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viernes, 26 de julio de 2013

Capítulos 22 y 23


+5 comentarios y otros dos capítulos!!!!!!!


Durante los cuatro días siguientes, Peter se reunió con otro inversor potencial, pero no estuvo más dispuesto a apostar por él que los anteriores. Lali asistió a dos clases más de baile, fue a que le cortaran el pelo un par de centímetros y se preocupó acerca de su futuro. Cuando eso le resultó demasiado deprimente, intentó persuadir a Meg para que fuera de compras con ella, pero su amiga conocía bien el funcionamiento de Hollywood.

     —Si quisiera que mi cara apareciera en todas las páginas de US Weekly, saldría a dar una vuelta con mis padres. Sois vosotros los que habéis elegido este tipo de vida, no yo.

     Así que se fue a montar a caballo y Lali tuvo que soportar una difícil comida con su padre en el restaurante de moda más reciente, donde se sentaron en un compartimiento con asientos de piel y debajo de una lámpara de araña fabricada con metal laminado.

     —La venganza de la vampiro bombón tiene un guión brillante y es muy divertida —declaró Nico clavando el tenedor en su bistec a la plancha con ensalada—. Ya sabes lo difícil que es encontrar una combinación así.

     Le tendió la cesta del pan a Lali, pero ella no tenía mucho apetito. Durante las últimas dos semanas, Cande le había preparado montones de hamburguesas con queso y raciones de lasaña. La verdad era que las aristas de sus huesos habían empezado a perder su carácter afilado y sus mejillas habían dejado de parecer cavidades funestas, aunque estaba casi segura de que ésa no era la intención de Cande.

     —Estoy segura de que será un gran éxito, pero… —Removió el risotto al limón de su plato e intentó mantenerse firme en su resolución. Se trataba de su vida, de su carrera, y tenía que abrirse camino ella sola—. Necesito un descanso de los papeles emocionalmente insustanciales. He hecho mis deberes, papá, y no quiero actuar en otra comedia. Quiero algo que suponga un reto para mí, algo que pueda entusiasmarme.

     Lali no se molestó en sacar a colación lo de los seis meses de vacaciones por los que tanto había luchado. Tenía que volver al trabajo lo antes posible para evitar pasar tanto tiempo con Peter.

     Su padre se reclinó en el asiento.

     —No seas tan predecible, Lali. ¡Otra actriz de comedia que quiere interpretar a Lady Macbeth! Haz aquello para lo que eres buena.

     Ella no podía permitirse ceder.

     —¿Cómo sé que no soy buena en otro tipo de papeles si no me arriesgo a probarlos?

     —¿Tienes idea de lo que se está esforzando Gime para conseguirte una reunión con Greenberg?

     —Primero tendría que haber hablado conmigo. —Como si Gime pensara alguna vez en consultarle a ella.

     Nico se quitó las gafas y se frotó los ojos. Parecía cansado, lo que hizo sentirse culpable a su hija. Para él la vida no había sido fácil, pues había enviudado a los veinticinco años y había tenido que criar a una niña de cuatro. Él le había dedicado toda su vida y, en aquella etapa, lo único que ella le daba a cambio era resentimiento. Volvió a ponerse las gafas, cogió el tenedor y lo dejó de nuevo en el plato sin usarlo.

     —Creo que esta deMeryz tuya…

     —Eso no es justo.

     —Esta falta de enfoque, entonces. Creo que es influencia de Peter, y me asusta que te esté contagiando su actitud de poca profesionalidad.

     —Peter no tiene nada que ver con mi actitud.

     Mientras hurgaba en su risotto, Lali esperaba que su padre le recordara que se había mostrado más dispuesta a cooperar mientras estuvo casada con Pablo. Su padre y Pablo coincidían siempre en todo. Tanto que ella con frecuencia había pensado que Pablo debería haber sido el hijo de Nico en lugar de ella.

     Pero Nico elegía sus batallas.

     —Tienen planeado estrenar La vampiro bombón el Cuatro de Julio del año que viene. Es la película de verano perfecta. Tiene la palabra «éxito» escrita por todas partes.

     —No lo será si yo salgo en ella.

     —No hagas eso, Lali. Los pensamientos negativos atraen resultados negativos.

     —Concurso de baile será un fracaso. Los dos lo sabemos muy bien.

     —Estoy de acuerdo en que tomaron algunas malas decisiones, pero precisamente por eso tienes que vincular tu nombre a La vampiro bombón lo antes posible. Toda la publicidad de la que eres objeto ahora te abre las puertas de una oportunidad irrepetible. Si no la aprovechas, te arrepentirás el resto de tu vida.

