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lunes, 29 de julio de 2013

Capítulo 29

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Lali odiaba las películas en las que lo único que tenía que hacer el héroe para que la heroína se olvidara de que estaba enfadada con él era besarla hasta hacerle perder el sentido. Ella no tenía intención de dejar a un lado sus quejas con tanta facilidad. De la misma manera que tampoco tenía la intención de renunciar a aquel agradable entretenimiento. Así que descargó su frustración en el beso. Hincó las uñas en la espalda desnuda de Peter y le clavó los dientes en el labio. A continuación, empujó su rodilla contra…

—¡Eh, cuidado! —murmuró él.

—Cállate y gánate el sustento.

A Peter no le gustó aquel comentario y lo siguiente que supo Lali era que tenía los pantalones del pijama en los tobillos. Volvió a levantar la rodilla, pero él se la cogió y, en un rápido movimiento, la separó de la otra y la sentó en la larga encimera de granito.

Para eso Peter sí era bueno. Lali cogió la cinturilla de sus bóxers, pero no pudo quitárselos. Él la soltó para ayudarla y ella resbaló de la encimera. Peter se libró de los calzoncillos de una patada y volvió a subirla a la encimera. Lali se desembarazó de él y se dirigió a la ducha de chorros múltiples y paredes de granito de color cobre. Convertir la práctica sexual en una lucha de poder no era la forma más madura de manejar una relación difícil, pero era lo único que tenía a mano en aquel momento.


—Pensándolo bien…

Peter entró en la ducha con ella.

Lali se quitó la camiseta del pijama.

—Abre el grifo a tope.

No tuvo que pedírselo dos veces y, en cuestión de segundos, el agua caliente golpeaba sus cuerpos.

Dos personas. Una ducha. Quería que Pablo se enterara.

Entonces él empezó a enjabonarle el cuerpo y Lali se olvidó de Pablo. Pechos, nalgas, muslos… Peter prestó atención a todas sus partes. Lali le quitó el jabón y le correspondió.

—Me estás matando —gruñó él.

—Ojalá. —Lali desplazó la mano al lugar donde produciría mayor efecto.

El agua resbaló por sus cuerpos. Peter se arrodilló y la tomó con su boca. Cuando ella estaba a punto de estallar, él se levantó, la apoyó en la mojada pared y la montó sobre él. Lali se agarró a sus hombros y hundió la cara en su cuello. Juntos jadearon y se contorsionaron cabalgando en la riada hasta el clímax.

—No me hables —dijo Lali después—. He pagado una buena cantidad de dinero por esto y no quiero que lo estropees.

Peter le mordió el lateral del cuello.

—Lo que tú digas, mami.

A pesar de su anterior decisión, ella acabó durmiendo en la cama de su marido, dando vueltas y más vueltas mientras él dormía tranquilamente, salvo durante otro combate de sexo que posiblemente inició ella, pero sólo para remediar su insomnio. Cuando terminaron, a Peter no le costó volver a dormirse, pero ella no tuvo tanta suerte. Bajó de la cama y se llevó el inacabado vaso de whisky de él a la torrecita. Se sentó en uno de los mullidos y cómodos sillones y contempló las sombras en las paredes. Los licores no le gustaban, pero el hielo hacía rato que debía de haber licuado el whisky, así que bebió un trago largo y se preparó para recibirlo en el estómago.

Y recibió algo… que no era whisky.

Lali olisqueó el vaso y lo agitó a la luz de la lámpara de la mesa. El resto del líquido tenía el suave color meloso del alcohol diluido, pero el sabor era distinto. Poco a poco, la explicación acudió a su mente… Peter y sus interminables vasos de whisky… No le extrañaba que nunca pareciera borracho. ¡Durante todo aquel tiempo había estado tomando té helado! Él ya se lo había dicho, pero a ella no le había pasado por la cabeza creerlo.

Apoyó la barbilla en las manos. Otro vicio que se iba por el retrete. Y no le gustó. Se suponía que Peter era un hombre de excesos. Sin sus vicios, ¿quién era él? La respuesta tardó en llegar: una versión sutilmente más peligrosa del hombre que siempre había sido. Un hombre que seguía demostrándole que no podía confiar en nada de lo que decía ni hacía.





