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domingo, 14 de julio de 2013

Capítulo 10



 




—¡Mierda! —exclamó él ahora, de vuelta en la sala de la suite.

Lali dio un brinco. Tardó unos instantes en reconciliar la imagen del gilipollas joven y obsesionado con el sexo con el gilipollas adulto y saludable que se dirigía hacia ella. Llevaba puesto un albornoz del hotel y tenía el pelo húmedo de la ducha. Por encima de todo, Lali quería vengar a su yo de dieciocho años.

La expresión de Peter fue extrañamente sombría mientras se ceñía el cinturón del albornoz. El reloj marcó las dos, lo que significaba que ya había transcurrido la mitad de aquel asqueroso día.

—Por casualidad no habrás visto un condón en la papelera.

Lali se salpicó la mano con el café caliente y su corazón se detuvo. Corrió al dormitorio y rebuscó con urgencia en la papelera, pero allí sólo estaban sus bragas. Volvió al salón. Peter levantó la taza de café en dirección a ella.

—Confío en que te habrás hecho pruebas desde la última vez que te acostaste con el cerdo de tu ex marido.

—¿Yo? —Deseó tirarle otro zapato, pero no encontró ninguno—. Tú follas con cualquier cosa que camine. Prostitutas, strippers, ¡chulos de piscina!

«Vírgenes de dieciocho años con fantasías equivocadas.»

—¡Yo no he follado con un chulo de piscina en toda mi vida!

Peter era notoriamente heterosexual, pero teniendo en cuenta su naturaleza hedonista, Lali estaba convencida de que si no lo había hecho, era sólo por despiste.

Él emprendió la contraofensiva.

—Yo siempre he mantenido mi maquinaria en perfecto funcionamiento y estoy más limpio que una patena. Claro que yo nunca me he acostado con Pablo el Perdedor ni con ninguno de esos peleles por los que lo hayas reemplazado.

Ella no podía creérselo.

—¿Así que la golfa soy yo? ¡Tú no has dormido sólo desde que tenías catorce años, ¿verdad?!

—Y yo apuesto a que tú sigues haciéndolo. Treinta y un años. ¿Ya has ido al psiquiatra?

Debido a la sobreprotección de su padre, ella solo se había acostado con cuatro hombres, pero como Peter había sido, por decirlo de alguna manera, su primer amante y, por lo visto, también el último, lo de aquella noche no influía en el conteo global.

—Yo sólo he tenido diez amantes, así que tú te quedas con el trofeo de la golfería. Y también estoy limpia como una patena. Y ahora, lárgate de aquí. Esto nunca ha ocurrido.

Pero el carrito de la comida había llamado la atención de Peter.

—Se han olvidado los bloodymarys. ¡Mierda! —Empezó a destapar las bandejas—. Ayer por la noche fuiste una auténtica descarriada. Tus garras en mi espalda, tus rugidos en mi oído… —Al sentarse, el albornoz se abrió mostrando un musculoso muslo—. Vaya cosas me pediste que te hiciera… —Pinchó un trozo de mango con un tenedor—. Hasta yo me sentí abochornado.

—No te acuerdas de nada.

—No mucho.

Ella quería pedirle que le contara exactamente lo que recordaba. Conociéndolo, podía haberla violado, pero, de algún modo, eso no le parecía tan horrible como haberse entregado voluntariamente a él. Se sintió mareada y se dejó caer en una silla.

—Me llamaste tu semental salvaje —continuó él—. De eso me acuerdo seguro.

—Pues yo estoy segura de que no te acuerdas de nada.

Tenía que averiguar qué había ocurrido, pero ¿cómo podía conseguir que él se lo contara? Peter empezó a comer una tortilla y Lali intentó estabilizar su estómago con un trozo de bollo. Él cogió el pimentero.

—Así que… estás tomando la pastilla, ¿no?

Ella dejó caer el bollo y se levantó de un brinco.

—¡Oh, Dios…!

Peter dejó de masticar.

—Lali…

—Quizá no pasó nada. —Lali se llevó los dedos a los labios—. Quizás estábamos tan colocados que nos dormimos sin más.

Él se levantó de golpe.

—¿Me estás diciendo que…?

—Todo saldrá bien. Tiene que salir bien. —Lali empezó a caminar de un lado a otro—. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidades hay? No es posible que me haya quedado embarazada.

Los ojos de Peter adoptaron una expresión enloquecida.

