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jueves, 25 de julio de 2013

Capítulos 20 y 21



Pasaron cuatro días. Justo cuando Lali empezaba a confiar en que las fotografías del balcón no saldrían a la luz, aparecieron en un periódico sensacionalista del Reino Unido. Y después estaban en todas partes. Sin embargo, en lugar de reflejar un encuentro entre amantes, las borrosas imágenes parecían mostrar una acalorada discusión entre ambos. En la primera, Lali tenía la mano apoyada en la cadera denotando una actitud beligerante. En la siguiente tenía la cara hundida en las manos, de cuando se había sentido avergonzada por su plan egoísta de ir a Haití. Sin embargo, hasta el observador menos crítico interpretaría que estaba llorando debido a la discusión. La siguiente imagen mostraba a Peter sosteniéndola por los hombros. Se trataba de un gesto de consuelo, pero la imprecisa imagen hacía que su postura pareciera amenazadora. Por fin, la última, la más borrosa, mostraba su íntimo beso. Por desgracia, resultaba imposible discernir si Peter la estaba besando o zarandeando.

Se desató un auténtico infierno.

—¡No puedo creer que esos cabrones queden impunes después de soltar esta basura! —exclamó Peter.

Intentó atrapar una mosca que tuvo la temeridad de aterrizar al lado de su taza de café. En el pasado, Peter era un experto haciendo caso omiso de la publicidad adversa, pero ahora quería sangre, la del fotógrafo y la de quienes habían editado las imágenes, desde el periódico inicial a las páginas de cotilleo de Internet.

—¡Si al menos pudiera ponerle las manos encima a uno de ellos…!

—Si te vas a poner violento, a mí no me mires —declaró Lali—. Por una vez, estoy de tu lado.

Estaban sentados en la terraza del Urth Caffé, en Melrose, bebiendo un café orgánico. Habían transcurrido siete días desde que las fotografías aparecieran. Los paparazzi y mirones estaban apostados en la acera, y el resto de los clientes de la cafetería observaban sin disimulo a los recién casados más famosos del mundo.

Todo lo que Lali había esperado conseguir con aquel matrimonio se estaba volviendo en su contra. Todas sus amigas le habían telefoneado, salvo Meg, que seguía «desaparecida en combate». Lali había conseguido evitar que April y Sasha viajaran a Los Ángeles para verla. En cuanto a su padre, se había presentado en casa de Peter hecho una furia y había amenazado con matarlo. Lali no había conseguido convencerlo de lo que había ocurrido en realidad y su oposición a su matrimonio se había agudizado. ¡Pues sí que se estaba luciendo con su propósito de hacerse cargo de su vida! Su autoconfianza estaba más frágil que nunca.

—¿Quieres hacer el favor de sonreírme?

La mandíbula encajada de Peter hacía que su sonrisa resultara difícil de creer, pero Lali se portó bien y se inclinó para besarle la tensa comisura de los labios.

Desde la noche del balcón, once días antes, no se habían dado ningún beso, pero ella había pensado en el de aquella noche más de lo que querría. Peter podía desagradarle como persona, pero, por lo visto, su cuerpo era otra cosa, porque el único placer que había experimentado durante toda la semana había sido verlo por ahí sin camiseta, o incluso con ella, como en aquel momento.

—¡Y esto es una cita, mierda! Nuestra quinta cita de esta semana.

—Chorradas —dijo ella sin dejar de sonreír—. Esto son negocios. Control de daños, como las otras salidas. Te lo dije, no será una cita hasta que los dos lo estemos pasando bien y, por si no lo habías notado, los dos estamos fatal.

Peter apretó la mandíbula.

—Quizá podrías poner algo más de empeño.

Lali mojó su segundo biscote en el café y lo mordisqueó con desgana. Al menos había ganado unos kilos de peso, pero eso no compensaba el hecho de que estuviera atrapada en una situación imposible, con la prensa acosándola… y con un hombre que exudaba testosterona.

Él dejó su taza de café sobre la mesa.

—La gente cree que las fotografías no mienten.

—Pues ésas sí que lo hacen.

Los titulares ponían:

«¡Fin del matrimonio! Próxima parada: Separación.»

«Lali, de nuevo con el corazón roto.»

«Ultimátum de Lali a Peter: ¡Apúntate a rehabilitación!»

Incluso la antigua cinta de sexo de Peter había vuelto a salir a la luz.

Ellos habían intentado reparar los daños apareciendo a diario en los lugares frecuentados por los paparazzi. Habían comprado muffins en la panadería City, en Brentwood, habían comido en el Chateau, habían vuelto al Ivy y también se habían dejado ver en el Nobu, el Polo Lounge y Mr. Chow. Dedicaron dos noches a ir de club en club, lo que hizo que Lali se sintiera vieja y todavía más deprimida. Aquella mañana habían ido de compras a la tienda de objetos para casa de Armani, en Robertson, y a Fred Segal, en Melrose; después, se detuvieron en una tienda de moda donde compraron varias camisetas espantosas a juego que se pondrían, única y exclusivamente, en público.

Sólo se habían arriesgado a salir por separado en contadas ocasiones. Peter se escapó para asistir a un par de reuniones misteriosas. Lali acudió a unas clases de baile, salió a correr una mañana temprano y envió un sustancioso cheque anónimo para participar en la compra de comida de un programa de ayuda a los pobres de Haití. De todas formas, la mayoría de las veces tenían que ir juntos a todas partes. Por sugerencia de Peter, ella utilizaba el truco favorito de los famosos ávidos de publicidad, que consistía en cambiarse de ropa varias veces al día, pues cada nuevo conjunto significaba que la prensa amarilla compraba una nueva foto. Después de pasar el último año intentando evitar la atención pública, su actual situación implicaba una ironía que a ella no se le escapaba.