Cande no podía dormir. ¡Tenía tanto que hacer! ¡Tantas personas de las que ocuparse! Las mujeres de la limpieza no podían ir a causa de la cuarentena, así que ella tenía que hacerlo todo. Preparar comidas, hacer camas, lavar toallas… Lali intentaría ayudarla, pero Cande dudaba que supiera el aspecto que tenía una lavadora y, mucho menos, cómo funcionaba.

Se levantó para hacer pipí. Solía dormir vestida con una camiseta y unas bragas, pero aquella noche también se había puesto unos pantalones de deporte. Cuando acabó en el váter, fue a ver cómo estaba Agus. Normalmente, tener a un tío durmiendo en su apartamento la habría sacado de quicio, pero con Agus era distinto. A Cande le gustaba que él le tuviera un poco de miedo, sobre todo porque era mayor que ella y muy inteligente. La vida le habría resultado más fácil si hubiera tenido un hermano como Agus. Ella siempre había querido tener un hermano mayor, alguien que se preocupara por ella.

Últimamente, Cande había estado demasiado ocupada para pensar en todo lo que le había contado a Lali, pero mientras estaba en el umbral de la puerta rodeada de un silencio absoluto, se dio cuenta de que no se sentía tan alterada como era de esperar. Consideraba a Lali su peor enemigo, pero Lali no la había considerado una persona horrible. Y si su peor enemigo no la había mirado como si estuviera sucia, quizás ella misma no debería mirarse de ese modo. Una cosa estaba clara: Cande ya no podía mentir acerca de su pasado o fingir que no había ocurrido, pues había soltado la verdad frente a la cámara. Además, por lo que ella sabía de Lali, seguro que lo colgaría en YouTube.

Pero ¿y qué si lo hacía?

Se quedó junto a la puerta un buen rato, pensando en todas las cosas por las que había pasado. Había sobrevivido, ¿no? Todavía estaba viva y tenía un trabajo estupendo. Si alguien la miraba por encima del hombro, ése era su problema, no el de ella. Durante todo aquel tiempo había intentado fingir que su pasado no había ocurrido, pero sí que había ocurrido, y ya debía de estar preparada para dejar de ocultarlo, si no, no se lo habría contado a Lali.

Contempló la librería donde guardaba los cuadernos de preparación para los exámenes de graduado escolar que Peter le había comprado. Él le había contado que mucha gente conseguía acceder a la universidad gracias a esos exámenes. Él mismo lo había hecho, aunque casi nadie sabía que había asistido a clases durante los últimos años. A Cande no le interesaba la universidad, pero sí la escuela de cocina, y necesitaba pasar los exámenes GED de graduado escolar para que la admitieran.

Debió de hacer más ruido del que creía, porque Agus se agitó. Cande deseó que dejara de ser tan tozudo. Si al menos la escuchara, seguro que ella podría conseguir que le gustara a Becky.

—¿Qué quieres? —gruñó él.

Ella se dirigió a la biblioteca.

—No puedo dormir. Necesito algo para leer.

—Cógelo y lárgate.

A Cande le gustaba que Agus hubiera empezado a hablar como una persona de verdad en lugar de un tío raro.

—Ésta es mi casa.

—Anda, vete a dormir, ¿quieres?

En lugar de coger un libro, Cande se sentó en el sillón que había delante de Agus y apoyó sus desnudos pies en el borde del asiento.

—¿Y si cogemos el SARS?

—Es muy improbable. —Se sentó, bostezó y se frotó un ojo. Estaba totalmente vestido; sólo se había quitado los zapatos—. Supongo que no estaría de más que esterilizaras los platos que utilicen Mery y Pablo.

Cande se rodeó las rodillas con los brazos.

—No puedo creer que Pablo Martínez y Mery Del Cerro estén en esta casa.

Agus se puso las gafas y se dirigió a la cocina. Cande lo siguió.

—El único famoso al que Peter invita con regularidad es Gaston, que es fantástico y todo lo que quieras, pero yo quiero conocer a otros famosos aparte de él. Ojalá el padre de Meg viniera algún día.

Él se sirvió un vaso de agua.

—¿Y qué me dices de Lali?

—¡Sí, como si ella me importara!

—Estás celosa.

—¡Yo no soy celosa! —Cande se volvió hacia la puerta—. Sólo creo que debería mostrarse más amable con Peter.

—Es él quien tiene que mostrarse más amable con ella. Lali es fantástica y él no la valora.

—Me voy a la cama. No te comas mi comida.

—¿Crees que puedo volver a dormirme, ahora que me has despertado?

