo lo mismo contigo. Todos te hemos subestimado.

—Lo sé.

Su sencilla respuesta sacó de quicio a Peter. Él no sabía de lo que Lali era capaz y, después de ver la cinta, se sintió como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago.

La noche anterior había contemplado la cinta en la oscuridad de su dormitorio. Cuando pulsó el botón de inicio, la pared vacía del despacho de Lali apareció en la pantalla y oyó la voz de Cande fuera de imagen.

—Estoy muy ocupada. No tengo tiempo para esta porquería.

Lali apareció en pantalla. Iba peinada austeramente, con la raya en medio, y con un mínimo maquillaje: una base clara, nada de máscara, apenas un toque de raya en los párpados y un pintalabios rojo intenso que no podía haber sido menos adecuado para Helene. La cámara la grabó de cintura para arriba: una discreta chaqueta de traje negra, una camisa blanca y un intrincado collar de cuentas negras.

—Lo digo en serio —protestó Cande—. Tengo que ir a hacer la cena.

Lali se enfrentó al desaire de Cande con el tono distante e imperioso de Helene, en lugar de responder con su forma de ser habitual, amistosa y vulnerable.

—Harás lo que yo te diga.

La chica murmuró algo que el micrófono no registró y se quedó quieta. Lali hinchó el pecho levemente por debajo de la chaqueta y entonces una sonrisa fría y sarcástica curvó su mandíbula consiguiendo que sus rojos labios encajaran a la perfección con el papel.

—«¿Crees que puedes avergonzarme, Danny? Yo no me avergüenzo de nada. Avergonzarse es de perdedores, y aquí el perdedor eres tú, no yo. Tú eres un cero a la izquierda. No eres nada. Todos lo sabemos desde siempre, incluso desde que eras un niño.»

Su voz era grave, de una frialdad letal y totalmente serena. A diferencia de las otras actrices que se habían presentado a la audición, Lali no mostró ninguna emoción. Nada de dientes rechinantes ni dramatismo en la voz. Todo, en su interpretación, reflejaba contención.

—«No te queda ningún amigo en esta ciudad y, aun así, crees que puedes vencerme…»

Lali interpretó las palabras con soltura. La frialdad y la fiereza flotaron detrás de su roja sonrisa, captando a la perfección el egocentrismo de Helene, su astucia, su inteligencia, y la absoluta convicción de que se merecía todo lo que estuviera a su alcance. Peter permaneció inmóvil, hechizado, hasta que ella, con aquella helada y oscura sonrisa en los labios, llegó al final de su texto.

—«¿Te acuerdas de cómo te burlabas de mí cuando íbamos al colegio? ¿De cómo te reías? Pues bien, ¿quién ríe ahora, payaso? ¿Quién es el que ríe ahora?»

La cámara seguía grabándola, pero Lali no se movió, simplemente esperó, con todas las células de su cuerpo despidiendo rabia contenida, orgullo desbordante y determinación inquebrantable. La cámara tembló y se oyó la voz de Cande:

—¡Mierda, Lali, ha sido…!

La pantalla se volvió negra.

Peter miró a Lali, que estaba de pie frente a él, en el patio encalado, con el pelo recogido en un nudo sudoroso y despeinado, con la cara sin maquillar y la toalla de playa colgando de su mano, y durante un instante creyó que eran los ojos fríos y calculadores de Helene los que le devolvían la mirada: decididos, cínicos, astutos. Él se encargaría de solucionarlo.

—Esta mañana he despertado a Hank y le he hecho ver la prueba incluso antes de que tomara el café.

—¿Ah, sí?

—Se ha quedado alucinado. Igual que yo. Ninguna de las actrices a las que hemos visto ha conseguido lo que tú, la complejidad, el talante sombrío…

—Soy una actriz. Eso es lo que hago.

—Tu actuación ha sido electrizante.

—Gracias.