     Lali reprimió su enfado recordándose que su padre siempre quería lo mejor para ella. Desde el comienzo, él había sido su defensor incondicional. Si ella interpretaba un papel que era un fracaso, él le decía que el director de reparto era un desastre. Eso era lo que ocurría con su padre. Él siempre había hecho lo posible para protegerla. Incluso se había negado a que actuara como protagonista en la historia de una niña prostituta cuando tenía doce años. ¡Si al menos su proteccionismo se debiera al amor en lugar de la ambición!

     Una vez más, Lali pensó en lo distinto que habría sido todo si no hubiera perdido a su madre.

     —Papá… si mamá no hubiera muerto, ¿crees que habrías continuado con tu carrera de actor?

     —¿Quién sabe? Es inútil especular.

     —Lo sé, pero… —El risotto estaba demasiado salado y Lali apartó el plato—. Cuéntame otra vez cómo os conocisteis.

     Nico suspiró.

     —Nos conocimos el último año de la carrera. Yo interpretaba a Becket en Asesinato en la catedral y ella me entrevistó para el periódico de la universidad. Atracción entre opuestos. Tu madre era muy atolondrada.

     —¿La querías?

     —Lali, de eso hace mucho tiempo. Tenemos que centrarnos en el presente.

     —¿La querías?

     —Mucho.

     La impaciencia con que soltó aquella palabra le indicó a Lali que sólo decía lo que ella quería oír.

     Mientras contemplaba su risotto intacto, pensó que resultaba irónico que en aquellos momentos se sintiera más cómoda con su marido de mala reputación que con su propio padre. Claro que a ella la opinión de Peter no le importaba. Quizás uno de aquellos días dejaría de preocuparse por lo que opinaba su padre.

     Antes de que terminaran de comer, su sentimiento de culpabilidad le hizo sacar lo mejor de sí misma e invitó a su padre a cenar el fin de semana siguiente. También invitaría a Gas y Meg. Quizás incluso a Gime. Su agente títere era buena dando conversación y, con Peter y su padre lanzándose dardos el uno al otro, necesitaría un mediador.

     A Cande le dio un ataque cuando Lali le dijo que pensaba contratar un servicio de comidas a domicilio.

     —Mis comidas siempre han sido lo bastante buenas para Peter y sus amigos —dijo Cande—, pero supongo que tú eres demasiado selecta.

     —¡Muy bien! —replicó Lali—. Si quieres cocinar, cocina. Sólo intentaba facilitarte las cosas.

     —Entonces dile a Agus que me ayude a servir.

     —De acuerdo. —Tenía que preguntarlo—: ¿Para qué amigos de Peter has cocinado? No parece tener muchas visitas.

     —Sí que las tiene. Yo cociné para sus amigas. Y para Gaston. Y también estaba aquel famoso director, un tal señor Peters, que vino hará un par de meses.

     Así que era cierto que Hank Peters se había reunido con Peter. Interesante.
     
     
     La mala publicidad de las fotografías del balcón por fin empezó a decaer, pero ellos tenían que volver a realizar una aparición pública antes de que cobrara fuerza otra vez. El jueves, dos días antes de la cena, fueron al restaurante de postres Pinkberry, en West Hollywood. Hacía días que Peter no comentaba nada acerca de su falta de vida sexual, lo que resultaba desconcertante. Se comportaba como si el sexo fuera una cuestión que no le importara en absoluto, aunque siempre parecía olvidar ponerse la camiseta y rozaba el brazo de Lali cada vez que pasaba por su lado. Ella, por su parte, empezaba a sentirse como si estuviera ardiendo por dentro.

     Peter estaba jugando con ella.

     El Pinkberry de West Hollywood se había convertido en uno de los lugares de concurrencia favoritos de los famosos, lo que significaba que los paparazzi siempre merodeaban por allí. Lali se puso unos pantalones azul marino y una blusa blanca con seis botones rojos de estilo retro. Tardó una hora en arreglarse. Peter llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta de la mañana.

     Lali pidió yogur helado con mango y moras. Peter refunfuñó algo acerca de que quería un maldito Dairy Queen y acabó no pidiendo nada. Cuando salieron del restaurante, la media docena de fotógrafos que había en la puerta entraron en acción.

     —¡Lali! ¡Peter! Hace días que no os vemos. ¿Dónde habéis estado?

