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domingo, 28 de julio de 2013

Capítulos 27 y 28

 

Lali se encerró en el lavabo de Peter y se metió en la bañera. Tanto ella como Cande habían sido traicionadas por hombres. Cande de un modo más horrible, en las calles, y Lali en un yate en medio del lago Michigan, y después por el marido que prometió amarla para siempre. Ahora las dos intentaban encontrar la forma de salir adelante. Se preguntó si Cande le habría contado su desgarradora historia si no hubiera tenido la cámara. «Esto es importante —había dicho Cande cuando Lali había intentado dejar de grabar—. Haz que sea importante.»

¿La cámara simplemente grababa la realidad o la modificaba? ¿Podía cambiar el futuro? Lali se preguntó si la grabación de su historia podía ayudar a Cande a dejar atrás su pasado y vivir una vida más plena. ¿No sería maravilloso? ¿Y no lo sería todavía más que filmar la historia de Cande ayudara a Lali a ver su propia vida con más perspectiva?

Se sumergió más en el agua y reflexionó sobre la parte de la historia que le había impactado de verdad. El papel de Peter. Él había sido el destructor de Lali, pero el salvador de Cande. Lali seguía averiguando cosas nuevas acerca de él y ninguna encajaba con lo que sabía de antes. Peter proclamaba con orgullo que no le importaba nadie salvo él mismo, pero eso no era del todo cierto.

Lali se lavó la cabeza y se secó el pelo de forma que cayera, liso y sedoso, alrededor de su cara redonda. Se aplicó sombra de ojos marrón y uno de sus múltiples pintalabios neutros. A continuación se puso unos pantalones pitillo rojo cayena, una camisola gris brillante y unas manoletinas plateadas. Añadió al conjunto unos pendientes de plata de diseño abstracto.

Al final de las escaleras se encontró con Peter, quien recorría el vestíbulo de un lado al otro vestido con unos pantalones y una camisa blancos.

—Creía que te pondrías los vaqueros —dijo ella.

—He cambiado de idea.

Él la miró de arriba abajo con seductora lentitud, lo que la puso nerviosa.

—Te pareces a Robert Redford en El gran Gatsby —comentó—. Aunque tú estás más bueno. Lo digo porque es un hecho, no como un cumplido, así que no tienes por qué darme las gracias.

—No te las daré. —Peter siguió mirándola de forma seductora, subiendo la mirada desde las manoletinas plateadas, por sus piernas y caderas, entreteniéndose en sus pechos y acabando en su cara—. Tú también estás muy bien. Esos grandes ojos verdes…

—Ojos de besugo.

La mirada seductora de Peter se convirtió en una de exasperación.

—Tú no tienes ojos de besugo y hace ya tiempo que deberías haber superado tus inseguridades.

—Soy realista: cara de pan, ojos de besugo y boca de buzón, pero mi cuerpo empieza a gustarme otra vez y no pienso ponerme implantes.

Peter suspiró.

—Nadie quiere que te pongas implantes, y yo menos que nadie. Y tampoco tienes una cara de pan. ¿Cuándo vas a dejar de camuflar tu boca y ponerte pintalabios rojo? Da la casualidad de que yo tengo una relación íntima con esa boca y debo decirte que es fantástica. —Deslizó la mano por la cadera de Lali—. Y lo que te digo es un hecho, no un cumplido.

Aquello se estaba poniendo demasiado caliente para ella, así que cambió de conversación con una sugerencia amistosa.

—Si quieres que Emi piense que te has reformado, deberías dejar de beber.

—Sólo beberé té helado.

—Buena idea.

Lali fue a la cocina para ver cómo se encontraba Cande. La encimera estaba cubierta de cuencos de cerámica de color cobalto con trozos de pimiento rojo, higo, mango, aros de cebolla dulce y tacos de piña.

—Acuérdate de darle la vuelta al pollo en el horno al cabo de cuatro minutos —le dijo Cande a Agus, quien estaba poniendo vasos en una bandeja—. No más tarde de cuatro minutos. ¿Lo entiendes?

—Lo he entendido las dos primeras veces que me lo has dicho.

—Los ramitos de romero van encima de la ternera mientras se está cocinando. —Ignorando a Lali, Cande tiró a la basura un tomate que se le había caído en el fregadero—. Y rocía las vieiras con la salsa de chile dulce. Acuérdate de que se secan enseguida, así que no las dejes en el fuego demasiado tiempo.

—Deberías cocinar tú, no yo —dijo Agus.

—¡Sí, como si no tuviera bastantes cosas que hacer!

Cande parecía tan malhumorada como siempre, lo que resultaba tranquilizador. Lali le dio un descanso y habló con Agus.

—¿Qué le ha pasado a tu pelo?

—Me lo he cortado esta tarde.

Cande soltó un resoplido y Agus le lanzó una mirada hostil.

—Tardaba mucho en secarse por las mañanas, eso es todo.

Otro resoplido.

—Te queda muy bien.

Lali lo observó más atentamente. Los botones de su camisa verde oscuro estaban muy bien alineados, sin ninguna tensión, y los pantalones ya no le apretaban la barriga. Agus estaba perdiendo peso y Lali tuvo la sensación de que sabía quién era la responsable.

—Gracias por ayudar a Cande esta noche —dijo mientras robaba un champiñón de un cuenco de la encimera—. Si se pone muy peligrosa, utiliza el espray de pimienta.

—Se lo echaría a sí mismo en el ojo —replicó Cande. Estaba muy animada, pero sabía que Lali había sido testimonio de su dolor y no quería mirarla a la cara.

Lali apretó el brazo de Agus.

—Recuérdame que te dé un plus de peligrosidad cuando todo esto haya terminado.

Meg asomó la cabeza en la cocina. Llevaba una casaca de color champán con unas mallas leopardo y unos botines naranja. Una cinta estrecha de yute trenzado había reemplazado el bindi de su frente. Esbozó una amplia sonrisa y extendió los brazos.

—¡Estoy estupenda! ¡A que sí!

Realmente estaba muy guapa, aunque Lali la conocía bien y sabía que ella no se lo acababa de creer. Podía llevar el conjunto de ropa más fantástico del mundo con la misma soltura que su madre, que antes era una supermodelo, pero Meg seguía viéndose como un patito feo. Aun así, Lali envidió la relación de Meg con sus famosos padres. A pesar de las enojosas complejidades que había entre ellos, se querían de una forma incondicional.

El timbre de la puerta sonó. Cuando Lali llegó al vestíbulo, Peter ya había dejado entrar a Gaston.

—La señora Lanzani, supongo. —Gas le tendió una cesta llena de caros productos de perfumería—. No quería fomentar el problema de Peter con la bebida trayendo alcohol.

—Gracias.

Peter bebió un trago de whisky.

—Yo no tengo ningún problema con la bebida.

