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miércoles, 24 de julio de 2013

Capítulos 18 y 19

 


Cande regresaba a la casa después de limpiar el despacho de Peter cuando vio que el seboso asistente de Lali estaba junto a la piscina, contemplando el agua. Se acercó a él.

—No deberías estar aquí.

Agus parpadeó tras sus gafas. Aquel tío era un auténtico adefesio. Su pelo, castaño y áspero, salía disparado de su cabeza; quien hubiera elegido aquellas espantosas y enormes gafas debía de estar ciego. Vestía como un sesentón gordo, con la barriga colgándole por encima del cinturón y una camisa informal a cuadros que le tiraba de los ojales.

—Vale.

Agus pasó junto a ella camino de la casa y Cande se sacudió las manos.

—Por cierto, ¿qué estabas haciendo?

Él introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón, lo que aumentó el volumen de sus caderas.

—Tomándome un descanso.

—¿De qué? Tu trabajo es fácil.

—A veces, pero ahora es un poco ajetreado.

—Sí, realmente se te ve muy ajetreado.

Agus no la mandó al cuerno, algo que se merecía por ser tan antipática, pero es que Cande odiaba que hubiera gente deambulando por su casa. Además, lo que había ocurrido el día anterior en el despacho de Peter, con Lali y la cámara, la había sacado de quicio. Tendría que haberse ido sin miramientos, pero…

Intentó rectificar su mal talante.

—Seguramente a Peter no le importaría que te bañaras en la piscina de vez en cuando, siempre que no lo hicieras muy a menudo.

—No tengo tiempo para baños.

Agus sacó las manos de los bolsillos y se alejó en dirección a la casa.

Cande ya no nadaba, pero cuando era pequeña le encantaba el agua. Probablemente, a Agus le daba vergüenza el aspecto que ofrecía en bañador. O quizás eso sólo les ocurría a las mujeres.

—¡Este lugar es muy recogido! —gritó Cande—. ¡Nadie te vería!

Él entró en la casa sin contestarle.

La chica sacó una red de detrás de las rocas de la cascada y empezó a limpiar la piscina de hojas. Peter había contratado un servicio de limpieza para la piscina, pero a ella le gustaba hacer que el agua se viera limpia y clara. Peter le había dicho que podía nadar siempre que quisiera, pero ella no lo había hecho nunca.

Dejó la red en su sitio. Hasta el lunes, se había sentido feliz allí, pero ahora, con todos aquellos desconocidos invadiendo su espacio, los sentimientos desagradables volvían a aflorar.

Media hora más tarde, entró en el despacho de Lali. El mobiliario estaba formado por un escritorio de gran tamaño y con forma de riñón, un archivador de pared y un par de sillas de diseño funcional tapizadas con una tela color pimentón estampada con un diseño de ramas de árbol. Todo era demasiado moderno para la casa y a Cande no le gustaba.

Agus estaba de espaldas, hablando por teléfono.

—La señora Esposito todavía no concede entrevistas, pero estoy seguro de que estará encantada de contribuir a su subasta benéfica… No, ya ha donado los guiones de Thiago y Marianella al Museo de Broadcast Communications, pero cada año diseña adornos navideños para grupos como el suyo y los firma personalmente…

Cuando hablaba por teléfono, parecía una persona diferente, seguro de sí mismo, no un fanático de la tecnología. Cande dejó un rollito de pavo encima del escritorio. Lo había preparado con una torta sin grasa, carne magra de pavo, rodajas de tomate, hojas de espinaca, una rodaja de aguacate y tiras de zanahoria como acompañamiento. El tío necesitaba que le dieran una pista.

Mientras terminaba de hablar por teléfono, Agus le dio una ojeada al rollito. Cuando colgó, Cande dijo:

—No pienses que te voy a preparar uno cada día. —Cogió el último ejemplar de la revista Flash, que mostraba una fotografía de Peter y Lali en la portada, y se sentó en el extremo del escritorio para hojearla—. Vamos, come.

Agus cogió el rollito y le dio un mordisco.

—¿Tienes mayonesa?

—No. —Cande se llevó una muestra de un perfume a la nariz y la olfateó—. ¿Cuántos años tienes?

Agus tenía buenos modales y tragó antes de contestar.

—Veintiséis.

Tenía seis años más que ella, pero parecía más joven.

—¿Has ido a la universidad?

