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martes, 16 de julio de 2013

Capítulos 11 y 12



 



Él se encogió de hombros.

—Muy bien, pues no hay trato. La idea era tuya, no mía.

—¡No eres nada razonable!

—No soy yo quien se muere por estar casado. O lo hacemos a mi manera o no hay trato.

Ella no estaba dispuesta a hacerlo a su manera de ningún modo. Ya había tenido bastante con su padre y con Pablo.

—De acuerdo —declaró—. A tu manera. Estoy segura de que será totalmente justa.

—¡Uy, sí, puedes estar segura!

Lali fingió no haberlo oído.

—Lo primero que deberíamos hacer es…

—Lo primero que haremos es encargarnos de Mel Duffy. —De repente, Peter se puso en plan serio, lo que resultaba enervante, pues él nunca se ponía en plan serio—. Le diremos que puede sacarnos fotos en exclusiva aquí, en esta suite, pero sólo si nos da a cambio las que nos ha sacado abajo. —Miró a Lali a lo largo de su sublime nariz—. No cogió mi ángulo bueno.

Peter tenía razón: las fotografías que Duffy les había sacado antes les harían parecer más unos fugitivos que unos felices recién casados.

—Vamos allá —declaró ella—. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no?

—No me presiones.

Lali pidió a la operadora del hotel que retuviera el aluvión de llamadas que pronto se produciría y Peter se fue en busca de Mel Duffy. Tres horas más tarde, ella y su muy detestado marido estaban vestidos de blanco, cortesía del excelente servicio de conserjería del Bellagio. El vestido de Lali tenía un corpiño que realzaba la figura, un dobladillo de encaje y cinta para coser de doble cara colocada estratégicamente para ajustarlo a su medida. Peter iba vestido con un traje de lino blanco y una camisa blanca de cuello abierto. Todo aquel blanco contrastaba con su piel morena, su pelo rubio leonado y su rebelde barba incipiente, dándole aire de pirata recién desembarcado de un lujoso velero para saquear a los asistentes al Festival de Cannes.

Lali telefoneó a sus familiares, a todos salvo a su padre, y les contó la noticia. Hizo una interpretación medio decente profesando su alegría y excitación por estar casada con el playboy del mundo occidental, aunque no le resultaría tan fácil explicárselo a sus amigas. Dejó mensajes en sus contestadores automáticos a propósito para no tener que hablar con ellas directamente. En cuanto a su padre… Bueno, las crisis mejor de una en una.

Peter apareció detrás de ella mientras estaba en el lavabo. Si en aquel momento se dejaba pisotear por él, no podría dar marcha atrás. Peter tenía que ver en ella a una Lali Esposito totalmente nueva.

Así que cogió la barra de labios que acababa de dejar.

—Yo no comparto mi maquillaje —declaró—. Utiliza el tuyo.

—¿Seguro que esta cosa no mancha? No quiero tener marcas de pintalabios por todas partes cuando te bese.

—Tú no vas a besarme.

—¿Te apuestas algo? —Peter cruzó los brazos y apoyó un hombro en el marco de la puerta—. ¿Sabes qué pienso?

—Ah, pero ¿tú piensas?

—Pienso que todo ese rollo que me soltaste acerca de proteger tu carrera es mentira. —Alguien llamó a la puerta de la suite—. La verdadera razón de que quieras vivir esta farsa es que nunca superaste lo mío.

—¡Oh, vaya, me has pillado!

Lali le dio un fuerte codazo cuando pasó por su lado.

Peter la atrapó antes de que llegara al salón y le alborotó el pelo.

—Así está mejor. Ahora parece que acabes de darte un revolcón. —Y se dirigió hacia la puerta—. Sonríe para el simpático fotógrafo.

Mel Duffy entró caminando con pesadez y despidiendo un olor a aros de cebolla rebozados.

—Lali, estás fantástica. —Duffy examinó la habitación con la mirada y, a continuación, señaló la terraza—. Empecemos ahí fuera.

Minutos después, Lali y Peter estaban posando junto a la barandilla de la terraza, con el sol poniente y los brazos entrelazados alrededor de la cintura. Duffy tomó unos cuantos primeros planos de los novios riendo y contemplando el diamante de plástico, y después le sugirió a Peter que cogiera a la novia en brazos.