     —Somos unos recién casados —contestó Peter—. ¿Dónde crees que hemos estado?

     —Lali, ¿quieres declarar algo acerca del aborto de Mery Del Cerro?

     —¿Has hablado con Pablo?

     —¿Tenéis planeado crear una familia?

     Las preguntas siguieron lloviendo sobre ellos hasta que un reportero dijo con marcado acento de Brooklyn:

     —Peter, ¿sigues teniendo problemas para encontrar un trabajo decente? Supongo que Lali y su dinero han llegado justo a tiempo.

     Peter se puso tenso y ella lo cogió del brazo.

     —No sé quién eres —declaró Lali sin abandonar su sonrisa—, pero los días en que Peter atizaba a los fotógrafos que actúan como gusanos no están tan lejos. ¿O quizás es eso lo que quieres?

     Algunos fotógrafos miraron con desagrado al interpelante, pero eso no evitó que mantuvieran las cámaras preparadas por si Peter perdía el control. Una imagen de Peter propinando un puñetazo a un periodista les reportaría miles de dólares, y al agredido la posibilidad de conseguir una sustanciosa indemnización legal.

     —No tenía intención de golpearlo —le dijo Peter a Lali cuando por fin se abrieron paso entre los fotógrafos—. No soy tan estúpido como para cometer semejante gilipollez.

     —Será por todas las veces que la cometiste en el pasado.

     Él volvió la cabeza hacia los paparazzi, quienes los seguían de cerca.

     —Démosles la imagen del millón.

     —¿Que es…?

     —Ya lo verás.

     La cogió de la mano y tiró de ella a lo largo de la acera mientras los paparazzi les pisaban los talones.

Continuará...

Capítulo 23



La tiendecita con su fachada de fuerte color mostaza le hizo pensar a Lali en una antigua mercería inglesa. Encima de la puerta había la imagen de una mujer de estilo art nouveau abrazando las letras negras y brillantes del nombre de la tienda: «Provocativa.» Las dos oes formaban sus pechos.

     Lali le había oído hablar de aquel sexshop selecto a April, pero nunca había entrado.

     —Excelente idea —comentó.

     —¡Y yo que pensaba que te pondrías en plan mojigato!

     Peter le apoyó la mano en el trasero.

     —Hace años que no soy mojigata.

     —Podrías haberme engañado con facilidad.

     Él mantuvo la puerta abierta para que ella pasara y entraron en la perfumada tienda acompañados por los gritos de los fotógrafos y el chasquido de las cámaras. La ley les impedía entrar en la tienda, así que se pelearon para conseguir la mejor posición y poder fotografiarlos a través del escaparate.

     El interior de estilo eduardiano consistía en unas paredes color amarillo mostaza suave y unas molduras de madera que proporcionaban una sensación de calidez. Unas plumas de pavo real pintadas en el techo rodeaban la lámpara de araña, y unos dibujos eróticos de Aubrey Beardsley con marcos dorados decoraban las paredes. Lali y Peter eran los únicos clientes, pero ella supuso que eso cambiaría en cuanto se corriera la voz de que estaban allí.

     La tienda proporcionaba una exhibición variada de fantasías sexuales. Peter se encaminó directamente a la colección de lencería erótica, mientras que Lali no podía apartar la vista de una exposición artísticamente dispuesta de consoladores colocados delante de un espejo antiguo. Lali se dio cuenta de que llevaba observándolos demasiado tiempo cuando los labios de Peter le rozaron la oreja.

     —Me encantará dejarte el mío.

     A ella se le encogió levemente el estómago.

     La dependienta, una mujer de mediana edad, largo pelo moreno y vestida con una elegante y ajustada camiseta y una falda vaporosa, los reconoció y enseguida se acercó. El tacón de aguja de sus zapatos se clavó en la moqueta del suelo.

     —Bienvenidos a Provocativa.

     —Gracias —contestó Peter—. Interesante lugar.

     Impactada por la excitación que le producía tener a dos celebridades en su tienda, la dependienta empezó a enumerar las peculiaridades del lugar:

     —Al otro lado de aquel arco tenemos una sala con artículos sadomasoquistas. Unos látigos preciosos, palmetas, pinzas para pezones y algunas ataduras realmente lujosas. Os sorprenderá lo cómodas que son. Todos nuestros juguetes son de gran calidad. Como podéis ver, disponemos de una amplia variedad de consoladores, vibradores, anillos para penes y… —señaló un escaparate de cristal— una maravillosa colección de cuentas anales nacaradas.

