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martes, 23 de julio de 2013

Capítulo 17

 

 
Lali se mantuvo fuera de la vista mientras Agus supervisaba a los hombres de las mudanzas que descargaban sus cosas. A última hora de la tarde, Agus ya había montado el despacho de Lali y ella había sacado la ropa de las cajas que llenaban su dormitorio, aunque sólo contenían su ropa de uso diario. Cuando Agus se fue, las paredes se cernieron sobre ella. Aunque su Prius estaba aparcado en el camino de entrada, no podía ir sola a ningún lugar, al menos no el cuarto día de su matrimonio, pues todos los fotógrafos de la ciudad estaban apostados enfrente de la casa. Decidió intentar leer.

Mucho más tarde, Peter la encontró junto a las puertas del balcón de su dormitorio, animándose interiormente acerca de aspectos como la independencia y la propia identidad.

—Vayamos a la playa —propuso él—. Aquí me estoy volviendo loco.

—Pronto habrá oscurecido.

—¿Y a quién le importa? —Se frotó la rubia barba de varios días con los nudillos—. Ya me he fumado dos paquetes de cigarrillos. Tengo que salir de aquí.

Ella también, aunque tuviera que hacerlo con él.

—¿Has estado bebiendo?

—¡Mierda, no! Pero me pondré a beber si sigo atrapado aquí mucho tiempo más. ¿Quieres venir o no?

—Dame veinte minutos.

En cuanto Peter salió de la habitación, Lali consultó el apartado «Superinformal» de la carpeta de anillas que Agus mantenía al día con fotografías de toda la ropa de Lali junto con instrucciones de April sobre cómo combinarla. Quizás algún día Lali podría disfrutar del lujo de salir de casa sin tener que preocuparse acerca de su aspecto, pero de momento no podía permitírselo. Eligió sus vaqueros Rock & Republic, una camiseta de tirantes ajustada y un sencillo jersey Michael Kors sobre el que April había anotado que «armonizará el conjunto».

Lali era capaz de vestirse sola, pero April tenía mucho mejor gusto que ella. El público no tenía ni idea de lo perdidas que estaban respecto a la moda la mayoría de las famosas y de lo mucho que dependían de sus estilistas. Lali siempre le estaría agradecida a April por seguir aconsejándola.

Los paparazzi los esperaban en la entrada de la casa como una jauría de perros hambrientos. Cuando Peter arrancó el coche, los fotógrafos se precipitaron sobre su Audi. Peter maniobró entre ellos, pero enseguida media docena de todoterrenos negros lo siguieron en fila.

—Me siento como si estuviéramos encabezando un cortejo fúnebre —comentó Lali—. Sólo por una vez me gustaría poder salir de casa sin arreglarme el pelo y sin maquillaje e ir a algún lugar sin que me fotografiaran.

Peter miró por el retrovisor.

—No hay nada más patético que un famoso quejándose de los infortunios de la fama.

—Yo llevo soportando esta situación desde que Pablo y yo empezamos a salir, mientras que tú sólo has tenido que aguantarlo durante unos días.

—A mí también me fotografían.

—Los vídeos de sexo no cuentan. Ya veremos lo contento que estarás dentro de un par de meses.

Peter se detuvo ante un stop y casi los golpearon por detrás, así que Lali dejó que se concentrara en la conducción.

El tráfico sólo era moderadamente espantoso y el séquito los siguió hasta Malibú. Unos cuantos todoterrenos más se incorporaron a la procesión fúnebre, aunque los paparazzi seguramente ya habían deducido que Peter se dirigía a una de las playas semiprivadas de la zona.

A quienes visitaban por primera vez Malibú siempre les sorprendía ver largos tramos de carretera bordeados de garajes privados que formaban una sólida pared que restringía el acceso a la playa a todos, salvo a los pocos privilegiados que vivían en aquellas casas. Peter aparcó delante de uno de los garajes de color pardo, un poco más allá de la casa de Gaston. Segundos después, atravesaban la antigua casa de la playa de Gas, la que él había puesto a la venta.