—Sí, a la de Kansas.

—Mucha gente que ha ido a la universidad no sabe una mierda. —Cande examinó la cara de Agus y decidió que alguien tenía que decírselo—. Tus gafas son patéticas. No te ofendas.

—¿Qué les pasa a mis gafas?

—Que son horribles. Deberías llevar lentes de contacto o algo por el estilo.

—Las lentillas dan muchos problemas.

—Tus ojos son bonitos. Deberías mostrarlos. Al menos, consigue unas gafas decentes.

Agus tenía los ojos de un azul intenso y espesas pestañas, y eso era lo único potable en él. Frunció el ceño, lo que hizo que pareciera que sus mejillas se tragaban el resto de su cara.

—No creo que nadie con las cejas agujereadas tenga derecho a criticar a los demás.

A Cande le encantaban los piercings de sus cejas. Hacían que se sintiera dura, como una rebelde a quien la sociedad le importaba un comino.

—A mí no me interesa lo que tú opinas —declaró Cande.

Él volvió a centrarse en el ordenador y abrió una pantalla que contenía una especie de gráfico. Ella se levantó para irse, pero, camino de la puerta, vio el horrible y voluminoso maletín de Agus, que estaba abierto en el suelo y dentro había una bolsa de patatas. Se acercó al maletín y cogió la bolsa.

—¡Eh! ¿Qué haces?

—Esto no lo necesitas. Más tarde te subiré algo de fruta.

Agus se levantó de la silla.

—Devuélvemela. No quiero tu fruta.

—¿Y sí quieres esta porquería?

—Sí, sí que la quiero.

—¡Lástima! —Cande la dejó caer al suelo y le dio un fuerte pisotón. La bolsa se abrió con un estallido—. Pues aquí la tienes.

Agus miró con fijeza a Cande.

—¿Y a ti qué demonios te pasa?

—Que soy una bruja.

Mientras salía del despacho y bajaba las escaleras, Cande se lo imaginó recogiendo con ansia los trocitos de patata.





Peter se encerraba continuamente en su despacho, como si tuviera un empleo de verdad, dejando a Lali sin posibilidad de descargar su frustración. Al final, ella decidió utilizar su gimnasio y retomar la rutina diaria de calentamiento de ballet que solía realizar. Sus músculos estaban rígidos y no cooperaban, pero ella insistió. Quizás haría que le instalaran una barra de ejercicios. Siempre le había encantado bailar y sabía que no debería haber abandonado esa práctica. Y lo mismo podía decir del canto. No era una gran cantante y la potente voz que le había resultado tan útil de niña no había madurado con la edad, pero todavía podía entonar bien una melodía y su energía compensaba su carencia de matices vocales.

Cuando terminó su tabla de ejercicios, telefoneó a Sasha y April y realizó unas compras por Internet. Su rutina diaria se había visto reducida a molestar a sus ocupadas amigas y asegurarse de que tenía buen aspecto para las fotografías, pero animaba sus días siguiendo a Cande por la casa con la cámara y formulándole preguntas indiscretas.

Cande se quejaba con amargura, pero contestaba a las preguntas y Lali averiguó más cosas acerca de ella. Su creciente fascinación por el ama de llaves era lo único que evitaba que contratara su propia cocinera.

El viernes por la mañana, el séptimo día de su matrimonio, los esposos se reunieron con una planificadora de fiestas, la sumamente cuidadosa, extremadamente cara y muy elogiada Poppy Patterson. Todo en ella resultaba irritante, pero le encantó la idea de utilizar la serie Thiago y Marianella como tema de la fiesta, así que la contrataron y le dijeron que concretara los detalles con Agus.

Aquella tarde, el padre de Lali decidió que ya la había castigado bastante y por fin respondió a una de sus llamadas.

—Lali, sé que quieres que apruebe tu matrimonio, pero no puedo hacerlo porque es un gran error.

Ella no podía contarle la verdad, pero tampoco podía mentirle más de lo que ya lo había hecho.

—Sólo he pensado que podíamos mantener una conversación agradable. ¿Es demasiado pedir?

—Ahora mismo, sí. Lanzani no me gusta. No confío en él y estoy preocupado por ti.

—No tienes por qué preocuparte. Peter no es… no es exactamente como lo recuerdas. —Lali se esforzó en encontrar un ejemplo convincente de la creciente madurez de Peter mientras intentaba olvidar lo mucho que bebía—. Ahora es… mayor.