     Lali hizo una mueca. Había oído hablar de las cuentas anales, pero no se le ocurría cómo se utilizaban ni para qué servían.

     Cuando la dependienta se dio la vuelta para examinar las estanterías, Peter le susurró a su esposa:

     —Vista una, vistas todas. Aunque no contigo.

     A ella se le volvió a encoger el estómago.

     La dependienta le dijo:

     —Acabo de desempaquetar un envío de pelucas púbicas con adornos de bisutería. ¿Alguna vez te has puesto una?

     —Dame una pista.

     La mujer esbozó una sonrisa repelente y apoyó las manos en la cintura adoptando la pose de un guía de un museo de arte.

     —Las pelucas púbicas las llevaban originariamente las prostitutas para ocultar la pérdida de vello púbico o las marcas de la sífilis. Las versiones modernas son mucho más sexys y, con tantas mujeres depiladas hoy en día, se han vuelto muy populares.

     Lali se oponía, tanto erótica como ideológicamente, a depilarse por completo el vello púbico. La idea de renunciar a algo tan intrínseco de las mujeres para parecer niñas preadolescentes le sonaba a pornografía infantil. Sin embargo, la vendedora ya había abierto un escaparate y sacado un objeto triangular adornado con destellantes cristales de colores púrpura, azul y carmesí. Lali lo examinó y descubrió una pequeña abertura en forma de uve situada en el ángulo inferior del triángulo y que, obviamente, estaba pensada para mostrar la rendija correspondiente.

     —Naturalmente, todas nuestras pelucas púbicas vienen con su adhesivo.

     Peter cogió la peluca para examinarla y después se la devolvió.

     —Creo que pasamos. Algunas cosas no necesitan una decoración extra.

     —Comprendo —contestó la mujer—, aunque ésta viene con unos cubrepezones de bisutería a juego.

     —Se interpondrían en mi camino.

     El sonrojo de Lali le indicó a la dependienta que estaba metiéndose en problemas.

     —Tenemos una lencería preciosa —le explicó a Peter—. Nuestros sujetadores de tres pétalos son muy populares. Su esposa puede llevarlos con todos los pétalos levantados o sólo con los laterales. O puede soltarlos todos.

     Lali sintió un hormigueo en los pechos.

     —Muy eficiente.

     Peter deslizó la mano por debajo del pelo de Lali y le acarició la nuca produciéndole piel de gallina.

     —¿Habéis oído hablar de nuestro probador VIP?

     A Lali le vino a la memoria una conversación que había mantenido con April en cierta ocasión. Intentó parecer reflexiva.

     —Yo… Esto… Creo que una amiga me comentó algo.

     —Tiene una mirilla en la pared posterior. Si queréis, podéis abrirla. Al otro lado hay un probador más pequeño para tu marido.

     Peter se echó a reír, una de las pocas risas genuinas que Lali le había oído desde que aparecieran las fotografías del balcón.

     —Si más hombres conocieran este lugar, dejarían de decir que odian ir de compras.

     La vendedora le sonrió a Lali con complicidad.

     —Disponemos de una exótica colección de tangas para hombre y la mirilla funciona en ambos sentidos.
 —De pronto, la dependienta ya no pudo contenerse más—: Tengo que deciros que me encantasteis en Thiago y Marianella. ¡Todo el mundo está tan emocionado con vuestra boda! Y no dejéis que esos estúpidos rumores os inquieten. —Tuvo que parar porque otros clientes habían entrado—. Si necesitáis algo, llamadme y vendré enseguida.

     Lali la siguió con la mirada.

     —A la hora de la cena, una lista de todo lo que compremos estará colgada en Internet. Un aceite para masaje suena seguro.

     —Bueno, creo que podemos ser un poco más atrevidos que eso.

     —Nada de látigos o palmetas. Ya he superado lo del sadomasoquismo. Al principio era divertido, pero después de un tiempo, hacer llorar a todos esos hombres maduros resultaba aburrido.

     Peter sonrió.

     —Y tampoco nada de consoladores —dijo—, aunque sé lo mucho que deseas uno. Lo cual no es ninguna sorpresa, ya que…

     —¿Quieres dejarlo de lado de una vez?

     —De lado… Encima… Debajo… —Peter le acarició la curvatura del labio superior—. Dentro…

     Una ráfaga de calor recorrió el cuerpo de Lali. Estaba a punto de derretirse.

