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martes, 30 de julio de 2013

Capítulos 32 y 33


Después de ducharse y vestirse, Lali fue a su despacho. Agus estaba sentado ante el ordenador, trabajando al ritmo insonoro que procedía de sus cascos. Empezó a quitárselos, pero Lali le indicó con una seña que no lo hiciera. Las cosas de su padre ya no estaban. Bien. Eso significaba que, en lugar de decírselo cara a cara, podía utilizar la vía de los cobardes y enviarle un mensaje por la noche para comunicarle que había cancelado la reunión.

Lali echó una ojeada a la lista de invitados a la fiesta de la boda, para la que faltaban menos de tres semanas, y vio que casi todo el mundo había aceptado. ¡Menuda sorpresa! Un montón de invitaciones a actos benéficos, pases de moda y la presentación de una nueva línea de productos de su peluquera la esperaban, pero Lali no tenía ganas de pensar en todo eso, lo único que quería era ver lo que había filmado de Cande.

Agus le había ayudado a instalar su nuevo equipo de edición en un rincón del despacho. Ella cargó en el ordenador las secuencias que había grabado y enseguida se quedó absorta en lo que vio. Aunque la historia de Cande le fascinaba, también le intrigaba la de Soledad, la mujer de la limpieza. ¡Y había tantas otras mujeres con las que quería hablar! Camareras y dependientas, guardias urbanas y enfermeras a domicilio… Quería grabar la historia de mujeres comunes realizando trabajos comunes en la capital mundial del glamour.

Cuando levantó la vista del monitor, descubrió que Agus ya se había ido a su casa. Gime ya debería de haber cancelado la cita con Rich Greenberg, pero, por si todavía no lo había hecho, esperaría hasta la mañana siguiente para telefonearle y presentarle sus disculpas.

Bajó a la planta baja y recibió una desagradable sorpresa al ver que su padre salía de la sala de proyecciones.

—He repasado una vieja película de Almodóvar —comentó él.

—Creía que te habías ido.

—La mujer de la limpieza ha encontrado un problema de humedades en mi casa. Ya lo están solucionando, pero tengo que estar fuera unos días hasta que acaben. Espero que no te importe que me quede aquí un poco más.

A Lali sí le importaba, sobre todo porque entonces tendría que contarle lo de la cancelación de la cita en persona.

—Está bien.

Peter apareció procedente de la cocina.

—Quédate el tiempo que quieras, papá —dijo con voz ronca—. Ya sabes que siempre eres bienvenido en esta casa.

—Sí, como las plagas —soltó Nico.

—No si sigues las reglas.

—¿Y cuáles son esas reglas?

Era evidente que Peter se lo estaba pasando bien. Claro que tenía al mundo a sus pies, así que ¿por qué no?

—En primer lugar, deja tranquila a Lali. Ahora ella es mi dolor de cabeza, no el tuyo.

—¡Eh! —Lali apoyó las manos en las caderas.

—En segundo lugar… Bueno, eso es todo. Dale cancha a tu hija. Pero también me gustaría oír tu opinión acerca de La casa del árbol.

Nico frunció el ceño.

—¿Nunca te cansas de ser sarcástico, Lanzani?

Lali observó a Peter.

—No creo que esté siendo sarcástico, papá. De verdad quiere conocer tu opinión. Y, créeme, yo estoy tan sorprendida como tú.

Su falso marido la miró con suficiencia.

—Sólo porque Nico sea un coñazo de controlador y que te saque de quicio no significa que no sea inteligente. Ayer por la noche realizó una lectura increíble y me gustaría conocer su opinión acerca del guión.

Nico, a quien nunca le faltaban las palabras, parecía no saber qué responder. Al final, se metió las manos en los bolsillos y dijo:

—De acuerdo.

La conversación durante la cena empezó algo tensa, pero nadie llegó a las manos y, al cabo de un rato, los tres se estaban devanando los sesos intentando resolver un problema de credibilidad en la primera escena de Danny y Helene. Después, Nico comentó que el personaje de Ken debería tener más matices y argumentó que, si se añadía complejidad a la personalidad del padre abusador, resultaría más amenazador. Lali estuvo de acuerdo con él y Peter los escuchó con atención.

Poco a poco, Lali se dio cuenta de que el guión original no era tan perfecto como Peter le había dado a entender y que él lo había pulido. En ciertos casos, sólo le había dado simples retoques, pero en otros había añadido escenas nuevas, aunque sin dejar de ser fiel a la novela original. Saber que Peter escribía tan bien añadía otra grieta a sus viejos prejuicios acerca de él.

Peter se acabó de un trago el café.

—Me habéis dado buenas ideas. Ahora iré a tomar notas.

Ya hacía rato que Lali debería haberse dedicado a la terrible tarea de ser sincera con su padre, así que, aun sin ganas, se despidió de Peter con un gesto de la mano.

Mientras otro silencio previsiblemente incómodo se instalaba entre padre e hija, otro recuerdo surgió en la mente de ella. Cuando su madre murió, Lali sólo tenía cuatro años, así que no guardaba muchos recuerdos de ella, pero sí se acordaba de un sencillo apartamento que parecía estar siempre lleno de risas, rayos de sol y de lo que su madre llamaba «plantas regalo». Lali solía cortar trozos de boniato o la parte superior de una piña y los plantaba en un cubo con tierra, o colgaba un hueso de aguacate del borde de un vaso de agua con un par de palillos. Su padre casi nunca hablaba de su madre, pero cuando lo hacía, la describía como una mujer atolondrada y desorganizada, aunque de buen corazón. De todas maneras, se los veía felices en las fotos de familia.

Lali apretó la servilleta que tenía en el regazo cerrando el puño.

—Papá, respecto a mañana…

—Sé que no estás muy entusiasmada con el proyecto, pero no permitas que Greenberg lo note. Explícale que le darás un giro personal al personaje. Consigue que sea él quien te ofrezca ese papel. Llevará tu carrera a otro nivel, te lo prometo.

—Pero yo no quiero ese papel.

Lali percibió la frustración de su padre y se preparó para recibir un enconado sermón acerca de su tozudez, falta de visión, inocencia e ingratitud. Pero, entonces, su padre hizo algo realmente extraño. Dijo:

—¿Por qué no jugamos a las cartas?

—¿A las cartas?

—¿Por qué no?

—Porque tú odias jugar a las cartas. Pero ¿qué te pasa, papá?

—A mí no me pasa nada. Sólo porque me apetezca jugar a las cartas con mi hija no significa que me pase algo. Podemos hacer algo más que hablar de trabajo, ¿sabes?

Lali no se lo tragaba. Gime debía de haberle contado lo de la cancelación y, en lugar de reprochárselo directamente, su padre había decidido utilizar otra estrategia. El hecho de que creyera que podía manipularla con aquellos torpes intentos de ser su «colega» la destrozaba. Su padre agitaba lo que ella más quería delante de sus narices para obligarla a hacer lo que él quisiera. Ésta era su nueva táctica para evitar que ella escurriera el bulto.

El dolor se transformó en rabia. Ya iba siendo hora de que él se enterara de que ella ya no le permitiría controlar su vida con la vana esperanza de recoger unas migajas de afecto por el camino. El último mes de su vida la había cambiado. Había cometido errores, pero eran sus errores y tenía la intención de que siguiera siendo así.

—No me convencerás para que programarme una nueva cita con Greenberg —dijo con rotundidad—. Ya la he cancelado.

Su corazón se puso a latir violentamente. ¿Tendría el valor de mantenerse firme en su decisión o volvería a ceder ante su padre?

—¿De qué me estás hablando?

A Lali se le formó un nudo en la garganta. Habló deprisa, escabulléndose.