Gime llegó justo entonces, con la respiración entrecortada y el pelo suelto y algo despeinado. No se podía decir que fuera la imagen de una poderosa agente de Hollywood, pero precisamente por esa razón Nico la había contratado. Al entrar en la casa tropezó y Peter la cogió del brazo.

—Lo siento —se disculpó ella—. No he utilizado los pies en todo el día y me había olvidado de cómo funcionan.

Él sonrió.

—Es un problema común.

—Traigo buenísimas noticias —dijo Gime mientras le daba un beso en la mejilla a Lali—. Tienes una reunión con Greenberg el martes.

Lali se puso furiosa, pero Gime ya se había vuelto hacia Peter.

—Tienes una casa preciosa. ¿Quién te la ha decorado?

—Yo. Con la ayuda de Gas Dalmau.

Peter y Gime desaparecieron en dirección al porche trasero mientras Lali se quedaba embobada mirándolo. ¿Peter había elegido las alfombras orientales y las telas tibetanas? ¿Había elegido él solo las pinturas populares mexicanas? ¿Y las campanas balinesas? ¿Y qué pasaba con todos aquellos libros usados que llenaban las estanterías del salón?

Su padre apareció antes de que pudiera procesar aquella información. Nico le dio un frío beso en la mejilla.

—Papá, esta noche necesito que seas amable con Peter —dijo Lali mientras cruzaban el vestíbulo—. Hemos invitado a Emi Keene y Peter necesita su apoyo para un proyecto. Nada de meterte con él. Lo digo en serio.

—Quizá debería volver en otra ocasión, cuando no me des un sermón nada más cruzar la puerta.

—Sólo te pido que esta noche nos lo pasemos bien. Por favor. Es importante para mí que los dos os llevéis bien.

—Estás hablando con la persona equivocada.

Mientras Nico se alejaba, un leve recuerdo acudió a la mente de Lali: su madre sentada sobre una manta con las piernas cruzadas y riendo gracias a su padre, quien corría por un campo con Lali a la espalda. ¿Había sucedido de verdad o era algo que había soñado?

Cuando llegó al porche vio que Peter y su padre se habían puesto tan lejos el uno del otro como era posible. Peter entretenía a Gime mientras su padre escuchaba a Gas, quien le explicaba la comedia que estaba rodando en aquel momento. Meg se designó a sí misma camarera y, al cabo de un rato, Nico se acercó a ella. Meg siempre le había caído bien a su padre, algo que Lali nunca había entendido, pues, en teoría, él tenía que odiar su estilo de vida indisciplinado. Sin embargo, a diferencia de Lali, Meg le hacía reír.

Lali estaba reprimiendo una oleada de celos cuando Emi se acercó a ellos por el camino trasero de la casa. Gime volcó su copa de vino y Nico dejó de hablar en mitad de una frase. Sólo Meg y Gas no se sintieron intimidados por la nueva incorporación a la fiesta. Peter se habría levantado de golpe si Lali no le hubiera hincado los dedos en la muñeca para calmarlo. Por suerte, Peter entendió su indirecta y saludó a Emi de una forma más distendida:

—Las rosas palidecen cuando tú estás aquí.

—Lo siento, las plantas se mueren sólo con que las mire.

—Entonces no las mires y deja que te traiga una bebida.

Meg los entretuvo contándoles historias de sus últimos viajes. Al poco rato, había conseguido que todos rieran con su relato de un desafortunado trayecto en kayak por el río Mangde Chhu. Agus sacó unas fuentes con los ingredientes de los kebabs y todos se reunieron alrededor de la mesa para preparárselos. Emi sorprendió a todos quitándose los zapatos y ofreciéndose a ayudar en la cocina. Cuando estuvieron todos sentados a la mesa, con las copas de vino llenas y los platos repletos de comida, ya se habían relajado. Todos menos Peter y Lali.

Peter realizó el primer movimiento en su campaña para conseguir que Emi cambiara de opinión sobre él. Levantó la copa y miró a los ojos a su mujer, quien estaba sentada al otro extremo de la mesa.

—Me gustaría proponer un brindis por mi divertida, inteligente y maravillosa esposa —declaró con voz tierna y cargada de emoción—. Una mujer con un gran corazón, una gran capacidad para ver más allá de la superficie… —su voz adquirió un tono conmovedor— y dispuesta a perdonar.

El padre de Lali frunció el ceño. Meg pareció desconcertada. Gime puso una mirada de ensoñación. Gas se mostró confuso y la expresión de Emi era indescifrable. Peter le sonrió a Lali con el corazón rebosante de amor.

¡Rebosante de gilipolleces!

A Lali se le hizo un nudo en la garganta.

—¡Para ya, tonto! Me vas a hacer llorar.

Levantaron las copas y brindaron.

—Sé que hablo en nombre de todos al decir que resulta fantástico veros a los dos tan felices —dijo Gime sonriendo.

—Los dos teníamos que madurar —declaró Peter en un alarde de sinceridad—. Sobre todo yo, aunque seremos amables y pasaremos por alto el matrimonio de Lali con Míster Estúpido. Pero por fin estamos donde queremos estar. Con eso no quiero decir que no nos queden aún algunas cosas que solucionar…

Ella se preparó para lo que se avecinaba, fuera lo que fuere.

—Lali sólo quiere tener dos hijos —prosiguió Peter—, pero yo quiero más. Hemos tenido alguna que otra discusión al respecto…

¡Aquel hombre era un caradura!

Nico dejó su tenedor en el plato y se dirigió a Peter por primera vez aquella noche.

—Con Lali embarazada y sin poder trabajar, te resultará difícil mantener tu ritmo de vida. —Y soltó una breve carcajada en un intento, poco convincente, de que su comentario pasara por una broma.

Eso era, exactamente, lo que Peter le había advertido que pasaría, pero él simplemente se reclinó en la silla y sonrió de forma relajada.

—Lali tiene una salud de hierro. Además, pueden grabarla del pecho para arriba. ¡Vaya, que me apuesto cualquier cosa a que puede tener un bebé y volver al trabajo al día siguiente! ¿Qué te parece, cariño?

—Sí, y también podría acuclillarme en mitad del plató y tener el bebé allí mismo.

Peter le guiñó el ojo.

—Ésa es la actitud.

—El sindicato no lo aceptaría —intervino Gaston—. Sería una violación del estatuto del trabajador.

Meg sonrió.

Peter había ganado la batalla y el padre de Lali bajó la mirada al plato con expresión malhumorada. Gas contó una divertida anécdota sobre la coprotagonista de la película que estaba rodando. Todos rieron, pero una sombra había oscurecido el corazón de Lali. Deseó que Peter no hubiera sacado a colación el tema de los hijos. Ella tenía dos opciones: o renunciar a tener un bebé o reunir el valor para tenerlo sola. ¿Y por qué no? Los padres estaban muy sobrevalorados. Podía acudir a un banco de esperma o si no…

No. ¡Decididamente no!