Su padre no se sintió impresionado.

—Recuerda lo que te digo, Lali. Si alguna vez intenta dañarte, sea de la forma que sea, prométeme que acudirás a mí en busca de ayuda.

—Haces que suene como si fuera a pegarme.

—Hay distintas formas de hacer daño a las personas. Tú nunca lo has visto de una forma racional.

—Eso fue hace mucho tiempo. Ahora no somos los mismos.

—Tengo que irme. Hablaremos en otro momento.

Y así, sin más, colgó.

Lali se mordió el labio y los ojos le escocieron. Su padre la quería, de eso estaba convencida, pero el suyo no era el tipo de amor cálido y paternal que ella deseaba. Un amor sin tantos condicionantes, por el que no tuviera que luchar tanto.



El sábado, Lali se despertó hacia las tres de la madrugada y no pudo volver a dormirse. Una semana antes, más o menos a aquella hora, ella estaba de pie, al lado de Peter, formulando sus votos matrimoniales. Se preguntó qué había jurado con exactitud.

El aire del dormitorio estaba cargado. Apartó las sábanas, se puso unas viejas zapatillas Crocs amarillas y salió al balcón. Las hojas de las palmeras chasqueaban al son de la brisa y el suave gorgoteo de la cascada llegó hasta ella desde la piscina. La tarde anterior, Pablo le había dejado otro mensaje en el móvil. Estaba preocupado por ella. Lali deseó que la dejara tranquila o poder odiarlo. Bueno, en realidad lo odiaba con frecuencia, aunque eso no le hacía sentirse mejor.

El tintineo de unos cubitos de hielo interrumpió sus pensamientos y una voz llegó hasta ella en la oscuridad.

—Si vas a saltar, espera hasta mañana. Estoy demasiado borracho para manejar un cadáver esta noche.

Peter estaba sentado junto a las vidrieras de su dormitorio, a la izquierda de donde estaba ella. Calzaba unas deportivas viejas y tenía los pies apoyados en la barandilla. Con una copa en la mano y una sombra en forma de hoz cruzándole la cara, era la viva imagen de un hombre planteándose cuál de los siete pecados capitales cometería a continuación.

Lali sabía que todos los dormitorios de la parte de atrás de la casa daban a aquel balcón, pero nunca antes había visto allí a Peter.

—No tengo por qué saltar —contestó—. Estoy en la cima del mundo. —Apoyó la mano en la barandilla—. ¿Por qué no estás durmiendo?

—Porque ésta es la primera oportunidad que he tenido en toda la semana de beber con tranquilidad.

Peter contempló el pijama de su esposa, que estaba a años luz de las camisolas vaporosas y los diminutos bodys que solía ponerse para Pablo. De todos modos, él no pareció desaprobar sus cómodos pantaloncitos estampados con labios rosas y amarillos de estilo pop.

Mientras contemplaba la caída de los hombros de Peter y la suave curvatura de su cintura, Lali tuvo la sensación de que faltaba algo, aunque no supo qué.

—¿Alguien te ha dicho que bebes demasiado?

—Me plantearé dejar la bebida cuando nos divorciemos. —Bebió otro sorbo—. ¿Qué hacías metiendo la nariz en mi despacho el miércoles por la mañana?

Ella ya se había preguntado cuánto tardaría Cande en delatarla.

—Curiosear. ¿Qué si no?

—Quiero que me devuelvas la cámara de vídeo.

Lali deslizó el pulgar por una zona áspera de la barandilla.

—Te la devolveré. Ya le he encargado a Agus que me compre una.

—¿Para qué?

—Para pasar el rato.

Peter dejó su copa en el suelo.

—Aparte de llevarte mis cosas, ¿qué más estabas haciendo allí?

Lali se preguntó hasta qué punto contarle la verdad y, al final, decidió soltársela sin tapujos.

—Tenía que averiguar si el espectáculo de reencuentro era verdad o producto de tu imaginación. Encontré el guión, pero la caja estaba cerrada a cal y canto. Aunque, de todas formas, tampoco lo habría leído.

Él se levantó de la silla y se le acercó con parsimonia.

—Deberías habérmelo pedido. La confianza es la base de un buen matrimonio, Lali. Me siento herido.