La reserva de Lali estaba empezando a sacarlo de sus casillas. Peter esperaba que se jactara y le dijera que ya se lo había dicho, pero como Lali no reaccionó de esa manera, él volvió a intentarlo.

—Has lanzado a Marianella Rinaldi al olvido.

—Ésa era mi intención.

Lali todavía no parecía haber captado su mensaje, así que Peter se lo concretó:

—El papel es tuyo.

En lugar de lanzarse a sus brazos, ella se dio la vuelta.

—Tengo que ducharme. Ponte cómodo mientras me visto.

Lali se encerró en el lavabo y dejó que el agua resbalara por su cuerpo. Su buen nombre había sido reivindicado, pero eso no significaba nada para ella. Lali ya sabía lo buena que era. ¡Menuda ironía! La única aprobación que realmente necesitaba era la suya propia. ¡Vaya lección de crecimiento personal!

Se puso los mismos pantalones cortos y blancos y la misma camiseta azul marino que había llevado por la mañana y se pasó el peine por el pelo húmedo. Había llegado la hora de encararse a Peter con toda la verdad que fuera capaz de revelarle, pero no podía hacerlo ella sola. Necesitaba la ayuda de su fiel compañera.

El pequeño y fresco salón tenía las paredes encaladas, el suelo embaldosado y sillas de mimbre oscuro con unos bonitos cojines azules. Todas las mañanas, Lali abría las vidrieras correderas para que el patio se convirtiera en una extensión del interior permitiendo que, de vez en cuando, una lagartija entrara en la casa, pero a ella no le importaba. Había leído que algunas especies de lagartijas eran partenogenéticas, lo que significaba que las hembras podían reproducirse sin tener que aparearse. ¡Ojalá ella pudiera hacer lo mismo!

Peter había encontrado una jarra de té helado en la nevera y estaba sentado con los pies apoyados en la mesa auxiliar y un vaso verde de base gruesa en equilibrio sobre su muslo. Oyó los pasos de Lali en las frescas baldosas de terracota, pero no dirigió la mirada hacia ella.

—No pareces tan contenta respecto a lo del papel como yo esperaba.

—Por lo visto, sólo tenía que demostrarme algo a mí misma —declaró con alegría Marianella, la fiel compañera de Lali—. ¿Quién lo habría dicho?

—Ésta es la oportunidad que estabas esperando.

—Sí, pero…

Como titubeaba, Peter se dio la vuelta para mirarla. Lali levantó una mano.

—Tengo algo que decirte. No te hará feliz, pero a mí tampoco me lo hace. Me dirás de todo, y no te lo reprocharé.

Peter se levantó del sofá y se acercó a Lali con el mismo recelo que emplearía si fuera una maleta abandonada en un aeropuerto.

—No te quedarás en casa de Gas. Lo digo en serio, Lali. ¡Yo he cumplido todos los pactos de este estúpido matrimonio, así que tú también puedes hacerlo!

—Tú no los has cumplido porque seas honrado, sino por razones egoístas.

—Es igual —contestó él—. Yo he cumplido mi parte y tú tienes que cumplir la tuya, o no eres la mujer que creía que eras.

—En principio, estoy de acuerdo, pero… —Lali no era una persona superficial y había llegado la hora de soltar la verdad—. Pondré las cartas sobre la mesa, Thiago. —Enderezó una revista que había en un extremo de la mesa—. Siento que estoy empezando a enamorarme de ti otra vez.

—¡Y un cuerno!

Peter ni siquiera parpadeó. Lali continuó:

—Es ridículo, ¿no? Humillante. Embarazoso… Por suerte, la cosa no ha avanzado mucho, pero ya me conoces, siempre decidida a dispararme a la menor oportunidad. Pero esta vez, no. Esta vez voy a acabar con esta estupidez incluso antes de que empiece.

—Tú no te estás enamorando de mí.

—A mí también me cuesta creerlo. Afortunadamente, sólo es el principio. —Sacudió el dedo hacia Peter—. Es tu cuerpo. Tu cara. Y tu pelo… Estás buenísimo y, lamento decirlo, yo soy tan sensible como cualquier mujer.