La noche era un verdadero cliché romántico. La luz de la luna teñía de escarcha las crestas de las olas y el oleaje lamía la orilla. La fría arena se filtró entre los dedos de los pies de Lali. Lo único que le faltaba era el hombre correcto. Se acordó del fragmento de conversación que había oído mantener a Peter con aquella misteriosa Caitlin y se preguntó cuánto tardaría en verse involucrada en otro escándalo relacionado con otra mujer.

Conforme se acercaban a la orilla, Peter aminoró el paso. Un rayo de luna infundió un tono plateado a sus pestañas.

—Tienes razón, Marianella —dijo Peter—. La noche del yate me comporté como un gilipollas y te pido perdón.

Ella nunca le había oído disculparse por nada, pero guardaba en su interior demasiado dolor y vergüenza para que unas pocas palabras produjeran algún cambio.

—Disculpa no aceptada.

—Está bien.

Lali esperó unos minutos.

—¿Eso es todo?

Él introdujo las manos en los bolsillos.

—No sé qué más decir. Sucedió y no me siento orgulloso de ello.

—Querías aliviarte —declaró ella con amargura—, y allí estaba yo, convenientemente situada delante de ti.

—Espera. —A diferencia de Lali, él no llevaba puesto ningún jersey y la brisa marina pegó la camiseta a su pecho—. Podría haberme aliviado con cualquiera de las mujeres que había en el yate aquella noche. Y no estoy siendo arrogante. Simplemente, es la verdad.

Una ola salpicó los tobillos de Lali.

—Pero no lo hiciste con ninguna de ellas, sino que elegiste a la boba aquí presente.

—Tú no eras boba, sólo inocente.

Lali necesitaba preguntarle algo, pero no quería mirarlo a la cara, así que se agachó para recogerse los vaqueros.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué crees que lo hice? —Peter cogió una piedra de la playa y la arrojó al agua—. Quería ponerte en tu lugar. Hacerte bajar unos cuantos peldaños. Demostrarte que, aunque tu padre se asegurara de que figurabas la primera en el reparto y obtenías el mejor sueldo, yo podía someterte a mi voluntad.

Lali se incorporó.

—¡Qué amable!

—Tú lo has preguntado.

El hecho de que, por fin, se hubiera responsabilizado de su mal comportamiento le hizo sentirse un poco mejor. No tanto como para perdonarlo, pero sí lo suficiente como para poder coexistir con él mientras estuvieran atrapados en aquella farsa de matrimonio. Reiniciaron el paseo.

—Hace años que ocurrió. —Lali rodeó una tortuga de arena que debían de haber hecho unos niños—. No ha habido daños duraderos.

—Tú eras virgen. No me tragué esa chorrada que me soltaste acerca de que te habías acostado con un hombre mayor.

—Era Hugh Grant —contestó ella.

—¡Qué más quisieras!

Lali cogió un mechón de pelo que tenía suelto y se lo remetió detrás de la oreja.

—Hugh me dijo que estuve sublime. ¡No! Espera. Ése fue Colin Firth. Siempre confundo a los británicos mayores con los que me he acostado.

—Es un problema común.

Peter lanzó otra piedra al agua.

Lali contempló la única estrella que brillaba en aquellos momentos en el cielo. El año anterior, durante una fiesta en una playa, alguien le había contado que no se trataba de una estrella, sino de la Estación Espacial Internacional.

—¿Quién es ella?

—¿Quién?

—La mujer con la que hablabas en susurros por el móvil esta mañana.

—Tienes unas orejas muy grandes.

—Para pillarte engañándome.

—¿No te parece que es un poco pronto para que te engañe? Aunque tienes que admitir que, de momento, la luna de miel ha sido un auténtico desastre.

Lali hundió los talones en la arena.

—Cuando se trata de vicios, nunca te subestimo.

—Veo que has espabilado.

—No era sólo el sexo, Peter, sino todo. Tuviste la oportunidad de tu vida con Thiago y Marianella y la tiraste por la borda. No supiste valorar lo que tenías.