     Él la condujo hacia la sección de la lencería, donde unos expositores tenuemente iluminados mostraban unos conjuntos pervertidos de braga y sujetador, ligueros y unos bodys diminutos con corbata y agujeritos. Todos los artículos estaban muy bien confeccionados y eran ultracaros. Peter sostuvo en alto un sujetador fruncido en la parte superior de las cazoletas con sendos cordones de seda.

     —¿Tú qué usas, una…?

     —Una noventa C —contestó ella.

     Peter arqueó una ceja y cogió una noventa B, que era exactamente la talla de Lali, lo que no le sorprendió, teniendo en cuenta su conocimiento de la anatomía femenina. Varios clientes más habían entrado en la tienda, pero de momento los dejaban tranquilos.

     —Para que lo sepas —susurró Lali tanto para Peter como para sí misma—, esto no es una cita, y la mirilla se quedará cerrada.

     —Esto es definitivamente una cita. —Peter examinó un body de malla negra y declaró—: Excelente fabricación. —Tocó los cordones de satén—. Mucho más suave que el cuero.

     —A mí me encanta el cuero. —Lali cogió un tanga de piel para hombre.

     —Ni en un millón de años —replicó Peter.

     Ella le arrebató el body de malla negra.

     —¡Lástima!

     Tuvieron un reto de miradas y él fue el primero en ceder.

     —De acuerdo, tú ganas. Uno por otro.

     —Trato hecho.

     Intercambiaron las prendas como si lo que estaban viviendo fuera real en lugar de ser dos actores que fingían hábilmente. Peter añadió varios sujetadores sin copas y varias bragas sin entrepierna a las prendas que había elegido para su esposa. Ésta eligió para él unas cuantas prendas de cuero, pero cuando encontró un interesante par de perneras, Peter compuso una expresión tan lastimosa que ella las devolvió a su lugar. Él le correspondió el favor dejando un corsé de apariencia tortuosa. Al final, intercambiaron las prendas y la dependienta los condujo a la parte trasera de la tienda, donde estaba el probador VIP. La mujer abrió una puerta de paneles de madera con una llave antigua, colgó las prendas de Lali en una percha de bronce y, a continuación, acompañó a Peter a su probador.

     Lali se encontró en una habitación de estilo antiguo, con paredes pintadas de rosa, un espejo de cuerpo entero de marco dorado, una banqueta tapizada y apliques de pantalla rosada y con fleco que proporcionaban una iluminación suave y acogedora. La peculiaridad más intrigante de la habitación se encontraba en la pared del fondo, a la altura de los ojos. Consistía en una ventanita cuadrada de unos treinta centímetros de lado y el pomo, sin la menor sutileza, tenía la forma de una diminuta concha de almeja parcialmente abierta con una perla encima.

     Ya era suficiente. Fin del juego. De una vez por todas. A menos que…

     «No. Desde luego que no.»

     Alguien dio un golpecito en la pared.

     —¡Abre!

     Lali tiró de la concha y abrió la ventanilla. La cara de Peter le devolvió la mirada a través de la rejilla negra de hierro. Apenas podía considerarse una mirilla. Las paredes rosa que enmarcaban la cara deberían haber suavizado sus facciones, pero en realidad le hacían parecer más masculino. Peter se frotó la mandíbula.

     —Me avergüenza admitirlo, pero este lugar me ha puesto a cien.

     Peter no estaba avergonzado en absoluto; sin embargo, la atmósfera desinhibida del local también la había excitado a ella. Lali dio vueltas a su anillo de boda falso. Melrose Avenue podía estar a sólo unas manzanas de allí, pero aquel emporio erótico le hacía sentirse como si hubiera entrado en otro mundo, un mundo extrañamente seguro donde un hombre nada digno de fiar podía mirar pero no tocar, un mundo donde todo giraba alrededor del sexo y donde el sufrimiento emocional no constituía una posibilidad.

     —Ojalá hubiéramos dado una ojeada a los artículos para atarse —declaró Peter.

     Lali no pudo resistirse a jugar con fuego.

     —Sólo por curiosidad… ¿A cuál de los dos habrías atado?

     —¿Para empezar? A ti. —Su voz adquirió un tono bajo y ronco—. Pero cuando hubieras demostrado una sumisión adecuada, podríamos cambiar los papeles. ¿Qué te parece si ahora te pruebas ese body de malla para mí?

     La tentación de jugar con el demonio en aquel antro sexual era casi irresistible.

     —¿Y qué conseguiré a cambio?

     —¿Qué quieres?

     Lali reflexionó unos instantes.

     —Retrocede.