Hasta entonces, el resto de los clientes de la cafetería se había contentado con mirarlos, pero de repente un joven con barbita de chivo y un Rolex falso se acercó a su mesa.

—¿Podéis firmarme un autógrafo?

A Lali no le importaba firmar autógrafos a los fans verdaderos, pero algo le dijo que aquél estaría a la venta en eBay a última hora de la tarde.

—Vuestra firma será suficiente —declaró el joven, confirmando las sospechas de Lali.

Ella cogió el rotulador y el papel inmaculado que él le tendió.

—Me gustaría dedicártelo —declaró ella.

—No, no es necesario.

—Insisto.

Si un autógrafo estaba dedicado, perdía valor. El joven se percató de que Lali lo había pillado y, tras realizar una mueca huraña, murmuró el nombre de Harry.

Lali escribió: «Para Harry, con todo mi cariño.» En la línea siguiente escribió mal su apellido a propósito añadiendo una «e» a Esposito, con lo que el autógrafo parecía falso. Peter, por su parte, garabateó «Miley Cyrus» en su papel.

El chico arrugó ambos papeles y se alejó ofendido mientras murmuraba:

—Gracias por nada.

Peter se reclinó en la silla y dijo:

—¿Qué mierda de vida es ésta?

—Ahora mismo es la nuestra, y tenemos que sacarle el mejor partido.

—Hazme un favor y ahórrame la banda sonora de Annie.

—Eres muy negativo.

A continuación, Lali se puso a tararear el estribillo de Tomorrow.

—Ya está bien. —Peter se puso de pie de golpe—. Larguémonos de aquí.

Caminaron por la acera cogidos de la mano, con el pelo rubio de Peter brillando al sol, el de Lali pidiendo a gritos un corte y los paparazzi pisándoles los talones. El paseo duró un buen rato.

—¿Tienes que pararte y hablar con todos los niños con que te cruzas? —gruñó Peter.

—Es una buena estrategia publicitaria. —Lali no le confesó lo mucho que le gustaba hablar con los niños—. ¿Y quién eres tú para quejarte? ¿Cuántas veces he tenido que esperarte mientras flirteabas con otras mujeres?

—La última tenía, como poco, sesenta años.

También tenía un lunar enorme en la cara e iba muy mal maquillada, pero Peter alabó sus pendientes e incluso le lanzó una mirada seductora. Lali se había dado cuenta de que Peter ignoraba con frecuencia a las mujeres más atractivas para detenerse y charlar con las más comunes. Durante unos instantes, les hacía sentirse bellas.

A Lali le fastidiaba que Peter hiciera cosas buenas.

De todos modos, el mal humor de él le había levantado el ánimo y, cuando pasaron junto a una floristería, ella tiró de él hacia el interior de la tienda. El olor era muy agradable y las flores estaban maravillosamente dispuestas. La dependienta los dejó solos. Lali observó con toda tranquilidad los ramos y, al final, eligió uno mixto de lirios, rosas y azucenas.

—Te toca pagar a ti.

—Siempre he sido un tío muy generoso.

—Luego me cargarás la factura a mí, ¿no?

—Triste pero cierto.

Antes de que llegaran a la caja, el móvil de Peter sonó. Él miró la pantalla y rechazó la llamada. Lali se había percatado de que Peter hablaba mucho por teléfono, pero siempre donde ella no pudiera oírlo. Alargó el brazo antes de que él guardara el teléfono en el bolsillo.

—¿Me lo dejas? Tengo que hacer una llamada y he olvidado el mío.

Peter se lo dio, pero en lugar de marcar un número, Lali consultó la lista de últimas llamadas.

—Caitlin Carter. Ahora sé el apellido de tu amante.

Él le quitó el móvil.

—Deja de curiosear. Y ella no es mi amante.

—Entonces ¿por qué no hablas con ella delante de mí?

—Porque no quiero.

Peter se dirigió al mostrador con el ramo. Por el camino, se detuvo junto a un carro lleno de flores color pastel y Lali admiró el contraste entre su masculina seguridad y las delicadas flores. Entonces volvió a experimentar aquella desconcertante excitación. Por la mañana, incluso se había inventado una excusa para hacer ejercicio con él sólo por el espectáculo.

Resultaba patético, pero comprensible. Incluso estaba un poco orgullosa de sí misma. A pesar del caos provocado por las fotografías, experimentaba un deseo sexual de lo más elemental, alejado incluso del afecto. Básicamente se había convertido en un tío.

Peter le dio el ramo para que saliera con él de la tienda. Habían tenido suerte encontrando un aparcamiento cerca, pero todavía tenían que atravesar la ruidosa aglomeración de reporteros que acechaban en la otra acera.

—¡Peter! ¡Lali! ¡Aquí!

—¿Ya os habéis reconciliado?

—¿Las flores de la enmienda, Peter?

—¡Aquí, Lali!

Peter apretó a Lali contra su torso.

—Manteneos a distancia, chicos. Dejadnos espacio.

—Lali, se comenta que has ido a ver a un abogado.

Peter dio un empujón a un fornido fotógrafo que se había acercado demasiado.

—¡He dicho que os mantengáis a distancia!

De repente, Mel Duffy surgió de la multitud y los enfocó con su cámara.

—¡Eh, Lali! ¿Algún comentario acerca del aborto de Mery Del Cerro?

El obturador de su cámara se disparó.





