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miércoles, 31 de julio de 2013

Capítulos 34 y 35

La mansión Eldridge, construida en piedra gris, había sido utilizada como escenario para una docena de películas y programas de televisión, pero nunca nadie había visto las dos entradas de la fachada cubiertas con sendos doseles. La más grande y ornamentada, con un dosel de un blanco inmaculado, indicaba «LOS BEDOYA AHGÜERO» y conducía a la puerta principal. Un dosel verde y de menor tamaño situado a un lado de la anterior indicaba «SÓLO CRIADOS».

Conforme salían de sus limusinas, Bentleys y Porsches, los invitados se echaban a reír. Siguiendo el espíritu del evento, los que iban vestidos con traje de fiesta, esmoquin, ropa de tenis o el clásico de Chanel, levantaron la barbilla y se dirigieron a la entrada principal. Pero Jack Patriot no era tonto. Vistiendo sus vaqueros más cómodos, una camisa a cuadros y con unos guantes de jardinero y unas bolsas con semillas colgando de su cinturón, la legendaria estrella del rock entró alegremente por la puerta de servicio acompañado por su esposa. El sencillo vestido negro de ama de llaves de April habría resultado simple si ella no lo hubiera modificado para la ocasión con un corpiño ajustado y un escote pronunciado. Un par de llaves antiguas que colgaban de una cinta negra de seda se acomodaban en su escote y había recogido su castaño pelo en un moño flojo y muy sexy.

Emi Keene, disfrazada con un sencillo traje de doncella, se dirigió, como Jack y April, a la entrada de servicio con su cita para aquella noche, un inversor de riesgo bien plantado que iba disfrazado de mayordomo. Era el acompañante habitual de Emi para las ocasiones especiales, un amigo, pero sin derecho a roce.

Los padres de Meg utilizaron la entrada principal. El actor y dramaturgo Jake Koranda lucía un traje blanco que acentuaba su tez morena, y su esposa, la famosa Fleur Savagar Koranda, vestía un vaporoso vestido de chiffon con un estampado floreado. Meg, que iba vestida de Zoey, la hippy y mejor amiga de Marianella, decidió utilizar la entrada de servicio con su cita para la fiesta, un músico sin trabajo que era el doble del John Lennon de los años setenta.

Cande estaba en el salón de baile, preguntándose por qué había dejado que Lali eligiera su disfraz. Allí estaba ella, vestida como un puto ángel, con un destellante vestido plateado y una aureola sujeta a una voluminosa peluca naranja. Si levantaba los ojos, incluso podía ver unos cuantos tirabuzones de ese color cayendo sobre sus cejas. La inspiración para el disfraz procedía del episodio trece, «Thiago tiene un sueño». Cuando Cande se quejó a Lali sobre el disfraz, ésta esbozó una extraña sonrisa y dijo que Cande era un ángel disfrazado. ¿Qué demonios significaba eso?

Se suponía que ella tenía que ayudar a Poppy, la organizadora de la fiesta, asegurándose de que todo iba bien, pero Cande se había pasado la mayor parte del tiempo mirando boquiabierta a los famosos que iban llegando. Según Poppy, aquella era la fiesta más importante del verano y un montón de celebridades que Peter y Lali ni siquiera conocían habían pedido ser invitados. Lali le dijo a Poppy, una y otra vez, que «Nada de diseñadoras de bolsos». Cande no lo entendió hasta que Lali se lo explicó, y entonces estuvo de acuerdo con ella.

Las pulidas molduras de color nogal de la sala de baile y el techo de paneles de madera resplandecían a la luz de las arañas. Las mesas redondas estaban cubiertas con unos manteles de color mostaza y unos salvamanteles de cuadros lavanda y azul. Unos ramos de hortensias azules, inspiradas en los créditos de la serie, colocados en unos jarrones amarillos servían de centro de mesa. Delante de cada cubierto había una maqueta de la mansión Bedoya Agüero y un marco de plata con el menú, el escudo de la familia Bedoya Agüero y la impresión grabada de la pezuña de Butterscotch, el gato de Marianella. Cuatro pantallas panorámicas de televisión situadas en otros tantos puntos de la sala pasaban, sin sonido, episodios de la serie.

Cande vio acercarse a Agus con una chica guapa, morena y de aspecto aburrido, que sólo podía ser Becky. Agus no habría tenido las narices de pedirle que saliera con él si Cande no se hubiera puesto pesada. Gracias a Cande, él nunca había tenido mejor aspecto. «Lo único que tienes que hacer es ponerte un traje de primera calidad —le dijo ella mientras lo convencía para que fuera disfrazado de abogado de los Bedoya Agüero—. Un traje que te caiga bien. Y haz que Lali lo pague.» Una cosa tenía que reconocerle a Lali, y es que no era tacaña. Incluso envió a Agus al sastre de su padre.

Con aquel estupendo corte de pelo, las lentes de contacto, su cuerpo, cada día más delgado, y aquella ropa de verdad en lugar de sus absurdas camisetas estampadas con chorradas de videojuegos, Agus parecía una persona distinta.

—Cande, ésta es Becky.

Becky era un poco gordita, con la cara redonda, el pelo negro y brillante y una sonrisa tímida y amistosa. A Cande le gustó lo mucho que se esforzaba para no quedarse embobada mirando a los famosos.