—Aunque Greenberg me ofreciera el papel con mi nombre impreso encima del título, no lo aceptaría. Sólo pienso hacer proyectos que me emocionen, y si no te parece bien, lo siento. —Y tragó saliva con fuerza—. No quiero herirte, pero no puedo seguir así, contigo y con Gime tomando decisiones a mis espaldas.

—Lali, pero ¿qué dices?

—Te agradezco todo lo que has hecho por mí. Sé que sólo quieres lo mejor para mi carrera, pero lo que es mejor para mi carrera no siempre es lo mejor para mí.

¡Dios mío, no podía echarse a llorar! Tenía que ser tan severa con él como él lo era con ella. Hurgó más hondo en su creciente reserva de determinación.

—Ahora necesito que te apartes, papá. Yo tomo el mando.

—¿Que me aparte?

Ella asintió con decisión.

—Ya veo. —Las atractivas facciones de Nico no mostraron ni un ápice de emoción—. Sí, bueno… Ya veo.

Lali se preparó para recibir su frialdad, su condescendencia, sus comentarios mordaces. Su carrera los había mantenido unidos, pero aparte de esa carrera no tenían nada en común. Si ella no se retractaba, su relación con su padre se desvanecería. ¡Qué ironía! Media hora antes, ella había disfrutado de la compañía de su padre por primera vez en mucho tiempo, y ahora estaba a punto de perderlo para siempre. Aun así, no cedería. Se había emancipado de Pablo. Había llegado la hora de emanciparse de su padre.

—Por favor, papá… Intenta comprenderme.

Él ni siquiera parpadeó.

—Yo también lo siento, Lali. Siento que hayamos llegado a esta situación.

Y eso fue todo. Se fue sin más. Recogió sus cosas en la casa de invitados y salió de su vida.

Lali resistió la sobrecogedora necesidad de ir tras él y subió con pesadez las escaleras. A Peter debía de haberle dado pereza ir hasta su despacho, porque estaba sentado en el sofá del despacho de ella, con el tobillo de una pierna apoyado en la rodilla de la otra y uno de los blocs de notas de Agus en el muslo. Lali se detuvo en el umbral.

—Creo que… he despedido a mi padre.

Peter levantó la vista.

—¿No estás segura?

—Yo… —Se apoyó en el marco de la puerta—. Oh, Dios, ¿qué he hecho?

—¿Madurar?

—No volverá a hablarme nunca más. Y es la única familia que tengo.

«Pobre, pobrecita Lali Esposito.»

Ella se enderezó. Ya estaba harta.

—Y también voy a despedir a Gime. Ahora mismo.

—¡Uau! ¡La matanza de Lali Esposito!

—¿Crees que hago mal?

Él descruzó las piernas y dejó a un lado el bloc.

—Creo que no necesitas que nadie te diga cómo tienes que dirigir tu carrera, pues eres perfectamente capaz de hacerlo tú sola.

Ella le agradeció el comentario, pero también deseó que discutiera o apoyara su decisión.

Peter la observó dirigirse al teléfono. Lali sentía náuseas. Ella no había despedido a nadie en su vida. Su padre siempre se había encargado de hacerlo por ella.

Gime descolgó el auricular al primer tono.

—Hola, Lali. Ahora mismo iba a llamarte. No estoy contenta, pero acabo de cancelar la reunión. Creo que deberías telefonear a Rich mañana y…

—Sí, ya le telefonearé. —Se dejó caer en la silla del escritorio de Agus—. Gime, tengo que decirte una cosa.

—¿Te encuentras bien? Tu voz suena rara.

—Sí, me encuentro bien, pero… —Miró el pulcro montón de papeles que había encima del escritorio sin verlos—. Gime, sé que llevamos juntas mucho tiempo y te agradezco lo mucho que has trabajado, agradezco todo lo que has hecho por mí, pero… —Se frotó la frente—. Tengo que dejarte.

—¿Dejarme?

—Yo… he de realizar algunos cambios. —No había oído a Peter colocarse detrás de ella, pero notó su mano acariciándole la espalda—. Sé que tratar con mi padre puede resultar muy difícil y no te culpo de nada, de verdad que no, pero debo… empezar de nuevo. Y yo elegiré a la persona que me represente.

—Comprendo.

—Tengo que asegurarme de que mi opinión es la única que cuenta.

—Resulta irónico. —Gime rio con sequedad—. Sí, lo comprendo. Cuando hayas contratado a un nuevo agente, házmelo saber. Intentaré que la transición sea lo más fácil posible. Buena suerte, Lali.

Gime colgó. Nada de súplicas. Nada de presiones. Lali se sintió mal. Apoyó la frente en el escritorio.

—¡Qué injusto es todo esto! Mi padre fijó las reglas y yo las acepté, pero es Gime la que paga por todo.

Él le quitó el auricular de la mano y lo dejó en su sitio.

—Gime sabía que la relación no funcionaba y era ella la que tenía que hacer algo al respecto.

—Aun así…

Lali escondió la cara en el antebrazo.

—Para ya. —Peter la cogió por los hombros y le obligó a enderezarse—. No te arrepientas de lo que has hecho.

—Para ti es fácil decirlo. A ti se te da bien ser desagradable.

Lali se levantó de la silla.

—Gime me cae muy bien —dijo Peter—, y probablemente podría haber sido una agente adecuada para ti, pero no mientras esté sirviendo a dos jefes a la vez.

—Mi padre no volverá a dirigirme la palabra.

—No tendrás tanta suerte. —Él se sentó en el borde del escritorio—. ¿Y qué es lo que ha provocado la catástrofe?

—Mi padre quería que jugáramos a las cartas. Y también me ha salpicado con agua en la piscina.

Lali le propinó una patada a la papelera y lo único que consiguió fue hacerse daño en el dedo gordo del pie y esparcir el contenido por la alfombra.

—¡Mierda! —Se arrodilló para arreglar el desaguisado—. Ayúdame a recoger esto antes de que Cande lo vea.

Peter empujó un papel arrugado hacia ella con la punta del zapato.

—Por curiosidad… ¿tu vida siempre ha sido una hecatombe o da la casualidad de que he entrado en escena en un momento especialmente crucial?

Lali echó la piel de un plátano en la papelera.

—Podrías ayudarme, ¿no?

—Lo haré. Te ayudaré a ahogar tus penas en una sesión de sexo alucinante.

Teniendo en cuenta el frágil estado de su matrimonio, lo del sexo alucinante probablemente constituía una buena idea.

—Bueno, pero yo domino, estoy harta de ser sumisa.

—Soy todo tuyo.





Una franja de luz dorada procedente de la lámpara cruzó el cuerpo desnudo de Peter iluminando desde el hombro hasta sus caderas. Se dejó caer sobre la almohada, agotado e intentando recuperar el aliento. Era un hermoso ángel caído, borracho de sexo y pecado.

—Al final te enamorarás de mí —dijo—. Lo sé.

Lali se apartó el pelo de los ojos y contempló el torso masculino empapado en sudor. Las sacudidas de su último orgasmo la habían dejado tierna y vulnerable. Intentó recuperarse.

—Estás delirando.

Peter le cogió los muslos, que todavía lo rodeaban por las caderas.

—Te conozco. Te enamorarás de mí y lo estropearás todo.

Ella hizo una mueca y se separó de Peter.

—¿Por qué habría de enamorarme de ti?

Él le acarició el trasero.

—Porque tienes un gusto horrible con los hombres, por eso.

Lali se tumbó a su lado.

—¡No tan horrible!

—Eso lo dices ahora, pero dentro de poco me dejarás mensajes amenazadores en el buzón de voz y acecharás a mis novias.