Lali sentía náuseas. De algún modo, su envidia había envenenado a aquel feto indefenso. Duffy les dijo que el aborto se había producido en Tailandia, aproximadamente dos semanas antes, pocos días después de su boda en Las Vegas, cuando Pablo y Mery iban a reunirse con los miembros de una delegación especial de Naciones Unidas. Su publicista acababa de comunicar la noticia añadiendo que la pareja estaba destrozada, aunque los médicos les habían asegurado que no existía ningún impedimento para que tuvieran otro hijo. Todos los mensajes que Pablo le había dejado en el teléfono…

Peter no dijo nada hasta que casi habían llegado a su casa. Entonces apagó la radio y miró a Lali de reojo.

—No me digas que te lo estás tomando a pecho.

¿Qué clase de mujer sentía celos de un bebé inocente que ni siquiera había nacido?, pensó Lali. El sentimiento de culpabilidad le revolvía el estómago.

—¿Yo? Claro que no. Es triste, eso es todo. Como es lógico, me sabe mal por ellos.

Peter puso cara de comprender la verdad y ella apartó la mirada. Necesitaba un gigoló, no un psiquiatra. Se ajustó las gafas de sol.

—Nadie quiere que ocurra algo así. Es posible que desee no haberme alterado tanto cuando me enteré de que Mery estaba embarazada, pero ésta es una reacción natural.

—Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver contigo.

—Ya lo sé.

—Tu mente lo sabe, pero el resto de tu persona se pone totalmente neurótica cuando se habla de algo relacionado con el Perdedor.

Lali abandonó el autodominio.

—¡Acaba de quedarse sin su bebé! Un bebé que yo no quería que naciera.

—¡Lo sabía! Sabía que pensabas que, de algún modo, eras responsable de lo que ha sucedido. Sé fuerte, Lali.

—¿Crees que no lo soy? Estoy sobreviviendo a nuestro matrimonio, ¿no?

—Lo nuestro no es un matrimonio, sino una partida de ajedrez.

Peter tenía razón, y ella estaba harta de aquella farsa.

Realizaron el resto del trayecto en silencio, pero, después de aparcar en el garaje, Peter no bajó inmediatamente del coche sino que permaneció sentado, se quitó las gafas de sol y jugueteó con las patillas.

—Caitlin es la hija de Sarah Carter.

—¿La novelista?

Lali soltó la manecilla de la puerta.

—Murió hace tres años.

—Ya me acuerdo.

Teniendo en cuenta el pasado de Peter, Lali creyó que Caitlin era una joven guapa y tonta, pero con una escritora del calibre de Sarah Carter como madre, eso era poco probable. Carter había escrito varias novelas de intriga y ninguna de ellas había tenido éxito. Después de su muerte, una editorial pequeña publicó La casa del árbol, una novela suya inédita. La novela fue dejando huella en el público y, a la larga, se había convertido en la obra estrella de los círculos literarios. A Lali, como al resto del mundo, le encantó.

—Cuando la novela se publicó por primera vez, antes de que entrara en las listas de éxitos, Caitlin y yo estábamos saliendo —explicó Peter—. Caitlin me comentó que lo último que había escrito su madre antes de morir era el guión para la versión cinematográfica de La casa del árbol, y me dejó leerlo.

—¿Sarah Carter en persona escribió el guión de la película?

—Y es jodidamente bueno. Dos horas después de haberlo leído, yo ya había conseguido la opción de la versión cinematográfica.

Lali casi se atragantó.

—¿Tú tienes la opción de realización del guión de La casa del árbol? ¿Tú?

—Estaba borracho y no me paré a pensar en qué me estaba metiendo.

Peter salió del coche con el mismo aspecto de tío bueno e inútil de siempre.

Lali atravesó corriendo el garaje tras él.

—¡Espera un segundo! ¿Me estás diciendo que conseguiste los derechos antes de que el libro se convirtiera en un superventas?

Él se dirigió hacia la casa.

—Estaba borracho y tuve suerte.

—Pues sí. ¿Y de cuánta suerte estamos hablando?

—De mucha. En estos momentos, Caitlin podría vender los derechos de realización por veinte veces más de lo que yo le pagué. Algo que no deja de recordarme continuamente.

Lali se llevó la mano al pecho.

—Dame un minuto. No sé qué me cuesta más imaginarme, si a ti como productor o el hecho de que leyeras todo un guión de principio a fin.

Peter fue a la cocina.

—He madurado desde los días de Thiago y Marianella.

—Eso lo dirás tú.

—No tuve que consultar casi ninguna de las palabras importantes en el diccionario.

Ella no esperaba que añadiera nada más y se sorprendió cuando él continuó:

—Por desgracia, estoy teniendo problemas para conseguir la financiación.

Lali se detuvo de golpe.

—¿Me estás diciendo que estás intentando en serio llevar adelante el proyecto?

—No tengo nada mejor que hacer.

Eso explicaba las misteriosas llamadas telefónicas, pero no por qué lo había mantenido tan en secreto. Él dejó las llaves del coche sobre la encimera de la cocina.

—La mala noticia es que mi opción expira antes de tres semanas y, si no consigo el dinero para entonces, Caitlin recuperará los derechos.

—Y será considerablemente más rica.

—A ella lo único que le importa es el dinero. Odiaba a su madre. Vendería los derechos de La casa del árbol a una productora de dibujos animados si le hicieran la mejor oferta.

Lali nunca había comprado la opción de realización de una novela o un guión ya escrito, pero sabía cómo funcionaba el proceso. El titular de la opción, en aquel caso Peter, sólo disponía de cierto período de tiempo a fin de conseguir un respaldo financiero sólido para el proyecto antes de que su opción expirara, momento en el que los derechos revertirían en el propietario original. Si eso ocurría, lo único que le quedaría a Peter sería un enorme agujero en su cuenta bancaria, y eso explicaba su actitud aduladora hacia Emi Keene.