—Hola, Cande, me encanta tu disfraz.

—Es bastante patético, pero gracias.

—Becky trabaja en el departamento de relaciones públicas de una compañía de seguros médicos —explicó Agus, como si Cande no lo supiera, igual que sabía que los padres de Becky eran de Vietnam, pero que ella había nacido en Long Beach.

Cande se fijó en la camisa blanca de Becky, en su falda negra y corta, en sus mallas negras y en sus zapatos de tacón alto de ocho centímetros.

—Estás fantástica disfrazada de chófer.

—Agus me sugirió lo del disfraz.

De hecho, había sido Cande quien le había sugerido a Agus que Becky se disfrazara de Lulu, la sexy chófer del abogado Bedoya Agüero. Cande pensó que Becky estaría muy nerviosa aquella noche y que llevar un disfraz sencillo sería algo menos de lo que preocuparse.

—En realidad, la idea fue de Cande —explicó Agus, aunque Cande no lo habría culpado si hubiera fingido que era suya.

—Gracias —contestó Becky—. La verdad es que estaba un poco nerviosa por lo de esta noche.

—Es una primera cita cojonuda, ¿no?

—Increíble. Todavía no me creo que Agus me pidiera que lo acompañara.

Becky lo miró y esbozó una ancha sonrisa, como si él fuera el no va más, lo que no era cierto, aunque sí tenía mucho mejor aspecto que antes. Él le devolvió la sonrisa y Cande sintió una punzada de celos. No porque deseara que Agus fuera su novio, sino porque se había acostumbrado a cuidar de él. Y también le gustaba hablar con él. Incluso le había contado todo el infierno por el que había pasado. Pero si él y Becky iban en serio, quizás él quisiera hablar sólo con ella. Quizá también se sentía un poco celosa porque le gustaría que un chico muy, muy, pero que muy bueno y que no fuera un indeseable la mirara como Agus estaba mirando a Becky. No en aquel mismo momento, pero sí algún día.

—Aquella de allá es Sasha Holiday —explicó Agus señalando a una mujer alta y esbelta de pelo largo y oscuro.

Unas gafas de media lente colgaban de una cadena sobre su sofisticado vestido de tubo negro. Era igual que la secretaria de la señora Bedoya Agüero, pero mucho más sexy.

—Sasha es una de las mejores amigas de Lali —le explicó Agus a Becky.

—La reconozco de los anuncios de Comida Sana Holiday —dijo Becky—. Es preciosa, e incluso más delgada que en las fotografías.

Cande pensó que Sasha estaba demasiado delgada y que se percibía mucha tensión alrededor de sus ojos, pero no dijo nada.

Cande, Agus y Becky se quedaron allí, intentando no mirar fijamente a los famosos que iban llegando: Jake Koranda, Jack Patriot y todos los actores de Thiago y Marianella, más un puñado de compañeros de reparto de las películas de Lali. Meg saludó a Cande con la mano desde lejos y ella le devolvió el saludo. El acompañante de Meg parecía un perdedor, y Cande pensó que ella se merecía alguien mucho mejor. Por la expresión de su padre, él también pensaba lo mismo.

Cande se sorprendió al ver a Gime Moody, la antigua agente de Lali, pero no tanto como Poppy, quien parecía que iba a sufrir un infarto. Habían invitado a Gime antes de que Lali la despidiera y nadie se esperaba que apareciera.

—¿Dónde están la señorita Esposito y el señor Lanzani? —le susurró Becky a Agus.

Sonaba extraño oír a alguien llamarlos de aquella manera. Agus dio una ojeada a su reloj.

—Harán una gran entrada. Fue idea de Poppy. —Agus enrojeció. Entonces miró a Cande con el ceño fruncido—. Deja de reírte. Eres una cría… y muy poco profesional.

Pero, entonces, también él se echó a reír y le explicó a Becky que la organizadora de fiestas se lo tomaba todo muy en serio y que él y Cande no la tragaban.

Mientras tomaban el aperitivo, Emi Keene se acercó a charlar con ellos, lo que fue increíble, porque todo el mundo creyó que eran personas importantes. Gime también se acercó para saludarles. No actuó como si se sintiera violenta por estar allí, aunque todo el mundo sabía que Lali la había despedido, y no parecía que hubiera acudido con ningún acompañante.

Poppy y los camareros dirigieron a los invitados al vestíbulo principal para la entrada de los novios. Cande empezó a ponerse nerviosa. Lali estaba acostumbrada a estar encima de un escenario, pero aquello era diferente, y Cande no quería que tropezara ni hiciera nada ridículo delante de todas aquellas personas. Los músicos empezaron a tocar una obertura de Mozart o algo por el estilo. Peter apareció por una puerta de la primera planta. Era la primera vez que Cande lo veía vestido con esmoquin, pero él se movía como si llevara uno todos los días, como James Bond o George Clooney o Patrick Dempsey, pero con el pelo claro. Parecía rico y famoso, y Cande se sintió orgullosa por ser ella quien lo cuidaba.

Peter bajó por las imponentes escaleras y se volvió hacia arriba. La música sonó más fuerte. Entonces apareció Lali, y Cande volvió a experimentar una sensación de orgullo. Se la veía esplendorosa y saludable en lugar de hambrienta y con los ojos hundidos. Cande se había asegurado de que así fuera. Miró a Peter y se dio cuenta de que él también creía que Lali era guapa.