—No es verdad. Y no pienso participar en un espectáculo de reencuentro. Nunca. Estoy harta de estar encasillada. Quiero papeles que me apasionen. Volver a representar a Marianella sería la peor decisión profesional que podría tomar. Y tú odias a Thiago, así que no sé por qué te empeñas en ese proyecto. Bueno, sí que lo sé, y siento que estés arruinado, pero yo no sabotearé mi carrera para ayudarte a solucionar tus problemas financieros.

Peter pasó junto a ella y asomó la cabeza en su dormitorio.

—Entonces supongo que eso es todo, ¿no?

—Por supuesto.

—Está bien.

Deslizó la mano por el marco de la puerta, como si examinara el estado de la madera, pero ella no se tragaba su fácil rendición.

—Lo digo en serio.

—Ya lo he captado. —Peter se volvió hacia ella—. Y yo que creía que intentabas husmear en mi vida amorosa…

—Estás casado conmigo, ¿recuerdas? Tú no tienes una vida amorosa.

En cuanto las palabras salieron de su boca, Lali deseó no haberlas pronunciado. Acababa de abrir una puerta de diez metros de ancho para que Peter hurgara en el tema que ella más deseaba evitar.

—Me voy a la cama —dijo.

—No tan deprisa.

Peter le acarició el brazo antes de que ella entrara en el dormitorio, y fue entonces cuando Lali cayó en la cuenta del origen de la extraña sensación de que a Peter le faltaba algo.

—¡Tú ya no fumas!

—¿De dónde has sacado esa idea? —La soltó y fue a coger su copa.

Ella ya había notado antes que Peter olía a jabón y cítricos, pero hasta aquel preciso momento no había llegado a la conclusión lógica. Aunque sólo llevaban juntos siete días, ¿cómo podía haber pasado por alto algo tan obvio?

—Siempre hablas de los cigarrillos, pero no te he visto fumar ni uno.

—Claro que sí. —Peter se dejó caer en la silla—. Fumo continuamente. Justo antes de que salieras al balcón, acababa de terminarme uno.

—No, no es verdad. Ya no hueles a humo y en ninguno de los patéticos besos tuyos que he tenido que soportar he notado el sabor a tabaco. En la época de Thiago y Marianella, besarte era como lamer un cenicero, pero ahora… Seguro que has dejado de fumar.

Él se encogió de hombros.

—Está bien, me has pillado. He dejado de fumar, pero sólo porque lo de la bebida se me ha ido de las manos y no puedo manejar más de una adicción a la vez. —Se llevó la copa a los labios.

Al menos era consciente de su problema. Incluso por las mañanas, siempre llevaba una copa en la mano y la noche anterior había bebido vino durante la cena. Claro que ella también había bebido vino, pero ésa había sido la única bebida alcohólica que ella había tomado en todo el día.

—¿Cuándo dejaste de fumar?

Peter murmuró algo que ella no logró descifrar.

—¿Qué?

—He dicho que hace cinco años.

—¡Cinco años! —Eso la enfureció—. ¿Por qué no podías, simplemente, decir que habías dejado de fumar? ¿Por qué tienes que andar siempre con esos jueguecitos mentales?

—Porque me gustan.

Ella lo conocía y no lo conocía, y se sentía agotada de tener que estar siempre en guardia.

—Estoy cansada. Ya hablaremos por la mañana.

—¿Eres consciente de que no podemos seguir así durante mucho tiempo?

Ella simuló que no lo había entendido.

—Ninguno de los dos ha matado al otro todavía, ¿no? Yo diría que lo estamos haciendo bastante bien.

—Ahora eres tú quien está jugando. —Los cubitos de su bebida tintinearon cuando él la dejó en el suelo y se levantó de la silla—. Tienes que admitir que he sido paciente.

—Sólo llevamos casados una semana.

—Exacto. Toda una semana sin sexo.

—Eres un obseso.

Lali se volvió hacia el dormitorio, pero él la detuvo otra vez.

—No lo digo para alardear, sólo quiero que lo sepas. No espero tener sexo durante una primera cita, aunque en general suela ocurrir así. Como máximo, en la segunda.

—Fascinante. Por desgracia para ti, yo creo en establecer primero una relación. Además, el matrimonio se fundamenta en el compromiso y yo estoy dispuesta a comprometerme.

—¿Qué tipo de compromiso?

Ella fingió reflexionar.

—Tendré sexo contigo… después de nuestra cuarta cita.