—Es tu problema.

Al final, acabaron viendo una de las películas de Gaston. Cande ya la había visto tres veces, así que se durmió apoyada en uno de los brazos del sofá.

Por la mañana, cuando se despertó, vio que Agus se había dormido en el otro extremo del sofá. Durante unos instantes, permaneció inmóvil pensando en lo agradable que era sentirse segura.





Lali no se sentía capaz de enfrentarse a aquel día, así que cuando Peter, su marido no alcohólico, se levantó, ella siguió con la cara hundida en la almohada. Él abrió uno de los ventanales para que entrara el aire matutino y luego le dio unas palmaditas en el trasero, pero aun así ella no se movió. ¿Por qué apresurarse a iniciar un día que prometía ser espantosamente memorable?

Peter salió del dormitorio y Lali volvió a quedarse dormida, pero no le pareció que hubiera pasado mucho tiempo cuando él regresó.

—¿Tienes que hacer tanto ruido? —refunfuñó con la cara pegada a la almohada—. Me gusta que mis hombres sean sexys y silenciosos, ¿recuerdas?

—¿Lali?

Aquella voz titubeante no era la de Peter. No pertenecía a ningún hombre. Ella abrió los ojos de golpe. Se volvió y vio a Mery Del Cerro en el dormitorio, junto a la puerta del balcón. Iba vestida con la misma camiseta negra sin mangas y los mismos pantalones del día anterior, pero su aspecto seguía siendo fresco, incluso elegante. Había recogido su pelo liso y suave en un nudo informal en su nuca y se había aplicado una sombra de ojos oscura y un pintalabios color café claro. Sus sencillas joyas consistían en unos pendientes de aro de plata y un discreto anillo de boda también de plata.

—Son las ocho y media —dijo Mery—. Creía que ya te habrías levantado.

Lali parpadeó en dirección al sol y sacó su mano izquierda con su imponente anillo de diamante de debajo de la sábana.

—No quisiera ser descortés, Mery, pero sal de mi habitación.

—Esta conversación será buena para ti.

—No estoy de acuerdo. —Soltó la sábana de la parte inferior de la cama con los pies y la enrolló alrededor de su cuerpo desnudo—. No quiero mantener una conversación con ninguno de vosotros dos.

Mery fijó la mirada en su cuello.

—Estaremos atrapados en esta casa durante los próximos dos días. Todo resultará más cómodo si tú y yo aclaramos las cosas en privado antes de bajar.

—La comodidad no me importa en absoluto. —Lali arrugó la sábana entre sus pechos y, en aquel momento, Pablo entró por la puerta del balcón.

—Mery, ¿qué estás haciendo? —preguntó.

—Esperaba hablar con Lali a solas —contestó con calma—, pero ella tiene otras ideas.

—¡Como enviar vuestros dos culos por encima del balcón!

Pablo entrelazó su brazo con el de su esposa.

—Lali, dale una oportunidad a Mery.

Lali cogió otro puñado de sábana y se acercó a ellos indignada, intentando no tropezar.

—Ya le he dado a Mery un marido, por lo que, por cierto, me disculpo.

—¡Qué reunión más pervertida! —exclamó Peter desde la puerta que comunicaba con el pasillo—. ¿Puedo participar yo también?

—¡Échalos de aquí! —le ordenó Lali sujetando la sábana con más fuerza—. Lo haría yo, pero sólo tengo una mano libre.

Él se encogió de hombros.

—De acuerdo.

—Espera. —Mery alargó el brazo—. En estos momentos tú y yo tenemos que ser los más razonables, Peter. Lo único que yo quería era hablar con Lali sin que todo el mundo estuviera escuchándonos. Es una buena persona y yo quiero disculparme por haberla herido. Sé que esto le ayudará a dejar de lado la hostilidad que siente hacia nosotros y así podrá sanar su herida.

—¡Qué generosa! —exclamó Peter—. Seguro que si Lali sana su herida vosotros os sentiréis mucho mejor.

—No te metas con Mery. —Pablo tensó los músculos—. Lali, siempre has sido una persona razonable. Mery necesita hacer esto, y yo también, para que todos podamos seguir adelante.

Pablo fijó la mirada en el cuello de Lali.

Peter arqueó una ceja.

—Debo admitir que vosotros, que sois un par de payasos, habéis despertado mi curiosidad. Lali, ¿no te interesa oír lo que quieren decirte?