Como postre, tomaron un delicioso pastel de limón decorado con frambuesas y virutas de chocolate. Después, Peter sacó a rastras a Cande de la cocina. Todos la alabaron y ella se ruborizó hasta las cejas.

—Me alegro de que… bueno, de que os haya gustado. —Y le lanzó a Lali una mirada furibunda.

—El postre estaba estupendo, Cande —dijo Lali—. Has conseguido un equilibrio perfecto entre el sabor ácido y el dulce.

Cande la observó con recelo.

A las seis, Gas recibió una llamada y se fue, pero, a pesar de que se había levantado viento y el aire olía a lluvia, el resto de invitados no parecía tener prisa en terminar la velada. Peter puso música de jazz y se enfrascó con Emi en una relajada conversación acerca del cine italiano. Lali lo felicitó mentalmente por ser tan comedido. Cuando Emi se disculpó para ir al lavabo, Lali se acercó a Peter.

—Lo estás haciendo muy bien. Cuando vuelva, dale espacio para que no piense que estás desesperado.

—Pues estoy desesperado. Al menos…

Ella se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y Peter miró fijamente su mano.

—¿Dónde está tu anillo de boda?

Lali contempló su dedo.

—Se me cayó por accidente en el lavamanos mientras me estaba arreglando. ¿Acabas de darte cuenta de que no lo llevo?

—Pero…

—Es más barato comprar otro que pagar a un fontanero.

—¿Desde cuándo te preocupa que algo resulte barato? —Peter se volvió hacia los invitados y habló con calma, aunque con cierta tensión de fondo—: Disculpadme unos minutos. Uno de mis fans está en el lecho de muerte, pobre tío. Le prometí a su mujer que le telefonearía esta tarde.

Y así, sin más, se marchó.

Lali esbozó una sonrisa triste y actuó como si telefonear a alguien que estaba en el lecho de muerte fuera lo más normal del mundo.

Empezó a lloviznar, y el porche, iluminado por las velas, resultó todavía más acogedor. Todos los invitados estaban conversando, así que Lali pudo desaparecer sin que nadie se diera cuenta.

Encontró a Peter arrodillado, con la cabeza metida debajo del lavamanos y con un cubo de plástico y una llave inglesa a su lado.

—¿Qué estás haciendo?

—Recuperar tu anillo.

—¿Por qué?

—Porque es tu anillo de boda —contestó él con sequedad—. Todas las mujeres tienen un vínculo sentimental con su anillo de bodas.

—Yo no. El mío lo compraste en eBay por cien pavos.

Peter sacó la cabeza de debajo del lavamanos.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Tú.

Él refunfuñó, cogió la llave inglesa y volvió a meter la cabeza debajo del lavamanos.

A Lali se le estaban poniendo los pelos de punta.

—Porque lo compraste en eBay, ¿no?

—No exactamente —respondió la voz amortiguada de Peter.

—Entonces, ¿dónde lo compraste?

—En… esa tienda.

—¿Qué tienda?

Él asomó la cabeza.

—¿Cómo quieres que me acuerde?

—¡Hace sólo un mes que lo compraste!

—Lo que tú digas.

Su cabeza volvió a desaparecer.

—Me dijiste que el anillo era falso. Es falso, ¿no?

—Define «falso».

La llave inglesa produjo un ruido metálico al chocar contra una cañería.

—Falso es «no auténtico».

—Vaya.

—¿Peter?

Se oyó otro ruido metálico.

—Entonces no es falso.

—¿Quieres decir que es auténtico?

—Eso es lo que he dicho, ¿no?

—¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

—Porque nuestra relación se basa en el engaño. —Alargó una mano—. Pásame el cubo.

—¡No me lo puedo creer!

Peter tanteó el aire en busca del cubo sin sacar la cabeza.

—¡Habría sido más cuidadosa! —Lali pensó en todos los lugares en que había dejado el anillo momentáneamente y deseó patearle el culo a su marido—. ¡Ayer, cuando fui a nadar, lo dejé en la plataforma del trampolín!

—¡Menuda estupidez!

Un chorro de agua cayó en el cubo.

—¡Lo tengo! —exclamó Peter un segundo más tarde.

Lali se sentó sobre la tapa del retrete y hundió la cara entre las manos.

—Estoy harta de tener un matrimonio basado en el engaño.

Peter salió de debajo del mueble del lavamanos con el cubo.

—Si lo piensas, tener un matrimonio basado en el engaño es el único tipo de matrimonio que conoces. Eso debería consolarte.

Lali se incorporó de golpe.

—Quiero un anillo falso. A mí me gustaba tener un anillo falso. ¿Por qué no haces siempre lo que se supone que debes hacer?

—Porque nunca sé lo que se supone que debo hacer. —Colocó el tapón del desagüe y lavó el anillo no falso de Lali—. Cuando bajemos, me llevaré a Emi aparte. No permitas que nadie nos interrumpa, ¿de acuerdo?

—¡Lali! —llamó Meg desde la planta baja—. Lali, corre, baja. Tienes una visita.

¿Cómo podía tener una visita con un guardia apostado en la puerta de la finca?

Peter le cogió la mano y le puso el anillo.

—Esta vez procura ser más cuidadosa.

Ella contempló el diamante de gran tamaño.

—Lo he pagado yo, ¿no?

—Todo el mundo debería tener una mujer rica.

Lali pasó con brusquedad junto a él y recorrió el pasillo con rapidez. A mitad de camino de las escaleras, se detuvo de golpe.

Su ex marido la esperaba en la planta inferior.

Continuará...

Capítulo 28

 

 


Meg tiró con nerviosismo de uno de sus pendientes de ámbar.

—Le he dicho que no podía entrar.

El aspecto de Pablo era tan malo como podía serlo el de alguien tan pulcro como él. Por lo visto, se estaba dejando crecer el pelo y la barba para su próxima película de acción, porque dos centímetros de barba oscura y descuidada sobresalían de su mandíbula y su cabello negro colgaba desparejo alrededor de su mentón cuadrado. Su aspecto no resultaba atractivo, aunque sin duda mejoraría después de que su equipo de peluquería y maquillaje acabara con él. Una camiseta manchada de café se ajustaba a aquellos voluminosos músculos a cuyo mantenimiento Pablo dedicaba varias horas diarias. Unas pulseras estrechas de yute trenzado —parecidas a la cinta que Meg llevaba en la frente pero más desgastadas— rodeaban su muñeca, y calzaba unas sandalias de lona y cuerda. Un hábil dentista había moldeado sus impecables dientes blancos, pero Pablo nunca había permitido que nadie tocara su ligeramente torcida nariz. Su oficina de prensa decía que se la había roto en una pelea callejera entre adolescentes, pero en realidad fue al tropezar en los escalones de la casa de la hermandad universitaria a la que pertenecía y había tenido miedo de operarse para que se la enderezaran.

