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miércoles, 3 de julio de 2013

Capítulo 2



Deseó poder arrancarse la piel y cambiarla por otra. Ya no quería ser Lali Esposito. Quería ser una persona con dignidad y merecedora de respeto.

Oculta tras los cristales tintados de su Prius, se enjugó la nariz con el dorso de la mano. Hubo un tiempo en que hacía reír a la gente, pero ahora, a pesar de todos sus esfuerzos en contra, se había convertido en la imagen misma del sufrimiento y la humillación. El único consuelo que había tenido desde el hundimiento de su matrimonio era saber que los paparazzi nunca, en ningún momento, la habían fotografiado con la cabeza baja. Incluso el peor día de su vida, aquel en que su esposo la había dejado por Mery Del Cerro, había conseguido esbozar una de las sonrisas características de Marianella Rinaldi y adoptar una pose de chica mona para los chacales que la acosaban. Pero ahora le habían robado sus últimos vestigios de orgullo. Y Peter Lanzani lo había presenciado.

Se le hizo un nudo en el estómago. Lo había visto por última vez en una fiesta unos dos años atrás. Él estaba rodeado de mujeres, lo que no constituía ninguna sorpresa. Ella se había ido de la fiesta de inmediato.

Sonó una bocina. No podía enfrentarse a su casa vacía ni a la lastimosa diversión pública en que se había convertido su vida, así que se dirigió a la casa de su viejo amigo Gaston Dalmau, en la playa de Malibú. Aunque llevaba conduciendo una hora, el ritmo de su corazón no había disminuido. Poco a poco, había perdido las dos cosas que más le importaban, su esposo y su orgullo. Tres cosas, si incluía la gradual desintegración de su carrera. Y ahora aquello. Mery Del Cerro llevaba en sus entrañas el hijo que Lali tanto había deseado.

Gaston abrió la puerta.

—¿Estás loca?

La agarró de la muñeca, la hizo entrar en el fresco y sombreado vestíbulo y asomó la cabeza al exterior, pero la entrada en ele de su casa ofrecía suficiente intimidad para ocultarla a la vista de los periodistas que estaban aparcando en el arcén de la carretera de la costa del Pacífico.

—Es seguro —declaró ella un tanto irónicamente, pues nada parecía seguro en aquellos días.

Él se pasó la mano por su rapada cabeza.

—Esta noche, en E! News ya estaremos casados y tú estarás embarazada.

¡Si tan sólo fuera verdad!, pensó ella mientras lo seguía al interior de la casa.

Hacía catorce años que conocía a Gaston. Lo conoció durante el rodaje de Thiago y Marianella, cuando él representaba a Harry, el amigo bobo de Thiago, pero Gaston hacía mucho tiempo que había dejado de representar papeles secundarios para protagonizar una serie de comedias escatológicas pensadas para chicos de dieciocho años. Las últimas Navidades, ella le había regalado una camiseta con la leyenda: «Me encantan los chistes de pedos.»

Aunque apenas medía un metro setenta, Gaston tenía un cuerpo bonito y bien proporcionado, así como unas facciones un poco torcidas que lo convertían en la persona idónea para encarnar al perdedor tontorrón que salía airoso de todas las situaciones.

—No debería haber venido —dijo Lali sin hablar en serio.

Gaston silenció la retransmisión del partido de béisbol que estaba viendo en su televisor de plasma y, al ver el aspecto de Lali, frunció el ceño. Ella sabía que había perdido más peso del que su esbelto cuerpo de bailarina podía permitirse, pero eran los disgustos, no la anorexia, lo que le encogía el estómago.

—¿Hay alguna razón por la que no me hayas devuelto mis dos últimas llamadas? —preguntó Gaston.

Ella empezó a quitarse las gafas de sol, pero entonces cambió de idea. Nadie quería ver las lágrimas de un payaso, ni siquiera el mejor amigo del payaso.

—La verdad es que estoy demasiado absorta en mí misma para preocuparme por nadie más.

—No es cierto. —La voz de Gaston se suavizó con ternura—. Tienes pinta de necesitar una copa.