—Ya lo capto. Se trata de una cuestión de sexo. Básicamente, eres una mujer chapada a la antigua que necesita creer que está enamorada para disfrutar del sexo.

—¡Dios mío, creo que tienes razón!

Peter parpadeó y, unos segundos demasiado tarde, se dio cuenta de que ella lo había acorralado.

—Lo que quiero decir es que…

—Tienes toda la razón —contestó ella con énfasis—. Gracias. Ya no más sexo entre nosotros.

—¡No me refería a eso!

—La alternativa es que vuelva a tu casa y me enamore por completo de ti. Seguro que los dos somos conscientes de cómo podría acabar eso: escenas violentas en las que yo lloraría y suplicaría… Tú sintiéndote como una mierda… Conociéndome, seguro que dejaría de tomar los anticonceptivos a escondidas. ¿Captas la idea?

—No puedo creerlo. —Peter se mesó el pelo—. No eres tan estúpida. Lo nuestro no es amor, es sexo. Me conoces demasiado bien para enamorarte de mí.

—Eso creía yo.

—Tú, por encima de todos los demás, sabes lo imbécil, egoísta y mujeriego que soy.

—Me odio a mí misma por esto. De verdad.

—Lali, no lo hagas.

—¿Qué puedo decir? De todos los líos en que nos he metido éste es el peor. —Peter no respondió y Lali se humedeció los labios—. Curioso, ¿no?

—No es nada extraño. Eres tú siendo tú misma. Eres demasiado emocional. Utiliza la cabeza. Los dos sabemos que te mereces a alguien mejor que yo.

—Por fin estamos de acuerdo en algo.

Ella lo dijo esperando aliviar la tensión que había entre los dos, pero el ceño fruncido de Peter se acentuó.

—Aquella estúpida conversación que mantuvimos sobre si yo estaba enamorado… Creí que estabas preocupada por mis sentimientos, pero sólo me estabas tanteando.

—Por favor, no me lo recuerdes. Seguro que eres consciente de cuánto me cuesta tragarme el orgullo y admitir que estoy cayendo en esa vieja trampa.

—Es algo temporal. Estabas necesitada de sexo y yo soy un amante jodidamente bueno.

—¿Y si es algo más que eso?

—No lo es. Piensa que últimamente he estado sacando casi lo mejor de mí. Ahora veo que he cometido un error. Recoge tus cosas y olvídalo. Te garantizo que no volverá a ocurrir.

—Lo siento, pero no puedo.

—Claro que puedes. Estás haciendo una montaña de todo esto.

—Ojalá fuera eso. ¿Cómo crees que me siento al admitir algo tan degradante? Sólo un hilo me mantiene unida a mi autoestima.

—Eso ocurre porque te estás comportando como una idiota.

—Y estoy decidida a ponerle fin.

—Por una vez estamos de acuerdo. —Peter enganchó los pulgares en los bolsillos del pantalón—. Está bien, llegaremos a un acuerdo. Puedes instalarte en la casa de invitados durante un tiempo. Hasta que vuelvas a sentar la cabeza.

—Resultaría demasiado extraño, con Cande y Agus por allí. Trasladarme a Malibú es una idea mucho mejor.

—Cande ya sabe lo de Las Vegas y Agus haría cualquier cosa por ti. La casa de invitados es el lugar perfecto para que pongas fin a tu locura. En cuanto a nuestra relación laboral… Cuando estés en el plató volverás a ser una profesional y yo volveré a ser un imbécil arrogante. No tardarás mucho en recuperar la razón.

Aquélla era la parte más difícil y, justo cuando más la necesitaba, Marianella desapareció para repartir su alegría en algún otro lugar. Lali no podía mirar a Peter a la cara, así que salió al patio.

—Peter… No voy a aceptar el trabajo. No interpretaré a Helene.