—Lali, te he dejado media docena de mensajes. Como no me contestabas, tenía miedo de que… ¿Por qué no has respondido a mis llamadas?

Ella aferró la barandilla de la escalera.

—Porque no quería.

Como la mayoría de los actores de papeles protagonistas de Hollywood, Pablo no era excepcionalmente alto, apenas un metro ochenta, pero su mandíbula de granito, su masculino mentón partido, sus enternecedores ojos oscuros y su pronunciada musculatura compensaban su escasa estatura.

—Necesitaba hablar contigo. Necesitaba oír tu voz para asegurarme de que estabas bien.

Lali deseaba que Pablo se arrastrara a sus pies. Quería oírle decir que había cometido el mayor error de su vida y que haría cualquier cosa para recuperarla, pero eso no parecía que fuera a suceder. Lali descendió un escalón.

—Tienes un aspecto horrible.

—He venido directamente desde el aeropuerto. Acabamos de llegar de Filipinas.

Ella se obligó a terminar de bajar las escaleras.

—Viajas en un jet privado. El trayecto no puede haber sido muy duro.

—Dos personas de nuestro equipo se han puesto enfermas. Ha sido…

Pablo miró por encima del hombro hacia Meg, quien montaba guardia detrás de él; se había quitado los botines naranja y, con sus desnudos tobillos emergiendo de las mallas azules de diseño de leopardo, parecía que la hubieran sumergido, cabeza abajo, en una cuba de pintura de distintos colores.

—¿Podemos hablar en privado? —preguntó Pablo.

—No, pero a Meg siempre le has caído bien. Puedes hablar con ella.

—Ya no me cae bien —contestó Meg—. Creo que es un mamón.

Pablo odiaba que no lo adoraran y el desánimo se reflejó en sus ojos. Estupendo.

—Envíame un email —sugirió Lali—. Tengo invitados y he de regresar a la fiesta.

—Cinco minutos. No te pido más.

Una idea alarmante acudió a la mente de Lali.

—Hay fotógrafos por todas partes. Si te han visto entrar…

—No soy tan estúpido. Mi coach personal me ha dejado su coche y tiene las ventanillas tintadas, así que nadie me ha visto. He llamado al interfono y alguien me ha dejado entrar.

A Lali no le costó deducir quién le había permitido la entrada a la finca. En la cocina había un intercomunicador y seguro que Cande sabía cuánto odiaría ella que Pablo se presentara en aquellos momentos. Lali introdujo el pulgar en el bolsillo de sus pantalones.

—¿Mery sabe que estás aquí?

—Claro. Nos lo contamos todo y ella entiende por qué tengo que hacer esto. Ella sabe lo que siento por ti.

—¿Y qué es, exactamente, lo que sientes por Lali?

Peter descendió con gran calma las escaleras. Con su cabello castaño y despeinado, su mirada lavanda de hombre harto de la vida y su ropa blanca de Gatsby, parecía el supermimado y hastiado, pero potencialmente peligroso, heredero de una perdida fortuna licorera de Nueva Inglaterra.

Pablo se acercó a su ex esposa en actitud protectora.

—Esto es entre Lali y yo.

—Lo siento, tío. —Peter acabó de bajar las escaleras—. Perdiste tu oportunidad de mantener una conversación privada con ella cuando la cambiaste por Mery. ¡Pobre imbécil!

Pablo dio un amenazante paso al frente.

—No sigas por ahí, Lanzani. No digas una palabra más acerca de Mery.

—Relájate. —Peter apoyó el codo en el primer poste de la barandilla—. Lo único que siento por tu esposa es admiración, pero eso no significa que alguna vez deseara casarme con ella. El mantenimiento es demasiado caro.

—Nada de lo que tengas que preocuparte —dijo Pablo con voz tensa.

Aunque Peter era bastante más alto que su ex marido, la estupenda forma física de Pablo debería hacer que su presencia resultara más imponente, pero, de algún modo, la perfecta elegancia de Peter le proporcionaba ventaja en aquella pelea de machos. Lali no pudo evitar preguntarse cómo una mujer como ella había acabado casada con dos hombres tan impresionantes. Se acercó a Peter.

—Di lo que tengas que decir, Pablo, y después déjame en paz.

—¿Puedes venir fuera un momento?

—Lali y yo no tenemos secretos el uno para el otro. —Peter dejó que su voz fuese un murmullo tipo Clint Eastwood años setenta—. A mí no me gustan los secretos. No me gustan en absoluto.

Lali consideró la posibilidad de sobreponerse a aquellos instintos machistas, pero sólo durante un instante.

—Peter es muy posesivo. La mayor parte de las veces, de una forma positiva.

Él curvó la mano en la nuca de Lali.

—Y procuraremos que siga así.

La oleada de diversión que Lali experimentó le indicó que llevaba demasiado tiempo viviendo con el demonio. Aun así, aquélla era su batalla, no la de Peter, y aunque apreciaba mucho su apoyo, tenía que librarla ella sola.

—No parece que Pablo vaya a marcharse así como así, de modo que será mejor que solucione esto de una vez por todas.

—No tienes por qué hablar con él. —Peter le soltó la nuca—. Nada me gustaría más que una buena excusa para enviar a la calle a este bastardo de una patada en el culo.

—Sé que lo harías, cariño, pero siento estropearte la diversión. ¿Te importa dejarnos solos unos minutos? Te prometo que te lo contaré todo. Sé lo mucho que te gusta reírte.

Meg le lanzó una mirada furibunda a Pablo y cogió a Peter del brazo.

—Vamos, colega. Te prepararé otra copa.

¡Justo lo que Peter no necesitaba! Pero la intención de Meg era buena.

Él fijó la mirada en Lali y ella se dio cuenta de que intentaba decidir la duración e intensidad del beso que iba a darle. Sin embargo, con gran sabiduría, restó énfasis a la escena y sólo le rozó la mano.

—Estaré cerca por si me necesitas.

Lali quería quedarse en el vestíbulo, pero Pablo tenía otra idea y entró en el salón obligándola a seguirlo. Su pasión por las superficies lisas y las líneas duras y modernas harían que desdeñara aquella encantadora habitación, con sus naranjos chinos, las telas tibetanas y los cojines indios con espejitos. Además, aunque la casa de Peter era espaciosa, podría haber cabido en una esquina de la enorme finca en la que ella y Pablo habían vivido.

Lali recordó algo en lo que debería haber pensado antes.

—Siento lo del bebé. Lo digo de corazón.

Pablo se detuvo delante de la chimenea y pareció que la enredadera que crecía a lo largo de la repisa surgía de su cabeza.

—Ha sido duro, pero ocurrió muy al inicio y Mery se quedó embarazada con tanta facilidad que no hemos permitido que eso nos deprima. Todo ocurre por alguna razón.