—Ayer por la noche ya oí lo que uno de ellos quería decirme, pero resulta que no quiero dar por terminado nuestro matrimonio y largarme a Tailandia con ellos para participar en una monumental operación fotográfica.

—Bromeas.

—No es como ella hace que parezca —contestó Mery—. Pablo y yo tenemos pensado realizar un viaje humanitario. Es preciso que todos empecemos a pensar globalmente en lugar de individualmente, Lali.

—Yo no estoy tan avanzada espiritualmente.

—Yo tampoco —añadió Peter—. Además, Lali y yo ya hemos planeado un viaje. A Haití. Para llevar suministros médicos.

Mery se mostró entusiasmada.

—¿De verdad? ¡Fantástico! Cualquier cosa que pueda hacer para ayudaros, comunicádmela.

—Empieza por salir de mi dormitorio —declaró Lali.

Mery estaba guapísima y dolida.

—Creo que eres una persona maravillosa, Lali, y lamento que te sientas tan herida.

—Yo no me siento herida, tía, sólo furiosa.

—Reconozco tu derecho a estar enfadada, Lali, y sé que lo que Pablo y yo te proponemos es una locura, pero hagámoslo de todas formas. Simplemente porque sí. Demostrémosle al mundo que las mujeres somos más razonables que los hombres.

—¡Yo no soy más razonable que los hombres! Tú y mi ex marido tuvisteis una aventura a mis espaldas. Además él le mintió a la prensa sobre mí, ¿y ahora queréis que vaya con vosotros a una especie de ménage à trois altruista? No cuentes conmigo.

Los ojos de cervatilla de Mery se derritieron convirtiéndose en insondables pozos de tristeza.

—Ya le dije a Pablo que estabas demasiado centrada en ti misma para acceder.

—Bien, creo que esto es todo. —Peter abrió las puertas del balcón de par en par—. Ha sido una visita maravillosa, pero ahora Lali tiene que vomitar.

Esta vez, Pablo y Mery cedieron.

—Divertida pareja —comentó Peter mientras cerraba los ventanales—. Un poco intensos, pero aun así son para desternillarse de risa.

Lali se dirigió al lavabo.

—Y aquí estoy yo, desnuda debajo de la sábana y con el pelo hecho un asco. Ni siquiera me he lavado los dientes. Mery puede sacar lo mejor de mí sin siquiera proponérselo.

—Debería haber sido más sensible con tu patética y baja autoestima —declaró él siguiéndola hasta el lavabo—. Me castigaré llevándote de nuevo a la cama y esforzándome mucho más en ser el hombre de tus fantasías sexuales.

—O no.

Lali contempló su reflejo en el espejo. No le extrañaba que no pararan de mirarle el cuello, pues tenía un enorme cardenal. Se lo rozó con la punta del dedo.

—Muchas gracias.

Peter deslizó su dedo por el hombro de Lali.

—Quería asegurarme de que Pablo no se olvidara de a quién perteneces.

Ella cogió su cepillo de dientes. Las mujeres no eran propiedad de nadie, y mucho menos ella. Aun así, era un bonito detalle que Peter hubiera pensado en aquel aspecto. Lo que no encontraba tan bonito era descubrir que tenía un vicio menos de los que le había hecho creer. Tendría que hablar con él sobre esa cuestión pronto.

Él le tendió la pasta de dientes.

—Ayer por la noche, cuando salí para ir a buscar a Mery, ella ya se dirigía a la casa mientras hablaba por el móvil. No puedo demostrarlo, pero creo que ya estaba hablando de la cuarentena con alguien.

—¿Antes de entrar en la casa? —preguntó Lali con la boca llena de dentífrico—. Pero eso no tiene sentido. Si ella ya sabía lo de la cuarentena, ¿por qué querría verse atrapada aquí dentro?

—Quizá porque se sentiría insegura si su marido se quedaba aislado dos días en el mismo lugar que su sexy ex esposa.

—¿De verdad? —Lali sonrió y soltó un bufido—. ¡De coña!

—Ya me avisarás cuando dejes de estar obsesionada con esos dos y empieces a vivir tu vida real, ¿de acuerdo?

Ella se enjuagó la boca.

—Estamos en Los Ángeles. Aquí la vida real es una ilusión.