—¿Qué? Claro que la interpretarás.

Lali miró acantilado abajo, hacia las tejas de las casas inferiores.

—No; lo digo en serio.

Oyó el furioso golpeteo de los pasos de Peter conforme se acercaba a ella.

—Eso es lo más estúpido que te he oído decir nunca. Ésta es la oportunidad que estabas esperando. ¿Y todo aquello de reinventar tu carrera? ¿Era mentira?

—En aquel momento, no, pero…

—¡Maldita sea! ¡Voy a llamar a tu padre! —Peter se puso a su lado—. Tú eres una profesional. Uno no echa por la borda la oportunidad de su vida por una estupidez como ésta.

—Lo hace si esa oportunidad podría dejarte traumatizada durante años.

—No hablarás en serio.

—No puedo arriesgarme a trabajar contigo día tras día. No, sintiendo lo que siento ahora.

Entonces él se dejó ir. Recorrió el patio de un extremo al otro esgrimiendo argumentos. Mientras se sumergía y salía de las zonas sombreadas, Lali lo vio como quien realmente era, un ser de luz y sombra que sólo revelaba lo que quería. Cuando Peter hizo una pausa para tomar aliento, ella sacudió la cabeza.

—Oigo lo que dices, pero no voy a cambiar de idea.

Al final, él comprendió que hablaba en serio. Lali lo vio replegarse en sí mismo, como una criatura marina en su concha protectora.

—Siento oírte decir eso. —Frío, distante—. Al menos Mery estará contenta.

—¿Mery?

—Sí, Mery ha querido ese papel desde la lectura que hicimos en casa. ¿No lo suponías? Estábamos a punto de hacerle una oferta cuando vi tu grabación.

—¡No puedes darle el papel a Mery!

—Reconozco que se armará la de San Quintín —admitió Peter sin la menor emoción—, pero dará publicidad a la película y no voy a rechazar propaganda gratis.

Un rugido resonó en la mente de Lali. No podía moverse y apenas podía hablar.

—Será mejor que te vayas.

—Buena idea. —Sacó las gafas de sol del cuello de su camisa con una actitud fría y seria—. Estamos a martes. Tienes hasta el fin de semana para cambiar de idea. Si no, Mery tendrá el papel. Piensa en ello cuando estés en la cama esta noche. —Se puso las gafas—. Y, de paso, piensa en si realmente quieres enamorarte de un tío que está dispuesto a lanzarte a los lobos.





Dos días más tarde, Peter llegó a su casa después de un día de trabajo y encontró a Emi Keene descalza en su cocina. Estrujaba una manga de cocina y formaba montoncitos de azúcar glaseado rosa sobre un papel encerado bajo la supervisión de una ceñuda Cande. Peter apenas había dormido desde su regreso de México. Tenía la garganta irritada, un persistente dolor de cabeza y el estómago continuamente revuelto. Lo único que le apetecía era concentrarse en el trabajo.

—Se supone que son rosas —se quejó Cande—. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

Emi dejó la manga de cocina con enojo y Peter realizó una mueca.

—Si fueras un poco más despacio cuando haces la demostración, quizá me saldría bien —se quejó Emi.

¿Cuándo se daría cuenta Cande de que tenía que hacerle la pelota a la gente importante? Peter intervino:

—Tienes que disculpar a mi ama de llaves. La criaron los lobos. —Y se acercó para examinar los bultitos rosas—. Parece delicioso.

Ambas mujeres lo miraron con sorna.

—Ésa no es la cuestión. Son ornamentales —explicó Emi como si él tuviera que saberlo—. Siempre he querido aprender a decorar pasteles y Cande me está enseñando los fundamentos.

—Sí, es una clase de educación especial —murmuró Cande.

—Yo soy una ejecutiva —replicó Emi—, no una pastelera.

—Eso está claro.

—Lárgate, Cande —ordenó Peter.

Estar en presencia de Emi siempre lo ponía nervioso y, en aquel momento, no estaba para tratar con las dos mujeres a la vez.