Lali había insistido en que acudieran a la fiesta por separado, así que era la primera vez que Peter la veía. Hasta cierto punto, él esperaba que Lali se presentara con el disfraz de mofeta de Marianella, como le había amenazado hacer, pero debería haber supuesto que no lo haría.

Lali resplandecía como si estuviera corriendo desnuda a través de una lámpara de araña. Su vestido formaba una estrecha columna de tejido brillante que se ajustaba maravillosamente a su cuerpo alto y esbelto hasta las rodillas, donde se ensanchaba suavemente hasta llegar al suelo. Un delicado broche de pedrería remataba el tirante de uno de sus hombros dejando el otro desnudo, y una pieza de fino encaje cruzaba su cuerpo en diagonal dejando sutil y elegantemente a la vista parte de su piel.

La audiencia había esperado ocho temporadas para ver aquello, la visión de la que se habían visto privados por el comportamiento destructivo de Peter, la transformación de Marianella Rinaldi de una huérfana sin hogar en una mujer elegante, de carácter generoso y gran espontaneidad, cualidades que ninguno de los Bedoya Agüero había poseído nunca. Peter estaba impresionado. Podía manejar a Marianella, pero aquella criatura inteligente y sofisticada le parecía casi… peligrosa.

El pelo de Lali estaba perfecto. Sus oscuros y esponjosos tirabuzones estaban sujetos detrás de su cabeza y unos cuantos colgaban sueltos dándole un aire de elegante informalidad. Aunque Lali insistía en que confiaba en April en todo lo relacionado con su aspecto, ella tenía muy claro lo que le iba o no le iba bien, y no cometió el error de dejar que nadie retocara su pálida piel natural con maquillaje de color. Y tampoco se había puesto excesivas joyas. Unos espectaculares pendientes largos de diamantes colgaban de sus lóbulos, pero había dejado su esbelto cuello desnudo para que destacara por sí mismo.

Nico iba a su lado y ella apoyaba levemente la mano en la manga de su esmoquin. El hecho de que su padre la escoltara mientras descendía por las escaleras no formaba parte del plan y la expresión de ambos cuando se miraron y sonrieron desconcertó a Peter. Él sabía que Nico se había dejado ver mucho por su casa últimamente, pero Peter había estado tan ocupado que no tenía ni idea de qué había pasado para que su relación mejorara.

Nico y Lali empezaron a bajar las escaleras. Peter no podía apartar los ojos de ella. Según los cánones de Hollywood, Lali no podía considerarse guapa, pero el problema estaba en los cánones, no en ella. Lali era más interesante que cualquier falsa belleza californiana liposuccionada, siliconada, hinchada a Botox y con boca de trucha.

Cuando Lali se detuvo en el rellano, Peter se acordó, con retraso, de que tenía que haber subido las escaleras para encontrarse con ella, pero Lali estaba acostumbrada a que él se olvidara de sus entradas. Peter despegó sus pies del suelo y subió las escaleras deteniéndose tres escalones por debajo de Lali. Se volvió un cuarto de vuelta hacia la multitud y extendió la mano con la palma hacia arriba. Todo muy cursi, pero ella se merecía la imagen más romántica posible. Nico besó a su hija en la mejilla y asintió con la cabeza en dirección a Peter. A continuación, les dejó el escenario a los novios. Lali deslizó con calidez su mano encima de la de Peter. Los invitados prorrumpieron en un fuerte aplauso mientras ella bajaba los tres escalones que la separaban de él.

Los dos se giraron enfrentándose a un salón rebosante de sonrisas y buen humor, aunque, sin duda, la mitad de invitados estaba realizando apuestas acerca de cuánto duraría su matrimonio. Lali levantó la mirada hacia Peter con expresión tierna. Él se llevó la mano de ella a los labios y la besó con suavidad. Él podía representar el jodido papel de Príncipe Azul tan bien como Pablo el Perdedor.

Pero Peter tenía que esforzarse en ser cínico. Aquella noche podía no ser más que otro cuento de hadas de Hollywood, aunque la ilusión le parecía real.





Lali quería que fuera real: aquella noche, el mágico y chispeante vestido, sus amigas reunidas a su alrededor y la dulce expresión de su padre. Sólo el hombre que estaba a su lado era el equivocado. Aunque no le parecía tan equivocado como debería.

Se mezclaron con los invitados, quienes iban vestidos de las formas más diversas, desde vaqueros y faldas de tenis a esmóquines y uniformes de colegiala. Gas y Sasha se habían presentado voluntarios para realizar los brindis, pero cuando se sentaron para cenar, de pronto Nico se puso de pie y levantó su copa.

—Esta noche celebramos el compromiso que estas dos personas increíbles han contraído entre ellas. —Entonces fijó la mirada en Lali—. A una de estas personas la quiero mucho. —Su voz se quebró y los ojos de Lali se llenaron de lágrimas. Nico carraspeó—. Y la otra… cada día me cae mejor.