Lali no estaba de acuerdo. Ella creía que a veces las cosas ocurrían simplemente porque la vida podía ser una mierda.

—Aun así, lo siento.

Pablo se encogió de hombros y ella tuvo la impresión de que, en el fondo, se sentía aliviado. Oyó el estruendo lejano de un trueno y se preguntó cómo podía haber amado a aquel hombre de emociones superficiales y pasiones variables. Ella había llorado y le había suplicado, pero nunca había expresado libremente su rabia. Nada como el presente para solucionarlo.

Se acercó a Pablo.

—Nunca te perdonaré que contaras por ahí la mentira de que yo no quería tener hijos. ¿Cómo pudiste hacer algo tan cobarde?

Él se quedó desconcertado y jugueteó con su desgastada pulsera.

—Fue cosa de… un publicista demasiado meticuloso.

—¡Mentira! —La rabia de Lali explotó como un relámpago—. Eres un mentiroso y un falso. Tuviste decenas de oportunidades para corregir esa historia y nunca lo hiciste.

—¿Por qué estás tan arisca? ¿Qué querías que dijera?

—La verdad. —Lali acabó de recorrer la distancia que los separaba. Eran casi de la misma estatura y ella lo miró fijamente a los ojos—. Claro que ser sincero habría hecho que parecieras todavía más capullo a los ojos del público y eso no podías permitirlo, ¿verdad?

Él empezó a tartamudear.

—No me hables de capullos. ¿Cómo has podido casarte con ese gilipollas?

—Fácil. Está buenísimo y me adora.

La verdad y la mentira se entremezclaron.

—Tú siempre lo has odiado. No entiendo cómo ha podido suceder.

—Entre odiar a alguien y encontrar la gran pasión de tu vida hay una línea muy fina.

—¿De eso se trata? ¿De sexo?

—El sexo es algo realmente grande en nuestra relación. Y lo de «grande» lo digo en serio.

Ahora estaba siendo realmente mezquina. El hecho de que Pablo no estuviera muy bien dotado nunca la había preocupado, pero a él sí, y ella debería sentirse avergonzada de sí misma. Pero no lo estaba.

—Peter es insaciable. Últimamente he pasado tanto tiempo desnuda que es un milagro que todavía me acuerde de cómo vestirme.

Pablo siempre se había negado a reconocer que tenía problemas en su vida sexual. Se volvió de espaldas a ella para examinar la talla árabe de la repisa.

—No quiero pelearme contigo, Lali. No somos enemigos.

—Recapacita.

—Si me hubieras devuelto las llamadas… Ya me siento bastante culpable. No sé cómo lo hizo Peter, pero estoy seguro de que te coaccionó y quiero ayudarte. Tengo que ayudarte a salir de esto.

—Fascinante. Salvo que yo no necesito ayuda.

—El hecho de que te casaras con él… —Se volvió de nuevo hacia ella—. ¿No lo ves? No sólo es malo para ti, sino que degrada lo que tú y yo tuvimos.

Lali se sintió demasiado sorprendida para responder, pero al punto se echó a reír.

Pablo hinchó el pecho. Todo en él reflejaba su dignidad herida.

—No es divertido. Si se hubiera tratado de alguien decente… Nuestra relación era sincera y auténtica. Sólo porque no durara no significa que, en su momento, no fuera buena. —Se alejó de la chimenea—. Si te has casado con Peter por propia voluntad (y me cuesta mucho creerlo) has manchado nuestra relación y te has rebajado a ti misma.

—Muy bien, oficialmente, has sobrepasado tu tiempo.

Él insistió.

—Peter es un jugador. Es perezoso y no tiene ningún objetivo en la vida. ¡Es alcohólico y drogadicto, por el amor de Dios! ¡No es más que un vago!

—Sal de aquí.

—No me vas a contar la verdad, ¿no? Sigues demasiado enfadada. Entonces dime… ¿qué habrías hecho si hubieras estado en mi lugar? ¿Qué habrías hecho si hubieras conocido al amor de tu vida mientras estabas casada con otra persona? Dímelo.

—Fácil. Para empezar, yo nunca me habría casado con nadie que no fuera el amor de mi vida.

Pablo torció el gesto.

—Sé que crees que lo que hice es imperdonable, pero te pido que lo mires de una forma distinta. Intenta entender que lo que ocurrió entre Mery y yo no podría haber ocurrido si tú no me hubieras enseñado lo que significa amar de verdad a alguien. Amar a alguien con todo tu corazón.

Su descaro hizo que Lali sintiera deseos de reír o gritar. Pablo tiró de su desaliñada barba.

—Resulta difícil de comprender, lo sé, pero, sin ti, yo no habría sabido de lo que es capaz el corazón. —Alargó el brazo hacia ella, pero debió de ver algo en sus ojos que lo detuvo—. Lali, tú me diste el valor para amar a Mery como ella merece que la amen. Como yo merezco amar a alguien.

Una extraña fascinación se había apoderado de Lali.

—¿Hablas en serio?

—Ya te he dicho lo mal que me siento por haberte hecho daño. Nunca quise causarte tanto dolor.

Lali había visto aquella misma expresión de angustia en la cara de Pablo cuando veía las noticias en la televisión, leía un libro especialmente emocionante o visitaba un centro de acogida para animales abandonados. Pablo siempre había sentido las cosas profundamente. En cierta ocasión, ella lo vio llorar mientras contemplaba el anuncio de una cerveza.

—No puedes imaginarte lo que me costó dejarte —declaró él—. Pero lo que siento por Mery… lo que ella siente por mí… es mayor que nosotros dos.

—¿Has dicho «mayor que nosotros dos»?

—No encuentro otra forma de explicarlo. Tú me enseñaste el camino hacia el amor y te lo debo todo en ese sentido. Veo que no piensas contarme cómo te viste atrapada en esta situación con Peter. Es tu elección, pero de todas maneras te ayudaré. Déjame hacer esto por ti. Por favor, Lali. Déjame ayudarte a salir de esto.

—No quiero salir de esto.

Un nuevo relámpago, esta vez más cercano, sacudió los cristales.

—Mery y yo hemos hablado sobre esto. Ella tiene una casa en Lanai. Es totalmente privada. Deja a Peter, Lali. Ve a relajarte allí unas semanas y después… —Levantó la mano a pesar de que ella no había dicho nada—. Escúchame, ¿quieres? Sé que, al principio, te parecerá raro, pero prométeme que me escucharás hasta el final.

Ella lo miró con fijeza.

—No me lo perdería por nada del mundo.

—Creo que hemos encontrado la manera de transformar lo que sucedió entre nosotros tres en algo bueno. Algo realmente extraordinario que volverá a sacar brillo a tu reputación.

—No sabía que mi reputación necesitara brillo.