—¿Estás cerca de conseguir que alguien te respalde en el proyecto? —preguntó Lali, aunque ya tenía una idea de la respuesta.

Peter sacó una botella de agua de la nevera.

—Bastante cerca. A Hank Peters le encanta el guión y está interesado en dirigir la película, lo que ha llamado la atención del gremio. Con el reparto adecuado, podríamos rodarla con un presupuesto muy reducido, lo que sería otra ventaja.

Peters era un gran director, pero Lali no se lo imaginaba queriendo trabajar con el impresentable de Peter Lanzani.

—¿Hank está interesado o se ha comprometido?

—Está interesado en comprometerse. Y yo ya dispongo de un actor para el personaje de Danny Grimes. Eso forma parte del trato.

Grimes era un personaje polifacético y a Lali no le sorprendía que muchos actores quisieran interpretarlo.

—¿A quién has conseguido?

Peter giró el tapón de la botella.

—¿A quién crees?

Ella lo miró fijamente y soltó un gemido.

—¡Oh, no…! ¡Tú no!

—Un par de clases de interpretación y seré capaz de hacerlo.

—No puedes interpretar un personaje como ése. Grimes tiene un carácter muy complejo. Es contradictorio, está torturado… Todos se reirían de ti. No me extraña que no consigas que nadie te financie.

—Gracias por tu voto de confianza. —Bebió un trago de agua.

—¿Has reflexionado a fondo sobre este asunto? Las grandes productoras buscan algo más que una reputación de severa informalidad. Y tu insistencia en interpretar el papel protagonista… no es muy inteligente por tu parte.

—Puedo hacerlo.

Su entusiasmo inquietó a Lali. El Peter que ella conocía sólo se preocupaba por el placer. Consideró la posibilidad de que no lo conociera tan bien como creía, y no sólo por el interés que mostraba en La casa del árbol… Lali no había percibido ningún signo de drogadicción en Peter, quien, además, se pasaba horas en su despacho todos los días. Se había deshecho de sus viejos y desalmados amigos, lo que resultaba extraño en un tío que odiaba estar solo. El alcohol y una arrogancia patológica parecían ser sus únicos vicios.

—Me voy a nadar. —Y se marchó a la piscina.

Lali subió a su habitación y se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas. Si el guión era tan bueno como Peter decía, todos los productores de la ciudad debían de estar esperando a que su opción expirara para abalanzarse sobre el proyecto. El papel protagonista caería en manos del guaperas del mes en lugar del actor mejor preparado para interpretarlo, que, en cualquier caso, no era Peter. Éste había interpretado brillantemente a Thiago Bedoya Agüero, pero no tenía las dotes ni la profundidad para abordar un papel emocionalmente complejo, como demostraban los superficiales personajes que había interpretado desde entonces.

Lali se estaba poniendo sus sandalias más cómodas cuando, de repente, levantó la cabeza.

—¡Cabrón!

Bajó las escaleras con furia y cruzó el porche hasta la piscina, donde Peter estaba dando brazadas.

—¡Tú, imbécil! ¡No existe ningún guión sobre el reencuentro de Thiago y Marianella! Era una pantalla de humo que has utilizado para ocultar lo que estabas haciendo realmente.

—Ya te dije que no había ningún espectáculo de reencuentro. —Se sumergió en el agua.

—Pero me hiciste creer que lo había —declaró ella en cuanto el otro emergió a la superficie—. Este estúpido matrimonio de pacotilla… Mi dinero sólo era un extra, ¿no? La casa del árbol es la verdadera razón de que accedieras a cooperar. No podías permitirte ser el segundo hombre en la historia reciente que rompiera el corazón de la querida Lali Esposito. No podías porque necesitabas que los mandamases creyeran que te habías convertido en un ciudadano decente y te tomaran en serio.

—¿Tienes algún problema con eso?

—¡Tengo un problema con que me engañen!

—Estás tratando conmigo. ¿Qué esperabas?

Lali avanzó enojada por el bordillo de la piscina mientras él nadaba hacia la cascada.

—Si la gente cree que mi respetabilidad se te ha contagiado mejorará tu posibilidad de conseguir que se haga la película, ¿no es eso lo que pretendías?

—No deberías menospreciar así el vínculo sagrado del matrimonio.

—¿Qué vínculo sagrado? La única razón de que me hayas contado la verdad es que quieres acostarte conmigo.

—Soy un tío. Denúnciame.

—¡No vuelvas a dirigirme la palabra nunca más! Durante lo que te queda de vida.

Lali se alejó hecha una furia.

—¡Por mí, de acuerdo! —gritó él—. A menos que quieras decirme palabras guarras, no me gustan las mujeres que hablan demasiado en la cama.

El teléfono que Peter había dejado junto a la piscina sonó. Él nadó hasta el bordillo y lo cogió. Lali se detuvo para escuchar.

—Scott… ¿Cómo va todo? Sí, ha sido de locos… —Se cambió el teléfono de oreja y subió la escalerilla—. No quiero explicártelo por teléfono, pero tengo algo que te interesará. Podríamos quedar mañana por la tarde en el Mandarin para tomar una copa y hablar sobre ello. —Frunció el ceño—. ¿El viernes por la mañana? De acuerdo. Cambiaré un par de citas. Ahora tengo que dejarte, llego tarde a una reunión.

Cerró el móvil y cogió una toalla. Lali tamborileó con el pie en el suelo.