     Él lo hizo y ella acercó la cara a la rejilla. Entonces vio que el probador de Peter, que era más pequeño que el suyo, tenía las paredes de color ocre oscuro y unos pomos de hierro de gran tamaño, de los que colgaban las prendas que ella había elegido para él.

     —Ese tanga de piel negra.

     —Ni hablar.

     —¡Lástima!

     Lali cerró la ventanilla.

     —¡Eh!

     Ella se tomó su tiempo antes de volver a abrir.

     —¿Has cambiado de idea?

     —Si empiezas tú, sí.

     —Sí, como que voy a caer en esa trampa.

     Volvieron a retarse con los ojos. Ella mantuvo la mirada firme, aunque su corazón se había desbocado.

     —¡Vamos, Lali! He tenido una mala semana. Ponerte esa ropa para mí es lo menos que puedes hacer.

     —Yo también he tenido una mala semana y esto no es ropa, son artículos para estimular el sexo. Si tanto lo deseas, empieza tú.

     —¿Qué tal si lo hacemos al mismo tiempo?

     —Hecho.

     Lali volvió a cerrar la ventanilla. Las manos le temblaban. Se quitó las manoletinas de lunares blancos y azul marino.

     Transcurridos unos minutos, Peter llamó desde el otro lado.

     —¿Lista?

     —No; me siento como una estúpida.

     —¿Tú te sientes como una estúpida? Esta cosa es un jodido taparrabos.

     —Lo sé. Lo he elegido yo, ¿te acuerdas? Y soy yo la que debería quejarse. Estas tiras están organizadas de tal forma que no esconden nada.

     —Abre la ventanilla. ¡Ahora!

     —He cambiado de idea.

     —A la de tres —dijo Peter.

     —Tienes que apartarte de la ventanilla para que pueda verte.

     —De acuerdo. Ya me estoy apartando. Una… Dos… ¡Tres!

     Lali abrió la ventanilla y miró al otro lado.

     Peter la miró a ella.

     Los dos estaban totalmente vestidos.

     Él sacudió la cabeza.

     —Tienes un problema serio de confianza.

     Ella entornó los ojos.

     —Al menos yo me he quitado los zapatos. Tú ni siquiera eso.

     —Está bien, nuevo trato —dijo Peter—. La ventana se queda abierta. Tú te sacas una prenda. Yo me saco otra. Incluso estoy dispuesto a empezar primero. —Y se quitó la camiseta.

     Ella ya sabía que él tenía un torso fantástico. Se había pasado mucho tiempo mirándolo de reojo. Sus músculos estaban bien delineados, pero no tan desarrollados como para que su coeficiente intelectual se viera amenazado, porque, la verdad, ¿hasta qué punto resulta sexy un hombre que no tiene nada mejor que hacer durante todo el día que trabajar sus músculos?

     —Estoy esperando —dijo Peter.

     Un cálculo rápido le indicó a Lali que ella tenía puestas más prendas que él. ¿Realmente iba a meterse en aquello? Tener sexo con Peter no era una garantía de que no la engañara, pero él tampoco era un estúpido. Peter sabía que estaban en la lente de un microscopio y que le resultaría muy difícil hacer algo sin que se enterara todo el mundo. Además, él siempre elegía el camino más fácil y, en aquel caso, ese camino era ella.

     Lali se llevó la mano a la nuca y se quitó el collar de plata.

     —Eso no es justo —se quejó Peter.

     Ella pensó que su viaje al terreno de juego del demonio exigía que, al menos, realizara unas piruetas.

     —Quítate los pantalones. Hay un taparrabos esperándote.

     —Todavía tengo los zapatos puestos, ¿recuerdas? —Y retrocedió un paso para que ella pudiera verlo mientras se quitaba una única deportiva.

     —Eso es trampa. —Lali retrocedió y se quitó un pequeño diamante del lóbulo de la oreja.

     —Mira quién habla de trampas. —Otra deportiva salió disparada.

     —Yo nunca he hecho trampas en mi vida —dijo ella y se quitó el otro pendiente de diamante.

     —No te creo. —Un calcetín.

     —Quizás en el Pictionary. —Su anillo de boda.

     Cada vez que uno de ellos se quitaba algo, se alejaba de la rejilla para que el otro pudiera verlo. Adelante y atrás… Adelante y atrás… Un baile sensual de desvelar y ocultar.

     El segundo calcetín de Peter cayó al suelo.

     —¿Algún hombre te ha echado un chorro de miel en el vientre y después te lo ha limpiado con la lengua?