—Valoré lo que me proporcionó: coches, mujeres, alcohol, drogas… Tenía ropa de diseño gratis, una colección de Rolex, grandes casas donde podía vivir con mis colegas. Me lo pasé de miedo.

—Ya me di cuenta.

—De pequeño me enseñaron que si tenías dinero, lo gastabas. Disfruté de cada segundo de aquella época.

Pero consiguió su placer a costa de muchas otras personas. Lali se arremangó el jersey.

—Mucha gente pagó un alto precio por tu diversión. Los actores, el equipo…

—Sí, bueno, ahí me has pillado.

—Tú también pagaste un precio.

—Pero no me oirás quejarme por ello.

—No, no te lo permitirías.

Peter levantó la cabeza.

—¡Mierda!

—¿Qué…?

De repente la estrechó entre sus brazos y le dio un apasionado beso en la boca. Deslizó una mano por debajo de su camiseta hasta la parte baja de su espalda y, con la otra, la agarró por la cadera. Una ola llegó hasta ellos y la espuma se arremolinó entre sus tobillos. Un momento perfecto de pasión a la luz de la luna.

—¡Cámaras!

Peter pronunció la palabra junto a los labios de Lali, como si ella no lo hubiera deducido por sí misma.

Lali le rodeó el cuello con los brazos e inclinó la cabeza. ¿De verdad creían que podrían gozar de un poco de intimidad aunque estuvieran en una playa supuestamente privada? Los chacales siempre encontraban una forma de acceder a aquellos lugares. Lali se preguntó qué podían captar las imágenes. Todo.

Su beso se volvió más intenso. Más profundo. Los pechos de Lali se aplastaron contra el torso masculino y ella sintió un cosquilleo en los pezones. Y también percibió que el miembro de Peter se endurecía.

Él deslizó el pulgar por el trasero de Lali e introdujo el muslo entre sus piernas.

—Ahora te voy a manosear por arriba.

Su mano se deslizó por encima de las costillas hasta el pecho. La mano que ningún fotógrafo podía ver. La acarició a través del sujetador y una indecente oleada de excitación recorrió el cuerpo de Lali. ¡Hacía tanto tiempo! Y aquello era seguro, porque era falso y porque sólo llegaría hasta donde ella lo permitiera.

Los dedos de Peter siguieron el contorno abultado de los pechos de Lali por encima de las cazoletas del sujetador y él le susurró junto a los labios:

—Cuando dejemos de jugar, te follaré tan fuerte y profundo que no querrás que acabe nunca.

Sus rudas palabras enviaron una oleada de calor por el cuerpo de Lali y ella no se sintió nada culpable. No los unía una relación personal. Aquello era puramente físico. Peter podía ser un prostituto al que ella hubiera contratado para pasar la noche.

Sin embargo, los prostitutos regresaban a sus casas cuando terminaban el trabajo, así que Lali se separó a desgana de aquellos brazos musculosos.

—Ya está bien. Me aburro.

Los dedos de Peter acariciaron su erecto pezón antes de apartarse de ella.

—Sí, ya lo noto.

La brisa nocturna erizó el vello de la nuca de Lali dejando un rastro de carne de gallina a su paso. Se ciñó el jersey contra el cuerpo.

—Bueno, no eres ni mucho menos Hugh Grant, pero desde luego tu técnica ha mejorado desde los viejos y horribles días de entonces.

—Me alegra oírlo.

A Lali no le gustó el tono sedoso de su voz.

—Regresemos —dijo—. Me está entrando frío.

—Yo puedo solucionarlo.

Ella hubiera apostado a que sí que podía. Apretó el paso y dijo:

—Respecto a la mujer con que hablabas antes por el móvil…

—¿Ahora volvemos a ese tema?

—Debes saber que… si muero mientras estamos casados, todo mi dinero irá a la beneficencia o a mi padre.

Peter se detuvo de repente.

—No veo la conexión.

—Tú no obtendrías ni un centavo. —Lali caminó todavía más deprisa—. No estoy acusando a nadie, sólo dejando las cosas claras por si a ti y a la amiga con que hablabas por teléfono se os ocurre pensar en lo bien que os lo pasaríais viviendo de mi dinero.