—¿Tarde para una reunión?

—Esto es Los Ángeles. Sé siempre la primera en terminar una conversación.

—Lo tendré en cuenta. Y no conseguirás de mí ni un pavo más.

En lugar de regresar a la casa, se dirigió con determinación al despacho de Peter. La idea de que él quisiera trabajar le inquietaba. Al menos, su revelación acerca de aquel guión le había dado algo en lo que pensar, distrayéndola del posible papel metafísico que había representado en la pérdida del bebé de Pablo.

Arrancó la cinta adhesiva que cerraba la caja que supuestamente contenía el guión del reencuentro de Thiago y Marianella y sacó del interior un montón de revistas pornográficas con una nota en un postit azul que decía: «La realidad es mucho mejor.»

Continuará...

Capítulo 21


Mientras se dirigía al gimnasio, Peter se preguntó qué estúpida debilidad lo había empujado a contarle a Lali lo de La casa del árbol. Claro que, cuando ella se había enterado de lo del bebé de Pablo y Mery había puesto una expresión tan jodidamente melodramática (otra vez aquel exagerado sentido de la responsabilidad suyo) que, por lo que fuera, a él se le había escapado la verdad, aunque enseguida se había arrepentido de habérsela contado. El fracaso flotaba sobre él como un nubarrón. Con unas probabilidades tan elevadas en su contra, cuanta menos gente supiera lo mucho que La casa del árbol significaba para él, mejor. Sobre todo Lali, quien estaba deseando verlo fracasar.

No se molestó en cambiarse el bañador húmedo y entró directamente en el gimnasio. Un par de días antes había aparecido una barra de ballet. Otra invasión de su espacio íntimo. ¿Qué haría con su vida si La casa del árbol se le escapaba de las manos? ¿Volver a actuar como artista invitado o como seductor insulso? La idea le revolvió el estómago.

Puso un CD de Usher y contempló con desagrado la cinta de correr. Quería estar al aire libre y correr libremente kilómetros y kilómetros por las colinas, como solía hacer, pero gracias al percance de Las Vegas estaba atrapado.

Al menos ahora tenía el gimnasio para él solo. Ver a Lali realizar su rutina de estiramientos se había convertido en una tortura. Ella se recogía el pelo para hacer ejercicio y hasta su nuca le resultaba erótica. Y después realizaba aquellos sexys movimientos con sus largas piernas. El hecho de que la huerfanita Annie fuera la primera de su lista de mujeres excitantes decía mucho sobre su vida.

Pero no podía infravalorarla con tanta facilidad como ella se infravaloraba a sí misma. Lali tenía un atractivo sexual inconsciente que daba cien vueltas a las tetas voluminosas y las poses afectadas. Nadie pillaría a Lali Esposito haciendo alarde de sus cualidades de fémina en público.

Ni en privado… Algo que él estaba cada día más empeñado en cambiar. Lali podía odiar las entrañas de Peter, pero estaba claro que le encantaba el envoltorio. Ella todavía no lo sabía, pero sus días de consumirse por culpa del Perdedor estaban llegando a su fin.

¿Quién había dicho que sólo se preocupaba de sí mismo? Liberar a Lali Esposito se había convertido en su deber cívico.



Transcurrieron dos días más. Lali estaba en la cocina intentando plagiar uno de los deliciosos batidos de Cande cuando oyó un ruido procedente del frente de la casa. Segundos más tarde, Meg Koranda irrumpió en la habitación como si fuera un galgo juguetón expulsado de la escuela de adiestramiento tantas veces que sus propietarios habían renunciado a adiestrarlo. En su caso, los propietarios eran sus adorables padres, Jake Koranda, la leyenda de la pantalla, y Fleur Savagar Koranda, la Niña de purpurina, quien, en una época, había sido la chica de portada más famosa de Norteamérica y ahora era la poderosa jefa de la agencia de talentos más exclusiva del país.

Meg se lanzó sobre Lali arrastrando con ella un olor a incienso.

—¡Oh, Dios mío, Lali! Me enteré de la noticia hace sólo dos días, cuando telefoneé a casa, y cogí el primer avión que encontré. ¡Estaba en un ashram fabuloso! Totalmente aislado del mundo. ¡Incluso cogí piojos! Pero valió la pena. Mi madre dice que te has vuelto loca.

Mientras Lali le devolvía el entusiasta abrazo, esperó que los piojos fueran una de las exageraciones de su amiga de veintiséis años, pero su pelo cortado al rape no pintaba demasiado bien. En cualquier caso, los cortes de pelo de Meg cambiaban como el clima, y el bindi rojo que llevaba en el entrecejo y los pendientes largos que parecían hechos de hueso de yak la llevaron a sospechar que su amiga estaba pasando por una etapa de moda monástica chic. Sus gruesas sandalias de cuero y su camiseta de malla rojiza confirmaban esa impresión. Sólo sus vaqueros eran cien por cien de Los Ángeles.

Meg era delgada y esbelta y había heredado los grandes pies y manos de su madre, pero no su extravagante belleza. Tenía las facciones irregulares de su padre, su pelo castaño y su tono moreno de piel. Dependiendo de la luz, los ojos de Meg eran azules, verdes o castaños; tan variables como su personalidad. Meg era la hermana pequeña que Lali siempre quiso tener y, aunque la quería con locura, eso no impedía que percibiera sus fallos. Su amiga era mimada e impulsiva; metro setenta de diversión, buenas intenciones, buen corazón y una irresponsabilidad casi total en su intento por superar el legado de sus famosos padres.

Lali le apretó los hombros.