—Sólo para advertirles respecto a ti.

Lali notó la calidez del cuerpo de Peter en su piel y el olor terroso de sus cuerpos se mezcló con el olor fresco de las sábanas limpias. Como de costumbre, el sexo había sido increíble y, más tarde, ella culparía a su cerebro nublado por lo que iba a ocurrir a continuación. O quizás era el día de quemar todas las naves.

—La única cosa que podría… que podría querer de ti es… —Lali se tapó los ojos con el brazo y lo soltó—: Quizás… un hijo.

Él se echó a reír.

—Lo digo en serio. —Levantó el brazo y se obligó a mirarlo a la cara.

—Lo sé, por eso me río.

—No te costaría nada. —Lali se sentó y sus músculos, relajados tras haber hecho el amor, se contrajeron—. Nada de visitas aburridas. Nada de pensión alimenticia. Lo único que tendrías que hacer es darme la semilla y desaparecer antes del acontecimiento.

—Ni hablar. Ni en un trillón de años.

—Yo no te lo habría comentado…

—Sí, en eso sí que eres buena.

—… si no estuvieras tan bueno. Tus fallos son sólo de carácter, y como no dejaría que te acercaras a mi hijo, salvo para una ocasional sesión publicitaria, esto no constituiría ningún problema. Si bien es cierto que, al utilizar tu ADN me arriesgo a que mi hijo herede unos cuantos cromosomas dañados a causa de tus años de excesos, estoy dispuesta a asumirlo, pues salvo esa excepción, representas bastante bien el premio gordo de la genética masculina.

—Me siento profundamente halagado, pero… No. Jamás.

Lali volvió a dejarse caer en la cama.

—Sabía que eras demasiado egoísta para considerar mi propuesta. ¡Es tan típicamente tuyo!

—¡No es como si me estuvieras pidiendo veinte pavos, la verdad!

—¡Sí, eso sería mejor, porque entonces sólo tendría que devolvérmelos a mí misma!

Peter se inclinó sobre ella y le mordisqueó el labio inferior.

—¿Te importaría utilizar esa fantástica boca tuya para algo que no fuera simple palabrería?

—Deja de burlarte de mi boca. ¿Qué pasa con ella? Dímelo.

—Lo que pasa es que no quiero tener un hijo.

—Exacto. —Lali volvió a incorporarse—. Y no lo tendrás.

—¿De verdad crees que sería tan fácil?

No. Sería un caos y sumamente complicado, pero la idea de mezclar sus genes le atraía cada día más. El aspecto de Peter y —odiaba admitirlo— su intelecto combinados con el temperamento y la disciplina de ella darían como resultado un niño maravilloso, un niño que ella ansiaba tener.

—Sería más fácil que fácil —contestó—. Es algo que ni siquiera hay que pensarlo.

—Exacto, nada de pensarlo. Por suerte el resto de tu cuerpo compensa tu cabeza hueca.

—Ahorra tus fuerzas. No estoy de humor.

—Vaya, lo siento más de lo que imaginas.

Peter se puso encima y le separó las piernas con los muslos.

—¿Qué haces?

—Reivindicar mi supremacía masculina. —Cogió las muñecas de Lali y se las sujetó por encima de la cabeza—. Lo siento, Mar, pero tengo que hacerlo.

Y empezó a penetrarla.

—¡Eh, que no estoy tomando la pastilla!

—Buen intento. —Le mordisqueó un pecho—. Pero inútil.

Lali no insistió. En primer lugar, porque era una mentira. En segundo, porque se había convertido en una maníaca sexual. Y en tercero…

Se olvidó del tercero y rodeó a Peter con las piernas.





Él no podía creérselo. ¡Un hijo! ¿De verdad ella había pensado que él accedería a semejante locura? Peter siempre había sabido que nunca se casaría, mucho menos tendría hijos. Los hombres como él no estaban hechos para nada que implicara sacrificio, cooperación o altruismo. Las escasas cantidades de esas cualidades que pudiera reunir, tenía que emplearlas en su trabajo. Lali era la combinación más extraña de sentido común y chifladura que había visto nunca y estaba volviéndolo más que un poco loco.

Esperó a que terminara su reunión con Vortex de la tarde siguiente para contarle la noticia a Caitlin.

—Prepárate, cariño, La casa del árbol tiene luz verde con Vortex. Emi Keene ha cerrado el trato.

—No te creo.

—¡Y pensar que creía que te alegrarías por mí!

—¡Serás cabrón! Sólo faltaban dos semanas para que tu opción venciera.

—Quince días. Míralo de esta forma, ahora podrás dormir por las noches sabiendo que no permitiré que nadie convierta la novela de tu madre en una basura. Estoy seguro de que eso te tranquilizará mucho.

—¡Que te jodan! —Caitlin colgó de golpe.

Peter miró escaleras arriba.

—Excelente idea.





Entre el dolor de cabeza, la deprimente reunión con sus superiores de Starlight Management y una multa por exceso de velocidad que le habían puesto camino de Santa Mónica, Gime tenía un día de perros. Pulsó el timbre de la casa de dos pisos y de estilo mediterráneo de Nico Esposito que estaba a sólo cuatro manzanas del puerto, aunque no se lo imaginaba yendo allí nunca. El pronunciado escote de su vestido de seda y sin mangas de Escada le proporcionaba algo de ventilación extra, pero seguía teniendo calor y el pelo ya había empezado a encrespársele. Cada día, por la mañana, su aspecto era pulcro y arreglado, pero no tardaba mucho en empeorar: una partícula de máscara debajo de un ojo, un tirante del sujetador resbalando por su hombro, un arañazo en un zapato, una costura desgarrada y, por muy cara que fuera la peluquería a la que acudiera, su fino pelo hacía que, conforme el día avanzaba, su peinado siempre se desmoronara.

Oyó una canción de Steely Dan en el interior de la casa y supo que había alguien dentro, pero Nico no abría la puerta, del mismo modo que tampoco había respondido a sus llamadas. Gime había intentado ponerse en contacto con él desde que Lali la había despedido dos semanas antes, el día que se había levantado la cuarentena.

Gime aporreó la puerta y, como eso tampoco funcionaba, volvió a aporrearla. La prensa amarilla había intentado conseguir detalles acerca de la cuarentena, pero al averiguar que Emi formaba parte del grupo y que Vortex iba a financiar La casa del árbol, las ridículas teorías acerca de que se habían producido histéricas peleas y orgías hedonistas habían perdido fuerza.

Al final, la puerta se abrió y apareció Nico, fulminándola con la mirada.

—¿Qué demonios quieres?

Su normalmente impecable pelo gris había perdido la compostura. Estaba descalzo y lucía barba de una semana. Unos pantalones cortos y arrugados y una camiseta desteñida habían reemplazado a sus habituales trajes de Hugo Boss. Gime nunca lo había visto así y algo inoportuno se agitó en su interior.

Ella empujó la puerta con ímpetu.

—Pareces el cadáver de Richard Gere.

Él se apartó a un lado de una forma automática y Gime entró en la fresca casa de suelos de bambú, techos altos y amplias claraboyas.

—Tenemos que hablar —dijo.

—No.

—Sólo unos minutos —insistió ella.

—Como ya no tenemos negocios juntos, no tiene sentido que hablemos.

—Deja de actuar como un crío.

Él la observó y Gime se dio cuenta de que, incluso vestido con unos pantalones arrugados y una camiseta desteñida, Nico tenía mejor aspecto que ella con su vestido de Escada y sus manoletinas con tiras rojas de Taryn Rose. Otra vez aquel inoportuno estremecimiento…

Esbozó una amplia sonrisa.