Todos rieron, Peter incluido. Durante la última semana, la relación de Lali con su padre había sido rara y maravillosa a la vez. Saber lo mucho que la quería y lo mucho que había querido a su madre lo había significado todo para ella. Pero mientras Nico expresaba sus buenos deseos para el futuro de los novios, Lali tuvo que esforzarse para mantener una sonrisa en su cara. Contarle a su padre la verdad en lugar de intentar esconder sus errores por miedo a decepcionarlo constituía el siguiente paso en su viaje para ser ella misma.

Nico había esperado hasta aquella mañana para contarle que le había ofrecido a su ex agente asistir a la celebración como su acompañante. Aunque a Lali le resultó violento saludar a Gime, se alegró de la decisión de su padre.

—Creo que es un bonito detalle hacia ella —explicó Nico—. Así todos verán que todavía la consideras parte de tu círculo íntimo.

Lali intentó bromear siguiendo la misma línea.

—También es la manera idónea de que la gente sepa que vuelves a los escenarios y que Gime te va a representar.

Él se puso serio.

—Lali, no es por eso que…

—Lo sé. No quería decir eso.

Estaban construyendo una nueva relación, y los dos intentaban encontrar su lugar. Lali le dio un codazo para hacerle reír.

A continuación todos hicieron su brindis. El de Gas fue irreverente, y el de Sasha cálido, pero los dos fueron divertidos. Al inicio de la cena, se produjeron frecuentes interrupciones de invitados que hacían tintinear sus copas de agua pidiendo que los novios se besaran. A Lali, los besos en público con Peter ya no le resultaban tan falsos. No conocía a ningún hombre que disfrutara tanto besando como Peter Lanzani… ni nadie que lo hiciera tan bien. Y tampoco conocía a ningún hombre a quien ella disfrutara tanto besando.





En la mesa de al lado, Gime mordisqueó un trozo de langosta y, disimuladamente, se subió un tirante del su sujetador que le había resbalado por el hombro. Había pensado ponerse un vestido de fiesta, como el resto de las invitadas, pero en el último momento había cambiado de idea. Para ella, aquello era una reunión de negocios y no podía permitirse pasarse la velada tirando del corpiño de un vestido que, inevitablemente, sería demasiado escotado o preocupándose por sus brazos desnudos, que no estaban tan tonificados como deberían. Así que se decidió por un sencillo traje chaqueta beis, un blusón con cuello de lazo y unas perlas: el tipo de ropa que utilizaría la señora Bedoya Agüero. Aparte de su eterno problema con los tirantes de los sujetadores, había tenido bastante éxito manteniendo un aspecto decente.

La invitación de Nico constituyó para ella una gran sorpresa. Gime le telefoneó para informarle de que había fallado en la audición, pero que el director de reparto quería verlo en la audición de otro personaje. Justo cuando empezaba su charla estándar egoreparadora, él la interrumpió.

—Yo no era el actor adecuado para el papel, pero la audición me ha servido de práctica.

Y entonces la invitó a la fiesta.

Habría sido tonta si hubiera rechazado su invitación. El hecho de que la vieran allí aquella noche ayudaría a devolverle un poco de dignidad a su reputación profesional, como Nico bien sabía. Pero Gime no podía evitar sentirse cautelosa. La fría personalidad de Nico siempre había constituido el antídoto perfecto para su atractivo físico y sus otros valores masculinos, pero su nueva vulnerabilidad la empujaba a verlo de una forma más inquietante.

Por suerte, ella entendía los peligros de las fantasías salvadoras de las mujeres. Tenía claro lo que quería en la vida y no lo estropearía sólo porque Nico Esposito fuera más interesante y complicado de lo que ella había imaginado. ¿Y qué si a veces se sentía sola? Los días en que permitía que un hombre la distrajera de sus objetivos quedaban muy atrás. Nico era un cliente, y que la vieran en aquella fiesta era un buen asunto.

Nico se había mostrado atento con ella durante toda la noche, como un perfecto caballero, pero ella estaba demasiado nerviosa para comer. Mientras los otros comensales de la mesa estaban entretenidos conversando, Gime se inclinó hacia Nico.

—Gracias por invitarme. Te debo una.

—Tienes que reconocer que la situación no ha sido tan violenta como te la imaginabas.

—Sólo porque tu hija es una actriz de primera.

—Deja de defenderla. Te despidió.

—Tenía que hacerlo. Y vosotros dos no habéis dejado de sonreíros en toda la noche, así que no te hagas el duro conmigo.

—Hemos hablado, eso es todo.

Nico señaló la comisura de su boca indicándole a Gime que tenía algo en aquella parte. Ella, avergonzada, cogió su servilleta, pero no acertó con el lugar y al final él le limpió la mancha con su propia servilleta.

Luego ella cogió su copa de agua.

—Debió de ser una conversación fantástica.

—Así es. Recuérdame que te la cuente la próxima vez que esté borracho.

—No te imagino borracho, eres demasiado disciplinado.

—No sería la primera vez.

—¿Y cuándo te has emborrachado antes?

Gime esperaba que él se desentendiera de la pregunta, pero no fue así.

—Cuando murió mi esposa. Cada noche, después de que Lali se durmiera.

Ése era un Nico Esposito que Gime estaba empezando a conocer. Lo miró fijamente.

—¿Cómo era tu esposa? Si no quieres, no tienes por qué contestarme.

Él dejó el tenedor en el plato.