—No hay suficiente alcohol en el mundo para… Vale, de acuerdo.

—No oigo ningún helicóptero. Sentémonos en la terraza. Prepararé unos margaritas.

Gaston desapareció en el interior de la cocina. Lali se quitó las gafas de sol y atravesó con pesadumbre el suelo de terrazo moteado hasta el lavabo para arreglar los daños resultantes del ataque de los paparazzi.

Debido a su pérdida de peso, su cara redonda había empezado a hundirse por debajo de los pómulos y, si su boca no fuera tan ancha, sus grandes ojos se habrían comido su cara. Colocó un mechón de su pelo liso y moreno detrás de la oreja. En un intento por animarse y suavizar sus nuevas y angulosas facciones, se había hecho un moderno corte de pelo, escalado y curvo junto a las mejillas y con un flequillo largo y desigual. En los días de Thiago y Marianella se había visto obligada a llevar su negro pelo continuamente permanentado y teñido de un ridículo tono zanahoria, porque los productores querían sacar provecho de su súper éxito como protagonista de la reposición de Broadway de Annie. Aquel peinado humillante también había enfatizado el contraste entre su imagen de chica divertida y la de tío guapo de Thiago Bedoya Agüero.

Lali siempre se había sentido acomplejada por sus mejillas de muñeca de porcelana, sus ojos castaños y saltones y su boca enorme. Por un lado, sus poco convencionales facciones le habían proporcionado fama, pero en una ciudad como Hollywood, donde hasta las cajeras de los supermercados eran auténticos monumentos, no ser guapa constituía toda una prueba. Claro que ahora eso ya no le importaba, pero mientras estuvo casada con Pablo Martínez, la superestrella del cine de acción y aventuras, desde luego que le importó.

El agotamiento se apoderó de ella. Hacía seis meses que no asistía a sus clases de baile y le costaba un gran esfuerzo levantarse de la cama.

Arregló lo mejor que pudo los desperfectos del maquillaje de sus ojos y regresó al salón. Gaston acababa de mudarse a aquella casa, que había decorado con muebles de los años cincuenta. Debía de estar rememorando el pasado, porque encima de la mesilla auxiliar del sofá había un libro sobre la historia de la comedia televisiva norteamericana. En la página abierta, la fotografía del reparto de Thiago y Marianella le devolvió la mirada y Lali miró hacia otro lado.

En la terraza, unas macetas blancas de estuco con frondosas plantas verdes de hoja perenne proporcionaban un muro de privacidad frente a los posibles mirones que pasearan por la playa. Lali se quitó las sandalias y se dejó caer en una tumbona estampada con franjas azules y marrones. El océano se extendía al otro lado de la barandilla tubular blanca. Unos cuantos surferos habían braceado más allá de donde rompían las olas, pero el mar estaba demasiado calmado para conseguir un deslizamiento decente y sus tablas cabeceaban en el agua como fetos flotando en el líquido amniótico.

Un pinchazo de dolor le cortó la respiración. Pablo y ella habían sido una pareja de cuento de hadas. Él era el viril príncipe que, detrás del aspecto de patito feo de Lali, había visto la hermosa alma que habitaba en su interior. Ella era la adorable esposa que le había dado el sólido amor que él necesitaba. Durante los dos años de cortejo y el año de matrimonio que duró su relación, los periodistas los siguieron a todas partes, pero, aun así, ella no estaba preparada para la histeria que se desató cuando Pablo la dejó por Mery Del Cerro.

En privado, ella se quedaba tumbada en la cama, incapaz de moverse. En público exhibía una sonrisa estampada en su cara. Sin embargo, por muy alta que mantuviera la cabeza, las historias compasivas que se contaban sobre ella empeoraban cada vez más.

La prensa amarilla clamaba:

«A la animosa Lali se le ha roto el corazón.»

«La valerosa Lali quiere suicidarse tras oír las declaraciones de Pablo: "Nunca supe lo que era el amor verdadero hasta que conocí a Mery Del Cerro."»

«¡Lali se consume! Sus amigos temen por su vida.»