—Ya no tengo que volver a hacerte la pelota. Es lo único bueno de que mi carrera se haya ido al carajo.

—Sí, bueno, lo siento.

Nico se dirigió al salón, una estancia agradablemente decorada pero sin mucha personalidad. Los muebles se veían confortables, el suelo era de tono claro y las persianas de estilo colonial. Por lo visto, no había permitido que ninguna de las sofisticadas mujeres con las que había salido a lo largo de los años dejara su sello en la casa.

Gime se dirigió al equipo de música y lo apagó.

—Apostaría algo a que no has hablado con ella desde que todo se derrumbó.

—Tú no lo sabes.

—¿De verdad? Llevo viendo cómo funcionas desde hace años. Si Lali no hace lo que papá quiere, papá la castiga dejándola de lado.

—Yo nunca he hecho eso. Disfrutas pintándome como el malo de la película, ¿verdad?

—No requiere mucho esfuerzo.

—Será mejor que te vayas, Gime. Podemos resolver lo que queda de nuestra relación laboral por correo electrónico. No tenemos nada más que decirnos.

—Eso no es cierto del todo. —Hurgó en su bolso de gran tamaño y le entregó un guión—. Quiero que te presentes a una audición para el papel de Howie. No te lo darán, pero tenemos que empezar por algún lado.

—¿Una audición? ¿De qué me estás hablando?

—He decidido representarte. En tu vida privada eres un gilipollas insensible, pero también eres un actor de talento y ya va siendo hora de que dejes de molestar a Lali y te centres en tu propia carrera.

—Olvídalo. Ya lo hice una vez y no me llevó a ningún lado.

—Ahora eres una persona diferente. Sé que estás un poco oxidado, así que te he programado un par de clases con Leah Caldwell, la antigua profesora de interpretación de Lali.

—Estás loca.

—Tu primera clase es mañana a las diez. Leah te va a dar caña, así que será mejor que hoy te acuestes temprano. —Gime sacó un montón de papeles de su bolso—. Éste es mi contrato de representación estándar. Léelo mientras hago unas llamadas. —Gime sacó su móvil—. ¡Ah, y que quede claro desde el principio! Tu trabajo es actuar. El mío es dirigir tu carrera. Tú haces tu trabajo, yo hago el mío. Y ya veremos lo que pasa.

Nico dejó el guión sobre la mesita auxiliar.

—No pienso presentarme a ninguna audición.

—¿Estás demasiado ocupado recordando todos los momentos Kodak con tu hija?

—Vete a la mierda.

Palabras fuertes, pero pronunciadas con poco énfasis. Nico se dejó caer en un sillón tapizado con unos sosos cuadros tipo escocés.

—¿De verdad crees que soy un gilipollas insensible?

—Sólo puedo juzgar por lo que he observado. Si no lo eres, entonces eres un actor cojonudo.

Eso le hizo pensar. Nico era un buen actor. Ella se había quedado pasmada cuando él leyó el papel del padre de La casa del árbol. Gime no recordaba la última vez que una actuación la hubiera emocionado tanto. ¿Y no era una de las grandes ironías de la vida que aquella actuación la hubiera realizado Nico Esposito?

Él siempre le había parecido tan invencible que verlo con sus defensas por los suelos la desconcertaba.

—Por cierto, ¿qué te ocurre?

Nico dejó la mirada perdida.

—Es curioso cómo la vida nunca es como uno espera.

—¿Y tú qué esperabas?

Nico le tendió el contrato.

—Leeré el guión y me lo pensaré. Entonces hablaremos del contrato.

—No hay trato. Sin el contrato, el guión y yo nos vamos.

—¿Crees que voy a firmar así, sin más?

—Sí, ¿y sabes por qué? Porque yo soy la única que está interesada en ti.

—¿Y quién dice que eso me importa? —Nico dejó el contrato encima del guión—. Si quisiera volver a actuar, me representaría yo mismo.

—El actor que se representa a sí mismo tiene a un loco como cliente.

—Creo que el dicho se refería a un abogado.

—La idea es la misma. Ningún actor puede alabar sus propias virtudes sin parecer un imbécil.

Gime tenía razón, y Nico lo sabía, pero todavía no estaba dispuesto a ceder.

—Tienes respuesta para todo.

—Eso es porque los buenos agentes sabemos lo que hacemos, y yo pretendo ser para ti una agente mucho mejor de lo que lo fui para Lali.

Él se frotó los nudillos de una mano con el pulgar de la otra.

—Deberías haber hecho valer tu opinión.

—Lo hice, y más de una vez, pero entonces tú me mirabas con ceño y… Bueno, yo me acordaba de mi hipoteca y adiós a mi valentía.

—La gente debería luchar por lo que cree.

—Tienes toda la razón. —Gime agitó el dedo índice sobre el contrato—. Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Te quedarás sentado autocompadeciéndote o tendrás el valor de iniciar un nuevo juego?

—No he actuado desde hace casi treinta años. Ni siquiera había considerado esa posibilidad.

—A Hollywood le encantan las caras nuevas con talento.

—No tan nuevas.

—Créeme, tus arrugas están en los lugares perfectos. —Le lanzó su mirada de chica dura para que él no considerara su comentario como una chorrada de una menopáusica que no recordaba la última vez que había tenido una verdadera cita—. Me resulta difícil creer que un actor con tu talento nunca haya pensado en volver al trabajo.

—La carrera de Lali era lo primero.

Gime sintió una ráfaga de simpatía hacia él. ¿Cómo debía de haberse sentido poseyendo tanto talento y sin utilizarlo?

—Ahora Lali no te necesita —declaró con tono más amable—. Al menos para que dirijas su carrera.

Nico volvió a coger el contrato.

—¡Ve a hacer tus malditas llamadas! Echaré una ojeada al contrato.

—Buena idea.

Gime salió a la terraza. Era un lugar recogido y sombreado, un rincón estupendo para disfrutarlo, pero allí sólo había un par de sillas metálicas que ni siquiera eran del mismo juego. Le pareció extraño que alguien tan refinado como Nico tuviera tan poca vida social. Abrió su móvil, escuchó el contestador de su oficina y después mantuvo una larga conversación con su padre, quien se había retirado en Phoenix. Mientras hablaban, ella se esforzó en no espiar a Nico a través de las vidrieras. Después telefoneó a su hermana, quien vivía en Milwaukee, pero su sobrina de seis años respondió a la llamada y se lanzó a contarle una historia acerca de su nuevo gatito.

Nico salió a la terraza y Gime interrumpió el monólogo de su sobrina.

—Es un actor increíble. Casi nadie sabe que se formó en Juilliard Drama. También actuó en unas cuantas obras en los círculos alternativos de Broadway, y después dejó en suspenso su carrera para criar a Lali.

—¿Quién es Julie Yard, tía Gime?

Gime se tocó el pelo.

—No tienes ni idea de lo que me ha costado convencerlo de que tiene que volver a pensar en sí mismo. En cuanto lo veas leyendo un guión, comprenderás por qué me entusiasma tanto ser su representante.

—Estás rara —contestó la vocecita de su sobrina—. Voy a buscar a mamá. ¡Mamá!

—Estupendo. Te llamo la semana que viene. —Gime cortó la comunicación—. Esto ha ido mejor de lo que esperaba. —El sudor se deslizó entre sus pechos.

—¡Tonterías! Estabas hablando con tu buzón de voz.

—¡Sí, o con mi sobrina, en Milwaukee! —contestó ella con toda su chulería—. O con la oficina de Brian Glazer. La forma en que hago mi trabajo no es asunto tuyo. Sólo los resultados que obtenga.