Lali se estaba poniendo chula deliberadamente para molestarlo. De todas formas, Peter estaba arruinado y no tenía moral, así que ella se sintió mucho mejor después de dejarle claro que confabular su muerte prematura no le reportaría ningún beneficio.


Peter se le acercó levantando arena con los talones por la rapidez con que avanzaba.

—Eres una imbécil.

—Sólo me estoy cubriendo las espaldas.

Él la cogió de la mano, más como un carcelero que como un amante.

—Para tu información, no había ninguna cámara, sólo quería pasármelo bien.

—Pues para tu información… yo también sabía que no había ninguna cámara, sólo quería pasármelo bien. —Lali no sabía que no había ningún fotógrafo, pero debería haberlo supuesto.

La brisa soplaba y las olas rompían en la orilla. Ella no había terminado de meterse con él, así que se inclinó sobre su brazo.

—Thiago y Marianella juntos a la luz de la luna. ¡Qué romántico!

Él contraatacó silbando Tomorrow, de la película Annie, como solía hacer cuando quería cabrearla.



A la mañana siguiente, Lali esperó hasta que oyó a Peter entrar en el gimnasio. Entonces se dirigió al salón, cogió la llave que le había visto guardar en un cuenco de bronce situado en una estantería y se dirigió al despacho de Peter, en la casa de invitados. Todavía no se había acostumbrado a la idea de que Peter tuviera un despacho en lugar de dirigir sus negocios desde el taburete de un bar.

Mientras avanzaba por el camino de grava, pensó en lo distinto que había sido el embate sexual de Peter comparado con su experiencia con Pablo. Su ex marido quería que ella fuera la seductora y eso era, exactamente, lo que ella había intentado ser. Leyó una docena de manuales sobre sexo y se compró la lencería más erótica que encontró, por muy incómoda que fuera. Realizó stripteases que le hicieron sentirse como una estúpida, le susurró vergonzantes fantasías masculinas al oído e intentó encontrar lugares imaginativos para hacer el amor a fin de que Pablo no se aburriera. Él parecía valorar sus esfuerzos y siempre dijo que se sentía satisfecho, pero era evidente que se había quedado corta, si no él no la habría dejado por Mery Del Cerro.

Lali se había esforzado muchísimo sólo para conseguir un fracaso. El sexo podía resultar fácil para algunas mujeres, pero a ella siempre le había parecido complicado, y sólo pensar en el actual dilema con Peter le revolvía el estómago. Peter no renunciaría al sexo. O lo tenía con ella o con otra. O con ambas.

Lali se había prometido enfrentarse a los problemas cara a cara, pero sólo llevaban casados cinco días y ella necesitaba más tiempo para decidirse respecto a aquella cuestión.

Abrió la puerta del despacho y encendió el ordenador. Mientras esperaba a que se iniciara el sistema, examinó las estanterías. Tenía que averiguar si el espectáculo de reencuentro era sólo imaginación de Peter o algo tangible.

Encontró una variada colección de libros y un montón de guiones de todo tipo, pero ninguno para un espectáculo de reencuentro de Thiago y Marianella. También encontró un surtido de DVD que iban desde Toro salvaje hasta uno titulado Sex Trek: La próxima penetración. Las vitrinas de los archivadores estaban cerradas con llave, pero su escritorio no, y allí, debajo de una botella de whisky, encontró la caja de un manuscrito. Estaba cerrada con cinta adhesiva. En la etiqueta ponía: «Thiago y Marianella: El reencuentro.»

Se quedó boquiabierta. Ella creía que Peter se lo había inventado para pincharla. Él sabía que grabar un espectáculo de reencuentro constituiría un gran retroceso en la carrera de Lali, así que, ¿cómo esperaba convencerla para que accediera a ello?