—¿Cómo has podido desaparecer durante tanto tiempo sin decirnos nada? Te hemos echado de menos.

—Estaba apartada de la civilización. Perdí la noción del tiempo. —Meg retrocedió y contempló la licuadora con su variado contenido sin procesar de color rosa—. Si eso contiene alcohol, quiero un poco.

—¡Pero si son las diez de la mañana!

—En Punjab no. Empieza por el principio y cuéntamelo todo.

Peter, que era quien debía de haberla dejado entrar, apareció en la puerta de la cocina.

—¿Cómo va la solemne reunión?

Meg corrió hacia él. En el pasado, habían salido juntos unas cuantas veces desoyendo las protestas de Lali, Sasha, April y los padres de Meg. Ella juraba que nunca practicaron sexo, pero Lali no le creía del todo. Meg rodeó la cintura de Peter con un brazo.

—Siento no haberte hecho caso cuando he entrado. —Volvió a mirar a Lali—. Nunca follamos. Te lo juro. Díselo, Peter.

—Si nunca follamos —declaró él con su voz más ronca y sexy—, ¿cómo sé que tienes un dragón tatuado en el trasero?

—Porque yo te lo dije. No le hagas caso, Lali. De verdad. Sabes que sólo salí con él porque mis padres se pusieron pesadísimos en su contra. —Meg levantó la mirada hacia Peter, lo que, dada su considerable estatura, sólo requirió que elevara los ojos unos centímetros—. Padezco de un trastorno antagónico. En cuanto alguien me dice que no haga algo, tengo que hacerlo. Es un fallo de personalidad.

Peter subió la mano por la espalda de Meg y bajó la voz hasta convertirla en un susurro seductor.

—Si lo hubiera sabido cuando salíamos, te habría exigido que no te desnudaras.

Los ojos de Meg pasaron de verde mar a azul tormenta.

—¿Me estás echando los tejos?

—Por favor, cuéntaselo a Lali.

Meg extendió el dedo índice.

—Pero si está aquí mismo.

—¿Cómo sabes que nos está escuchando? Si eres amiga suya, no permitirás que ignore lo que está ocurriendo delante de sus narices.

Lali lo miró arqueando una ceja y entonces lo silenció poniendo en marcha la licuadora. Por desgracia, se había olvidado de apretar bien la tapa.

—¡Cuidado!

—¡Joder, Lali…!

Ella intentó pulsar el off, pero el botón estaba resbaladizo y el aparato lanzó su contenido en todas direcciones. Fresas, plátano, semillas de linaza, hierba de trigo y zumo de zanahoria volaron por los aires y aterrizaron en la inmaculada encimera, los armarios, el suelo y la exorbitantemente cara casaca color crema de Lali. Peter la empujó a un lado y encontró el botón correcto, pero no sin antes quedar decorados él y su camiseta blanca con vistosos grumos de fruta.

—Cande te matará —dijo sin el menor rastro de seducción en la voz—. Te lo digo en serio.

Meg estaba lo bastante lejos para haber resultado ilesa, salvo por un trocito de plátano que lamió de su brazo.

—¿Quién es Cande?

Lali cogió un trapo de cocina y se puso a limpiar su casaca.

—¿Te acuerdas de la señora Danvers, la aterradora ama de llaves de Rebeca?

Los pendientes de hueso de yak de Meg se agitaron.

—Leí la novela en la universidad.

—Imagínate a una rockera punk y huraña de veinte años que administra la casa como la enfermera Ratched de El nido del cuco y ahí tienes a Cande, la encantadora ama de llaves de Peter.

Meg contempló a Peter, quien se estaba quitando la camiseta.

—No percibo una vibración realmente amorosa entre vosotros —declaró Meg.

Él cogió un trapo de cocina.

—Entonces supongo que no eres tan perceptiva como crees. ¿Por qué si no nos habríamos casado?

—Porque últimamente Lali no es responsable de sus actos, y tú vas detrás de su dinero. Mi madre dice que eres la clase de tío que nunca crece.

Lali no pudo contener una sonrisita de suficiencia.

—Eso podría explicar por qué mamá Fleur se negó a representarte, Peter.

La contrariedad de él habría resultado más visible si su mejilla no hubiera estado manchada de pegajosas semillas de lino.

—Pues tampoco quiso representarte a ti.

—Sólo porque soy muy amiga de Meg, lo que habría creado un conflicto de intereses.

—En realidad no fue por eso —señaló Meg—. Mi madre te adora como persona, Lali, pero no trabajaría con tu padre ni muerta. ¿Os importa si me quedo por aquí un par de días?

—¡Sí! —exclamó Peter.

—No, claro que no. —Lali la miró con preocupación—. ¿Qué ocurre?

—Sólo quiero pasar un tiempo contigo, nada más.

Lali no le creyó del todo, pero ¿quién sabía con exactitud lo que Meg estaba pensando?

—Puedes quedarte en la casa de invitados.

Peter gruñó.

—No, no puede quedarse allí. Mi despacho está en la casa de invitados.

—Sólo en la mitad. Tú nunca entras en el dormitorio.

Peter se volvió hacia Meg.

—No llevamos casados ni tres semanas. ¿Qué tipo de amargada se entromete entre dos personas que, prácticamente, están de luna de miel?

La atolondrada de Meg Koranda desapareció y, en su lugar, surgió la hija de Jake Koranda, con una expresión tan dura como la de su progenitor cuando interpretaba al pistolero Calibre Sabueso.

—El tipo de amargada que quiere asegurarse de que los intereses de su amiga están a salvo cuando sospecha que ella no está cuidando de sí misma adecuadamente.