—Pero si estamos en mitad de…

—¡Fuera! —Peter la empujó hacia la puerta.

Emi cogió la manga y presionó la punta contra el papel encerado. Ella y Peter no habían hablado desde la reunión inicial celebrada en las lujosas oficinas de Vortex. Sin embargo, la fría rubia vestida con un traje de seda gris y sentada frente al escritorio que tenía encima una enorme pintura abstracta de Richard Diebenkorn, no se parecía mucho a aquella mujer descalza, con vaqueros, el pelo recogido en una cola de caballo y los dedos manchados de rosa. Peter se rascó la espalda y se dirigió a la nevera.

—Siento lo de Cande. Lo mejor es no hacerle caso.

Emi se concentró en garabatear una C.

—¿Qué pasa con Lali?

—¿Con Lali? Nada. —Cogió la jarra de té helado con suma calma.

Emi formó otro garabato al lado del primero.

—Cande me ha contado que ha desaparecido.

—Cande sólo cree que lo sabe todo.

Peter deseó no haber dejado de fumar. Era mucho más fácil parecer tranquilo con un cigarrillo en la mano que con un vaso de té helado.

—Hemos decidido pasar el verano en la casa de la playa de Gas. En la nueva. La antigua la vendió el mes pasado. Como yo estaré trabajando, sólo podré ir los fines de semana, pero Lali ya está allí.

Al menos esto era lo que decía Agus en su último comunicado a la prensa del corazón. Y también había incluido una descripción de un inexistente encuentro entre Peter y Lali, además de mencionar sus planes de pasar románticos fines de semana veraniegos en la casa de la playa. Agus se estaba volviendo muy bueno mintiendo.

Emi meneó el bultito rosa con la punta de la manga de cocina.

—¡Maldita sea! Esto es más difícil de lo que parece. —Al final, levantó la vista—. Puedes contármelo todo ahora o luego en mi oficina, con Lou Jansen y Jane Clemati, de Siracca.

Una reunión que Peter quería evitar a toda costa.

—¿Todo de qué?

Emi se centró en crear una serie de pétalos de rosa. Estaba claro que no pensaba irse, así que al final Peter cedió.

—Ya debes de haber oído hablar de la cinta de la prueba.

—La he visto. Lali está fantástica. La necesitas.

Él intentó adoptar la pose autosuficiente de Johnny Depp, pero lo mejor que podía hacer sin un cigarrillo era apoyarse en la encimera con su vaso de té helado y cruzar los tobillos.

—Mi mujer sufre una leve crisis de cobardía, eso es todo. Lo estoy solucionando.

—¿Y qué es lo que le ha provocado esa repentina cobardía?

La jefa de Vortex no debería involucrarse en las decisiones para elegir el reparto de una película de poca monta de Siracca, y Peter ya estaba más que harto del autoimpuesto papel de Emi como protectora de Lali.

—Mi esposa ha pasado por muchas cosas estos últimos años, y en este momento no se siente con ánimos de asumir más riesgos. —Se esforzó en contener su malhumor—. Estoy intentando que cambie de opinión y agradecería que dejarais de presionarme mientras lo hago.

—¿De verdad? —La ceja arqueada de Emi indicaba que no se creía ni una palabra—. Te diré lo que creo que ha sucedido. Creo que la has cagado. Otra vez.

Depp no se inmutaría, y él tampoco.

—No la he cagado.

—Según todas las personas con las que he hablado, incluida Cande, Lali quería participar en la película hasta el día antes de la audición. —Dejó la manga en la encimera—. Lali es una profesional y no he oído que se haya acobardado nunca, lo que me lleva a creer que se ha retirado porque no quiere trabajar contigo.

Peter destensó la mandíbula.

—Eres tú quien no quiere trabajar conmigo, no Lali.