A Lali no le gustó la única respuesta que se le ocurrió. Chantaje. Podía amenazarla con romper el matrimonio si ella no apoyaba el proyecto. Sin embargo, separarse de ella implicaría cerrar el grifo del dinero que ella le daba, además de que quedaría como un capullo. Aunque eso, seguramente, no le importaría. Aun así… Lali recordó la forma de comportarse de Peter cuando se les había acercado Emi Keene en el Ivy. Quizás a Peter le importaba más su imagen de lo que había dejado entrever.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Lali levantó la cabeza de golpe y vio a Cande junto a la puerta. Parecía la hija natural de Martha Stewart y Joey Ramone. Su uniforme de ama de llaves de aquel día consistía en unos vaqueros que parecían un colador, una camiseta sin mangas de color verde aceituna y unas chanclas negras. Lali cerró el cajón con el pie. Como no se le ocurrió ninguna excusa razonable, decidió darle la vuelta a la tortilla.

—Aún mejor: ¿qué estás haciendo tú aquí?

Los ojos enmarcados en negro de Cande se entornaron con hostilidad.

—A Peter no le gusta que entren desconocidos en su despacho. No deberías estar aquí.

—Yo no soy una desconocida. Soy su esposa. —Palabras que nunca habría imaginado que saldrían de su boca.

—Él ni siquiera deja entrar aquí a las mujeres de la limpieza. —Cande levantó la barbilla—. Sólo me deja entrar a mí.

—Tú eres muy fiel. Por cierto, ¿a qué se debe tanta lealtad?

Cande sacó una escoba de un armario.

—Es mi trabajo.

Ahora Lali no podía fisgonear en el ordenador, así que se dispuso a marcharse. Sin embargo, al levantarse se fijó en una cámara de vídeo que había en una esquina del escritorio. Cande empezó a barrer el suelo. Lali examinó la cámara y descubrió que Peter había borrado el vulgar encuentro sexual que debía de haber filmado la última vez que utilizó la cámara.

Cande dejó de barrer.

—No toques eso.

Lali enfocó impulsivamente a Cande con la cámara y pulsó el botón de grabación.

—¿Por qué te importa tanto que coja la cámara?

Cande apretó el mango de la escoba contra su pecho.

—¿Qué estás haciendo?

—Siento curiosidad por tu lealtad.

—¡Apaga eso!

Lali filmó un primer plano de Cande. Detrás de sus piercings y su ceño fruncido, tenía unas facciones delicadas, casi frágiles. Se había recogido el pelo de un lado con un pequeño pasador plateado y el del otro lado le salía disparado como una cresta por encima de la oreja. La independencia y hostilidad de aquella chica le fascinaban. Lali no se imaginaba lo libre que debía de sentirse una al importarle tan poco lo que opinaran los demás.

—Creo que debes de ser la única persona en Los Ángeles a quien no le gustan las cámaras —declaró—. ¿No aspiras a ser actriz? Ésa es la razón por la que la mayoría de las jóvenes vienen a esta ciudad.

—¿Yo? No. ¿Y cómo sabes que no he vivido siempre aquí?

—Es sólo una impresión. —A través del visor, Lali percibió la tensión que atenazaba las comisuras de su pequeña boca—. La mayoría de las jóvenes veinteañeras se aburrirían en un trabajo como el tuyo.

Cande cogió el palo de la escoba con más fuerza, casi como si se tratara de un arma.

—A mí me gusta mi trabajo. Tú probablemente crees que el trabajo doméstico no es importante.

Lali repitió las palabras de su padre.

—Yo creo que un trabajo es lo que las personas hacen de él.

La cámara había modificado sutilmente la relación que había entre ellas y por primera vez Cande parecía insegura.

—La gente debería hacer lo que es buena haciendo —dijo la chica por fin—. Y yo soy buena haciendo esto. —Intentó volver a barrer, pero la cámara le molestaba—. ¡Apaga eso!

—¿Cómo ha ocurrido? —Lali salió de detrás del escritorio para mantenerla enfocada—. ¿Cómo has aprendido a llevar una casa siendo tan joven?

Cande empezó a barrer un rincón de la habitación.

—Simplemente aprendí.

Lali esperó y, para su sorpresa, la otra continuó.

—Mi madrastra trabajaba en un motel a las afueras de Barstow. Doce habitaciones y la cafetería. ¿Vas a apagar eso de una vez?