—¡Podrías estarlo si no estás tomando la pastilla!

—Si… si lo estuviera… Bueno… yo… yo lo daría en adopción. Sé que resultará difícil encontrar a alguien tan desesperado como para adoptar a un bebé con lengua viperina y cola, pero creo que lo conseguiré.

Las mejillas de Peter recobraron el color. Volvió a sentarse y cogió la taza de café.

—Una representación estelar.

—Gracias.

Su réplica podía considerarse infantil, pero le levantó el ánimo y así pudo comer una fresa. Sin embargo, se imaginó el cálido peso del bebé que nunca tendría y no pudo seguir comiendo.

Él se sirvió otro café. El antagonismo que sentía hacia aquel hombre se clavó en el corazón de Lali. Era la primera vez que experimentaba unos sentimientos tan intensos desde el colapso de su matrimonio.

Peter dejó su servilleta.

—Voy a vestirme. —Entonces deslizó la mirada hacia el cuello abierto de la bata de Lali—. A menos que quieras…

—¡Ni lo sueñes!

Él se encogió de hombros.

—En fin, es una lástima. Ahora nunca sabremos si lo hicimos bien juntos.

—Yo estuve fabulosa. Sin embargo, tú estuviste tan egocéntrico como siempre.

Una fugaz punzada de dolor le recordó a la jovencita del pasado.

—Lo dudo —respondió.

Y se levantó para dirigirse al dormitorio. Lali contempló las fresas intentando convencerse de que podía comer otra. Una maldición pronunciada en voz alta interrumpió sus pensamientos.

Peter regresó al salón como una exhalación. Llevaba la cremallera de los vaqueros bajada, la camisa de raya diplomática abierta y los puños sueltos. A Lali le costó asociar sus musculosos pectorales con el cuerpo huesudo de su juventud.

Peter agitó un papel frente a la nariz de Lali. Ella estaba acostumbrada a sus burlas y desprecios, pero no recordaba haberlo visto nunca enfadado de verdad.

—He encontrado esto debajo de mi ropa —declaró Peter.

—¿Una amonestación de tu agente de la condicional?

—Sí, anda, disfruta mientras puedas.

Ella miró el papel, pero al principio no entendió.

—¿Por qué alguien dejaría su licencia de matrimonio aquí? Es… —La garganta se le cerró—. ¡No! Se trata de una broma, ¿no? Dime que es una de tus bromas de mal gusto.

—Ni siquiera yo tengo tan mal gusto.

La cara de él había adquirido un color ceniciento. Lali se levantó de un brinco y le arrancó el documento de la mano.

—¿Nosotros nos…? —Apenas pudo pronunciar la palabra—: ¿Nos casamos?

Él hizo una mueca.

—Pero ¿por qué habríamos de casarnos? ¡Si yo te odio!

—Las copas que bebimos ayer por la noche debían de contener suficientes píldoras de la felicidad para que superáramos la repugnancia mutua.

Lali estaba empezando a hiperventilar.

—No puede ser. Cambiaron la ley de Las Vegas. Lo leí en algún sitio. La oficina que emite las licencias de matrimonio cierra por las noches precisamente para que este tipo de cosas no sucedan.

Peter sonrió con desdén.

—Somos famosos. Por lo visto, encontramos a alguien dispuesto a quebrantar las normas por nosotros.

—Pero… quizá no sea legal. Quizá sea un… certificado falso.

—Pasa los dedos por el sello oficial del estado de Nevada y dime si tiene el tacto de un jodido sello falso.

El abultado relieve del sello rascó la yema de los dedos de Lali, que se volvió hacia Peter.

—Fue idea tuya, lo sé.

—¿Mía? ¡Eres tú la que está desesperada por encontrar un marido! —Entornó los ojos y sacudió el dedo índice frente a la cara de Lali—. Me utilizaste.

—Voy a telefonear a mi abogado.

—Después de mí.

Los dos se abalanzaron sobre el teléfono del hotel, pero las piernas de Peter eran más largas y él llegó primero. Lali corrió hacia su bolso y sacó su móvil. Peter pulsó las teclas.

—Será la anulación más fácil de la que se tenga noticia.

La palabra «noticia» envió un escalofrío a la espalda de Lali.

—¡Espera!

Dejó caer el móvil, corrió hacia Peter y le arrancó el auricular de las manos.