—Yo aposté por ti, Peter. No sólo porque me gusta el guión o porque realizaras una lectura estupenda. Si aposté por ti fue porque Lali cree en ti. Al menos, antes creía en ti. —Emi cogió el trapo de cocina de la encimera y se secó las manos—. No te engañes. Mucha gente espera que metas la pata, y éste es el escenario que estaban esperando. Si no quieres acabar tu carrera presentando concursos televisivos, te sugiero encarecidamente que soluciones tus problemas con tu mujer y consigas que vuelva a ponerse frente a las cámaras, que ése es su sitio.

—¿Eso es todo?

—Y dile a Cande que espero recibir otra clase de cocina pronto.

Emi pasó junto a él con paso decidido y salió por la puerta trasera.

Peter cerró los ojos y cogió el frío vaso con ambas manos. La inoportuna visita de Emi había alimentado el sentimiento de culpa que lo acosaba desde su regreso de México, aunque la mentira que le había contado a Lali era por su propio bien. Gracias a ella, su sueño iba a convertirse en realidad y, en cuanto superara el drama que ella misma había creado, le agradecería que no le hubiera permitido echar por la borda aquella oportunidad de oro.

Pero una mentira era una mentira y él no podía retractarse, por mucho que lo deseara.

A la mañana siguiente, se puso unos pantalones cortos y una camiseta y se dirigió a Malibú. Sólo lo siguieron dos todoterrenos negros. A pesar de las predicciones de tormenta, el tráfico de aquel viernes por la mañana era muy denso, así que tuvo más tiempo del que deseaba para pensar. Después de aparcar en la casa de Gas, saludó a los paparazzi, quienes empezaron a buscar un aparcamiento, algo que les costaría encontrar.

Lali no respondió al timbre, así que Peter utilizó la llave que Gas le había dado. La casa estaba silenciosa, pero a través de las puertas abiertas que comunicaban con la terraza, Peter vio una esterilla de yoga vacía. Gas vivía en una de las playas más exclusivas de Malibú, pero aquel día, la inminente tormenta había reducido el número de adoradores del sol. Peter se quitó los zapatos y entró en la playa. La estrella de una serie policíaca de la televisión holgazaneaba junto a su tercera esposa en la arena mientras sus hijos cavaban una zanja. Un carguero soltaba bocanadas de humo en el horizonte y una bandada de gaviotas graznaba en el cielo.

Lali estaba de pie cerca de donde rompían las olas y el viento sacudía su pelo negro. Llevaba puesta la misma parte baja del bikini morado que en México y su diminuta camiseta blanca terminaba bastante más arriba de su cintura. ¿Cuándo se había puesto tan guapa? Peter deseó arrastrarla al interior de la casa, arrancarle la pequeña braguita del bikini y hundirse en ella.

Lali lo vio, pero no se lanzó exactamente a sus brazos cuando él se acercó. Peter echaba de menos su exagerado entusiasmo mucho más de lo que habría imaginado nunca.

—¿Tu corazón da brincos al verme o ya has recobrado el sentido común? —preguntó.

—Sólo me ha dado un pequeño tembleque. Nada que no pueda controlar.

—Me alegra oírlo. —Pero Peter no estaba alegre. Quería que Lali riera y lo besara—. Demos un paseo.

Antes de que ella pudiera protestar, la agarró de la mano.

Los famosos eran muy comunes en aquel trozo de playa y nadie hizo más que saludarlos con la cabeza cuando pasaban por su lado. Uno de los mejores aspectos de su relación con Lali era que nunca sentía que tuviera que darle conversación, pero aquel día aquella comodidad había desaparecido.

—Adivina quién está tomando clases de decoración de pasteles.

—Ni idea.

Peter le contó lo de Cande y Emi, pero no mencionó la verdadera razón de la visita de Emi. A continuación, se entretuvo corriendo detrás de un Frisbee que se les había escapado a unos niños. Cuando regresó, Lali estaba sentada en la arena, con los brazos alrededor de las rodillas.

