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jueves, 11 de julio de 2013

Capítulo 8


Lali soltó un gemido. La cabeza le martilleaba, la boca le sabía a ácido de batería y, en lugar de estómago, tenía una fosa séptica. Cuando flexionó las rodillas, su trasero rozó el costado de Pablo. Su piel era cálida y…

«¡Nooooooo!»

Abrió de golpe el ojo que no tenía hundido en la almohada.

Un cruel rayo de luz se filtraba entre las cortinas e iluminaba su sujetador blanco de encaje, que estaba sobre la alfombra de su suite del Bellagio. Uno de los zapatos de tacón que llevaba puestos la noche anterior sobresalía por debajo de unos vaqueros de hombre.

«¡Por favor, por favor, que pertenezcan al adorable jugador de baloncesto!»

Hundió la cara en la almohada. ¿Y si no eran de él? ¿Y si pertenecían a…?

No, no podía ser. Ella y el jugador de baloncesto… Kerry, se llamaba Kerry… Habían coqueteado como locos en la mesa de los dados. Coquetear había sido fantástico. ¿Qué importaba que fuera más joven que ella?

Muy bien, estaba desnuda y se encontraba en una situación embarazosa, pero ahora Pablo ya no era el último hombre con el que se había acostado y eso era una señal de progreso, ¿no? El estómago le crujió de forma desagradable. Volvió a abrir un ojo. Ya había experimentado alguna que otra resaca, pero nada parecido a aquello. Nada que le hubiera borrado la memoria por completo.

Un muslo le rozó el trasero. Parecía sumamente musculoso. Sin duda se trataba del muslo de un deportista. Sin embargo, por mucho que se concentrara, lo último que recordaba era que Peter la había arrastrado fuera de la sala de juegos.

Kerry debió de seguirla. Sí, estaba segura de acordarse de que él la había separado de Peter. Habían subido juntos a su suite y habían charlado hasta el amanecer. Él le había hecho reír y le había dicho que tenía más fortaleza que cualquier otra mujer que conociera. Y que era inteligente, que tenía talento y que era mucho más guapa de lo que la mayoría de la gente creía. También le dijo que Pablo había quedado como un idiota separándose de una mujer como ella. Empezaron a hablar de tener hijos comunes, preciosos bebés birraciales, no como el futuro y paliducho bebé de Pablo. Acordaron vender las fotografías de su precioso bebé al mejor postor y donar los ingresos a la beneficencia. Ese acto resultaría especialmente conmovedor después de que el sitio de Internet Drudge Report informara de que Mery Del Cerro había utilizado todo el dinero supuestamente recaudado para beneficencia en comprarse un yate. Entonces Lali ganaría un Oscar y Kerry la Super Bowl.

De acuerdo, se había equivocado de deporte, pero la cabeza le daba martillazos, tenía el estómago revuelto y una rodilla dura intentaba meterse entre sus nalgas.

Tenía que dejar de torturarse, pero eso implicaría darse la vuelta y enfrentarse a las consecuencias de lo que viera. Necesitaba agua. Y Tylenol. Un frasco entero.

Entonces empezó a darse cuenta de que el alcohol no producía en las personas una amnesia total. Aquélla no era una resaca normal. La habían drogado. Y sólo conocía a una persona que fuera tan corrupta como para drogar a una mujer.

Le clavó el codo en el pecho con tanta fuerza como pudo reunir.

Él soltó una exclamación de dolor y se dio la vuelta llevándose toda la sábana con él.

Lali hundió la cara en la almohada. Al cabo de unos segundos, él se levantó haciendo que la parte del colchón de Lali se hundiera más. Lali oyó el sonido apagado de sus pasos camino del lavabo. Cuando la puerta se cerró, buscó a tientas la sábana y se sentó. La habitación se ladeó y el estómago se le revolvió. Lali se envolvió en la sábana, se puso de pie tambaleándose y fue al otro lavabo haciendo eses. Una vez allí, se inclinó sobre el lavamanos y agachó la cabeza.

¿Qué haría Marianella si la hubieran drogado y se despertara desnuda en la cama con un desconocido? O no desconocido. Marianella no haría nada porque nunca le habría ocurrido algo tan espantoso. Resultaba fácil ser animosa y optimista cuando tenías a todo un equipo de guionistas, con dedicación exclusiva, protegiéndote de la mierda que la vida real te lanzaba a la cara.

Cuando bajó las manos, una imagen horrible la recibió en el espejo, como la Courtney Love de los comienzos. La maraña de su pelo no ocultaba el roce que una barba le había dejado en el cuello. Unos grumos de maquillaje seco emborronaban sus ojos verdes como el barro que rodea un estanque lleno de algas. Su ancha boca se curvaba hacia abajo en las comisuras y su cutis era del color del yogur pasado. Se obligó a beber un vaso de agua. Todos sus artículos de tocador estaban en el otro lavabo, así que se lavó la cara y se enjuagó la boca con elixir bucal del hotel.