     —Docenas de veces.

     Lali jugueteó con el botón superior de su blusa para ganar tiempo, pues todavía no estaba segura de hasta dónde quería llegar en aquel juego de mirar y mostrarse.

     —¿Cuánto tiempo hace que no haces el amor? —preguntó.

     —Demasiado. —Peter introdujo el pulgar en el cierre a presión del pantalón.

     —¿Cuándo fue la última vez? —Retorció con los dedos el botón de plástico rojo de su blusa.

     —¿Podemos hablar de eso en otro momento? —Bajó la cremallera del pantalón.

     —Me parece que no. —Lali pensó que hablar de las anteriores amantes de Peter disminuiría el deseo que experimentaba, pero no fue así.

     —Hablaremos de ello más tarde. Te lo prometo.

     —No te creo.

     —Si te miento, puedes caminar desnuda sobre mi espalda con unos zapatos de tacón de aguja.

     —Si me mientes… —El botón superior pareció abrirse por iniciativa propia— nunca volverás a ver éstas.

     Lali se desabrochó la blusa botón a botón y, después, la dejó caer por sus brazos. Llevaba puesto un sujetador de encaje blanco de La Perla con unas braguitas a juego de las que Peter todavía no sabía nada.

     Él bajó la mano hasta la cintura y, lentamente, se quitó el reloj —ella se había olvidado de su estúpido reloj—, quedando vestido sólo con los vaqueros y… ¿qué, debajo? Lali no podía respirar hondo. Se retiró de la ventanilla, se desabrochó los pantalones azul marino y, mirando fijamente a Peter a los ojos, se los bajó.

     Sus piernas siempre habían sido su mejor atributo —largas, delgadas y fuertes—, las piernas de una bailarina, y él se entretuvo mirándolas. Unos segundos interminables transcurrieron antes de que retrocediera y se quitara los vaqueros. Llevaba puestos unos calzoncillos grises de punto End Zone que se ajustaban a una considerable erección. Lali lo contempló con atención.

     —Ahora la ropa interior —dijo Peter acercándose a la rejilla.

     Ella nunca se había sentido tan excitada, y ni siquiera se habían tocado. Se desabrochó el sujetador. Los tirantes se deslizaron por sus hombros, pero ella cubrió las cazoletas con las manos para evitar que cayeran y se acercó a la rejilla.

     —Gánatelo —susurró.

     La voz de Peter se volvió ronca.

     —Esta vez tendré que confiar en ti.

     Introdujo los pulgares en la cinturilla de sus End Zone, se los bajó y se quedó delante de Lali magníficamente desnudo. Ella recorrió su cuerpo con la mirada: sus amplios hombros bronceados, su musculoso torso, sus estrechas caderas algo más pálidas que el resto del cuerpo… Ni siquiera notó que el sujetador se le caía de las manos.

     —Retrocede —dijo Peter en un ronco susurro.

     Él la estaba utilizando y ella lo estaba utilizando a él, y no le importaba. Lali se colocó en medio del probador y se quitó las frágiles bragas de nailon. Peter la contempló con tanta intensidad que ella sintió un hormigueo en la piel. Él había estado con mujeres mucho más guapas, pero Lali no experimentó la terrible inseguridad que experimentaba con Pablo. Aquél era Peter. A ella no le importaba su opinión. Lo único que le importaba era su cuerpo. Ladeó la cabeza.

     —Aléjate para que pueda verte otra vez.

     Pero a Peter se le había acabado la paciencia.

     —El juego ha terminado. Nos largamos de aquí. Ahora.

     Lali no quería irse. Quería quedarse en aquel mundo de fantasía sensual para siempre. Descolgó el sujetador de pétalos azul pálido.

     —Me pregunto cómo me quedará esto.

     —¿Te vas a poner ropa?

     —Voy a ver si me queda bien.

     Lali volvió su desnudo trasero hacia Peter y se puso el sujetador. Cada copa estaba formada por tres pétalos suaves. Se giró de nuevo hacia él y, sin decir una palabra, desató los pétalos uno a uno. Primero los de los lados y después el del centro. Tomándose todo el tiempo del mundo.

     Los ojos de Peter chispearon a través de la rejilla.

     —Me estás matando.

     —Lo sé.

     Lali descolgó las braguitas a juego del colgador y se colocó en medio de la habitación para que él le viera ponérselas. Tenían una abertura en la entrepierna.

     —Me sienta bien, ¿no crees?