—Pero ¿qué haces?

—Déjame pensar un minuto.

Lali colgó.

—Ya pensarás más tarde.

Peter se dispuso a coger otra vez el teléfono, pero ella apoyó la mano en el auricular.

—El matrimonio… la anulación… serán del dominio público. —Lali deslizó su mano libre por su pelo enmarañado—. Antes de veinticuatro horas, todo el mundo lo sabrá. Se producirá una avalancha de medios, con helicópteros, persecuciones de coches, etcétera.

—Tú ya estás acostumbrada a eso.

Lali tenía las manos heladas y el estómago revuelto.

—No pienso pasar por otro escándalo. Sólo con que tropiece en la acera, se genera el rumor de que he intentado suicidarme. Imagina lo que dirán cuando se enteren de esto.

—No es mi problema. Tú te lo ganaste al casarte con el Perdedor.

—¿Quieres dejar de llamarlo así?

—Él te dejó tirada. Qué más te da que lo llame así.

—¿Y tú por qué lo odias tanto?

—No lo odio por mí —declaró Peter con acento mordaz—. Lo odio por ti, puesto que no pareces capaz de hacerlo por ti misma. Ese tío es un hijo de papá. —Peter se apartó del teléfono, recogió un zapato y se puso a buscar sus calcetines—. Me voy a buscar a la bruja que nos drogó.

Lali lo siguió hasta el dormitorio, pues no acababa de creerse que no fuera a telefonear a su abogado.

—No puedes salir hasta que se nos haya ocurrido una historia.

Él encontró los calcetines y se sentó en la cama para ponérselos.

—Yo tengo mi propia historia. —Se puso uno—. Tú eres una mujer patética y desesperada. Y yo me casé contigo por lástima y…

—No dirás eso.

Peter se puso el otro calcetín.

—… y ahora que estoy sobrio, me he dado cuenta de que no estoy preparado para afrontar una vida miserable.

—Te demandaré. Te lo juro.

—¿Dónde está tu sentido del humor? —Sin mostrar el menor rastro de humor por su parte, introdujo el pie en el zapato y regresó al salón para buscar el otro—. Lo convertiremos en una broma. Diremos que bebimos demasiado, que nos pusimos a ver reposiciones de Thiago y Marianella, que nos invadió la nostalgia y que, en ese momento, casarnos nos pareció una buena idea.

Esta explicación podía irle bien a él, pero no a ella. Nadie se creería la historia de la droga en las bebidas y, durante el resto de su vida, la etiquetarían de loca y perdedora. Estaba atrapada, pero no podía permitir que su peor enemigo viera que estaba a su merced. Introdujo los puños en los bolsillos de su bata.

—Volvamos sobre nuestros pasos para averiguar qué ocurrió ayer por la noche. Seguro que descubriremos alguna pista acerca de dónde estuvimos. ¿Te acuerdas de algo?

—¿«Métemela hasta el fondo, muchachote» cuenta?

—Al menos finge ser un hombre decente.

—No soy tan buen actor como para eso.

—Tú conoces a muchos personajes turbios. Seguro que se te ocurre alguien que pueda hacer desaparecer nuestro expediente de matrimonio.

Lali esperaba que rechazara su sugerencia, pero él empezó a abrocharse la camisa como si tal cosa.

—Conozco ligeramente a un tío que antes era concejal del ayuntamiento. Le encanta codearse con los famosos. Es un contacto débil, pero podemos intentarlo.

Lali no tenía ninguna idea mejor, así que aceptó.

Peter introdujo la mano en uno de sus bolsillos.

—Creo que esto te pertenece. —Abrió la palma y le enseñó un anillo de baratija con un solitario de plástico—. No puedes decir que no tengo buen gusto.

Le lanzó el anillo y Lali se acordó del anillo de compromiso de dos quilates que tenía en su caja de caudales. Pablo le pidió que lo conservara. ¡Como si ella quisiera volver a ponérselo!

Lali se guardó el diamante de plástico en el bolsillo.

—Nada como la bisutería para una declaración de amor.





Lali había alquilado una avioneta para el viaje de ida a Las Vegas, así que decidieron regresar a Los Ángeles en el coche de Peter. Mientras ella se duchaba, Peter preparó una salida discreta del hotel. Ella se puso unos pantalones grises de algodón y una ajustada camiseta blanca de tirantes, que era la ropa menos llamativa que había cogido para ir a Las Vegas.