Nico agitó el contrato.

—El hecho de que haya firmado este maldito documento no significa que vaya a acudir a las audiciones, sólo que leeré el guión.

¿De verdad lo había convencido? Gime no podía creérselo.

—Significa que irás a donde yo te diga. —Le arrancó el contrato de las manos y se dirigió al interior de la casa esperando que él la siguiera—. Esto no resultará fácil, así que ya puedes empezar a soltarte a ti mismo uno de esos sermones que le soltabas a Lali, esos sobre que el rechazo forma parte del trabajo y que uno no debe tomárselo como algo personal. Resultará interesante ver si eres tan duro como ella.

—Te lo estás pasando bien con esto, ¿no?

—Más de lo que imaginas. —Gime recogió sus cosas—. Llámame en cuanto hayas terminado de leer el guión. ¡Ah, y tengo la intención de promover tu carrera utilizando el buen nombre de Lali!

Nico enrojeció con enojo.

—No puedes hacer eso.

—Claro que sí. Ella nos despidió, ¿recuerdas? —Cuando llegó a la puerta principal, Gime se detuvo y se volvió—. Yo de ti la llamaría hoy mismo en lugar de dejarla de lado.

—Sí, como si tus ideas hubieran funcionado tan bien en el pasado.

—Es sólo una sugerencia.

Gime salió de la casa y se dirigió a su coche. Tenía ganas de dar saltos de alegría. Había sorteado el primer obstáculo y ahora todo lo que tenía que hacer era encontrarle trabajo a Nico.

Mientras salía marcha atrás de la entrada de la casa, se recordó a sí misma que conseguirle un papel a Nico no era la única tarea difícil a la que se enfrentaba. También tenía que vender su piso, cambiar su Benz por un coche más barato, cancelar sus vacaciones a Maui y mantenerse alejada de Barneys. Todas esas cosas eran potencialmente depresivas.

Pero en aquel momento encendió la radio, levantó la barbilla y cantó a pleno pulmón.

Continuará...


Capítulo 33


Cuando Peter salió del lavabo después de darse su ducha matutina, Lali se incorporó en la cama. Dos semanas y media antes, cuando la cuarentena se levantó, se enfrentó al dilema de volver a trasladarse a la habitación de invitados o quedarse donde estaba. Al final, le dijo a Peter que en la otra habitación había tantos microbios de Pablo y Mery que no podía dormir allí. Él estuvo de acuerdo en que algunos microbios eran tan contagiosos que no merecía la pena arriesgarse.

Lali lo admiró unos instantes. La toalla negra que tenía enrollada alrededor de la cintura hacía que sus ojos lavanda adquirieran una tonalidad índigo. Su pelo todavía estaba húmedo y hacía días que no se afeitaba, lo que le daba un aspecto viril y elegante al mismo tiempo. El bebé imaginario de Lali se agitó en su útero. Parpadeó volviendo a la realidad.

—¿Cuándo dices que Hank Peters y tú vais a empezar con las audiciones?

—El martes siguiente a nuestra fiesta de matrimonio, como bien sabes.

—¿De verdad? Sólo falta una semana y media…

El equipo había empezado de inmediato con las tareas de preproducción porque Hank Peters tenía un compromiso para dirigir otra película en noviembre y no querían quedarse sin su colaboración. Lali permitió que la sábana dejara al descubierto uno de sus pechos, lo que resultó inútil, porque Peter se dirigió directamente al armario para coger los vaqueros y la camiseta que se habían convertido en su uniforme de trabajo como productor.

—Yo todavía soy la primera de la lista, ¿no?

—¿Quieres relajarte? Te prometí que serías la primera en hacer la prueba y lo serás, pero te juro que si confías mucho en ello…

—Lo que no resulta fácil contigo diciéndome continuamente lo poco que valgo.

Peter asomó la cabeza.

—No exageres. Eres una actriz buenísima con un gran talento de comediante, ya lo sabes.

—Pero no tan buena como para interpretar a Helene, ¿no? —Lali esbozó una sonrisita de superioridad—. Recuerda este momento, Peter Lanzani, porque te haré tragarte tus palabras.

Deseó sentirse tan confiada como aparentaba. Había leído el guión un par de veces más y había preparado un expediente del personaje donde anotaba ideas acerca del pasado de Helene y sus gestos corporales. Pero sólo faltaban diez días para la audición y aquél era el personaje más complejo que ella había interpretado nunca. Tenía mucho trabajo que hacer antes de estar realmente preparada y, encima, le costaba concentrarse.

Peter dirigió la mirada al pecho de Lali. Ella había tenido que esforzarse para no ceder a la tentación de comprar los camisones más sexys que pudiera encontrar. Al final, decidió seguir utilizando sus pijamas habituales, aunque su sencilla camiseta de tirantes blanca y sus pantaloncitos negros estampados con calaveras piratas yacían ahora arrugados en el suelo, al lado de la cama. Subió la sábana hasta su barbilla.

—No te olvides de que tenemos la última reunión con Poppy a las nueve.

Peter soltó un gruñido y se volvió de nuevo hacia el armario.

—No pienso soportar ninguna reunión más sobre arreglos florales y peladillas estampadas con el emblema de la familia. Por cierto, ¿qué narices son las peladillas?

—Son almendras que saben a jabón.

La inquietud que la había estado acosando desde que se dio cuenta de que ahora Peter tenía todo lo que quería, la propulsó fuera de la cama.

—La gran fiestaespectáculo sobre la boda de Thiago y Marianella fue idea tuya y sólo faltan ocho días para que se celebre. Ni sueñes con escaquearte de la reunión.

—Te doy cien pavos y otro masaje de espalda si me dejas saltármela.

—Yo no necesito cien pavos. Y respecto a lo del masaje en la espalda, repasa tu libro de anatomía, tío, porque lo que has estado masajeando no era mi espalda.

—¿Y eso no te alegra?

Tenía que reconocer que sí.

Al final, Peter asistió a la reunión.





El denso perfume, la grandilocuente forma de hablar y las ruidosas pulseras de colgantes de Poppy Paterson los volvían locos a los dos, pero Poppy era una organizadora de fiestas imaginativa y eficiente. Comprendió que los helicópteros de los paparazzi volvían imposible que la fiesta se celebrara al aire libre y encontró el lugar perfecto, la espléndida mansión Eldridge, construida en 1920 en el mismo estilo inglés que la mansión Bedoya Agüero. En su lujoso salón cabían, confortablemente, los doscientos invitados, que habían recibido instrucciones de llevar puesto un disfraz inspirado en la serie.

Agus y Cande también se unieron a ellos alrededor de la mesa del comedor de Peter para concretar los últimos detalles. Empezaron hablando de la decoración y acabaron con la comida. Todos los platos del menú habían jugado un papel en uno u otro episodio de Thiago y Marianella, empezando por el aperitivo, que consistía en mini pizzas de base gruesa, sándwiches diminutos en forma de corazón de mantequilla de cacahuete y canapés de perritos calientes. Sin kétchup.

La comida en sí era más formal y Cande leyó el menú en voz alta:

—Ensalada Cohete con parmesano, episodio cuarenta y uno, «Marianella conoce al Alcalde»; colas de langosta glaseadas al ron con mango, episodio dos, «Un simpático aficionado a los caballos»; solomillo dorado a la pimienta negra, episodio sesenta y tres, «Thiago se queda sin fin de semana».

—¿Ensalada Cohete? —preguntó Peter con indolencia—. Suena a algo explosivo.

—Es de rúcula —contestó Cande—. A ti te gusta.

Cande miró a Poppy, quien iba vestida con un traje de punto de color champán de St. John y unas gafas de sol redondas descansaban encima de su sofisticada melena de pelo negro.