—Era increíble. Brillante. Divertida. Dulce. Yo no la merecía.

—Ella debía de pensar lo contrario, o no se habría casado contigo.

Nico pareció un poco desconcertado, como si estuviera tan acostumbrado a considerarse un miembro de segunda clase en su matrimonio, que no pudiera verlo de otra manera.

—Apenas tenía veinticinco años cuando murió —comentó—. Era una niña.

Gime tocó las perlas de su collar.

—Y todavía estás enamorado de ella.

—No como crees. —Nico jugueteó con la maqueta de la mansión Bedoya Agüero de azúcar hilado que había en su plato—. Supongo que el joven de veinticinco años que habita en mí siempre estará enamorado de ella, pero de eso hace mucho tiempo. Ella siempre estaba en las nubes. Tanto podía dejar las llaves del coche en la nevera como en su bolso. Y no le importaba su aspecto en absoluto. Me volvía loco. Y siempre estaba perdiendo botones o rompiendo cosas…

A Gime empezó a erizársele el vello.

—Me cuesta imaginarte con alguien así. ¡Las mujeres con las que sales son tan elegantes!

Él se encogió de hombros.

—La vida es un caos y yo busco el orden donde puedo.

Ella dobló su servilleta en el regazo.

—Pero no te has enamorado de ninguna de ellas.

—¿Cómo lo sabes? Quizá me enamoré y me rechazaron.

—Es poco probable. Tú eres el primer premio en la lista de las ex esposas. Estable, inteligente y sumamente atractivo.

—Estaba demasiado ocupado dirigiendo la carrera de Lali para volver a casarme.

Gime percibió cierto autorreproche.

—Hiciste un gran trabajo con ella durante muchos años —dijo—. He oído la historia. Según dicen, de niña Lali no podía resistirse a ponerse delante de un micrófono o calzarse unas zapatillas de baile, así que deja de atormentarte.

—Le encantaba actuar. Cuando yo no la veía, se subía a las mesas para bailar. —Su expresión volvió a ensombrecerse—. Aun así, no debería haberla presionado tanto. Su madre me lo habría reprochado.

—¡Eh! Resulta fácil criticar cuando se está en el cielo, fuera del área de juego y viendo a los demás cargar con todo el peso.

Gime tuvo la osadía de hablar con ligereza de su adorada esposa y la expresión de Nico se volvió fría y distante. En los viejos tiempos, ella se habría deshecho en explicaciones intentando disculparse, pero, aunque el ceño de Nico se acentuó, no sintió la necesidad de rectificar, sino que se inclinó hacia él y susurró:

—Supéralo.

Él levantó la cabeza y la furia que sentía convirtió sus ojos en balas.

Gime le sostuvo la mirada y añadió:

—Ya va siendo hora.

La retirada era el arma preferida de Nico Esposito y Gime esperaba que se recluyera en sí mismo, pero no lo hizo. Entonces el hielo de sus ojos se fundió.

—Interesante. Lali me ha dicho lo mismo. —Y recogió del suelo la servilleta que se le había caído a Gime y le dedicó una larga mirada que la derritió.

Continuará...

Capítulo 35

 



Al principio, Cande se fijó en el camarero porque era muy guapo y no parecía un actor. Era demasiado bajo para eso, pero tenía un cuerpo bonito y el pelo moreno y no demasiado corto. Mientras ofrecía las bandejas del aperitivo, no paraba de lanzar miradas furtivas a todo el mundo, lo que resultaba un poco inquietante, pero ella hacía lo mismo, así que no le dio mucha importancia. Después, Cande se fijó en la extraña forma en que giraba el cuerpo.

Cuando por fin se dio cuenta de lo que el camarero estaba haciendo, se cabreó mucho. Esperó a que la cena casi hubiera acabado, se disculpó y se dirigió a la zona del servicio, donde lo encontró ordenando platos en un carrito. Cuando se aproximó a él, el camarero se fijó en su aureola y esbozó una sonrisa burlona.

—¡Eh, ángel! ¿Qué puedo hacer por ti?

Ella leyó su tarjeta identificativa.

—Puedes entregarme tu cámara, Marcus.

La socarronería de él se esfumó.

—No sé de qué me hablas.

—Tienes una cámara oculta.

—Estás loca.

Cande intentó recordar dónde ocultaban sus cámaras los periodistas de investigación.

—Sé quién eres —dijo el camarero—. Trabajas para Peter y Lali. ¿Cuánto te pagan?

—Más de lo que te pagan a ti.

Marcus no era alto, pero tenía aspecto de hacer ejercicio y, aunque tarde, a Cande se le ocurrió que debería haber avisado a alguien de seguridad para que manejara aquella situación. Sin embargo, había gente a su alrededor y le pareció mejor mantenerlo en secreto.

—Si no me das la cámara, Marcus, haré que te la quiten.

Debió de parecer que hablaba en serio, porque él se inquietó. El hecho de que pudiera intimidarlo, aunque sólo fuera un poco, animó a Cande.

—No es asunto tuyo —replicó Marcus.

—Sólo intentas ganarte la vida, lo comprendo, y en cuanto me hayas entregado la cámara olvidaré el asunto.

—No seas bruja.