Aún no se sentía capaz de enfrentarse a lo que había al otro lado de la puerta, así que se apartó el pelo de la cara y se sentó en el bordillo de mármol de la bañera. Quería telefonear a alguien, pero no podía traspasarle a Sasha semejante carga en aquellos momentos, no podía contactar con Meg y no estaba dispuesta a confesarle su pecado a April, pues su amiga se sentiría decepcionada. Por Dios, una antigua groupie de grupos de rock and roll se había convertido en su guía moral. Y en cuanto a su padre… ni hablar.

Se levantó y ajustó la sábana debajo de sus brazos. El dormitorio estaba vacío, pero su esperanza de que él se hubiera marchado se desvaneció cuando vio que su ropa seguía en el suelo. Se dirigió a la salita arrastrando los pies por la moqueta.

Él estaba frente a los ventanales, de espaldas a ella. Era alto, pero no tanto como los jugadores de la NBA. Era su peor pesadilla.

—No digas nada hasta que nos hayan traído el café —dijo él sin darse la vuelta—. Lo digo en serio, Lali. Ahora mismo no puedo encararme a ti. A menos que tengas un cigarrillo.

La rabia de Lali se disparó. Cogió un cojín del sofá y lo lanzó a la cabeza de pelo rubio y enmarañado de Peter Lanzani.

—¡Me drogaste!

Él se inclinó y el cojín dio contra la ventana.

Ella intentó abalanzarse sobre él, que se volvió hacia ella, pero Lali tropezó con la sábana y ésta resbaló hasta su cintura.

—Aparta ese par de mi vista —pidió él—. Ya nos han causado bastantes problemas.

En esta ocasión, Lali tuvo mejor suerte lanzándole uno de sus zapatos.

—¡Ay! —Peter se frotó el pecho y tuvo el valor de enfadarse—. ¡Yo no te drogué! Créeme, si quisiera drogar a una mujer, no serías tú.

Lali volvió a subir la sábana hasta sus axilas y miró alrededor buscando alguna otra cosa para lanzarle a Peter.

—Me estás mintiendo. Estaba drogada.

—Tienes razón, estabas drogada. Los dos lo estábamos. Pero no fui yo, sino Meredith… Marilyn… Maryalgo.

—¿A quién te refieres?

—A la pelirroja de la fiesta de ayer por la noche. ¿Recuerdas las bebidas que trajo? Yo cogí una y te di la otra, la que había preparado para ella misma.

—¿Por qué habría de querer drogarse?

—¡Porque le gusta la sensación que le produce!

Lali tuvo el presentimiento de que, por primera vez en su vida, Peter Lanzani estaba diciendo la verdad. Entonces se acordó de que él se había enfrentado a aquella mujer y que parecía muy enfadado. Levantó el trozo de sábana que arrastraba por el suelo y se dirigió a él dando traspiés.

—¿Sabías que los martinis contenían droga? ¿Lo sabías y no impediste que me lo tomara?

—No lo sabía. No hasta que terminé el mío, te miré y vi que no me repelías del todo.

Alguien llamó a la puerta y una voz anunció «servicio de habitaciones».

—Métete en el dormitorio —siseó ella—. ¡Y dame esa bata! La prensa del corazón tiene informantes por todas partes. ¡Deprisa!

—Si vuelves a darme otra orden…

—¡Por favor, date prisa, capullo!

—Me gustabas más cuando estabas borracha.

Peter se quitó la bata, la colgó del brazo de Lali y desapareció. Ella lanzó la sábana detrás del sofá y se anudó el cinturón de la bata camino de la puerta.

El camarero entró el carrito de la comida y dejó los platos en la mesa, que estaba debajo de una lámpara de araña de tonos dorados. Lali oyó que la ducha se encendía. Se correría la voz de que no había pasado la noche sola. Por suerte, nadie sabía con quién, lo que actuaría a su favor.

El camarero por fin se fue. Lali se sirvió un café de inmediato, se acercó a los ventanales e intentó recobrar el autodominio. Abajo, los turistas se habían congregado para ver el espectáculo de la fuente del Bellagio. ¿Qué había ocurrido en el dormitorio durante la noche? No se acordaba de nada. Aunque, la primera vez…

El día en que Peter y ella se conocieron, Lali tenía quince años y él diecisiete. Su atractivo la había dejado muda, pero él la desdeñó con un gruñido de aburrimiento y un único parpadeo de sus engreídos ojos lavanda. Como es lógico, ella se enamoró perdidamente de él.