—Me alegro de que renunciaras a dar esa porquería de mousse de foie gras —dijo Cande.

Desde el principio, Poppy dejó claro que le molestaba tener que tratar con una veinteañera de pelo color violeta que no era una estrella del rock.

—Se mencionaba en el episodio veintiocho, «La maldición de los Bedoya Agüero».

—Sí, lo que Marianella le dio de comer al perro.

A Lali se le pusieron los ojos vidriosos mientras la discusión continuaba. Las últimas semanas habían sido raras. Peter se iba al estudio temprano por la mañana y no regresaba hasta última hora de la tarde. Ella lo echaba de menos de una forma que no podía definir con exactitud… como si la vida fuera más monótona sin su esgrima verbal. Ni siquiera sus revolcones nocturnos la compensaban. Hacer el amor con él era divertido y excitante, pero faltaba algo.

Claro que faltaba algo: la confianza, el respeto, el amor, un futuro.

No obstante, Lali había desarrollado, a regañadientes, un sentimiento de respeto hacia él. No conocía a ningún otro hombre que hubiera acogido a Cande en su casa, y le encantaba que buscara siempre a las mujeres más comunes y las mirara de una forma seductora, hasta que ellas se sentían como unas supermodelos. Peter también estaba desplegando en su trabajo una importante ética laboral. Pero, en esencia, Peter siempre había mirado por sí mismo y eso no cambiaría nunca.

Al final, Poppy cogió su bolso de piel de serpiente despidiendo a su alrededor efluvios de perfume.

—He preparado una pequeña sorpresa para la fiesta —anunció—. Lo digo para que lo sepáis. Se trata de uno de los toques especiales que constituyen mi sello personal. Os encantará.

Peter la miró.

—¿Qué tipo de sorpresa?

—Bueno, la espontaneidad lo es todo.

—A mí no me entusiasma mucho la espontaneidad —comentó Lali.

Las pulseras de Poppy tintinearon.

—Me habéis contratado para organizar una fiesta espectacular y eso es lo que haré. Estaréis en una nube. Os lo prometo.

Peter estaba impaciente por marcharse e interrumpió las protestas de Lali.

—Siempre que no me hagas llevar unas mallas o beber cerveza sin alcohol, por mí de acuerdo.

Poppy se marchó poco después y Peter se fue al estudio.

Lali quería editar más película y tenía que seguir trabajando en su expediente de Helene, pero primero telefoneó a April. Habían estado trabajando juntas en el vestido de novia y los accesorios de Lali y faltaba poco para la última prueba. Cuando acabaron de hablar, Lali anotó unas cuantas ideas más sobre Helene, pero seguía distraída. Al final, subió a la planta superior para ver las últimas imágenes que había grabado sobre un grupo de mujeres solteras que intentaban salir adelante con empleos de salario mínimo. Oír de primera mano los relatos de las vidas de aquellas mujeres le había recordado, una vez más, lo privilegiada que era.

Emi le había estado ayudando a escapar de los paparazzi durante sus salidas y le había ofrecido una plaza en su garaje para que aparcara un coche que los periodistas no reconocieran. Cuando Lali quería salir sin que la siguieran, se escabullía por la puerta del jardín a la casa de Emi y salía de su garaje con un Toyota Corolla que Agus había alquilado para ella. De momento, ninguno de los paparazzi se había enterado y cargar por ahí con el equipo de vídeo le había proporcionado un anonimato que no se esperaba. Aunque las personas a las que entrevistaba sabían quién era, Lali podía ir de un lado a otro con cierto grado de libertad.

Después de unas horas, Cande asomó la cabeza por la puerta.

—Tu viejo se está mudando otra vez a la caseta de invitados.

Lali levantó la cabeza del monitor de golpe.

—¿Mi padre?

Cande tiró de su flequillo violeta fosforescente.

—Me ha dicho que no han acabado de arreglar las humedades de su casa. Personalmente, yo creo que sólo quiere gorronearle a Peter.

Su padre no contestaba a sus llamadas desde que lo despidiera, así que ¿por qué se había presentado allí de repente? Lo último que necesitaba ella era otro sermón acerca de sus malas decisiones y su incompetencia general y, desde luego, no quería hablar de lo de Gime. Despedirla seguramente había sido una buena decisión, pero no se sentía del todo bien por haberlo hecho. ¡Ojalá Peter estuviera allí!

Agus llegó de hacer unos recados con los brazos cargados de paquetes.

—Tu padre está abajo.

—Eso me han dicho.

Lali quería acabar de editar la película y no tratar con lo inevitable, así que se acercó a Cande con paso decidido.

—Escúchame… Si hay en ti aunque sólo sea una parte diminuta que no me odie, ¿podrías mantener a mi padre lejos de aquí durante una hora? Por favor.

La chica se tomó su tiempo en considerar su petición.

—Lo haré… pero sólo si primero comes algo. —Y sonrió.

—Deja de darme la lata.

Cande respondió ensanchando la sonrisa.

Gracias a las comidas de Cande, Lali había recuperado el peso que había perdido, pero eso no calmaba su crispación.

—¡Está bien! Pero la hora no empieza a contar hasta que haya terminado de comer.

—Vuelvo dentro de diez minutos.

Y volvió, llevando dos platos, uno con una ensalada de abundantes y riquísimos vegetales coronada con lonchas de salmón, y otro con un bocadillo enorme relleno de tres tipos de carne, queso y guacamole. Lali y Agus intercambiaron unas miradas de resignación mientras colocaba frente a él el plato de ensalada y el grasiento bocadillo delante de Lali.

—Tú necesitas las calorías —dijo Cande cuando Lali le pidió cambiar los platos—, pero Agus no.

Lali cogió el bocadillo.

—Eres una gran experta en nutrición.

—Cande es experta en todo —comentó Agus—. Sólo tienes que preguntarle lo que sea.

La chica se cruzó de brazos con expresión de suficiencia.

—Sé que, por fin, ayer Becky habló contigo.

—Sólo quiere que le eche una ojeada a su ordenador.

—Eres tonto. No sé por qué pierdo el tiempo contigo.

Lali sabía por qué, pero no era tan tonta como para señalar que Cande era una cuidadora nata.

Cuando ya casi habían acabado de comer, Lali le dijo a Cande que bajara para cuidar de su padre. Agus se fue para que le cambiaran el aceite al coche de Lali y ella volvió a la edición de la película. Pasó una hora.

—¿Puedo entrar?

Lali levantó la vista sobresaltada y vio a su padre en el umbral de la puerta. Vestía unos pantalones cortos grises, un polo azul claro y necesitaba un corte de pelo. Nico señaló el ordenador con un gesto de la cabeza.

—¿Qué estás haciendo?

Seguro que la criticaría, pero, de todos modos, ella se lo contó.

—Un nuevo hobby. He estado haciendo filmaciones de vídeo y luego las edito.

Él guardó silencio como respuesta, lo que exasperó a Lali. Ella jugueteó con el ratón.

—Todo el mundo se merece tener un hobby. —Lali levantó la barbilla—. He comprado un equipo de edición. Sólo para divertirme.

Nico se frotó el dedo índice con el pulgar.

—Ya veo.

—¿Hay algo malo en eso?

—No; sólo me sorprende.

Le sorprendía porque la idea no había surgido de él.

Un silencio horrible invadió la habitación. Lali se enderezó en la silla.

—Papá, ya sé que no apruebas la forma en que he estado haciendo las cosas últimamente, pero no pienso volver a discutirlo contigo.

Él cambió el peso de pierna y asintió con la cabeza.