Justo lo que ella quería… Peter Lanzani sosteniéndola en vilo a una altura de treinta plantas.

Cuando él la levantó en brazos, la fina falda blanca giró flotando alrededor de ellos. Lali le hincó los dedos en el bíceps. Él la miró a los ojos con expresión embelesada. Ella deslizó la mano por el interior de la chaqueta de él y le devolvió el cariñoso gesto. Lali se preguntó cómo sería vivir sin fingir emociones que no sentía en absoluto. Al menos, en esta ocasión ella había elegido el camino a seguir y eso tenía que contar para algo.

Duffy cambió de posición.

—¿Qué tal un beso?

—Justo lo que yo estaba pensando. —La voz de Peter era puro sexo líquido.

Ella esbozó una dulce sonrisa.

—Esperaba que nos lo pidieras.

Peter inclinó la cabeza y, de golpe, Lali se vio transportada al pasado, al día de su primer beso en la pantalla.

Entonces ella estaba junto a otra barandilla, una que daba al río Chicago, cerca del puente de Michigan Avenue. Como era habitual, dedicarían los quince primeros días a rodar exteriores y después regresarían a Los Ángeles para filmar el resto de lo que sería su quinta temporada. Era un domingo por la mañana de finales de julio y la policía había acordonado la zona. Aunque soplaba una brisa procedente del lago, la temperatura había alcanzado los treinta y dos grados.

—¿Ya ha llegado Peter? —preguntó Jerry Clarke, el director.

—Todavía no —contestó su asistente.

Peter odiaba madrugar casi tanto como odiaba interpretar a Thiago, y Lali sabía que Jerry había asignado a uno de los asistentes de producción la tarea específica de despertarlo. Había transcurrido un año desde la desagradable noche del yate, pero Lali todavía no había perdonado a Peter lo que le había hecho, ni se había perdonado a ella misma por haberle permitido llegar tan lejos. Lo soportaba haciendo ver que no existía. Sólo cuando las cámaras empezaban a rodar y él se convertía en su Thiago Bedoya Agüero, con sus ojos amables e inteligentes y su expresión de interés y preocupación por ella, Lali dejaba a un lado sus defensas.

Aquel día la habían vestido con una camiseta ajustada, pero no demasiado ajustada, y una falda corta, pero no demasiado corta. Los productores habían empezado a permitir que le dieran a su cabello un tono más caoba, aunque ella seguía odiando los tirabuzones. La cadena no sólo era la propietaria de su pelo, sino también de todo lo demás. Su contrato le prohibía ponerse piercings, grabarse tatuajes, provocar escándalos sexuales y tomar drogas. Por lo visto, a Peter su contrato no le prohibía nada.

El director explotó con frustración.

—¡Que alguien vaya a buscar a ese bastardo!

—El bastardo está aquí mismo.

Peter apareció, con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios y unos ojos enrojecidos que no pegaban con su polo azul cielo, sus pantalones formales con raya y su reloj pijo.

—¿Has podido dar una ojeada al guión? —le preguntó Jerry con sarcasmo—. Hoy filmaremos el primer beso de Thiago y Marianella.

—Sí, ya lo he leído. —Peter lanzó la colilla entre las barras de la barandilla—. Acabemos con esta mierda.

Mientras seguía allí de pie, con su ropa de niña buena, Lali lo odió tanto que le ardió la sangre. ¡Durante los primeros años se había empeñado tanto en verlo como a un hombre taciturno y romántico que esperaba encontrar a la mujer adecuada para que lo salvara! Pero, en realidad, Peter sólo era una variedad común y corriente de serpiente, y ella era una imbécil por no haberse dado cuenta desde el primer momento.

Repasaron sus textos, se colocaron en sus puestos y las cámaras empezaron a filmar. Mientras Peter se transformaba en Thiago, Lali esperó a que la magia se produjera.



THIAGO (mirando a MARIANELLA con ternura): ¿Qué voy a hacer contigo, Marianella?

MARIANELLA: Podrías besarme. Pero sé que no quieres hacerlo. Sé que me dirás que soy…

THIAGO: Problemática.

MARIANELLA: No lo hago a propósito.