Las advertencias de su padre en contra de Peter no hicieron más que intensificar su enamoramiento. Peter era arrogante, malhumorado, indisciplinado y guapísimo. Pura miel para una romántica de quince años. Sin embargo, durante las dos primeras temporadas, él la ignoró, salvo cuando estaban rodando. Lali podía estar en la portada de una docena de revistas para adolescentes, pero no dejaba de ser una niña flacucha de ojos saltones, mejillas coloradas y boca de buzón. Tenía la cara siempre llena de granos por el maquillaje que se veía obligada a ponerse y su pelo naranja y rizado del personaje de Annie la hacía parecer todavía más niña. Salir con unos cuantos actores adolescentes y guapos no aumentó su autoconfianza, pues su padre había amañado las citas por razones publicitarias. El resto del tiempo Nico Esposito la tenía atada y bien atada, a salvo de los vicios de Hollywood.

El atractivo aspecto de Peter, sus modales engreídos y su actitud de chico duro encendían todas sus fantasías. Ella nunca había conocido a nadie tan salvaje, tan poco necesitado de agradar. Lali se reía escandalosamente para llamar su atención, le compraba regalos: un CD nuevo que tenía que escuchar, bombones que eran los mejores del mundo, camisetas divertidas que él nunca se ponía; memorizaba chistes para contárselos, se mostraba conforme con todas sus opiniones, y hacía todo lo que podía para gustarle, pero, a menos que las cámaras estuvieran rodando, bien podría haber sido invisible.

El contraste entre la dura infancia de Peter y el papel de niño pijo y digno que representaba le fascinaba. Lali conoció la historia de Peter gracias a sus amigos de la infancia, unos chicos bulliciosos e imbéciles que merodeaban por el plató.

Peter creció en el South Side de Chicago. Desde los siete años, cuando su madre murió de una sobredosis, había tenido que cuidar de sí mismo. Su irresponsable padre, un pintor ocasional de brocha gorda que confiaba en sus amigas para que le pagaran las cervezas, murió cuando Peter tenía quince años. Abandonó los estudios poco después y empezó a buscarse chanchullos. Un día, una adinerada divorciada de cuarenta años que trabajaba como voluntaria social lo vio y decidió acogerlo, quizás incluso en su cama, Lali nunca estuvo segura de ese extremo. Aquella mujer pulió sus afiladas aristas y lo convenció para que trabajara de modelo. Cuando una afamada tienda de ropa para hombres de Chicago lo contrató para una campaña publicitaria, Peter dejó plantada a su benefactora. Después, asistió a clases de interpretación y, al final, consiguió un par de papeles en una compañía local de teatro, lo que lo llevó a la audición para interpretar el personaje de Thiago.

Empezó la cuarta temporada de la serie. Lali se prometió a sí misma que conseguiría que él dejara de verla como una molestia y reparara en que se había convertido en una atractiva mujer de dieciocho años. En julio empezaron a grabar exteriores en Chicago. Uno de los desastrosos amigos de Peter mencionó que éste había alquilado un yate para celebrar una fiesta el sábado por la noche en el lago Michigan. Como el padre de Lali se iba a Nueva Esposito aquel fin de semana, ella decidió invitarse a la celebración.

Se vistió con esmero para la ocasión: un vestido con diseño de piel de leopardo y la espalda descubierta y sandalias de plataforma. Cuando subió al yate vio que la mayoría de las mujeres iban vestidas con pantalones cortos y la parte alta del bikini. R. Kelly sonaba a todo volumen por los altavoces de cubierta. Todas las mujeres eran veinteañeras, el cabello resplandeciente, largas piernas y cuerpos sexys, pero Lali tenía la fama y, mientras la embarcación se alejaba del muelle, ellas se separaron de los colegas de Peter para hablar con ella.

—¿Puedes darme tu autógrafo para mi sobrina?

—¿Asistes a clases de interpretación y esas cosas?

—¡Qué suerte tienes de trabajar con Peter! ¡Es el tío que está más bueno del mundo!

Continuará...

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SIN TIEMPO PARA NADA!!!!!!
Besos y abrazos ♥
@getcrazywithlip
VISTEN ESTE BLOG!!! NO SE DECEPCIONARÁN amorteenatico.com.ar

4 comentarios:

  1. Jajaja nose xq me rei en el cap de hoy. Fue gracioso como me la imagine a lali!! Cada vez mas interesante, me gusta. Seguila!! @SereOviedo

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  2. No puede ser!!! Se acosto con Peter
    Mass quiero saber que pasa
    Beso

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  3. Uau! SE ACOSTÓ CON PETER! :)

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