—¡Peter! —gritó Cande desde el pie de las escaleras—. ¡Peter, ven deprisa! Hay una serpiente en la piscina. ¡Tienes que sacarla!

Él se estremeció.

—Haré ver que no he oído nada.

—Deberías obligar a Pablo y Mery a sacarla —comentó Lali mientras dejaba el cepillo de dientes en su lugar—. Probablemente se trate de un familiar suyo.

—¡Peter! —apremió Cande—. ¡Deprisa!

Lali se puso un albornoz y siguió a Peter hasta la piscina, donde había una serpiente de cascabel encima de una almohadilla de natación. No era grande, sólo debía de medir unos sesenta centímetros, pero aun así se trataba de una serpiente venenosa a la que, además, no le gustaba el agua.

Los gritos de Cande habían alertado al resto de invitados. Cuando Pablo y Mery llegaron, Peter cogió el recogedor de hojas y se lo ofreció a Pablo.

—Vamos, Pablo, impresiona a las mujeres.

—Yo paso.

—A mí no me mires —dijo Mery—. Tengo fobia a las serpientes.

—Yo las odio —dijo Cande con una mueca.

Lali alargó el brazo hacia Peter.

—¡Oh, vamos, dámelo a mí! Yo la sacaré.

—Buena chica. —Y le entregó el recogedor de hojas.

Justo cuando Lali lo cogía, apareció Gime seguida de Emi, quien cerró su móvil y corrió hasta el bordillo de la piscina con un sonoro traqueteo de los tacones de sus carísimas sandalias Gucci.

—¿Es una serpiente de cascabel?

—Sin duda. —Peter miró a Emi y extendió el brazo hacia Lali—. ¿Qué haces, cariño? Dame eso. No pienso permitir que juegues con una peligrosa serpiente.

Ella contuvo una sonrisa y le devolvió el recogedor. Él apretó los dientes con resignación y lo introdujo con cuidado en la piscina. Meg y Nico llegaron y, mientras observaban, Meg le dio algún que otro consejo. La serpiente siseó y se enroscó, pero al final Peter consiguió atraparla. Un charco de sudor se había formado entre las paletillas de Peter, quien, con los brazos bien extendidos llevó el recogedor hasta la parte trasera de la finca y echó la alimaña por encima del muro de piedra.

—¡Estupendo! —exclamó Emi—. Así, cuando haya crecido, se dirigirá directamente a mi jardín.

—Si lo hace, avísame —contestó Peter—. Iré a encargarme de ella para que no te moleste.

—Deberías haberla matado —comentó Pablo.

—¿Por qué? —replicó Meg—. ¿Porque estaba actuando como una serpiente?

Lali se dio cuenta de que tenía que aclarar algo y, como Emi estaba allí, bien podía aprovechar el momento, por inoportuno que pareciera.

—¿Sabes una cosa, Emi? La bebida que Peter siempre lleva en la mano es té helado.

Peter la miró como si se hubiera vuelto loca, y los demás también.

—Lo digo para que sepan que ya no eres un borracho —explicó ella con torpeza—. Hace cinco años que no fumas y el orégano de la cocina es orégano de verdad. En cuanto a las drogas… He encontrado algunos suplementos vitamínicos Flintstone para niños y Tylenol, pero…

—¡Yo no tomo complementos vitamínicos de esa marca!

—¡Bueno, pues complejos multivitamínicos One A Day o lo que sea! Si la gente sabe que ya no eres el imbécil de antes, puede que dejen de tratarme como si estuviera loca por haberme casado contigo. —Además, pensó, Emi podría estar más predispuesta a financiar La casa del árbol. Su nueva mente calculadora estaba en marcha.

Peter por fin reaccionó.

—Realmente fue una locura que te casaras conmigo, pero me alegro.

Se hicieron unas carantoñas de casados, aunque, por el ceño de Peter, Lali dedujo que no estaba muy contento con su iniciativa.

—¡Mi héroe! —exclamó dándole unas palmaditas en el pecho.

—Eres demasiado buena conmigo, cariño.

Gime les formuló a Pablo y Mery la pregunta que probablemente ocupaba el primer lugar en las mentes de todos.

—¿Cómo os encontráis vosotros? ¿Tenéis algún síntoma?

—Aparte del jetlag, estamos muy bien —contestó Mery.

Emi desplegó el móvil.

—Dadme una lista de todo lo que necesitéis. Uno de mis empleados lo conseguirá y lo llevará a la puerta del jardín.