THIAGO: Ni yo querría que fueras de otra manera.

(THIAGO mira fijamente a los ojos a MARIANELLA y lentamente la besa.)



Lali sintió el duro tacto de los labios de Peter y la magia no funcionó. Los labios de Thiago deberían ser blandos y Thiago no debería saber a cigarrillos e insolencia. Lali se apartó de él.

—¡Corten! —gritó Jerry—. ¿Algún problema, Lali?

—Pues sí. —Peter miró a la cámara con el ceño fruncido—. Sólo son las ocho de la mañana.

—Repitamos la escena —ordenó el director.

Y la repitieron. Una vez, y otra y otra. Sólo se trataba de un simple beso fingido, pero por mucho que Lali lo intentara, no lograba convencerse de que era Thiago quien la besaba, y cada vez que sus labios y los de él se juntaban, sentía que se estaba humillando otra vez a sí misma.

Seis tomas más tarde, Peter se marchó hecho una furia mientras le gritaba a Lali que se apuntara a unas jodidas clases de interpretación. Ella, a su vez, le gritó que hiciera gárgaras con un jodido elixir bucal. Los miembros del equipo estaban acostumbrados a las explosiones de mal genio de Peter, pero no a que Lali reaccionara de esa manera, y ella se sintió avergonzada.

—Lo siento —murmuró—. No era mi intención descargar mi mal humor en vosotros.

El director convenció a Peter para que regresara. Entonces Lali buscó en su interior y, de algún modo, consiguió utilizar sus agitadas emociones para reflejar la confusión de Marianella. Al final, consiguieron una buena toma.

Y ahora allí estaba de nuevo, haciendo algo que nunca creyó que tendría que repetir: besar a Peter Lanzani.

La boca de Peter se unió a la de ella y esta vez sus labios eran suaves, como deberían haber sido los de Thiago. Lali empezó a retirarse mentalmente al lugar secreto en que solía esconderse años atrás. Pero algo iba mal. Peter ya no sabía a bares sórdidos y noches sin dormir. Sabía a limpio. No limpio como Pablo, un adicto a los caramelos de menta, sino limpio como…

Lali no sabía exactamente qué pasaba, pero sabía que no le gustaba. Ella quería que Peter fuera Peter. Quería el sabor amargo de su condescendencia, la ofensa de su desdén. Esto era lo que ella sabía manejar.

Esperó a que él intentara meterle la lengua hasta la garganta. No es que quisiera que lo hiciera, ¡por Dios, no!, pero al menos eso le resultaría familiar.

Peter le mordisqueó el labio inferior y, poco a poco, volvió a dejarla en el suelo.

—Bienvenida a la vida matrimonial, señora Lanzani —declaró con voz suave y tierna mientras su mano, escondida en los pliegues de la falda de Lali, le pellizcaba el trasero.

Ella sonrió aliviada. Por fin Peter actuaba como él mismo.

—Bienvenido a mi corazón… —dijo ella con igual ternura—, señor de Lali Esposito.

Y le dio un codazo por debajo de la chaqueta con tanta fuerza como pudo.

Continuará...

Capítulo 12


 
 
Cuando Duffy se marchó, había oscurecido y la dirección del hotel había deslizado un mensaje para ellos por debajo de la puerta. La centralita estaba colapsada de llamadas y una multitud de fotógrafos se había congregado en el exterior. Lali encendió el televisor y vio que la noticia de su boda se había hecho pública. Mientras Peter se cambiaba de ropa, ella se sentó en el borde del sofá mirando la televisión.

Todo el mundo estaba impactado.

Nadie se lo esperaba.

Como los periodistas sólo disponían de una información escueta, los programas del corazón rellenaban la historia con comentarios de supuestos expertos que no sabían absolutamente nada.

«Después del terrible final de su primer matrimonio, Lali ha vuelto al confort de lo que le resulta familiar.»

«Quizá Lanzani se ha cansado de su vida disoluta…»

«Pero ¿se ha reformado realmente? Lali es una mujer adinerada y…»

Peter salió del dormitorio vestido con unos vaqueros y una camiseta negra.

—Nos vamos esta noche.

Lali silenció el televisor.