—Han llevado mi coche a la parte trasera —declaró Peter cuando ella salió del dormitorio.

—Bajaremos en el ascensor de servicio. —Lali se frotó la frente—. Esto es igual que lo de Ross y Rachel. Les ocurrió exactamente lo mismo al final de la temporada…

—¡Salvo por el pequeño detalle de que Ross y Rachel no existen!

Ninguno de los dos habló mientras bajaban en el ascensor. Lali ni siquiera se molestó en advertirle de que se había abrochado mal la camisa.

Llegaron al vestíbulo del servicio y se dirigieron a la salida. Peter abrió la puerta y una ráfaga de calor los golpeó. Lali entornó los ojos para protegerlos del sol y salió del hotel.

Una cámara disparó el flash junto a su cara.



Mel Duffy, el Darth Vader de los paparazzi, los atrapó con su objetivo. Lali experimentó la extraña sensación de salir flotando de su cuerpo y contemplar aquel desastre desde algún lugar por encima de su cabeza.

—¡Felicidades! —declaró Duffy mientras disparaba la cámara una y otra vez—. En palabras de mi abuela irlandesa, «que seáis pobres en desgracias y ricos en bendiciones».

Peter se quedó quieto, con la mano en la puerta, la camisa mal abrochada y la mandíbula apretada, dejando la situación en manos de Lali.

En esta ocasión, ella no permitiría que los chacales ganaran la batalla, así que esbozó su sonrisa Marianella Rinaldi.

—Me alegro de tener la bendición de tu abuela, pero ¿por qué razón?

Duffy era obeso, tenía la tez roja y la barba descuidada.

—He visto una copia de vuestra licencia matrimonial y he hablado con el tío que ofició la ceremonia. Parece un Justin Timberlake con mala pinta. —Mientras hablaba, seguía tomando fotografías—. Antes de una hora estará todo en los teletipos, así que ya podríais contarme a mí la primicia. Prometo que os enviaré un regalo de boda estupendo. —Volvió a cambiar de ángulo—. ¿Cuánto hace que…?

—No hay ninguna noticia.

Peter rodeó a Lali por la cintura y tiró de ella hacia el interior del edificio.

Duffy, ignorando las leyes de intrusión en una propiedad privada, cogió la puerta antes de que se cerrara y los siguió.

—¿Habéis hablado con Pablo? ¿Sabe que os habéis casado?

—¡Lárgate! —bufó Peter.

—Vamos, Lanzani. Sabes cómo funciona esto tan bien como yo. Ésta es la noticia del año.

—He dicho que te largues. —Peter intentó arrebatarle la cámara.

Lali, utilizando el resto de cordura que le quedaba, lo cogió del brazo y lo contuvo.

—¡No lo hagas!

Duffy retrocedió con rapidez, tomó una última fotografía y se alejó diciendo:

—Nada de mosqueos, tío.

Peter se desembarazó de la mano de Lali y se lanzó tras él.

—¡Déjalo! —Ella le cerró el paso con su cuerpo—. ¿Qué conseguirías ahora rompiéndole la cámara?

—Sentirme mejor.

—¡Muy típico de ti! Por lo que veo, sigues intentando resolver los problemas con los puños.

—A diferencia de ti, que sonríes a cualquier gilipollas que te enfoca con su cámara y finges que todo es de color rosa. —Entornó los ojos y la miró—. La próxima vez que decida zurrar a alguien, no te interpongas en mi camino.

Un ayudante de camarero entró en el pasillo y Lali se vio obligada a reprimir su vehemente réplica. Se dirigieron al ascensor del servicio y regresaron a la planta de la suite en medio de un airado silencio. Cuando llegaron a la habitación, Peter le propinó una patada a la puerta y sacó con furia el móvil de su bolsillo.

—¡No!

Lali se lo arrancó de la mano y corrió hasta el lavabo.

Él la siguió.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Ella tiró el móvil al retrete antes de que Peter pudiera recuperarlo. Él la empujó a un lado y miró fijamente el interior de la taza.

—No puedo creer que hayas hecho esto.

En cierta ocasión, a Marianella se le cayó accidentalmente el ancestral álbum de fotos de la señora Bedoya Agüero en la fuente del jardín y se pasó el resto del episodio intentando cubrir sus huellas. Al final, Thiago la salvó asumiendo la responsabilidad del accidente. Pero esta vez eso no iba a ocurrir.