—Digamos que hará que la gente olvide que una vez estuviste casada con Peter Lanzani. —Pablo volvió a juguetear con su pulsera—. Tú, Mery y yo… tenemos la oportunidad de hacer algo bueno. Algo que… será un ejemplo para el mundo entero. Prométeme que no te negarás hasta que hayas reflexionado sobre ello en serio. Es lo único que pido.

—El suspense me está matando.

—Nosotros, Mery y yo, queremos que vengas con nosotros cuando volvamos a Tailandia.

Un trueno sacudió la casa. La tormenta estaba cerca.

—¿Que vaya con vosotros?

—Sé que parece una locura. Al principio, a mí también me lo pareció, pero, cuanto más hablábamos de ello, más comprendimos que se nos ha concedido una oportunidad de oro. Tenemos la posibilidad de enseñarle al mundo, de una forma realmente generosa, que las personas supuestamente enemigas pueden vivir juntas en paz y armonía.

Lali no sabía si vomitar o tomarse una CocaCola.

La lluvia golpeó los cristales.

—La prensa enloquecerá —continuó él—. Tú parecerás una santa. Todo el mundo se olvidará de tu absurdo matrimonio. Las causas por las que Mery y yo estamos luchando, que son buenas causas, recibirán más atención. Pero, lo mejor es que todo el mundo se verá obligado a examinar sus peleas personales y las guerras religiosas. Puede que no consigamos cambiar el mundo, pero podemos darle un empujón.

—Me has dejado… sin palabras.

Las puertas ventana que comunicaban con el porche se abrieron de golpe y todos los invitados entraron. Era evidente que Peter y Meg no les habían contado que Pablo se había presentado en la casa, porque uno tras otro se quedaron mirándolo fijamente. Al final, Emi rompió el silencio.

—Tenéis una forma muy original de celebrar fiestas, tíos.

—Lo mismo digo —declaró Gime, quien no podía apartar los ojos de Pablo.

Al ver a Nico, Pablo sonrió.

—¡Nico, es un placer volver a verte! —Cruzó la habitación a zancadas con la mano tendida—. Te he echado de menos.

—Pablo.

A Lali le sorprendió que su padre sólo le estrechara la mano en lugar de caer de rodillas y suplicarle que volviera con ella. Claro que probablemente eso ya lo había hecho.

Una acalorada Cande llegó de la cocina con una bandeja con tazas y una fuente con lo que parecían ser trufas de chocolate caseras. Agus la seguía con una jarra de café. Cande se quedó mirando a Pablo y casi tropezó con la alfombra antes de dejar la bandeja sobre la mesa.

—Hahay alguien en el coche —anunció.

—Es Mery —contestó Pablo—. Será mejor que me vaya.

—¿Has traído a Mery aquí? —A Lali le dio vueltas la cabeza.

—Ya te lo he dicho, hemos venido directamente del aeropuerto. Pero descuida, los cristales del coche están tintados. Nadie puede ver el interior.

Un tenso silencio se extendió por la habitación, hasta que Peter avanzó unos pasos con total tranquilidad.

—¡Qué vergüenza, Pablo, mira que dejar a tu esposa esperando en el coche! —Sus ojos se entornaron peligrosamente—. Tráeme un paraguas, Cande, la invitaré a entrar.

Lali se quedó helada. Seguro que lo había entendido mal. Pero no. Peter estaba enfadado y reaccionaba en su típica forma impulsiva y estúpida.

Nico dio un paso adelante.

—¡Detente!

La mandíbula de Peter se tensó.

—Esto es una fiesta. Cuantos más seamos, mejor.

Lali lo odiaba, pero se suponía que lo amaba y, con tantos testigos, no podía permitir que se notara lo que sentía en realidad. Al contrario, tenía que demostrarles cómo actuaba una chica alegre y felizmente casada en segundas nupcias al conocer a la mujer que le había robado al idiota de su ex marido.

—Cande, ya que vas a buscar un paraguas para Peter, de paso trae una pistola para que pueda pegarme un tiro.

Dijo lo adecuado, porque Emi sonrió con amplitud.

—Es la mejor fiesta a la que he asistido en años.

—¡Y la mejor a la que yo he asistido nunca! —exclamó Gime.

—Arréglate el pelo —le dijo Meg a Lali mientras Peter y Cande desaparecían con Pablo siguiéndoles los pasos—. Y ponte más pintalabios. Deprisa.

—¡No te atrevas a hacerlo! —dijo Emi levantando la mano—. Estás bien tal como estás.

—Emi tiene razón —dijo su pelotillera agente—. Mery Del Cerro no tiene nada que tú no tengas.

Meg miró hacia el techo.

—Salvo la cara más bonita del universo, un cuerpo para morirse y el ex marido de Lali.

—No, de verdad —replicó Lali mientras se dejaba caer en el sofá—, lo único que necesito es una pistola.

Su padre se acercó a ella.

—Ven conmigo. No vas a pasar por esto.

La intempestiva orden la decidió a hacer exactamente lo contrario.

—Claro que sí. Mery no es importante para mí.

Mentira. El hecho de que hubiera dejado de amar a Pablo no implicaba que lo hubiera perdonado a él y Mery. Quería venganza.

Minutos después, Mery entró en el salón. Un foco invisible parecía iluminar su deslumbrante presencia. ¿Por qué tenía que ser tan perfecta? Resultaba irónico… La mayor parte de los actores tenían mejor aspecto en persona, mientras que las actrices solían parecer un poco encefalíticas, con la cabeza demasiado grande para sus esqueléticos cuerpos. Pero Mery no. Ella todavía era más impresionante en persona; un exquisito icono del viejo Hollywood, con los ojazos de Audrey Hepburn, los pómulos de Katherine Hepburn y la piel cremosa de Grace Kelly. Una melena brillante de pelo liso y negro enmarcaba una perfecta y encantadora cara carente del menor rastro de maquillaje. Sus pechos eran generosos, pero no vulgares. Su cintura era estrecha y sus piernas largas. Mery no era tan alta como Lali, pero se movía con una seguridad tan imponente que ésta tenía que esforzarse para no sentirse como si se hubiera encogido.

Pablo estaba a la izquierda de Mery y Peter a su derecha. Nico avanzó para darle la bienvenida interponiéndose entre ella y su hija, a saber si a propósito o de forma accidental.

—Hola, soy Nico Esposito. Según me han dicho, acabas de llegar del aeropuerto.

—Tengo la impresión de que el viaje ha durado un siglo.

Su ropa, como la de Pablo, estaba arrugada, pero aun así sus pantalones pitillo negros y su camiseta negra sin mangas se veían elegantes. Nada en ella indicaba que hubiera sufrido un aborto hacía menos de un mes. Mery cambió el peso de pierna intentando ver más allá de Nico. Sin duda, quería encontrarse con Lali para darle un abrazo. Por suerte, su móvil sonó antes de que pudiera hacerlo.