—Dentro de un minuto.

Las cámaras hacían que algunas personas se encerraran en sí mismas y que otras se volvieran comunicativas. Por lo visto, Cande era una de estas últimas. Lali avanzó otro paso.

—¿Tú también trabajabas allí?

—A veces. A mi madrastra le gustaba irse de juerga y no siempre volvía a casa a tiempo para ir a trabajar. En esos casos, yo me saltaba el colegio e iba en su lugar.

Aprovechando que dominaba la situación, Lali accionó el zoom centrándolo en la cara.

—¿Cuántos años tenías entonces?

—No lo sé. Once, más o menos. —Volvió a barrer el rincón que acababa de barrer—. Al dueño del motel no le importaba los años que tuviera siempre que el trabajo se hiciera, y yo lo hacía mejor que mi madrastra.

La cámara registraba datos, no juzgaba el hecho de que una niña de once años trabajara.

—¿Cómo te sentías al tener que saltarte las clases del colegio? —Se encendió la luz de batería baja.

Cande se encogió de hombros.

—Necesitábamos el dinero.

—El trabajo debía de ser duro.

—Había cosas buenas.

—¿Como qué?

Ella seguía barriendo el mismo rincón.

—No lo sé.

Apoyó la escoba en la pared y cogió un trapo.

Lali la animó a seguir con un comentario amable.

—No puedo imaginarme muchas cosas buenas en esa situación.

Cande pasó el trapo por una estantería.

—A veces, una familia con niños alquilaba una habitación. Algunos días pedían pizzas o llevaban hamburguesas a la habitación y los niños ensuciaban la alfombra. Por la mañana, la habitación estaba hecha un auténtico asco. —Se dedicó a limpiar el mismo libro que acababa de limpiar—. Había comida y basura por todas partes. Las sábanas estaban por el suelo y las toallas sucias. Pero, cuando yo había acabado, todo estaba limpio y ordenado otra vez. —Se irguió y dejó el trapo—. ¡Esto es una gilipollez y yo tengo trabajo! Volveré cuando te hayas ido.

Y salió indignada de la habitación justo cuando la cámara se quedó sin batería.

Lali soltó el aliento que había estado conteniendo. Si no la hubiera estado grabando, Cande nunca le habría contado tantas cosas. Mientras sacaba la cinta de la cámara y se la metía en el bolsillo, experimentó la misma clase de excitación que sentía cuando una escena difícil le salía bordada.





Para cenar, Lali se encontró con el bocadillo más desagradable que quepa imaginar, una monstruosidad formada por grandes rebanadas de pan, gruesos trozos de bistec, ríos de mayonesa y varias lonchas de queso. Lali lo apartó a un lado, se preparó un bocadillo normal y se lo comió a solas en el porche. No vio a Peter en lo que quedaba de día.

Al día siguiente, Agus le llevó el último ejemplar de la revista Flash. Una de las fotografías que les tomó Mel Duffy en el balcón del Bellagio ocupaba la portada junto con unos llamativos titulares:



¡LA BODA QUE IMPACTÓ AL MUNDO!

FOTOS EXCLUSIVAS DE LA FELIZ

LUNA DE MIEL DE THIAGO Y MARIANELLA



En la imagen, Peter la tenía en brazos, la falda blanca y vaporosa de Lali caía sobre sus mangas y los dos se miraban con ardor a los ojos. La fotografía de su boda con Pablo también había ocupado la portada de aquella revista, pero los recién casados genuinos no parecían tan enamorados como los falsos.

Lali debería haberse sentido satisfecha. Nada de titulares lastimeros, sólo reportajes de felicidad suprema.



Los fans de Lali Esposito se quedaron atónitos por su sorprendente escapada a Las Vegas con Peter Lanzani, el chico malo que protagonizó con ella Thiago y Marianella. «Hace meses que salen juntos en secreto», declaró April Robillar Patriot, la amiga del alma de Lali. «Están rebosantes de felicidad y todos estamos muy contentos por ellos.»



Lali envió un agradecimiento silencioso a April y leyó por encima el resto del artículo.