Aunque la carrera cinematográfica de Pablo era mucho más exitosa que la de ella, Lali seguía siendo Marianella Rinaldi, la novia de Norteamérica, y la opinión pública se volvió contra él por abandonar a un querido icono de la televisión. Pablo lanzó su propio contraataque: «Fuentes anónimas declaran que Pablo ansiaba tener hijos, pero que Lali estaba demasiado volcada en su carrera para dedicar tiempo a una familia.»

Lali nunca le perdonaría esa mentira.

Gaston salió a la terraza llevando una bandeja de cuero blanco con dos vasos de margarita y una jarra medio llena. Con toda galantería, ignoró las lágrimas que resbalaban por debajo de las gafas de sol de Lali.

—El bar está oficialmente abierto.

—Gracias, colega.

Lali cogió el cóctel helado y, cuando Gaston se giró para dejar la bandeja en la mesa de la blanca terraza, se enjugó las lágrimas. No podía contarle lo de la ecografía. Ni siquiera sus mejores amigas sabían lo que significaba para ella tener un hijo. Ese dolor lo había mantenido en secreto. Un secreto que las fotografías que acababan de tomarle expondrían al mundo.

—El viernes pasado terminamos la grabación de Concurso de baile —explicó Lali—. Otro desastre.

No podía afrontar tres fracasos de taquilla seguidos y eso era lo que tendría cuando se estrenara Concurso de baile. Dejó el vaso en el suelo sin probarlo.

—Mi padre está furioso por los seis meses de vacaciones que me he tomado —dijo ella.

Gaston se sentó en una silla tulipán de plástico moldeado.

—Has estado trabajando prácticamente desde que saliste del útero. Nico tiene que permitirte holgazanear un poco.

—Ya, como que eso va a suceder.

—Ya sabes lo que opino respecto a su forma de presionarte —comentó él—. No pienso decir nada más sobre ese asunto.

—No lo hagas.

Ella conocía de sobra la generalmente acertada opinión de Gaston sobre la difícil relación que ella mantenía con su padre. Lali dobló las piernas y se las rodeó con los brazos contra el estómago.

—Diviérteme con algún buen cotilleo.

—Mi coprotagonista está cada día más loca. Si alguna vez se me ocurre grabar otra película con esa mujer, mátame. —Gas movió su silla para que su cabeza rapada quedara en la sombra—. ¿Sabías que ella y Peter habían salido juntos?

A Lali se le encogió el estómago.

—Son tal para cual.

—Él está cuidando la casa…

Lali levantó una mano.

—Para. No soporto hablar de Peter Lanzani. Y menos hoy.

Peter podría haberla visto morir aplastada aquella tarde y ni siquiera se le habría borrado la sonrisa de la cara. ¡Dios, cuánto lo odiaba! Incluso después de tantos años.

Afortunadamente, Gas cambió de tema sin formular ninguna pregunta acerca de Peter.

—Ya viste el sondeo de opinión de USA Today de la semana pasada, ¿no? Aquel sobre las protagonistas de comedia favoritas. Marianella Rinaldi es la tercera después de Lucy y Mary Tyler Moore. Incluso has desbancado a Barbara Eden.

Lali había leído el resultado de la encuesta, pero la dejó indiferente.

—Odio a Marianella Rinaldi.

—Pues eres la única. Marianella es un icono. No quererla es antiamericano.

—Hace ocho años que la serie dejó de emitirse. ¿Por qué no se olvidan de ella?

—Quizá las continuas reposiciones que se emiten por todo el mundo tengan algo que ver.

Lali se subió las gafas de sol.

—Cuando la serie empezó yo era una niña, sólo tenía quince años. Y apenas tenía veintitrés cuando se dejó de rodar.

Gas se dio cuenta de que Lali tenía los ojos rojos, pero no comentó nada.

—Marianella Rinaldi no tiene edad. Es la mejor amiga de cualquier mujer y la virgen favorita de cualquier hombre.

—Pero yo no soy Marianella Rinaldi, sino Lali Esposito. Mi vida me pertenece a mí, no al mundo.

—¡Pues te deseo buena suerte!