—No me entusiasma mucho la idea de conducir hasta Los Ángeles con una manada de fotógrafos persiguiéndonos. Como diría la princesa Diana, «ya tengo bastante de eso».

—Ya me he ocupado de ese asunto.

—Pero si ni siquiera eres capaz de ocuparte de ti mismo.

—Te lo explicaré de otra manera: no pienso quedarme aquí. Puedes venir conmigo o explicarle a la prensa por qué tu recién estrenado marido se va solo.

Era evidente que Peter iba a ganar aquella batalla, así que Lali declaró con aire despectivo:

—Será mejor que sepas lo que haces.

Al final resultó que Peter sí tenía resuelta la situación. Una furgoneta con las ventanillas pintadas con publicidad de una fontanería los esperaba en la zona de mercancías del hotel. Peter metió las maletas en la parte trasera y le dio al conductor un par de billetes doblados. Después ayudó a Lali a subir, hizo lo propio y cerró la puerta.

El interior de la furgoneta olía a huevos podridos. Se acomodaron cerca de las puertas, doblaron las rodillas y apoyaron la espalda en las maletas.

—Supongo que no iremos así hasta Los Ángeles —comentó Lali.

—¿Siempre has sido tan quejica?

«Más o menos», pensó Lali. Al menos durante el último año. Pero eso iba a cambiar.

—Preocúpate de ti mismo.

La furgoneta se alejó del hotel y Lali chocó contra Peter. En eso se había convertido su vida. En escapar de Las Vegas ocultos en una furgoneta de fontanería. Lali apoyó la mejilla en las rodillas y cerró los ojos intentando no pensar en lo que le esperaba.



MARIANELLA: Yo nunca miro las estrellas.

THIAGO: ¿Por qué?

MARIANELLA: Porque me hacen sentirme pequeña. Más pequeña que un puntito. Preferiría meter la mano en una jaula de leones que mirar las estrellas.

THIAGO: Eso es absurdo. Las estrellas son bonitas.

MARIANELLA: Las estrellas son deprimentes. Yo quiero hacer grandes cosas en mi vida, pero ¿cómo puedo conseguirlo si las estrellas me recuerdan lo pequeña que soy en realidad?



Al cabo de un rato, la furgoneta salió de la carretera y se detuvo en un camino de tierra lleno de baches. Peter bajó y Lali asomó la cabeza. La noche era oscura como boca de lobo y estaban en medio de ninguna parte. Lali bajó y se dirigió con cautela a la parte frontal del vehículo. Los faros delanteros iluminaban un letrero de madera que indicaba: JEAN DRY LAKE. Junto a éste, un cartel anunciaba una especie de festival de lanzamiento de cohetes. Peter estaba hablando con el conductor de un sedán negro. Ella no quería hablar con nadie, así que no se acercó.

El conductor de la furgoneta pasó por su lado con las maletas.

—Me gustabas mucho en Thiago y Marianella —le dijo.

—Gracias.

Lali deseó que alguien le dijera que le había gustado en sus otras películas.

El conductor del sedán bajó y metió las maletas en el maletero. Los dos hombres subieron a la furgoneta y se marcharon. Ella y Peter se quedaron solos, con sólo el brillo del pelo de Peter a la luz de la luna.

—Contarán lo de nuestra huida —dijo Lali—. Sabes que sí. Ganarán un buen dinero por eso.

—Cuando salga a la luz, ya hará tiempo que estaremos en casa.

«Casa.» Lali no se imaginaba a los dos atrapados en su pequeña casa de alquiler. Tenía que encontrar otra y deprisa. Una casa grande para que no tuvieran que verse. Mientras abría la portezuela del coche, consultó su reloj: las dos de la madrugada. Sólo habían pasado doce horas desde que despertara para encontrarse inmersa en aquel desastre.

Peter se sentó al volante. Condujo deprisa, aunque no con temeridad.

—Un amigo mío llevará mi coche de regreso a Los Ángeles dentro de un par de días. Si tenemos suerte, no descubrirán que nos hemos ido del hotel hasta entonces.

—Necesitamos un lugar para vivir. Le diré a mi agente inmobiliario que encuentre algo deprisa.

—Viviremos en mi casa.