Cande se movió con rapidez y aferró el botón superior de la chaqueta de Marcus, el que no hacía juego con el resto. El botón se desprendió y, cuando ella tiró para soltarlo, se encontró con la resistencia de un fino cable.

—¡Eh!

Cande dio un tirón fuerte y se lo arrancó.

—No se permiten cámaras, ¿no te habías enterado?

—¿Y a ti qué te importa? ¿Tienes idea de lo que las agencias pagan por porquerías como ésta?

—No lo suficiente.

Marcus había enrojecido, pero no podía arrebatarle la cámara a Cande sin que todo el mundo notara que pasaba algo. Ella se alejó de allí, pero él la siguió.

—Podrías vender tu historia, ¿sabes? Sobre tu trabajo. Seguro que podrías conseguir, como mínimo, cien de los grandes. Devuélveme la cámara y te pondré en contacto con un tío que se encargará de todo.

«Cien mil dólares…»

—Ni siquiera tendrías que decir nada malo de ellos.

Ella no respondió. Sólo se alejó.

«Cien mil dólares…»





Después de la cena se proyectó un divertido videomontaje con escenas de Thiago y Marianella. Poco antes de la ceremonia de cortar el pastel, apareció Dirk Duke con un micrófono. Dirk era el pinchadiscos más famoso de la ciudad. Su verdadero nombre era Adam Levenstein y Poppy lo había contratado para que pusiera música para bailar, lo que estaba programado para media hora más tarde. Dirk era bajito, tenía la cabeza en forma de pepino, el cuello tatuado y se había educado en una universidad privada, algo que él se esforzaba en ocultar. Aquella noche, en lugar de sus habituales vaqueros, iba vestido con un esmoquin que no era de su talla.

—¡Hola a todos! ¡Esta fiesta es increíble! ¡Un gran aplauso para Lali y Peter!

La audiencia, obediente, aplaudió con entusiasmo.

—¡Eh, vosotros, fans de Thiago y Marianella! Ver a Lali y Peter casados es fantástico, ¿no creéis?

Más aplausos y un par de silbidos, uno de ellos de Meg.

—Estamos aquí para festejar un matrimonio que se celebró hace dos meses. Un matrimonio al que ninguno de nosotros fue invitado porque no somos lo bastante importantes.

Risas.

—Pero esta noche vamos a ponerle remedio…

Cuatro camareros entraron con un dosel nupcial cubierto con un tul blanco recogido a los lados con ramilletes de hortensias azules. Poppy iba detrás, vestida con un traje largo negro y una expresión de petulancia expectante.

Lali le dio un codazo a Peter.

—Creo que Poppy acaba de desvelar su sorpresa. La que tú le dijiste que llevara a cabo.

Él hizo una mueca.

—Deberías haberme dado un golpe en la cabeza. Esto no me gusta nada.

A ella todavía le gustaba menos, pensó Lali mientras contemplaba cómo los camareros colocaban el dosel en la parte delantera de la pista. Peter soltó una maldición en voz baja.

—Esa mujer está oficialmente despedida.

—Como ministro ordenado de la Iglesia de la Vida Universal… —Dirk realizó una pausa para causar más efecto— es un honor para mí… —otra pausa —pedirle a los novios que se acerquen y… —levantó la voz— ¡repitan sus votos delante de todos nosotros!

Los invitados estaban entusiasmados. Incluso el padre de Lali. Los labios siliconados y realzados con brillo de Poppy se curvaron en una sonrisa triunfal. Un músculo se agitó en el extremo de la mandíbula de Peter. Poppy no tenía derecho a representar en público algo tan personal sin consultárselo a ellos.

Peter apretó los dientes y se levantó.

—Pon tu mejor cara.

Lali se dijo que aquello no tenía importancia. ¿Qué era una representación pública más después de todas las que había hecho? Al levantarse, su resplandeciente vestido crujió.

Dirk alargaba las vocales, como si fuera el presentador de un juego televisivo.

—Papá, ven y únete a ellos. ¡El señor Nico Esposito, señoras y señores! Peter, elige a tu padrino.

—Me elige a mí.

Gas se levantó de golpe y los invitados se echaron a reír.

Lali tenía la sensación de estar asfixiándose.

—Lali, ¿quién va a ser tu dama de honor?

Ella miró a Sasha, Meg y April y pensó en cuánta suerte tenía de que aquellas maravillosas mujeres fueran sus mejores amigas. Entonces inclinó la cabeza.

—Gime.

Gime, impresionada, al levantarse estuvo a punto de volcar la silla.

Se encontraron todos debajo del dosel. El padre de Lali, Gas, Gime y los reticentes novios.

Dirk tuvo el detalle de volverse de espaldas al público para que Peter y Lali estuvieran de cara a los invitados. Entonces tapó el micrófono con la mano.

—¿Estáis todos preparados?

Lali y Peter se miraron a los ojos y se produjo un instante de perfecta comunicación sin palabras. Él arqueó una ceja y ella le explicó exactamente lo que pensaba con la mirada. Peter sonrió, le apretó la mano y le arrebató el micrófono a Dirk.

—Un cura, un rabino y un pastor entran en un bar… —Todos se echaron a reír. Peter esbozó una amplia sonrisa y se acercó el micrófono a la boca—. Gracias por vuestros buenos deseos. Lali y yo los valoramos más de lo que podamos expresar con palabras.