—Sólo quería saber si tenías idea de dónde está la caja de fusibles de la casa de invitados. Uno de los circuitos ha saltado y no quería ir husmeando por ahí sin preguntar.

—¿La caja de los fusibles?

—No importa, se lo preguntaré a Cande.

Sus pasos se alejaron por el pasillo.

Lali miró con fijeza el umbral vacío de la puerta. Su padre se comportaba de una forma realmente extraña desde el incidente de la piscina. Tenía que hablar con él. Hablar en serio, pero ¿acaso no llevaba años intentándolo?

Se volvió hacia el monitor. Su padre tenía buen ojo y Lali deseó poder enseñarle sus filmaciones, pero ella necesitaba su apoyo, no sus críticas. Si al menos pudieran estar juntos y relajados…

Un recuerdo acudió a su memoria.

Una habitación pequeña y sencilla, una alfombra fea de color dorado, libros desparramados por todas partes… Sus padres estaban bailando… Entonces empezaron a hacerse cosquillas. Y a perseguirse por la habitación. Su padre saltó por encima de una silla. Su madre la cogió en brazos. «¿Qué vas a hacer ahora, tiarrón? Yo tengo a la niña.» Y los tres cayeron al suelo muertos de risa.





Su padre salió a cenar fuera, así que Lali no pudo preguntarle si su recuerdo era real o no, aunque probablemente no habría conseguido nada, porque él tenía la costumbre de esquivar sus preguntas acerca del pasado. Al menos, le agradecía que no hablara mal de su madre, aunque era evidente que su matrimonio había sido un error.

A la mañana siguiente, Lali despertó hecha un manojo de nervios. Sólo faltaba una semana para la fiesta. Su padre se había instalado en su casa. Ella tenía la audición más importante de su carrera para un papel que nadie creía que pudiera interpretar. Y ahora que su falso marido había conseguido el contrato para hacer la película, era posible que decidiera que ya no necesitaba sus cincuenta mil dólares mensuales y pasara de ella. El grano que le salió en la frente casi constituyó un alivio: un problema pequeño que no tardaría mucho en desaparecer.

Pasó el resto de la mañana en la peluquería, dándose reflejos en el pelo y depilándose las cejas. Cuando regresó a la casa, los nervios la embargaban. Estaba demasiado inquieta para concentrarse y prepararse para la audición, así que decidió coger la cámara y dirigirse fuera de la zona dominada por la prensa, quizás a Santee Alley. Allí entrevistaría a algunas de las mujeres que vendían imitaciones de los grandes diseñadores.

No había visto a su padre en toda la mañana, pero él apareció justo cuando ella bajaba las escaleras con la bolsa que contenía el equipo de filmación. Nico introdujo una mano en el bolsillo de sus pantalones caqui e hizo tintinear sus llaves.

—¿Quieres ir a ver una película esta tarde?

—¿Te refieres a ir al cine?

—Será divertido.

Aquella palabra sonaba rara en su boca.

—Creo que no —contestó Lali.

—¿Y qué tal si salimos a comer?

Ella tenía que acabar con aquello. Subió el asa de la bolsa más arriba en su hombro.

—No tienes por qué ser tan amable conmigo. Me pone nerviosa. Vamos, di lo que tengas que decir, que soy desagradecida y una mala hija, que no entiendo este negocio, que…

—Tú no eres desagradecida ni una mala hija, y no tengo nada más que decirte sobre eso. Sólo pensaba que te gustaría salir un rato. —Nico sacó las llaves de su bolsillo—. No importa. Tengo recados que hacer.

Y salió por la puerta principal.

Su extraña respuesta hizo que Lali frunciera el ceño y lo siguiera.

A ella siempre le había encantado el porche delantero de la casa de Peter, con su suelo de baldosas azules y blancas y la arcada con columnas estucadas y en espiral. Una buganvilla violeta formaba una pared en un extremo y, recientemente, Cande había añadido unas macetas más, un banco mexicano profusamente tallado y una silla de madera a juego.

—Espera, papá.

Sin pensárselo dos veces, Lali hurgó en la bolsa.

La expresión de Nico pasó de inquisitiva a recelosa cuando su hija sacó la cámara y dejó la bolsa en el suelo.

—He tenido un sueño —dijo ella—. Bueno, más que un sueño, es un recuerdo… —La cámara era su escudo, su protección. La puso en marcha—. Un recuerdo de ti y mamá bailando y bromeando. Tú saltaste por encima de una silla. Los tres reíamos y… éramos felices. —Se acercó a su padre—. A veces tengo recuerdos como ése. Son producto de mi imaginación, ¿no?

—Apaga esa cámara.

Lali tropezó con la esquina del banco e hizo una mueca de dolor, pero no dejó de grabar.

—Me los he inventado para esconder la verdad que no quiero ver.

—Lali, por favor…

—Sé contar. —Rodeó el banco y enfocó a su padre con el objetivo—. Sé que te casaste con ella porque estaba embarazada de mí. Hiciste lo correcto, pero odiaste cada instante de vuestro matrimonio.

—Estás dramatizando.

—Cuéntame la verdad. —Lali empezó a sudar—. Sólo por una vez, y no volveré a sacar el tema. No te culparé, podrías haberte desentendido pero no lo hiciste. Podrías haberme abandonado pero tampoco lo hiciste.

Él suspiró y volvió a subir las escaleras del porche, como si aquella fuera una fastidiosa reunión a la que no tuviera más remedio que asistir.

Lali lo rodeó y retrocedió colocándose entre él y los escalones para que no pudiera escaparse.

—He visto las fotos de mamá. Era muy guapa y sé que le gustaba pasárselo bien.

—Apaga esa cámara, Lali. Ya te he dicho que tu madre te quería, no sé qué más…

—También me dijiste que era muy atolondrada, pero sólo intentabas ser diplomático. —Su voz se volvió seria—. No me importa si ella sólo fue una aventura para ti, un ligue de una noche que salió mal. Yo sólo…

—¡Ya está bien! —Nico apuntó el índice hacia la cámara. La vena de su cuello latía visiblemente—. ¡Apaga esa cámara ahora mismo!

—Ella era mi madre. Tengo que saberlo. Si no fue más que una aventura, al menos dímelo.

—¡No, no lo fue! Y no vuelvas a decirlo nunca más. —Le arrancó la cámara de las manos y la lanzó contra el suelo, donde se hizo añicos—. ¡Tú no lo entiendes!

—¡Entonces explícamelo!

—¡Ella fue el amor de mi vida! —Sus palabras quedaron flotando en el aire.

Un escalofrío recorrió a Lali. Miró fijamente a su padre. La angustia crispaba sus facciones. Ella se sintió mareada y temblorosa.

—No te creo.

Nico se quitó las gafas y se dejó caer en el labrado banco.

—Tu madre me tenía hechizado —dijo con voz áspera y ronca—. Era encantadora… La risa era algo tan natural en ella como la respiración. Era inteligente, más inteligente de lo que yo lo he sido nunca, y también divertida. Se negaba a ver la maldad en los demás. —Dejó las gafas a su lado con mano temblorosa—. Ella no murió en un accidente de tráfico, Lali. Vio a un chico golpeando a su novia embarazada e intentó ayudarla. Él le pegó un tiro a tu madre en la cabeza.

—¡No! —gimió Lali.

Nico apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza entre las manos.

—El dolor que sentí cuando la perdí fue superior a mis fuerzas. Tú no entendías adónde había ido ella y llorabas todo el tiempo. Y yo no podía consolarte. Apenas tenía fuerzas para alimentarte. Ella te quería tanto que no habría soportado que no me ocupara de ti. —Se frotó la cara con las manos—. Dejé de presentarme a las audiciones. No podía. Actuar requiere de una transparencia que yo ya no tenía. —Se pasó los dedos por el pelo—. No podía volver a pasar por algo así nunca más, así que me prometí que nunca amaría a nadie más como amé a tu madre.