Él se dejó caer a su lado y contempló las olas coronadas de espuma blanca que rugían camino de la orilla.

—Va a llover. Vayamos a comer al Chart House.

Ella se abrazó con más fuerza las rodillas.

—No creo que pueda soportar una agradable comida con el hombre que me lanzó a los lobos.

Peter hundió los talones en la arena.

—Lo consideraré como un indicio de que has recuperado la cordura respecto a mí y de que la locura ya es pasado.

Ella se apartó de la cara un mechón de cabello.

—Por desgracia, lo que dicen es verdad. Entre el amor y el odio hay una línea muy fina.

Una sensación desagradable bloqueó la boca del estómago de Peter.

—Tú no me odias, Mar, sólo has perdido el poco respeto que habías empezado a sentir por mí. —Peter apoyó el codo en una de sus rodillas y examinó las oscuras nubes que se deslizaban por el cielo—. Cuando no me soportabas, creamos magia en la pantalla. No hay ninguna razón para que no podamos hacer lo mismo con la pantalla grande.

Lali inclinó la cabeza hacia él. Sus alegres ojos verdes tenían una expresión sombría.

—El plazo ya ha expirado. El papel de Helene ya es de Mery.

Peter cogió una piedra y la frotó entre sus dedos.

—Ella no va a interpretar ese papel.

—¡Vaya! ¿Y por qué razón?

Él no podía retrasarlo más.

—Porque nunca la tuvimos en cuenta.

Lali se enderezó. Él lanzó la piedra contra las olas.

—Te mentí.

Ella apretó los puños.

Peter no podía mirarla.

—En aquel momento, tenía muy buenas razones para mentirte.

Lali torció la boca con amargura.

—Realmente eres un cabrón, ¿no?

—¡Exacto! ¡Ya te dije que lo era!

Ella se levantó de repente y un montón de granos de arena salió disparado contra las pantorrillas de Peter. Él se puso de pie y la siguió.

—Piensa en ello, Lali. Ahora que te he enseñado mi verdadera cara nada se interpone entre nosotros. El papel es tuyo y, después de lo que te he hecho, puedes aceptarlo sin preocuparte por que ninguna mierda emocional se cruce en tu camino. Deberías alegrarte de que te mintiera.

Incluso mientras hablaba, Peter no creía en lo que decía. Y ella tampoco.

—Me voy adentro.

Lali aceleró el paso y él acomodó su ritmo al de ella.

—Estoy… bastante seguro de que aquel tío de allí tiene una cámara. Primero tenemos que besarnos.

—Bésate tú solo.

Los talones de Lali despidieron remolinos de arena. Peter le rodeó los hombros con un brazo obligándola a aminorar la marcha, pero, si hubiera abrazado a un cactus, habría sentido lo mismo.

La película se haría sin ella. Encontrarían a otra actriz. Quizá no tan buena como Lali, pero correcta. Sin embargo, todos querían que fuera Lali quien interpretara a Helene y su trabajo como productor era hacer que lo imposible se hiciera realidad. No podía permitir que ninguno de ellos, ni Emi, ni Hank, ni el miembro más humilde del equipo, viera que no estaba a la altura de su trabajo.

Llegaron a la casa justo cuando un relámpago rompía sobre el oleaje. Peter la cogió por la muñeca y la obligó a detenerse cuando estaba a punto de subir las escaleras que conducían a la terraza.

—Lali… —Le costó llenar los pulmones de aire—. No sé bien cómo decírtelo…

El viento lanzó otro mechón de pelo sobre la cara de ella, que lo apartó y ladeó la cabeza. Peter le soltó la muñeca.

—Te he… echado de menos durante estas semanas. Más de lo que habría imaginado nunca.

El ácido le corroía el estómago mientras Lali permanecía allí de pie, esperando pacientemente.

—Ayúdame.

—No sé qué intentas decirme.