—Estoy bien —contestó Lali—. Peter y yo estamos locamente enamorados. Sólo que tenemos una extraña forma de demostrarlo.

Él abandonó sus esfuerzos de limpieza.

—¿Les has dicho a tus padres que quieres quedarte aquí?, porque, te juro por Dios, Meg, que ahora mismo lo último que necesito es a Jake pateándome el culo. O a tu madre.

—Yo me encargaré de mi padre. Y a mi madre ya le caes mal, así que no será un problema.

Cande eligió aquel momento para entrar en la cocina. Aquella mañana, dos gomas de pelo diminutas formaban, con su pelo rojo fosforescente, dos cuernecitos de demonio en miniatura encima de su cabeza. Parecía una niña de catorce años, pero, cuando vio el estado de la cocina, despotricó como un marinero curtido. Hasta que Peter intervino…

—Lo siento, Cande. Se me ha descontrolado la licuadora.

La chica enseguida se suavizó.

—La próxima vez, espérame, ¿de acuerdo?

—Desde luego —contestó él con voz contrita.

Cande empezó a arrancar trozos del rollo de papel de cocina y a dárselos a Peter y Lali.

—Limpiaos los zapatos para no dejar un rastro de esta mierda por toda la casa.

Rehusó toda oferta de ayuda y se puso a limpiar aquella suciedad con una concentración absoluta. Mientras salían de la cocina, Lali se acordó del entusiasmo que sentía Cande por arreglar desastres y deseó haber tenido a mano la cámara de vídeo.

Finalmente, Lali se decidió por Meg y, aquella tarde, mientras estaban sentadas junto a la piscina, enfocó a su amiga con la cámara y empezó a formularle preguntas acerca de sus experiencias en la India. Sin embargo, a diferencia de Cande, Meg había crecido rodeada de cámaras y sólo contestó las preguntas que quiso. Cuando Lali intentó presionarla, le dijo que estaba cansada de hablar de sí misma y que quería nadar.

Poco después apareció Peter, cerró el móvil y se acomodó en la tumbona que había al lado de Lali. Contempló a Meg nadando en la piscina.

—Tener a tu amiga por aquí no es buena idea. Todavía me pone.

—No es verdad. Sólo quieres molestarme.

Peter iba sin camiseta y una oleada de deseo recorrió la vertiente putilla de Lali. Peter creía que ella lo estaba rechazando para jugar con él, pero la cosa era más complicada. Lali nunca había considerado el sexo un entretenimiento superficial. Siempre había necesitado que fuera algo importante. Hasta entonces.

¿Estaba, por fin, lo bastante lúcida y segura de sí misma para permitirse una aventura frívola? Unos cuantos revolcones apasionados y después «arrivederci, chaval, y procura no darte con la puerta al salir». Pero ese escenario tenía un fallo mayúsculo. ¿Cómo podía tener una aventura frívola con un hombre al que no podía mandar a su casa al terminar? Vivir con Peter bajo el mismo techo era muy complicado.

—No me has explicado nada acerca de tu reunión en el Mandarin de esta mañana —comentó Lali para distraerse.

—No hay nada que contar. Más que nada, el tío quería conocer los trapos sucios de nuestro matrimonio. —Peter se encogió de hombros—. ¿Qué importancia tiene? Hace una tarde preciosa y ninguno de los dos se siente fatal. Tienes que admitir que ésta es una maravillosa tercera cita.

—Buen intento.

—Ríndete ya, Lali. He notado cómo me miras. Lo único que te falta es relamerte.

—Por desgracia, soy humana y tú estás mejor ahora que hace unos años. Si al menos fueras una persona real en lugar de un muñeco hinchable…

Peter pasó las piernas por encima de la tumbona y se puso de pie al lado de Lali, como un Apolo dorado descendido del Olimpo para recordar a las féminas mortales las consecuencias de juguetear con los dioses.

—Una semana más, Lali. Es todo lo que tienes.

—¿O qué?

—Ya lo verás.

De algún modo, no parecía una amenaza banal.





Gime Moody terminó su ensalada y tiró el envase en la papelera junto a su escritorio, el cual estaba situado en una oficina con paredes acristaladas, en la tercera planta del edificio Starlight Artists Management. Gime tenía cuarenta y nueve años, estaba soltera y perpetuamente a dieta para perder los cinco kilos de sobra que, según los estándares de Hollywood, la convertían en una auténtica obesa. Tenía el pelo castaño y suelto —de momento, sin el menor rastro de canas—, ojos color coñac y una larga nariz equilibrada por una potente barbilla. No era ni guapa ni fea, lo que la convertía en invisible en Los Ángeles. Los trajes y las chaquetas de diseñadores conocidos, que eran el uniforme exigido a los agentes de artistas en Hollywood, nunca acababan de encajar con su baja estatura, y hasta cuando iba vestida de Armani alguien le pedía que fuera a buscar el café.

—Hola, Gime.

Al oír la voz de Nico Esposito, Gime casi volcó su Pepsi Diet. Después de una semana de evitar sus llamadas, por fin la había atrapado. Nico era un hombre muy atractivo, de pelo espeso y gris y facciones armoniosas, pero tenía la personalidad de un carcelero. Aquel día, iba vestido con su uniforme habitual: pantalones grises, una camisa azul de vestir y unas RayBans colgadas del bolsillo de la camisa. Su caminar tranquilo y relajado no la engañó. Nico Esposito estaba tan relajado como una cobra.

—Por lo visto, últimamente tienes problemas para devolver las llamadas —declaró Nico.

—Esta semana ha sido una locura. —Gime tanteó con el pie por debajo del escritorio en busca de los zapatos de tacón de aguja que se había quitado un rato antes—. Justo ahora iba a telefonearte.