Poppy, a un lado del improvisado escenario, se mordió el labio inferior. El discurso de Peter no estaba en el guión y era evidente que no le gustaba que los clientes interfirieran en su programa.

Peter soltó la mano de Lali y señaló el dosel.

—Como ya os habréis imaginado, esta ceremonia es una sorpresa para nosotros, pero la verdad es que, aunque tanto Lali como yo comprendemos lo atractivo que resultaría ver cómo Thiago y Marianella se casan, nosotros no somos esos personajes y esta ceremonia no nos parece bien a ninguno de los dos.

Lali deslizó la mano en el interior del codo de Peter y sonrió a los invitados que se mostraban empáticos con ellos.

Peter le cubrió los dedos con su mano.

—Ahora mismo, me apetece decir cosas realmente emotivas respecto a Lali. Lo cariñosa, dulce y divertida que es. Y que es mi mejor amiga… Pero no quiero avergonzarla.

—No importa. —Ella se inclinó hacia el micrófono—. Avergüénzame.

Peter se echó a reír, y lo mismo hizo la multitud. Los esposos intercambiaron otro de sus besos seguido de una larga y amorosa mirada mientras él la manoseaba a escondidas y ella le pellizcaba el culo.

De repente, las rodillas de Lali empezaron a temblar. A temblar de verdad. Un temblor de terremoto, sólo que aquel terremoto se estaba produciendo en su interior.

Se había enamorado de él.

Lali palideció y absorbió la terrible verdad. A pesar de todo lo que sabía de Peter Lanzani, se había enamorado de él, del egocéntrico y autodestructivo chico malo que le había robado la virginidad, había arruinado la serie televisiva y casi se había destruido a sí mismo.

Él resplandecía a la luz de las arañas, con aquella pulida belleza y elegante masculinidad diseñadas para el celuloide. Lali apenas podía respirar. Justo cuando por fin estaba aprendiendo a ser ella misma, se saboteaba enamorándose de un hombre en el que no podía confiar, un hombre al que le pagaba para que permaneciera a su lado. La magnitud de la calamidad la mareó.

Peter terminó su discurso. Sacaron el pastel de boda en un carrito, una maravilla glaseada de varios pisos con hortensias de pastelería y coronada con dos muñequitos de Thiago y Marianella vestidos de boda. Peter cortó el primer trozo y le dio un bocado a Lali dejando en sus labios una mancha de glaseado que limpió con un beso. Ella, con gran esfuerzo, le devolvió el favor. El pastel sabía a corazón roto.

Más tarde, April la llevó aparte para que se cambiara el resplandeciente vestido por otro azul de estilo años veinte que habían elegido para bailar. Lali se pasó el resto de la noche en una vorágine de perpetuo movimiento, bailando y riendo, meneando las caderas y con el pelo golpeándole las mejillas.

Bailó con Peter, quien le dijo que estaba guapísima y que se moría de ganas de llevársela a la cama. Bailó con Gas y con sus amigas, con Jake Koranda, con Agus y con su padre. Bailó con los actores que habían coprotagonizado películas con ella y con Jack Patriot. Incluso bailó con Dirk Duke. Mientras sus pies no dejaran de moverse, no tenía que pensar en cómo salvarse.





Peter se enderezó y la miró fijamente en el vestíbulo de su casa, poco después de las dos de la madrugada. Su corbata negra de lazo colgaba sobre sus hombros y llevaba el cuello de la camisa abierto.

—¿Qué demonios quieres decir con que vas a dormir en la casa de invitados?

Lali todavía estaba un poco bebida, pero no tanto como para no saber lo que tenía que hacer. Quería llorar… o gritar, pero tendría tiempo de sobra para ambas cosas más tarde.

—Tengo que presentarme ante ti para una audición el martes por la tarde, ¿te acuerdas? Dormir contigo tres noches antes me da una ventaja injusta sobre las otras actrices.

—Es la cosa más ridícula que he oído en mi vida.

De alguna manera, ella consiguió sacar a la superficie la frescura de la vieja Lali, la que, una vez más, se había enamorado como una tonta.

—Lo siento, Thiago, pero yo creo en el juego limpio. Lo llevaría como un peso sobre mi conciencia.

—¡Al infierno tu conciencia!

Peter la empujó contra la pared, al pie de las escaleras, y empezó a besarla. Besos profundos, invasivos y con un toque de insistencia. Los dedos de los pies de Lali se curvaron dentro de sus zapatos. Él introdujo una mano por el escote del vestido azul y pellizcó con suavidad la parte superior del pecho que se curvaba por encima del corpiño.

—Me vuelves loco —murmuró junto a la piel húmeda de Lali.

Ella estaba mareada por el champán, el deseo y la desesperación. Peter deslizó la otra mano por el interior de sus braguitas, tan finas y frágiles que apenas contaban como pieza de ropa. «Para. No pares…» Las palabras rebotaban en la cabeza de Lali mientras los besos de Peter se volvían cada vez más apremiantes y sus caricias tan íntimas que Lali apenas podía soportarlo.

—Ya está bien —dijo él, y la cogió en brazos.