—¿Tu casa? Creía que estabas cuidando la casa de Gas en Malibú.

—Sólo voy allí cuando quiero escapar.

—¿Escapar de qué? —Lali se quitó las sandalias—. Espera. ¿No me dijo Gas que vivías en un apartamento?

—¿Tienes algo en contra de los apartamentos?

—Sí, que son pequeños.

—¿Siempre has sido tan esnob?

—Yo no soy esnob. Se trata de una cuestión de intimidad. De uno respecto al otro.

—Pues nos resultará un poco difícil, porque mi apartamento sólo tiene un dormitorio, aunque es bastante grande.

Lali le lanzó una mirada airada.

—De ningún modo viviremos en un apartamento de un solo dormitorio.

—Tú no tienes por qué hacerlo si no quieres, pero yo sí viviré allí.

Entonces ella lo entendió. Así era como él pensaba manejarlo todo. Sería a su manera o a la calle.

A Lali le dolía la cabeza, tenía tortícolis y no vio ninguna ventaja en discutir sobre aquella cuestión antes de llegar a Los Ángeles. Se volvió de lado y cerró los ojos. Tomar la decisión de asumir el control de su vida era la parte fácil. Llevarlo a cabo le resultaría mucho más complicado.





Despertó al amanecer. Se había dormido apoyada en la puerta del coche y se frotó la nuca. Estaban subiendo por una calle serpenteante de una zona residencial flanqueada por casas ocultas tras frondosos follajes. Peter la miró de reojo. Aparte de tener la barba más crecida, no mostraba signos de no haber dormido en toda la noche. Lali frunció el ceño.

—¿Dónde estamos?

—En las colinas de Hollywood.

Pasaron junto a un seto alto de ficus, tomaron otra curva y cogieron un camino entre dos pilares de piedra. Una gran casa de piedra y estuco rojizo de estilo colonial español apareció a la vista. Una buganvilla se enredaba alrededor de un saliente formado por seis ventanas en arco de estilo morisco y una trompeta trepadora subía por una torre redonda de dos plantas de altura que remataba un extremo de la casa.

—Sabía que me mentías respecto a lo del apartamento.

—Ésta es la casa de mi novia.

—¿Tu novia?

Peter paró delante de la casa y apagó el motor.

—Tienes que explicarle lo que ha sucedido. Todo irá mejor si se lo explicas tú personalmente.

—¿Quieres que le explique a tu novia por qué te has casado?

—¿Qué quieres, que se entere por los periódicos? ¿No crees que debería ser sensible con la mujer que amo?

—Tú no has amado a nadie en tu vida. ¿Y desde cuándo sales con una sola mujer?

—Siempre hay una primera vez.

Peter se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche.

Corrió detrás de él hacia el porche con arcos y suelo de baldosas azules y blancas que formaba la entrada de la casa. En un rincón, junto a tres columnas en espiral del mismo color rojizo que el estucado, había unas macetas de terracota de varios tamaños.

—No le contaremos a nadie la verdad acerca de nuestro matrimonio —susurró Lali—. Y menos a una mujer que va a experimentar una comprensible necesidad de venganza.

Peter subió los escalones del porche.

—Si va tan en serio conmigo como yo creo, mantendrá la boca cerrada y esperará hasta que todo termine.

—¿Y si no va en serio contigo?

Peter enarcó una ceja.

—Sé sincera, Mar. ¿Cuándo has visto que una mujer no vaya en serio conmigo?
 
Continuará...
 
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Mañana me voy a la playa con mi novio como ya les conté asique a partir de mañana hasta el día que vuelva subirá una amiga mía!!
 
Espero que no dejeis de leer y firmar
 
Besos y abrazos
 
@getcrazywithlip



3 comentarios:

  1. Ay! Esas dos fotos que pusiste me dio una nostalgia!. QUE GANAS QUE VUELVAN DIOOS!. Me encantaon los capítulos de hoy :)

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  2. geniaaaaal!! me encanta avisame cuando subas porfa!!! estoy re enganchada... pero estos dos se terminaran por enamorar y no tardaran mucho jajaja un beso @cf_planzani_cat

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  3. Me encanta estoy segura que terminaran bien
    Espero que te diviertas en la playa jaja
    Beso

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