—Cinco días tarde.

—He tenido una gripe estomacal.

Mientras buscaba los zapatos, se obligó a recordar todo lo que admiraba en Nico. Podía ser el estereotipo de padre sobreprotector de niña famosa, pero había educado bien a Lali. A diferencia de tantos otros niños famosos, Lali nunca había necesitado pasar una temporada en un centro de rehabilitación, no había cambiado de novio todas las semanas ni se había «olvidado» de que no llevaba puestas unas bragas al salir de un coche. Nico también había sido muy escrupuloso gestionando el dinero de su hija y sólo se había reservado unos modestos honorarios que le permitían vivir de forma confortable pero no ostentosa. Lo que no había hecho era proteger a Lali de su propia ambición.

Nico se dirigió a la pared detrás del sofá del despacho de Gime y se tomó su tiempo examinando las placas y fotografías que colgaban de ella: menciones cívicas, títulos profesionales, tomas de ella con varias celebridades a ninguna de las cuales representaba… Lali era su único cliente de categoría y su fuente de ingresos más importante.

—Quiero a Lali en el proyecto Greenberg —declaró Nico.

Gime consiguió mantener una sonrisa serena.

—¿La historia de chicavampiro sexy y tonta? Interesante idea.

«Una idea horrible.»

—El guión es fantástico —comentó Nico—. Me sorprendió lo bueno que es.

—Realmente divertido —corroboró ella—. Todo el mundo habla de él.

—Lali aportará una nueva dimensión a la historia.

Una vez más, Nico no tenía en cuenta los deseos de su hija. La venganza de la vampiro bombón, a pesar de ser divertida y tener un diálogo ingenioso, representaba el tipo de papel que Lali quería evitar.

Gime tamborileó con las uñas encima del escritorio.

—El papel podría haber sido escrito para ella. Lástima que Greenberg esté tan empeñado en que lo interprete una actriz dramática.

—Él sólo cree que sabe lo que quiere.

—Es probable que tengas razón. —Gime miró el techo—. Cree que contratar a una actriz seria y dramática dará más credibilidad al proyecto.

—Yo no he dicho que vaya a ser fácil. Gánate tu quince por ciento y consigue que le conceda una entrevista. Dile que a Lali le encanta el guión y quiere hacerlo por encima de todo.

—Desde luego. Lo llamaré enseguida.

¿Cómo demonios convencería a Greenberg para que se reuniera con Lali? Gime tenía más confianza en la habilidad de Nico para convencer a su hija para que interpretara un papel que no quería, que en la suya propia para convencer al director para que la contratara.

—Otra cosa… —Sólo había encontrado un zapato, así que no podía ponerse de pie, lo que le otorgaba a Nico la ventaja de estar por encima de ella—. Empiezan a rodar el mes que viene y Lali ha pedido seis meses de baja.

—Yo me encargaré de Lali.

—Prácticamente está de luna de miel y…

—He dicho que me encargaré de ella. Cuando hables con Greenberg, recuérdale la vis cómica de Lali y lo mucho que la audiencia femenina se identifica con ella. Ya conoces el rollo. Y recuérdale también que en estos momentos es el centro de atención de la prensa. Eso vende entradas.

No necesariamente. La presencia de Lali en la prensa del corazón nunca se había traducido en éxito de audiencia. Gime empujó a un lado el bloc que tenía encima del escritorio.

—Sí, bueno… Ya sabes que haré lo que pueda, pero no debemos olvidar que esto es Hollywood.

—Nada de excusas. No lo intentes, hazlo, Gime. Y que sea deprisa.

Nico se despidió con gesto malhumorado y salió del despacho.

Le dolía la cabeza. Seis años atrás, cuando Nico la había elegido entre todos los agentes de Starlight para representar a Lali, Gime se había sentido entusiasmada. Lo interpretó como su gran oportunidad, como un tardío reconocimiento por una década de duro trabajo durante la cual una docena de jóvenes que frecuentaban el Ivy y que tenían la mitad de experiencia que ella la habían adelantado. Entonces no se dio cuenta de que había cerrado un trato con el demonio, un demonio llamado Nico Esposito.

Y ahora sus sueños de convertirse en una agente influyente parecían cosa de risa. Ella no tenía ni el engreimiento ni la apariencia de los otros agentes. La única razón por la que Nico la había contratado era porque quería una portavoz que pudiera controlar, y los agentes reputados de Starlight no se prestarían a seguirle el juego. El sustento de Gime, que ahora incluía un apartamento de lujo, dependía de su habilidad para convertir en realidad los deseos de Nico.

Ella solía enorgullecerse de su integridad, pero ahora apenas recordaba el significado de esa palabra.

Continuará...

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Hooooooola!!!!

No os podeis imaginar mi cara cuando he entrado al blog y he visto TANTAS firmas y encima de chicas que ni sabía que leían la novela #happiness

Siento publicar tarde pero estaba terminando de leer un libro y bue... no podía parar de leer!!

Me voy a hacer algunas cosas si cuando vuelva hay varias firmas tiendrán OTROS 2 CAPÍTULOS, yujuuuuuuuuu

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

4 comentarios:

  1. Me tiene ansiosisima esta situación. Quiero que estén juntos ya jajaja

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  2. Yaaa quieroo maas..arrivederci gracias por escribir algo en italiano..un hermoso regalo me hiciste..besos hermosa:-) @pl_mialma

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  3. MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!

    @LittleKitKat_

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  4. Mm interesante
    Estoy segura que tarde o temprano lali va a ceder
    Otro me encanta
    Beso

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