A Lali se le encogió el pecho con un profundo dolor.

—Y cumpliste tu promesa —susurró.

Él la miró y ella vio que las lágrimas pugnaban por rebosar de sus párpados.

—No, no la cumplí. Y no cumplirla mira adónde nos ha llevado.

Lali tardó unos instantes en comprender lo que su padre le decía.

—¿A mí? ¿A mí me quieres de esa manera?

Nico soltó una risa nerviosa.

—Sorprendente, ¿no?

—Me… me cuesta creerlo.

Él inclinó la cabeza y empujó a un lado la cámara con el pie.

—Supongo que soy mejor actor de lo que creía.

—Pero… ¿cómo? ¡Siempre te has mostrado tan frío conmigo! Tan…

—Porque tenía que salir adelante —replicó él con fiereza—. Por nosotros. No podía derrumbarme otra vez.

—¿Durante todos estos años? ¡Ella murió hace mucho tiempo!

—La frialdad se convirtió en un hábito para mí. Un lugar seguro donde vivir.

Nico se levantó del banco. Por primera vez en su vida, a Lali le pareció más mayor de lo que en realidad era.

—¡A veces te pareces tanto a ella! Tu risa. Tu amabilidad. Pero tú eres más práctica que ella, y no tan inocente.

—Como tú.

—En última instancia, tú eres tú misma. Por eso te quiero. Por eso te he querido siempre.

—Yo nunca he sentido que… que me quisieras mucho.

—Lo sé, pero no sabía… no se me ocurría cómo transmitírtelo, así que intenté compensarte siendo muy escrupuloso con tu carrera. Tenía que asegurarme de que estaba haciendo todo lo que podía por ti, pero siempre supe que no era suficiente. Ni de cerca.

Un sentimiento de compasión hacia su padre creció en Lali, y también otro de tristeza por todo lo que ella se había perdido. Y también tuvo la certeza de que su madre, la mujer que él le había descrito, no habría soportado verlo de esa manera.

Él cogió sus gafas y se apretó el puente de la nariz.

—Y cuando te vi después de que Pablo te abandonara, cuando vi lo que sufrías sin que yo pudiera hacer nada para consolarte… Deseé matarlo. Y después te casaste con Peter. No puedo olvidar el pasado, pero sé que lo quieres y lo estoy intentando.

Una protesta brotó en los labios de Lali, pero la contuvo.

—Papá, sé que te hago daño al decirte que quiero dirigir mi propia carrera, pero yo sólo… quiero que seas mi padre.

—Eso ya me lo has dejado claro. —Volvió a sentarse en el banco, justo delante de Lali; más preocupado que ofendido—. Pero tengo un problema. Conozco bien esta ciudad. Quizá se trate de una cuestión de ego o sobreprotección, pero no creo que nadie más que yo sea capaz de poner tus intereses por encima de todo lo demás.

Lali pensó que eso era algo que él siempre había hecho, aunque ella no siempre hubiera estado de acuerdo con los resultados.

—Tendrás que confiar en mí —contestó con dulzura—. Te pediré tu opinión, pero las decisiones finales, correctas o equivocadas, las tomaré yo.

Nico asintió con lentitud y vacilación.

—Supongo que ha llegado la hora. —Se inclinó y cogió lo que antes era la cámara de Lali—. Siento lo de la cámara. Te compraré otra.

—No importa. Tengo una de recambio.

El silencio se instaló entre ellos. Un silencio incómodo, pero los dos lo soportaron.

—Lali… No estoy seguro de cómo ha sucedido, pero por lo visto… —jugueteó con la carcasa vacía de la cámara— existe una posibilidad remota, muy remota, de que vuelva a… concentrarme en mi carrera.

Y le contó la visita de Gime, su insistencia en tomarlo como cliente y lo de las clases de interpretación a las que había empezado a asistir. Parecía un poco avergonzado y, al mismo tiempo, perplejo.

—Me había olvidado de cuánto me gustaba actuar. Me siento como si por fin estuviera haciendo lo que debería haber hecho durante todo este tiempo. Como si hubiera llegado… a casa.

—No sé qué decir. Es maravilloso. Estoy impresionada. Emocionada. —Lali le acarició la mano—. No te lo había dicho, pero la noche que leímos La casa del árbol estuviste brillante. Supongo que tú no eres el único que ha estado reprimiendo sus sentimientos. ¿Cuándo tienes la audición? Cuéntame más cosas.

Nico se las contó: le resumió el guión, le describió el personaje y le habló de la clase de interpretación a la que había asistido. Al verlo tan animado, Lali tuvo la impresión de que estaba contemplando a un hombre que empezaba a liberarse de una prisión emocional.

La conversación giró hacia Gime.

—Si me odiara, no la culparía. —El sentimiento de culpabilidad de Lali resurgió—. Quizá no debería haberlo hecho, pero quiero empezar desde cero y no se me ocurrió otra forma de hacerlo.

—Te resultará difícil creerlo, pero Gime parece sentirse bien con tu decisión. No me pidas que lo entienda. Has abierto una enorme brecha en sus ingresos, pero en lugar de deprimirse, ella está… no sé… entusiasmada, vigorizada… no sé cómo llamarlo. Gime es una mujer fuera de lo común. Mucho más valerosa de lo que yo creía. Es una persona… interesante.

Lali lo miró con atención y Nico se levantó del banco. Otro incómodo silencio surgió entre ellos. Él apoyó la mano en una columna.

—¿Qué haremos ahora, Lali? Me gustaría ser el padre que deseas, pero creo que es un poco tarde para eso. No tengo ni idea de qué hacer.

—Pues a mí no me mires. Yo estoy emocionalmente traumatizada por todas las broncas que me has echado.

Un sabelotodo nunca dejaba de serlo, pero a ella lo único que se le ocurría era pedirle que la abrazara, que simplemente la rodeara con los brazos.

Se cruzó de brazos y dijo:

—A menos que quieras empezar con algún tipo de abrazo patético.

Para su sorpresa, su padre cerró los ojos angustiado.

—No creo que me acuerde de cómo se hace.

Su vulnerabilidad emocionó a Lali.

—Quizá podrías intentarlo.

—¡Oh, Lali…! —Nico extendió los brazos, estrechó a su hija contra su pecho y la abrazó tan fuerte que le hizo daño en las costillas—. ¡Te quiero tanto!

Apoyó la mandíbula en la cabeza de Lali y la balanceó como si fuera una niña. Fue un gesto torpe, incómodo… y maravilloso.

Ella hundió la cara en el cuello de su padre. Aquello no sería fácil, ni para él ni para ella. Lali tendría que tomar las riendas de la relación, pero ahora que sabía cuáles eran los sentimientos de él, no le importaba hacerlo.

Continuará...

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Acá tienen sus dos capítulos, ustedes cumplen yo cumplo. Mañana MÁS

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

4 comentarios:

  1. Teee juuurooo que me ha emocionado la escena padre hija..entiendo lo de Lali..nesecitaba su padre..no su agente..nesecitaba un abrazo..solamente eso..Gracias por escribir estol,Gracias..@pl_mialma

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  2. Awww que tierna la escena de nico y lali! Jajaja quiero un masaje de espaldas de Peter ah, okno jajaja me encantaron los caps! Esta es una de las mejores novelas que leí en mi vida!! Che, me parece o lali se esta enamorando?? Mmm... Ya quiero mas! Besos!

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