Pablo le dio una palmada a Nico en la espalda.

—Es fantástico volver a verte. Por fin tenemos la oportunidad de ponernos al día.

Lali no se sentía con ánimos para seguir en aquella reunión, así que empezó a alejarse, pero la respuesta de su padre la paró en seco.

—Me temo que no tengo mucho que contarte últimamente, Pablo.

Pablo no supo qué responder.

—Nico… la separación ha sido dura para todos, pero…

—¿Ah, sí? Tal como yo lo veo, más que nada ha sido dura para Lali. Tú pareces estar bastante bien.

Pablo parecía acongojado y Mery arrugó la frente. Lali se sintió emocionada.

—Es igual, papá. No importa.

—Pues a mí sí me importa —replicó él.

Y se marchó.

Peter sonrió.

—No lo entiendo. ¡Papá estaba de tan buen humor ayer por la noche, cuando hacíamos planes para ir a pescar juntos!

Lali estudió su rostro. ¿Desde cuándo Peter Lanzani se había convertido en alguien en quien ella podía confiar? En cuanto a su padre… ¿le había hecho un desaire a Pablo por respeto a ella o sólo para salvar su propio orgullo?

Después dedicó más tiempo del habitual a arreglarse el pelo y maquillarse, pero se vistió con unos simples vaqueros y una sencilla camiseta blanca para que no pareciera que se estaba esforzando demasiado en tener buen aspecto. Cuando bajó las escaleras, los invitados estaban hablando por sus móviles mientras picaban de un surtido de cereales y bollos. Cande estaba frente a los fogones, cocinando huevos a petición de los huéspedes. Pablo le pidió la clara revuelta de dos huevos. A su lado, Mery interrumpió su conversación telefónica para pedirle que calentara agua para su infusión de hierbas. Un helicóptero zumbó por encima de la finca. Lali vio que Nico estaba en el porche hablando con alguien por el móvil. Gime estaba sentada en el comedor con una libreta delante y el móvil pegado a la oreja. Emi escribió con determinación una nota recordatoria para sí misma en el margen de la portada de Los Ángeles Times, y Meg, sentada en un taburete, hacía lo que podía para convencer a su madre de que se encontraba bien.

Peter llegó del garaje con una caja de agua embotellada. Oyó que un segundo helicóptero se unía al primero volando en círculos sobre la casa y levantó la vista hacia el techo.

—No hay mejor negocio que el negocio del espectáculo.

Los rumores se habían extendido más deprisa de lo que Lali esperaba. Se imaginó a un fotógrafo colgando de los patines del helicóptero, con el objetivo dirigido hacia la casa, dispuesto a arriesgar su vida para conseguir la primera imagen de ella con Pablo y Mery. ¿Qué valdría una foto como ésa? Como mínimo, un cheque de seis cifras.

Lali se sirvió una taza de café y salió al porche. Allí, el ruido de los helicópteros se oía más fuerte. Al verla acercarse, su padre, que estaba apoyado en una de las columnas en espiral, terminó su conferencia telefónica. Se estudiaron el uno al otro. Los ojos de él se veían cansados tras sus gafas sin montura. Quizá las cosas habían sido más fáciles entre ellos cuando Lali era pequeña, pero ella no lo recordaba así. De todas maneras, él había sido un viudo de veinticinco años que había tenido que criar solo a una hija. Lali cogió la taza de café con ambas manos.

—¿Todavía sigues firmando autógrafos como si fueras Richard Gere?

—Ayer mismo firmé uno.

Nico había empezado a recibir ese tipo de peticiones cuando su pelo se volvió entrecano. Al principio les explicaba que él no era Gere, pero la gente no siempre lo creía y algunos incluso realizaban comentarios acerca de lo engreídos que eran los famosos. Al final, Nico decidió que no le hacía a Gere ningún favor cabreando a sus fans, así que empezó a firmar autógrafos en su nombre.

—Seguro que era una mujer —comentó Lali—, y seguro que le encantaste en Oficial y caballero. La gente tendría que superar esa película. La verdad es que no fue tu mejor interpretación.

—Es cierto. Convenientemente, se olvidan de Infidelidad y de La gran estafa.

—¿Y qué me dices de Chicago?

—O Las dos caras de la verdad.

—No, me temo que en ésa Ed Norton te superó.