—¿Y cómo defines exactamente la palabra «cita»?

Lali sacudió la mano con ligereza.

—¡Bueno, lo sabré en cuanto lo vea!

—Seguro que sí. —Peter deslizó el dedo pulgar por su brazo desnudo—. Sinceramente, no estoy muy preocupado. Los dos sabemos que no tardarás mucho en ceder.

—¿Por tu impresionante atractivo sexual?

—Pues sí, pero también porque, seamos sinceros, tú estás a punto.

—¿Eso crees?

—Querida, eres un orgasmo esperando ocurrir.

Lali sintió un hormigueo en la piel.

—¿De verdad?

—Llevas divorciada un año, y el Perdedor es medio marica, así que no me convencerás de que fuera gran cosa como amante.

Ella, de una forma predecible y patética, salió en defensa de Pablo.

—Pues era un gran amante. Amable y considerado.

—¡Qué aburrimiento!

—¡Cómo no, tenías que decir algo sarcástico!

—Por suerte para ti, yo no soy amable ni considerado. —Deslizó el dedo por la parte interior del codo de Lali—. A mí me gusta el sexo duro y sucio. ¿O acaso la idea de tener sexo con un hombre adulto asusta a nuestra pequeña Marianella?

Lali se apartó de él.

—¿Qué hombre? Yo lo único que veo aquí es a un chiquillo con un cuerpo grande.

—¡Deja ya de joder, Lali! He renunciado a muchas cosas por ti, pero no pienso renunciar al sexo.

Ella hacía tiempo que sabía que sólo podría evitar esta cuestión durante cierto tiempo. Si no le daba a Peter lo que quería, él no sentiría el menor remordimiento en buscar a alguien que se lo diera. Lali odiaba sentirse atrapada.

—¡Deja tú de joder! —replicó—. Los dos sabemos que la probabilidad de que seas fiel es menor que el saldo de tu cuenta.

—Yo no soy Pablo Martínez.

—Desde luego, pero Pablo sólo me engañó con una mujer, mientras que tú lo harías con miles. —Dirigió su dedo índice a las facciones perfectas de Peter—. Ya me han humillado públicamente una vez y, llámame susceptible, pero no quiero que vuelva a ocurrirme.

—Yo puedo serle fiel a una mujer durante seis meses —Peter deslizó la mirada a sus pechos—, si es lo bastante buena en la cama para mantener mi interés.

La estaba provocando de una forma deliberada, pero aquellas palabras le hirieron de tal forma que su respuesta sarcástica no sonó nada sarcástica:

—Entonces, es obvio que tenemos un problema.

Peter frunció el ceño.

—¡Eh, que yo soy el único que puede humillarte! Si lo haces tú misma, entonces no tiene ninguna gracia.

Lali odió que él hubiera vislumbrado, incluso durante un breve instante, su baja autoestima.

—Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir —dijo.

Peter parecía enojado.

—No puedo creer que permitas que aquel gilipollas te hundiera de esta manera. El problema es suyo, no tuyo.

—Ya lo sé.

—No creo que lo sepas. Vuestro matrimonio se derrumbó por culpa de su carácter, no del tuyo. Los tíos como Pablo siempre andan detrás de la mujer que consideran más fuerte, y el Perdedor ha decidido que en este momento ésa es Mery.

Lali perdió el control.

—¡Claro que es Mery! ¡Ella lo tiene todo! Es guapa, una gran actriz, y en cuanto a generosidad, ella no se queda en las simples palabras. Mery está por ahí salvando vidas. Gracias a ella, ahora mismo muchas niñas asiáticas están asistiendo a la escuela en vez de verse obligadas a vender sus cuerpos a los pervertidos sexuales. Es probable que, cualquier día de estos, a Mery le concedan el Nobel de la Paz. Además, se lo merecerá. Resulta algo difícil competir con ella.

—Estoy seguro de que Pablo está empezando a darse cuenta de ese hecho.

Todas las emociones que ella había intentado controlar salieron a la superficie.

—¡Yo también me preocupo por los demás!

Peter parpadeó un par de veces.

—Sí, claro.

—¡Claro que me preocupo! Sé que hay sufrimiento en el mundo, lo sé y haré algo al respecto. —Lali se dijo a sí misma que se callara, pero las palabras seguían brotando de su boca—. Iré a Haití. En cuanto pueda organizarlo. Conseguiré suministros médicos y los llevaré a Haití.