—Tengo que contestar. Dos miembros de nuestro equipo se han puesto muy enfermos en el avión.

Sacó el móvil del bolso en forma de saco y se apartó del grupo. Gime se sirvió una taza de café y Meg cogió una trufa. Peter se acercó a Lali. Ella deseó que no se acercara mucho porque no podría resistir la tentación de darle una patada.

Emi hizo lo que pudo para aliviar la tensión.

—Gime, he oído decir que estás intentando que Lali protagonice la nueva película de Rich Greenberg. Es un buen guión. Ojalá hubiera caído en nuestras manos.

—¿La película de la vampiro bombón? —Meg arrugó la nariz—. Mi madre hablaba de ella el otro día.

—Lali es perfecta para el papel —dijo Nico.

—Lali no está interesada en esa película —intervino Peter—. Está cansada de hacer comedias.

Él tenía razón, pero Lali estaba enfadada y ella no era la única persona inmadura del matrimonio.

—Gime me ha conseguido una cita con Greenberg.

Mery se estaba poniendo nerviosa, aunque ninguno de ellos consiguió oír más que una o dos palabras sueltas. Al final, Mery cerró el móvil y regresó al lado de Pablo con su perfecto entrecejo fruncido por la tensión.

—Malas noticias acerca de Dari y Ellen. ¿Te acuerdas del brote de SARS que se produjo en Filipinas? Los médicos temen que lo hayan cogido.

—¿SARS? Dios mío… —Pablo la cogió de la mano, los dos frente al mundo—. ¿Se pondrán bien?

—No lo sé. Ahora mismo los tienen en aislamiento administrándoles antibióticos.

—Será mejor que vayamos ahora mismo al hospital.

—No podemos.

—Claro que sí. Entraremos por la parte de atrás.

—Ése no es el problema. —Mery volvió a meter el móvil en el bolso y se echó el pelo hacia atrás con una sacudida de la cabeza—. No podemos ir a ninguna parte.

Pablo le acarició los dedos de la mano.

—¿Qué quieres decir?

—Quien me ha telefoneado era el jefe del Departamento de Salud Pública del condado. El hospital les ha alertado. Los resultados de las pruebas de Ellen y Dari tardarán cuarenta y ocho horas y hasta que estén seguros de si es o no SARS, todos los que viajaban en el avión están en cuarentena. —Mery miró a los que estaban alrededor—. Y también todas las personas con las que hayamos estado en contacto desde entonces.

Se produjo un silencio mortal. Lali se sintió mareada y Peter se quedó paralizado.

—No te referirás a nosotros —dijo Nico por fin.

—Me temo que sí.

Peter siguió sin moverse.

—¿Estás diciendo que todos debemos quedarnos aquí, en mi casa, durante los próximos dos días? ¡Pero si apenas hemos tenido ningún contacto con vosotros!

—Hasta el martes por la mañana —precisó Mery con voz tensa—. Irónico, ¿no? —Y deslizó la mirada hacia Lali.

—Imposible —declaró Gime—. El lunes tengo reuniones. Una detrás de otra.

Meg frunció el ceño.

—Mi madre y yo hemos quedado mañana para ir a montar.

—Si tengo que estar en cuarentena, la haré en mi propia casa. —Emi buscó su bolso con la mirada—. Me iré por la puerta del jardín.

—Será mejor que antes lo consultes con Salud Pública —comentó Mery—. Esos tíos no están para bromas. Seguro que primero tendrás que enviar a casa al servicio.

Emi dejó de buscar el bolso, seguramente al acordarse de los directores de cine que alojaba en su casa.

Cande había cogido la jarra de café que llevaba Agus y se volvió hacia Peter.

—¿Qué es el SARS?

Agus contestó en lugar de Peter:

—Síndrome respiratorio agudo y severo, una enfermedad grave y muy contagiosa. Hace unos años se produjo una pandemia. Murieron cientos de personas y miles cayeron enfermas. Una pandemia es como una epidemia pero mucho más extendida.

—Ya sé lo que es una pandemia —replicó Cande tan a la defensiva que Lali dedujo que mentía.

—Menuda tontería —dijo Peter—. Pablo ni siquiera lleva en la casa quince minutos y nadie lo ha besado.

Mery sacudió la cabeza para echar su melena hacia atrás.

—Eso ya se lo he explicado a Salud Pública, pero aun así no han cambiado de opinión.

Gime sacó su móvil.

—Dame el número. Yo haré que cambien de opinión.

Pero ella no era la única fiera alfa de la habitación y las demás, Peter, Nico y Emi, ya tenían sus móviles en la mano. Agus le lanzó una mirada a Lali y también sacó el suyo. Pablo miró alrededor.

—No podéis llamar todos a la vez.

—Yo llamo —dijo Emi—. Tengo contactos.

Durante la media hora siguiente, mientras Lali permanecía sentada y en silencio, los demás escucharon las conversaciones que mantuvo Emi con los funcionarios del Departamento de Salud Pública del condado y con el alcalde en persona. Al final, reconoció su derrota.

—Lo de los contactos no va a funcionar. Se trata de una cuestión política. Como hay famosos involucrados en el asunto, nadie quiere asumir la responsabilidad. Por si el tema se les va de las manos. Es una exageración, pero por lo visto estamos atrapados.

Uno tras otro, todos miraron a Lali para ver su reacción al verse encerrada con su ex y su nueva esposa. Marianella Rinaldi habría sabido manejar aquella situación. Marianella siempre salía airosa de las situaciones comprometidas. Muy bien, pues que la encantadora hechicera resolviera aquel asunto.

Lali obligó a Marianella a levantarse del sofá.

—Le sacaremos el mejor partido a la situación. Como si estuviéramos en una gran fiesta de pijamas. Será divertido.

Cande se metió de lleno en el berenjenal.

—Tengo toneladas de comida en la nevera, así que eso no es problema.

—Necesito una copa —dijo Peter.

—¡Exacto! —soltó Lali sin poder contenerse, lo que significaba que Marianella tenía que intervenir y rescatarla—. ¡Es una gran idea, cariño! Abre un par de botellas.

Cande se volvió hacia Peter.

—¿Dónde dormirá todo el mundo?

Lali estuvo tentada de sugerir que Nico compartiera habitación con Pablo. Seguro que a su padre le encantaría dormir acurrucado junto a su persona preferida.

Al final, lo organizaron. Meg insistió en dormir en el sofá del despacho de Peter, dejando la cama de la casa de invitados para Emi y Gime. Nico dormiría en el despacho de Lali. La habitación en que había dormido Lali hasta entonces fue adjudicada a Pablo y Mery, por lo que Lali se vio obligada a explicar que la había estado utilizando como vestidor y que tenía que recoger algunas cosas. Cande, después de discutirlo en voz baja, aceptó a regañadientes que Agus durmiera en su sala. Eso dejaba a Lali sin más opción que dormir en la cama de su marido. La situación era tan desagradable que, una vez más, Marianella tuvo que acudir en ayuda de Lali.