… Su publicista desmiente los rumores de una enconada enemistad entre los protagonistas de Thiago y Marianella. «Nunca fueron enemigos. Peter hace tiempo que se enmendó.»



¡Menuda mentira!



Sus amigos dicen que tienen mucho en común…



Como no fuera el odio mutuo que se profesaban, a Lali no se le ocurría nada más. Dejó la revista a un lado.

Como no tenía nada productivo que hacer, fue al salón y arrancó unas cuantas hojas secas del limonero que había en un tiesto. Con el rabillo del ojo, vio que Peter entraba en la cocina. Seguramente para rellenar su copa. No quería que él creyera que lo estaba evitando de una forma deliberada, aunque fuera cierto, así que sacó el móvil de su bolsillo y le telefoneó.

—Ganaste la casa en una partida de póquer, ¿no es así? Eso explicaría muchas cosas.

—¿Como qué?

—La bonita decoración, el precioso jardín, los libros con palabras en lugar de sólo imágenes. Pero no importa… Thiago y Marianella tienen que hacer otra aparición pública hoy. ¿Qué tal un paseo y un café?

—Por mí, bien.

Peter entró en el salón con el móvil pegado a la oreja. Iba vestido con unos vaqueros y una vieja camiseta de Nirvana.

—¿Por qué me telefoneas en lugar de hablarme directamente?

Lali cambió de oreja el teléfono.

—He decidido que nos comunicamos mejor a distancia.

—¿Desde cuándo lo has decidido? Ah, sí, ya me acuerdo. Desde hace dos noches, cuando te besé en la playa. —Se apoyó en el marco de la puerta y la miró seductoramente de arriba abajo—. Lo sé por tu forma de mirarme. Te excito y eso te saca de quicio.

—Tú eres guapo y yo un poco putilla, así que ¿cómo resistirme? —Lali se acercó más el teléfono a la oreja—. Por suerte, tu personalidad anula por completo el efecto. La razón de que te haya telefoneado…

—En lugar de cruzar la habitación y hablarme cara a cara…

—… es que lo nuestro es una relación de negocios.

—¿Desde cuándo un matrimonio es una relación de negocios?

Eso la enfureció y Lali cerró el móvil.

—Desde que me embaucaste para que te pagara cincuenta mil dólares mensuales.

—Buena observación. —Peter guardó su móvil en un bolsillo y se acercó con calma a Lali—. He oído decir que el Perdedor no te dio ni un centavo por el divorcio.

Lali podría haber conseguido que Pablo le pagara millones como compensación, pero ¿para qué? Ella no quería su dinero, lo quería a él.

—¿Quién necesita más dinero? ¡Ups… tú!

—Tengo que realizar unas llamadas —dijo Peter—. Dame media hora. —Introdujo la mano en el bolsillo de sus vaqueros—. Una cosa más… —Le lanzó a Lali un estuche—. Lo he comprado por cien pavos en eBay. Tienes que admitir que parece auténtico.

Ella abrió el estuche: contenía un anillo con un diamante cuadrado de tres quilates.

—¡Uau! Un diamante falso a juego con un marido falso. A mí ya me vale. —Se puso el anillo.

—Esta piedra es más grande que la que te regaló el Perdedor, el muy tacaño.

—Sí, pero el suyo era auténtico.

—¿Como sus votos matrimoniales?

Una parte de Lali se autoengañaba y todavía quería creer lo mejor del hombre que la había abandonado, pero reprimió la necesidad que experimentaba de salir en defensa de Pablo.

—Lo guardaré siempre, como un tesoro —dijo lentamente mientras pasaba junto a Peter camino de las escaleras.

Lali consultó el archivador de tres anillas de April y eligió unos pantalones de popelina y una camiseta fruncida de color verde musgo con mangas cortitas y abombadas. También se puso unas manoletinas de Tory Burch, pero renunció al bolso de diseño de tres mil dólares que April recomendaba. Las fans no eran conscientes de que los bolsos obscenamente caros que las famosas utilizaban con tanta ligereza eran regalos de los diseñadores, y Lali estaba harta de formar parte de la conspiración concebida para que las mujeres corrientes se gastaran montones de dinero en el bolso que reemplazarían por otro el bolso antes incluso de que les cargaran el precio del primero en la cuenta. En su lugar, sacó del armario un bolso divertido y original que Sasha le había regalado el año anterior.