Peter inclinó la cabeza a un lado. Se produjo una larga pausa y, cuando por fin habló, se mostró inusualmente amable.

—¿No crees que eso es un poco… frío? ¿Utilizar la desgracia de ciertas personas como ardid publicitario?

Lali hundió la cara en las manos. Peter tenía razón y ella se aborreció a sí misma.

—¡Oh, Dios mío, qué horrible soy!

Peter la cogió por los hombros y la giró hacia él.

—Por fin me caso, y lo hago con la tía más loca de Los Ángeles.

Lali se sentía avergonzada y no confió en la compasión que él le mostraba.

—Siempre has tenido un gusto espantoso en cuanto a mujeres.

—Y una idea fija. —Le levantó la barbilla con el dedo—. Aunque comprendo y simpatizo con tu vergonzosa crisis nerviosa, volvamos a las cuestiones más apremiantes.

—No.

—Mientras lleves mi anillo falso, te prometo que no te engañaré.

—Tus promesas no tienen valor. En cuanto hayas superado el reto, acecharás a una nueva presa. Y los dos lo sabemos.

—Estás equivocada. Vamos, Lali, afloja.

—Necesito más tiempo para adaptarme a la idea de convertirme en una puta.

—Permite que te ayude a acelerar el proceso —repuso Peter, y de pronto la besó en la boca.

Aquel beso era real, sin fotógrafos al acecho ni directores preparados para gritar «¡Corten!». Lali se dispuso a apartarse, pero entonces se dio cuenta de que no sentía la necesidad de hacerlo. Se trataba de Peter. Ella sabía lo golfo que era, lo poco que significaban sus besos, y eso mantenía sus expectativas bajas y cómodas.

Él le introdujo la lengua en una sensual exploración. Había aprendido a dar unos besos increíbles y ella echaba de menos la intimidad con un hombre más de lo que estaba dispuesta a admitir. Lali le rodeó los hombros con los brazos. Peter sabía a noches oscuras y vientos peligrosos, a traición de juventud y abandono cruel. Pero como lo conocía tan bien y estaba empezando a confiar en sí misma, no se sintió emocionalmente en peligro. Peter quería utilizarla. Pues bien, ella también lo utilizaría a él. Sólo durante unos instantes. El tiempo que durara aquel beso.

Peter le apoyó una mano en la parte baja de la espalda para unir sus caderas. Su miembro estaba tieso y ella iba a decirle que no, y ese poder le dio la libertad de permitirse disfrutar del momento. Peter curvó la mano sobre su trasero. ¡Si al menos aquel hombre que olía tan bien, le hacía sentirse tan bien y besaba tan bien no fuera Peter Lanzani!

La noche y la tenue luz del dormitorio de Lali transformaron los ojos lavanda de él en azabache.

—¡Te deseo tanto! —murmuró Peter.

Un escalofrío oscuro y erótico recorrió el cuerpo de Lali, pero se vio interrumpido por una explosión de luz blanca y azul.

Él levantó la cabeza de golpe.

—¡Mierda!

Lali tardó unos instantes en reaccionar. Cuando procesó el hecho de que la repentina luz procedía del flash de una cámara, Peter ya había entrado en acción. Pasó las piernas por encima de la barandilla del balcón y saltó al techo del porche de la planta baja. Ella dio un respingo y se inclinó por encima de la barandilla.

—¡Para! Pero ¿qué haces?

Él no le hizo caso y avanzó como pudo por el tejado, como Pablo o su doble habían hecho docenas de veces en otras tantas películas. El fogonazo del flash había surgido de un árbol de gran tamaño que alcanzaba el jardín por encima del muro medianero.

—¡Te vas a romper el cuello! —gritó Lali.

Peter se deslizó por el borde del tejado del porche quedando suspendido, durante un instante, de los dedos de las manos y, a continuación, se dejó caer al suelo.

Las luces de seguridad de la parte posterior de la casa se encendieron. Peter se puso de pie, atravesó el jardín a todo correr y desapareció detrás de unas cañas de bambú. Segundos después, su cabeza y sus hombros aparecieron mientras escalaba el alto muro de piedra que separaba su propiedad de la de su vecino.