—Creo que el viento está amainando —dijo alegremente—. ¿Qué tal si encendemos la barbacoa del porche? Incluso podríamos asar hamburguesas.

—O no —replicó Thiago.

Emi telefoneó a su ama de llaves para que le dejara algunos objetos personales envueltos en una bolsa impermeable junto a la puerta que comunicaba los jardines de ambas casas. Meg le prestó a Gime una camiseta amplia para dormir. Mery anunció que ella dormía desnuda, así que Lali no tuvo que molestarse en buscar nada para ella. Cande y Agus distribuyeron toallas, manoplas de baño, sábanas y cepillos de dientes. Lali, mientras tanto, luchaba contra una sensación de irrealidad.

Cuando lo peor de la tormenta hubo pasado, Meg acompañó a Emi y Gime a la casa de invitados mientras Peter se dirigía, bajo los últimos restos de lluvia, a recoger las cosas de Emi. El padre de Lali se sirvió un coñac y se sentó en el porche. Pablo y Mery se retiraron a lavarse y arreglarse después del largo viaje y Agus los condujo a la planta superior.

Lali se puso a ayudar a una desagradecida Cande a recoger la mesa. Poco después oyó que la ducha de su lavabo se ponía en marcha y, veinte minutos más tarde, se apagaba.

Sólo una ducha. ¡Qué bonito!

El estómago se le encogió. Que Pablo estuviera allí ya era bastante horrible, pero que también estuviera Mery hacía que la situación resultara insoportable. Y todo por culpa de Peter.

Lali subió al dormitorio de su marido. Convertiría la torrecilla del extremo de la habitación en su santuario. Había una mesa de marquetería situada entre dos sillones y una lámpara con una pesada base de bronce cerca de un diván tapizado con una tela de felpa marrón que hacía juego con las paredes trigomiel. El diván era sólo para una persona y Lali decidió que dormiría en él. La cama de Peter era para el sexo, no para la intimidad de toda una noche.

Se dirigió a la ventana y deslizó la vista por el mojado camino de la entrada hasta la valla de la finca. Aunque era más de medianoche, vio al menos dos coches aparcados en la calle. Los paparazzi mantenían su abnegada vigilancia esperando conseguir la mágica imagen que los haría ricos.

Ahora, Salud Pública tenía los nombres de todos los que estaban en cuarentena, así que la historia pronto se filtraría a la prensa. Tendrían que hacer las correspondientes declaraciones. «Los viejos problemas han quedado atrás. Ahora somos una gran y feliz familia.» Pablo por fin conseguiría lo que deseaba, la apariencia de su perdón y su absolución final a los ojos del público.

Lali apoyó la mejilla en el marco de la ventana y se preguntó cómo sería la vida contando siempre la verdad. Pero, para lograr eso, ella vivía en la ciudad equivocada. Los Ángeles era una ciudad construida a partir de la ilusión, con fachadas falsas y calles que no conducían a ningún lugar.

La puerta del dormitorio se abrió. Lali oyó el inevitable tintineo de los cubitos de hielo y percibió el olor a lluvia conforme Peter se acercaba a ella.

—Cuando he invitado a entrar a Mery no pretendía que la cosa terminara así. Lo siento.

Su disculpa no solicitada calmó un poco el enfado de Lali.

—¿Y cómo pretendías que terminara?

—Mira, estaba cabreado. —Peter mantuvo la voz baja en consideración a la única pared que los separaba de sus indeseados visitantes—. ¿A qué viene que ese tío se presente aquí por las buenas? Y después la imagen de Mery sentada en el coche y sintiendo lástima porque se imagina que estás tan destrozada por su gran amor con Pablo que ni siquiera tienes el coraje suficiente para mirarla a su jodida cara. Ha sido superior a mí.

«Visto de esa manera…»

Aun así, su prepotencia le recordaba demasiado a su padre.

—No te correspondía a ti tomar la decisión.

—Pero tú no ibas a tomarla. —Peter se desabotonó la camisa blanca y húmeda—. Estoy harto de ver cómo te encoges cada vez que oyes su nombre. ¿Dónde está tu orgullo? Deja de pensar que ella es mejor que tú.

—Yo no…

—Sí, tú sí. Puede que Mery sea mejor que tú en algunas cosas. Sin duda es mejor atrayendo a los maridos de otras mujeres, pero lo que Mery sea o deje de ser no tiene nada que ver contigo. Madura de una vez y sé feliz viviendo en tu propia piel.

—¿Tú me hablas de madurar?

Peter no había acabado de vapulearla.

—Mery y Pablo están hechos el uno para el otro. Él no era el hombre adecuado para ti, igual que…

—¿Igual que tú?

—Exacto.

Peter bebió un trago largo de su copa.

—Gracias por tu percepción.

Lali agarró el pijama y la bata que había cogido antes de su dormitorio y entró furiosa en el lavabo. Sin embargo, mientras se lavaba la cara, tuvo que admitir que la intención de Peter había sido buena. Invitar a Mery a entrar en la casa había sido su retorcida versión de mostrarse protector con ella. Además, no podía haber previsto las consecuencias.

Cuando salió del lavabo, Lali vio que estaba reclinado en los almohadones, vestido sólo con sus calzoncillos bóxer, cuya blancura resaltaba contra su morena piel. Había apartado las sábanas y tenía un libro abierto sobre el pecho. Ver a Peter Lanzani leyendo un libro ya era suficientemente raro, pero no tanto como las gafas de montura metálica que reposaban en el puente de su nariz. Ella se quedó de una pieza.

—¿Qué es eso?

—¿El qué?

—¿Usas gafas?

—Sólo para leer.

—¿Usas gafas para leer?

—¿Qué hay de malo en eso?

—La gente que está tatuada no debería usar gafas para leer.

—Cuando me hice el tatuaje, no las usaba. —Se quitó las gafas y contempló el pijama azul de Lali—. Esperaba que te pusieras uno de esos conjuntos de Provocativa.

—Aunque estuviera de humor para eso, que no lo estoy, no lo haría con ellos al otro lado de esa pared.

—Comprendo.

Se levantó de la cama y tiró de Lali hacia el lavabo. Una vez dentro, cerró la puerta.

—Se acabó el problema.

—Sigo estando enfadada contigo.

—Lo comprendo. Lo estás porque no me he disculpado con la suficiente sinceridad.

Y empezó a besarla.

Continuará...

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Y están todos encerrados en la misma casa por dos días, esto puede ser ¿divertido? habrá que leer para descubrir!!

Si quereis 2 capítulos más antes de mañana FIRMAD. Con unas cuantas firmas subo otros 2, sino hasta mañana!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip
 

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