Lali se arregló el pelo, se retocó el maquillaje y, cuando bajó las escaleras y vio a Peter vestido con los mismos vaqueros y la misma camiseta de Nirvana que llevaba antes, tuvo que tragarse su resentimiento. Por lo visto, Peter no había hecho nada para presentarse ante los fotógrafos y, aún más enervante, no necesitaba hacer nada. Su barba de varios días resultaba tan fotogénica como su pelo encrespado y despeinado. Otro signo de la conspiración hollywoodiense contra las mujeres famosas.

Él señaló la tarjeta que colgaba de un espléndido ramo de flores que había encima de la cómoda.

—¿Desde cuándo Emi Keene y tú sois tan buenas amigas?

—¿Es de ella?

—Nos desea lo mejor. Corrígeme si me equivoco, pero parece sentir un interés especial por ti.

—Apenas la conozco.

Eso era verdad, aunque en una ocasión Emi le había telefoneado para aconsejarle que no se involucrara en cierto proyecto. Lali siguió su consejo y, efectivamente, la película tuvo problemas financieros y el rodaje se abandonó sin poder terminarla. Como Vortex no estaba implicada en el proyecto y Emi no ganaba nada con el consejo, a Lali le intrigó su interés por ella.

—Supongo que se siente vinculada conmigo por el año que estuvo trabajando como ayudante de producción en Thiago y Marianella.

Peter dejó la tarjeta sobre la cómoda.

—Pues no parece sentirse nada vinculada conmigo.

—Porque yo fui amable con ella.

Lali apenas se acordaba de la Emi de aquellos días, pero sí de la costumbre de Peter de hacerle la vida difícil a los miembros del equipo.

—De una modesta ayudante de producción a la jefa de Vortex Studios en catorce años —declaró Peter—. ¡Quién lo habría dicho!

—Por lo visto, tú no. —Y lo obsequió con su sonrisa más burlona—. Cosechar lo que uno ha sembrado es un asco.

—Eso parece. —Peter se puso unas RayBan negras de cristal reflector devastadoramente sexys—. Salgamos a enseñar tu anillo al público norteamericano.

Posaron para los paparazzi en la entrada del Cofee Bean & Tea Leaf, en el Beverly Boulevard. Peter la besó en el pelo y sonrió a los fotógrafos.

—¡A que es guapa! Soy el tío más afortunado del mundo.

Después del horrible año cargado de humillaciones públicas, sus fingidas palabras de adoración fueron como un bálsamo para la magullada alma de Lali. Qué patético, ¿no? Ella le dio un pisotón como respuesta.
 
Continuará...
 
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Hooooooola adivinen quien es?? soy yoo!! ah jajajaja!!
 
Ya volví de la playa y me lo pasé muy bien!!
 
Vengo con las pilas cargadas y un AVISO: El 15 de agosto me vuelvo a ir a la playa pero esta vez 15 días y me encantaría terminar la novela antes de irme asique a partir de mañana subiré 2 capítulo tooodos los días!
 
Y.... GRACIAS AMIGUCHA ERES LA MEJOR Y SABES QUE TE QUIERO!!!
 
Besos y abrazos ♥
 
@getcrazywithlip



3 comentarios:

  1. Me encantaaaaa!! Es super original tu historia! Peter es un estupido y lali no se salva... Pero la chispa ya se va encendiendo... Bah ya lo estaba pero el beso... La excitacion... Laliter se acerca!! Un beso @cf_planzani_cat

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  2. Volviste!! Que bueno que te lo hayas pasado de miedo
    Me encanta esta nove
    Van avansando poco a poco

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  3. Volviiiisteeee..me encanta la nove ..bue el beso aunque ellos lo piensan no me pareció mentira...jeje...ya quieroo maas..@pl_mialma

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