—No telefonearás a nadie hasta que lleguemos a un acuerdo —declaró Lali.

—¿Ah, sí?

Ella respiraba aceleradamente y centró toda su rabia en Peter.

—No me jodas. Soy un icono norteamericano, ¿recuerdas? Pablo lo hizo y no ha salido mal parado por los pelos, claro que él es Míster Escrupulosamente Limpio. Pero tú no lo eres y acabarías mal.

El reflejo de las mandíbulas apretadas de Peter en el espejo no resultaba muy tranquilizador.

—Seguiremos mi plan original —declaró él por fin—. Dentro de una hora tu publicista y el que yo voy a contratar ahora mismo harán una declaración en nuestro nombre. Demasiado alcohol, demasiada nostalgia, seguiremos siendo buenos amigos, bla bla bla, bla bla bla…

Y salió indignado del lavabo.

Lali lo siguió como nunca lo había hecho con Pablo.

—Una estrella del pop con pájaros en la cabeza puede permitirse casarse en Las Vegas y cancelar el matrimonio antes de veinticuatro horas, pero yo no. Y tú tampoco. Dame algo de tiempo para pensar.

—Por mucho que pienses, nada nos librará de este lío.

Peter se dirigió al teléfono que había junto al sofá.

—¡Cinco minutos! Eso es todo lo que necesito. —Lali señaló el televisor—. Mientras esperas, puedes ver porno.

—Velo tú. Yo voy a buscar un publicista.

Ella corrió por detrás del sofá y, una vez más, apoyó la mano en el auricular.

—No me obligues a tirar también éste por el retrete.

—¡No me obligues tú a mí a atarte, encerrarte en el armario y tirar dentro una cerilla encendida!

En aquel momento, a Lali esa idea no le pareció tan horrorosa. Pero entonces…

Se le ocurrió una idea imposible.

Una idea mucho peor que cualquier trama asesina que Peter pudiera imaginar…

Una idea tan insoportable, tan repulsiva…

Se apartó del teléfono y dijo:

—Necesito una copa.

Peter sacudió el auricular en su dirección.

—El keroseno arde mejor y más deprisa. —El aspecto de Lali debía de ser tan horrible como ella se sentía, porque él no marcó el número de inmediato—. ¿Qué te ocurre? No irás a vomitar, ¿no?

Si fuera tan sencillo… Lali tragó saliva con dificultad.

—Tú ssólo escúchame, ¿de acuerdo?

—Pues que sea rápido.

—¡Oh, Dios…! —Las piernas empezaban a flaquearle, así que se sentó en el sillón que había enfrente del sofá—. Hay una… —La habitación empezó a darle vueltas—. Podría haber una… una salida a todo esto.

—Tienes razón, y te prometo que enviaré flores frescas a tu tumba una vez al mes. Y también por tu cumpleaños y por Navidad.

A Lali le resultaba imposible mirarlo, así que contempló las rayas de sus pantalones grises.

—Podríamos… —Carraspeó y tragó saliva—. Podríamos seseguir casados.

Un silencio denso se extendió por la habitación seguido del penetrante pitido que emiten los teléfonos cuando se dejan descolgados.

A Lali le sudaban las palmas y las mejillas le ardían. Peter volvió a dejar el auricular en su sitio.

—¿Qué has dicho?

Ella volvió a tragar saliva e intentó recobrar la compostura.

—Sólo durante… durante un año. Seguiremos casados por un año. —Sus palabras sonaban silbantes, como si las estuviera pronunciando a través de un kazoo—. Dentro de un año, a contar desde hoy, anunciamos que… que hemos decidido que somos mejores amigos que amantes y que nos divorciamos. Pero que nos querremos siempre. Y… ésta es la parte importante… —Los pensamientos se agolpaban en su mente, pero al final se centró—. Nos aseguramos de que después del divorcio nos vean juntos. Siempre riendo y pasándonoslo bien juntos para que ninguno de los dos quede como una… —se detuvo justo a tiempo evitando pronunciar la palabra «víctima»—, para que ninguno de los dos quede como un granuja.

Los detalles de su plan fueron encajando en su mente como si estuviera elaborando el guión de una comedia de enredo.

—Poco a poco, dejamos filtrar la noticia de que te he ido presentando a algunas amigas y de que tú me vas presentando a algunos de tus amigos cretinos. Todo sumamente amistoso. Tipo Bruce y Demi. Nada de dramas ni escándalos.