No podía seguir haciendo aquello, pensó Lali: reaccionar una y otra vez a las fuerzas externas, incapaz de actuar por sí misma; siguiendo siempre las sugerencias de los demás, nunca las suyas propias. Apretó más las rodillas contra el pecho y examinó los arco iris que había pedido a la pedicura que le pintara en las uñas de los pies en un vano intento por animarse.

Si no lo hacía en aquel momento, no lo haría nunca.

—Gas, ¿qué te parecería si tú y yo viviéramos un pequeño… un gran romance?

—¿Un romance?

—Sí, nosotros dos. —No podía mirarlo a la cara, así qué mantuvo la vista clavada en los arco iris—. Nos enamoraríamos muy públicamente. Y quizá… Gas, llevo dándole vueltas a esto mucho tiempo… Sé que pensarás que es una locura. Y lo es. Pero… si no detestas la idea, he pensado que… al menos podríamos considerar la posibilidad de… casarnos.

—¿Casarnos?

Gas se puso en pie de golpe. Aunque era uno de sus amigos más queridos, Lali se sonrojó. De todos modos, ¿qué era otro momento humillante en un año lleno de ellos? Lali se soltó las piernas.

—Sé que no debería soltártelo así, sin más. Y también sé que es una idea rara. Muy rara. Cuando se me ocurrió, yo también lo pensé, pero después la analicé objetivamente y no me pareció tan horrible.

—Lali, yo soy gay.

—Se rumorea que eres gay.

—Sí, pero en la vida real también lo soy.

—Pero estás tan metido en el armario que prácticamente nadie lo sabe. —Deslizó las piernas por el lado de la tumbona y el arañazo reciente de su tobillo le escoció—. Eso acabaría con los rumores. Enfréntate a ello, Gas. Si se enteran de que eres homosexual, será el fin de tu carrera.

—Ya lo sé. —Se frotó la cabeza rapada con la mano—. Lali, tu vida es un circo y, por mucho que te adore, no quiero verme arrastrado a la pista central.

—Ésta es la idea: si tú y yo estamos juntos, el circo se acabará.

Él volvió a sentarse y ella se acercó y se arrodilló a su lado.

—Gas, sólo piénsalo. Siempre nos hemos llevado bien. Podríamos vivir nuestras vidas como quisiéramos, sin interferir en la del otro. Piensa en toda la libertad que tendrías… que tendríamos los dos. —Apoyó la mejilla en la rodilla de Gas un segundo y después se sentó a su lado—. Tú y yo no somos una pareja llamativa como lo éramos Pablo y yo. Gaston y Lali serían un matrimonio aburrido y, después de un par de meses, la prensa nos dejaría en paz. Viviríamos por debajo del radar. Tú no tendrías que seguir saliendo con todas esas mujeres por las que has fingido sentir interés. Podrías verte con quien quisieras. Nuestro matrimonio sería la tapadera perfecta para ti.

Y para ella sería la manera de conseguir que el mundo dejara de compadecerla. Por un lado recuperaría su dignidad pública y, por el otro, su matrimonio constituiría una especie de póliza de seguros que evitaría que volviera a lanzarse por un precipicio emocional a causa de un hombre.

—Piénsalo, Gas. Por favor. —Tenía que dejar que él se hiciera a la idea antes de mencionar a los niños—. Piensa en lo liberador que sería.

—No pienso casarme contigo.

—Yo tampoco —declaró una voz terriblemente familiar desde el otro lado de la terraza—. Antes dejaría de beber.

Continuará...

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Por cierto, decidí que una de las otras dos opciones que puse para subir de novelas la voy a poner para descargar, solo diganme cual y la subo!!
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Besos y abrazos ♥
5 COMENTARIOS PARA SUBIR EL CAPÍTULO 3!!!!

3 comentarios:

  1. Aiii me re copa esta novee! ya quiero mas! :) :) :) inee! :)

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  2. Me encantaaaa!!! Espero el proximo capituloo!!! Me encanta la noveeee! Sube mas cuando puedas porfaaa!!!

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  3. Me esta gustando bastante la nove
    Pobre Lali
    Y para mi que la otra voz es la de Peter
    Gracias por subir
    Beso

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