—Que… no me había dado cuenta de lo mucho que me había acostumbrado a estar contigo hasta que te fuiste. Nosotros… Creí que sólo era una gran amistad, pero… No sé cómo decírtelo… —Un toldo se rasgó debido al viento—. Creo que… me estoy enamorando de ti.

Lali lo contempló fijamente.

—Resulta irónico, ¿no? —continuó Peter—. Justo cuando tú lo has superado, aquí estoy yo… deseando que no lo hubieras logrado.

—No te creo.

—Aquella mentira respecto a Mery… Había algo desesperado en ella, ¿sabes? Supongo que no quería admitir lo que en realidad sentía.

—¿Y qué es lo que sientes en realidad, Peter? Tendrás que deletreármelo, porque no lo capto.

—Ya sabes lo que quiero decir.

Por lo visto, Lali ya tenía bastante de sus rodeos, porque se volvió en dirección a la corta escalera.

—Todo empezó aquí, ¿sabes? —Peter la siguió—. No durante el rodaje de Thiago y Marianella, hace quince o dieciséis años, sino justo aquí, en la terraza de Gas, hace tres meses. Tú y yo. —Lali se detuvo al final de las escaleras y se volvió para mirarlo. Peter subió los escalones de dos en dos hasta llegar junto a ella—. Desde que nos despertamos en aquella habitación del hotel de Las Vegas, hemos estado en una montaña rusa. —Una ráfaga de viento hizo volar un periódico por la terraza—. Yo estaba empeñado en que tú eras la mejor amiga que había tenido nunca, pero ahora sé que lo que siento es más que amistad.

—Sí, es sexo.

Él experimentó una oleada de rabia.

—Sí, claro, es sexo, pero eso no es todo. Nosotros no tenemos que fingir el uno con el otro. Nosotros… nos comprendemos. —Siguió hablando con rapidez, obligándose a soltar la segunda parte, aunque se odiaba por lo que iba a decir—. Incluso he estado pensando… sólo pensando, acerca de tu idea… —Un puño gigante le atenazó la garganta—. La idea de tener un hijo.

Lali emitió un ruido tenue e indescifrable. Peter continuó:

—Estoy muy lejos de decir que vayamos a por él. Sólo digo que… Sólo digo que, al menos, estoy preparado para hablar sobre esa cuestión.

Ella engullía sus facciones con sus ojos y Peter deseó gritarle, decirle que era un mentiroso y que no fuera tan jodidamente crédula. Sin embargo, apartó a un lado los restos de honor que le quedaban y soltó el gran final.

—Yo… me estoy enamorando de ti, Lali. De verdad.

Ella se llevó los dedos a los labios. El rugido de un trueno sacudió la terraza.

—¿De verdad? —susurró.

Unas gotas de agua afiladas como piedras golpearon a Peter en la cara y él asintió con la cabeza.

Lali no hizo nada. Sólo permaneció allí de pie. Y entonces pronunció su nombre.

—Peter…

Continuará...

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¿Se enamoró Peter? firmen y lo descubrirán... ah

Me fui a ver Aliados, el back de Camila, la TC de ayer y muchas cosas que tengo que ver...

FIRMEN que si firman mañana se termine la novela!!!!!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip


4 comentarios:

  1. me encanta! sube mas por favor!!

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  2. Mas!!!!
    No se que creer puede que este enamorado o que lo diga para que Lali haga la pelicula.

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  3. Me encanta!!!!!!! maaaaassss!!!!!!

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  4. Joooooooo no pude leer los dos ultimos dias y por ende no firme!!
    Me encanta aunque sospecho que Peter la esta engañando, o eso cree el..
    Mi teoria es: la dice que esta enamorado de ella, aunque en verdad él cree que no, pero luego se va a dar cuenta de que sí. Jajajajajaja
    Me da penita Lali.. Cero autoestima.. Menos mal que empieza a remontar..
    Quiero leer los siguientes!
    Y aquí una fan de SEP, que curiosamente, este era uno de los libros de ella que le faltaba por leer!
    Besooos! :)

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