     —Ahora mismo no puedo pensar. Acércate.

     Ella se acercó a la rejilla con lentitud. Cuando llegó, Peter susurró:

     —Más cerca.

     Presionaron las caras contra la rejilla y sus bocas se juntaron a través del enrejado de metal negro. Sólo sus bocas.

     Y entonces la tierra se movió.

     Se movió de verdad.

     Al menos la pared sí que se movió. Lali abrió los ojos de golpe y, cuando el último obstáculo que los separaba desapareció, soltó un soplido de sobresalto. Tendría que haber supuesto que una tienda tan imaginativa no pasaría por alto algo así. Su sensación de seguridad se desvaneció.

     Peter entró en su probador.

     —No le cuentan a todo el mundo lo de la puerta.

     Lali nunca había practicado el sexo sin amor y lo que Peter le ofrecía era pura y simple excitación. Ella sabía que Peter era un bribón nada fiable. Y no se hacía ilusiones. Tenía los ojos muy abiertos, justo como quería tenerlos.

     —Ésta es nuestra primera cita —dijo Lali.

     —¡Y menuda cita!

     Peter cerró la puerta que comunicaba los dos probadores y contempló los pechos desnudos de Lali que exhibía el sujetador.

     —Señora, me encanta su ropa interior.

     Peter le rozó un pezón con los nudillos de la mano, cogió uno de los sedosos pétalos y lo abrochó, y después le succionó el pezón a través de la frágil barrera.

     A Lali le flaquearon las piernas. Él se sentó en el acolchado diván y tiró de ella de tal forma que quedó a horcajadas sobre los muslos de él. Se besaron. Peter le succionó el pecho. Lali le hundió los dedos en el pelo y se mordió los labios para no gritar. Él separó los muslos separando, a su vez, los de ella. Lali seguía llevando puestas las bragas sin entrepierna. Peter apartó la tela de nailon y jugueteó con el sexo de su esposa hasta que ella tembló de deseo.

     Cuando Lali no pudo aguantar más, afianzó las rodillas en el diván, se enderezó y, poco a poco, introdujo el miembro turgente en su interior.

     Peter respiraba en Meryos, pero no intentó penetrarla, sino que le dio todo el tiempo que ella necesitó para aceptarlo. Y ella se aprovechó. Maliciosamente. En cuanto se introducía muy lentamente un centímetro del pene, volvía a sacárselo y empezaba de nuevo. Los hombros de Peter se volvieron resbaladizos a causa del sudor. Pero a ella no le importaba lo que él necesitara, no le importaba si le proporcionaba o no placer, no le importaban sus sentimientos, sus fantasías, su ego. Lo único que le importaba era lo que él podía hacer por ella. Y si no la satisfacía, si al final resultaba ser un inútil, ella no se inventaría excusas para disculparlo como había hecho con Pablo, sino que se quejaría largo y tendido hasta que él lo entendiera. Aunque no parecía que esto fuera a ser necesario.

     —Pagarás por esto —dijo Peter con los dientes apretados.

     Pero siguió permitiéndole que hiciera lo que quisiera, hasta que ella se excitó tanto que tuvo que interrumpir el juego. Sólo entonces le hincó los dedos en el trasero y le hizo descender con fuerza sobre él.
     No podían provocar ningún ruido. Sólo una delgada pared evitaba que quedaran expuestos. Peter hundió la cara en los pechos de Lali y le frotó el bajo vientre. Lali se arqueó contra la mano de Peter, echó la cabeza atrás, se agarró a los hombros de él y se unió a Peter en una cabalgada salvaje y silenciosa.
     Sin amarlo. Sólo usándolo.

     Él se estremeció. Ella dejó caer la cabeza atrás.

     Liberación…

Continuación...

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Con estos dos hay que tener mucha paciencia, yo aviso!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

6 comentarios:

  1. ¡Máaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!

    No me puedes dejar así, y creo que si hay que tener mucha paciencia, son muy cabezotas los dos.

    Un beso.

    @LittleKitKat_

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  2. Estoy enganchadisima :) sube otros dos porfiss

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  3. Maaaaaaaaassssss porfavorrrr
    Sandra (=

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  4. sos grosa!!! seimpre te lo digo!! perdón por desaparecer, estoy malita, y ayer no pude ni subir la mia, te tengo en mis favoritos en mi blog, así si me retraso luego lo veo xk en twitter lo pierdo ajjaja igual espero no atrasarme mas!! me encantaaaa es genial tu novela!!

    un beso @cf_planzani_cat

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