Y nada de lástima. Esto era lo realmente importante, la única forma en que ella podría salir bien parada. Nada de compasión por la patética y desconsolada Lali Esposito, quien no era capaz de conservar a ninguna pareja.

Peter todavía estaba atascado en la primera parte.

—¿Seguir casados? ¿Tú y yo?

—Sólo durante un año. Es… Sé que no es un plan perfecto… —eso constituía una auténtica ironía—, pero dadas las circunstancias, creo que es la mejor jugada.

—¡Pero si nos odiamos!

Ahora no podía desdecirse. Todo estaba en juego, su reputación, su carrera y, por encima de todo, su maltratado orgullo.

Aunque aquello era más que orgullo. El orgullo era una emoción superficial y lo que ella sentía era más profundo, abarcaba la totalidad de su sentido de identidad. Lali se enfrentó a la dolorosa verdad de que había vivido toda su vida sin tomar, por sí misma, una sola decisión importante. Su padre había guiado todos los pasos de su carrera y de su vida personal, desde los trabajos que aceptaba hasta lo relacionado con su imagen. Incluso le había presentado a Pablo, quien, por su parte, había decidido cuándo se casarían, dónde vivirían y cientos de otros aspectos. Fue Pablo quien decidió que no tendrían hijos y también quien determinó el final de su matrimonio. Durante treinta y un años había permitido que otras personas decidieran su destino y ya estaba harta. Tenía dos alternativas: o seguir viviendo conforme a los dictados de los demás o tomar las riendas de su vida, por muy mal que lo hiciera.

La invadió un sentimiento de determinación tan aterrador como excitante.

—Te pagaré.

Peter enarcó una ceja.

—¿Me pagarás?

—Cincuenta mil dólares por cada mes que vivamos juntos. Por si no sabes contar, eso suma seiscientos mil dólares.

—Sí que sé contar.

—Un regalo prematrimonial entregado con posterioridad.

Una vez más, Peter sacudió un dedo en su dirección.

—Lo hiciste a propósito. Me atrapaste de la misma forma que intentaste atrapar a Gaston. Lo tenías en mente desde el principio.

Ella se levantó del sillón de golpe.

—¡Eso no te lo crees ni tú! Cada segundo que paso contigo es espantoso, pero me preocupa más mi carrera que el odio que siento por ti.

—¿Tu carrera o tu imagen?

Lali no pensaba discutir sus problemas de autoestima con el enemigo.

—En esta ciudad, la imagen es la carrera —declaró dándole la respuesta más obvia—. Tú lo sabes mejor que nadie. Por eso no puedes conseguir un trabajo decente, porque nadie confía en ti. Sin embargo, el público sí confía en mí. Incluso a pesar de mi fracaso con Pablo. Mi reputación te beneficiará. Si decides seguir mi plan no tienes nada que perder, sólo ganar. La gente pensará que te has reformado y quizá por fin consigas un trabajo que valga la pena.

Algo chispeó en los ojos de Peter. Lali estaba blandiendo el argumento equivocado, así que cambió de táctica.

—Seiscientos mil dólares, Peter.

Él se volvió y se dirigió lentamente a los ventanales.

—Seis meses.

La audacia de Lali se desvaneció y tragó saliva.

—¿De verdad?

—Accedo durante seis meses —declaró Peter—. Y después renegociamos. Además, tendrás que aceptar todas mis condiciones.

Las alarmas se dispararon en la mente de Lali, pero intentó conservar la calma.

—¿Y tus condiciones son…?

—Te las haré saber cuando llegue el momento.

—No hay trato.



Continuará...

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Capítulo laaaargo. A veces soy la mejor.. jaaajaja!!

Son capaces de llegar a los 5 comentarios antes de mañana?? daaale!! yo se que pueden :)

Si recomienda mi blog en tu twitter o en tu blog te estaría muuuy agradecida!!

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip




3 comentarios:

  1. Ahhhhhh!

    Necesito más!

    Cada vez se pone más interesante:)

    Espero el proximo

    Un beso.

    @LittleKitKat_

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  2. No entendí el cap!! Tipo lo poco que entendí estuvoi duper interesante pero lo demás ni entendí

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  3. No puede ser estan casados!!!
    Me encanta re interesante esta la nove
    Beso <3

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