La música de fondo fue aumentando en intensidad. Compases de Doctor Zivago y de Titanic, de Tú y yo y de Memorias de África los envolvieron mientras él la subía por las escaleras de la forma más romántica del mundo; salvo por el hecho de que eran las dos de la madrugada y Peter se golpeó el codo al atravesar el umbral de la puerta.

Pero sólo tardó un segundo en recuperarse. Dejó a Lali en el borde de la cama y le subió el vestido. Y todo volvió a ser como la primera vez, en el yate. Las caderas desnudas de Lali en el borde del colchón. Su vestido arrugado en su cintura. La ropa de Peter esparcida por el suelo y ella enamorada como una imbécil de un hombre que no le correspondía.

Fue como la primera vez… y no lo fue. Después del primer y apasionado asalto, Peter se tomó las cosas con más calma. La amó con sus caricias, con su boca, con su sexo, con todo menos con su corazón. Y ella se permitió a sí misma amarlo. Sólo que por última vez.

Algo ligeramente inquisitivo destelló en los ojos de Peter cuando la miró a las pupilas. Notó un cambio en ella, pero no supo de qué se trataba. El placer que sentían aumentó de una forma vertiginosa, la música entró en un crescendo en el interior de la cabeza de Lali, y la cámara se alejó. Cerró los ojos y cabalgó con Peter hacia la inconsciencia.





Mientras permanecía acurrucada junto al hombro de Peter, su desesperación resurgió. Aquella autodestrucción tenía que acabar.

—Entonces… ¿cuándo te enamoraste de mí? —preguntó.

—En cuanto te vi —contestó él con voz somnolienta—. No, espera… Eso fue conmigo, la primera vez que me miré en un espejo.

—No, en serio.

Peter bostezó y la besó en la frente.

—Duérmete.

Ella insistió.

—Tengo la sensación…

—¿Qué sensación?

Ahora Peter estaba despierto y receloso, pero ella tenía que saber con exactitud dónde se encontraba. Aquello era demasiado importante para que constituyera algún tipo de malentendido de comedia televisiva que pudiera arreglarse con unas cuantas frases.

—La sensación de que te has enamorado de mí.

Peter se incorporó echándola sin miramiento de su hombro.

—Es lo más estúpido… Tú sabes exactamente lo que siento por ti.

—En realidad, no. Eres más sensible de lo que demuestras y escondes mucho.

—Yo no soy nada sensible. —Peter le lanzó una mirada furibunda—. Quieres restregármelo por la cara, ¿no? Lo que he dicho en la fiesta.

Ella no recordaba lo que él había dicho en la fiesta, así que frunció los labios y dijo:

—Claro que quiero restregártelo por la cara, así que repítelo.

Él soltó un soplido de exasperación y se reclinó en la almohada.

—Eres la mejor amiga que he tenido nunca. ¡Vamos, ríete! En serio, nunca pensé que lo nuestro acabaría de esta manera.

Su mejor amiga… Lali tragó saliva.

—No sé por qué; al fin y al cabo yo soy una persona muy fiable.

—Eres una tía muy rara. Nunca, ni en un millón de años, me habría imaginado que serías la persona en quien más confiara.

Pero ella no confiaba en él en absoluto. Salvo en lo que decía en aquel momento. Peter le estaba contando la verdad acerca de sus sentimientos.

—¿Y qué me dices de Cande? Ella se dejaría matar por ti.

—Está bien, eres la segunda persona más de fiar que conozco.

—Eso está mejor. —Lali se aconsejó dejarlo correr, pero tenía que intentarlo. Una vez más—. Realmente podría estropearlo todo… —Suspiró, como si Cande fuera un auténtico fastidio—. Imagínate que te volvieras gilipollas y decidieras enamorarte…

—Por Dios, Lali, ¿quieres dejarlo estar? Nadie está enamorado de nadie.

—Si estás seguro…

—Sí, estoy seguro.

—¡Qué alivio! Ahora deja de hablar para que pueda dormir.

A Lali le dio un calambre en la pierna, pero no se atrevió a moverse hasta que oyó el sonido profundo y regular de la respiración de Peter. Sólo entonces, se levantó con cuidado de la cama. Se puso lo primero que encontró, que era la camisa del esmoquin de Peter, y bajó con sigilo las escaleras. Su padre había regresado a su piso, así que la casa de invitados volvía a estar vacía. Lali recorrió el frío sendero de piedra mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Si seguía haciendo el amor con Peter, tendría que fingir que sólo era sexo. Tendría que actuar delante de él, igual que actuaba delante de las cámaras.

No podía hacerlo. Ni por él ni por ella. Nunca más.

Continuará...

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Y Lali se nos enamoró y aviso que nada volverá a ser como antes, yo avisé!!

Ya dije que la novela no es mia pero lo repito LA NOVELA NO ES MIA es de SEP, una GRAAAAAN escritora.

Si quieren otro capítulos firmen, sino hasta mañana :D

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

3 comentarios:

  1. Se enamoroooooooo!!!!!*.* En que sentido las cosas van a cambiar ??en bien o maaal??aayyy no me puedes dejar asiii..nooo..ya quieroo maas..@pl_mialma

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  2. Aw lali se enamoro... Espero que Peter pronto lo haga! Pobresita! tiene que bancarse el sexo sin amor cuando ya esta enamorada :( me encanta la nove!

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  3. me encanto, sube mas capitulos por favor!

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