Nico sonrió y los dos guardaron silencio, pues la fuente neutral de conversación se había agotado. Lali dejó la taza en una de las mesas de azulejos y se esforzó en actuar como una persona madura.

—Te agradezco lo que le has dicho a Pablo antes, pero vosotros tenéis vuestra propia relación. No estaría bien que yo os la estropeara.

—¿De verdad crees que voy a estar a gusto con él después de lo que te hizo?

Claro que no, su padre se preocupaba demasiado por la imagen de su hija para dejarse ver con Pablo Martínez. Un sesgado rayo de sol envió una ráfaga plateada sobre su pelo.

—Antes has realizado una emocionante defensa de Peter —comentó—, pero dudo que nadie te haya creído. ¿Qué haces con él, Lali? Explícamelo para que pueda entenderlo. Explícame cómo pudiste enamorarte de repente de un hombre al que detestabas. Un hombre que ha…

—Peter es mi marido, no quiero oírte hablar así de él.

Pero estaban hablando sin tapujos y Nico se acercó a su hija.

—Esperaba que, a estas alturas, por fin te hubieras dado cuenta del tipo de hombre que te conviene.

—¿Qué quieres decir con «por fin»? Ya me había dado cuenta antes, ¿recuerdas? Pero aquel matrimonio no fue exactamente un éxito.

—Pablo nunca fue el hombre adecuado para ti.

Era culpa de los helicópteros. Hacían tanto ruido que habían distorsionado las palabras de Nico.

—¿Perdona?

Él apartó la mirada.

—Apoyé tu decisión de casarte con Pablo aunque sabía que nunca te haría feliz, pero no pienso volver a hacerlo. En público diré lo correcto, pero en privado te diré la verdad. No pienso volver a fingir contigo.

—¡Alto ahí! ¿Qué me estás diciendo? Fuiste tú quien me presentó a Pablo. Te encantaba.

—No como marido, pero tú no querías oír ni una crítica acerca de él.

—Nunca me dijiste que no te gustaba, sólo que no tenía tantos registros como yo, con lo que, una vez más, dabas a entender que yo tenía que centrarme más.

—Eso no es lo que yo quería decir, Lali, en absoluto. Pablo es un actor correcto, ha encontrado su nicho y es lo bastante listo para quedarse en él, pero nunca ha tenido una identidad propia. Él depende de la gente que lo rodea para definir quién es. Hasta que te conoció, apenas había leído nada. Eres tú quien consiguió que se interesara por la música, la danza, el arte… incluso por los sucesos de la actualidad. Su capacidad para absorber la personalidad de otras personas le ayuda a ser un buen actor, pero no lo convierte en un buen marido.

Eso era, casi con exactitud, lo mismo que le había dicho Peter.

—Nunca soporté tu forma de comportarte cuando estabas junto a él —continuó Nico—, como si te sintieras agradecida de que él te hubiera elegido, cuando debería haber sido lo contrario. Él se alimentaba de esa actitud tuya. Se alimentaba de ti, de tu sentido del humor, de tu curiosidad, de tu forma desenvuelta de relacionarte con los demás… A él, todo eso no le sale con naturalidad.

—No me lo puedo creer… ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me dijiste lo que sentías respecto a él?

—Porque cada vez que lo intentaba, me volvías la espalda. Tú lo adorabas, y nada de lo que yo dijera podía cambiar eso. Además ya había suficiente tensión entre nosotros a causa de tu carrera. ¿Qué habría conseguido criticándolo, sino que sintieras más resentimiento hacia mí?

—Deberías haberme contado la verdad. Yo siempre he creído que te interesabas más por él que por mí.

—A ti te gusta pensar lo peor de mí.

—¡Tú me culpaste del divorcio!

—Yo nunca te culpé, pero sí que te culpo ahora por casarte con Peter Lanzani. De todos los hombres estúpidos…

—¡Para! No sigas por ahí.

Lali se presionó las sienes con los dedos. Se sentía agotada. ¿Su padre le estaba contando la verdad o intentaba reescribir la historia para mantener la ilusión de su propia omnipotencia?

Varios teléfonos sonaban en el interior de la casa y Lali oyó que el intercomunicador de la puerta del jardín emitía su zumbido característico. Llegó un tercer helicóptero y voló más bajo que los otros.

—Esto es una locura. —Lali hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Ya hablaremos de esto más tarde.

Continuará...

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Capítulo laaargo, firmen y tienen 2 más hoy!!!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

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