¡Menuda estupidez! Lali bajó las escaleras a toda velocidad y salió corriendo al jardín, que estaba iluminado como si fuera mediodía. La idea de que un instante tan íntimo fuera expuesto al mundo le producía náuseas. Corrió por el sendero hasta el muro mientras sus Crocs le raspaban los talones. El muro se elevaba más de medio metro por encima de su cabeza, pero encontró puntos de apoyo en las piedras y empezó a escalarlo. Un borde afilado le hizo un rasguño en la espinilla. Al final, subió lo suficiente para apoyar los brazos en el borde y ver lo que ocurría al otro lado.

El jardín del vecino era más grande y despejado que el de Peter. Tenía los arbustos bien podados, una piscina rectangular y una pista de tenis. Las luces de seguridad de aquel jardín también se habían encendido, y Lali vio a Peter corriendo por el césped, persiguiendo a un hombre que sujetaba algo que sólo podía ser una cámara fotográfica. Seguramente, había subido al árbol para fotografiarlos con una película de alta velocidad y el flash debía haberse dispararado por accidente. ¿Cuántas fotografías debía de haber tomado antes de delatarse a sí mismo?

El paparazzi le llevaba mucha ventaja, pero Peter no se rendía. Saltó por encima de una hilera de arbustos. El fotógrafo llegó a un espacio abierto cubierto de césped. Era bajo y enjuto y Lali no lo reconoció. Entonces desapareció detrás de una caseta.

Una mujer salió de la casa principal. Gracias a las luces del jardín, Lali vio que tenía el pelo largo y claro e iba vestida con un camisón de seda melocotón. La mujer bajó a toda prisa los escalones de contorno semicircular que conducían al jardín, lo que no parecía el acto más inteligente con un intruso merodeando por allí. Cuando entró en un círculo de luz, Lali se dio cuenta de dos cosas a la vez.

La mujer era Emi Keene… y llevaba un arma.

Continuará...

Capítulo 19



Lali gritó con tanta suavidad como pudo, y con su voz más amigable y tranquilizante.

—Mmm… ¿Emi? Por favor, no dispares.

Emi se volvió hacia el muro y su pelo rubio ondeó a su alrededor.

—¿Quién hay ahí?

—Soy Lali Esposito. Y el hombre que acabas de ver corriendo por tu jardín es Peter. Mi… esto… marido. Creo que tampoco deberías dispararle a él.

—¿Lali?

A Lali, los dedos de los pies se le estaban volviendo insensibles en el interior de las Crocs y empezaba a resbalar del muro.

—Un fotógrafo se había subido a tu árbol para sacarnos unas fotos. Peter lo está persiguiendo. —Intentó aferrarse al borde del muro, pero los brazos le dolían—. Estoy… resbalando. Tengo que bajar.

—Creo que hay una puerta al final del muro.

Lali bajó al suelo, haciéndose un rasguño en la otra espinilla.

—¡Está por aquí, en algún lugar! —gritó Emi desde el otro lado del muro mientras Lali tanteaba la pared de piedra—. La casa es propiedad del estudio y no hace mucho que vivo aquí.

Lali encontró la puerta de madera, parcialmente escondida detrás de unos matorrales.

—¡Ya la he encontrado, pero está atrancada!

—Yo empujaré desde este lado.

La puerta estaba atascada, pero al final cedió lo bastante para que Lali se deslizara al otro lado. Emi la esperaba con el arma colgando entre los pliegues de su camisón. A pesar de que su pelo rubio y largo estaba enmarañado por el hecho de que acababa de despertarse, se la veía tranquila y calmada, como si enfrentarse a unos intrusos nocturnos fuera una cosa de cada día.

—¿Qué ha pasado?

Lali miró alrededor en busca de Peter, pero no estaba a la vista.

—Lo siento muchísimo. Peter y yo estábamos en el balcón cuando se ha disparado un flash. Un fotógrafo estaba escondido en ese árbol tan grande de tu jardín. Peter ha ido tras él. ¡Todo ha pasado tan deprisa!

—¿Un fotógrafo se ha colado en mi casa para espiaros?

—Eso parece.

—¿Quieres que llame a la policía?

Si Lali fuera una ciudadana común, eso era exactamente lo que haría, pero ella no era una ciudadana común y la policía no era una opción para ella. Emi llegó a la misma conclusión.

—Estúpida pregunta.

—Tengo que… Será mejor que me asegure de que Peter no ha matado a nadie.

Lali echó a caminar en la dirección en que Peter había desaparecido. Justo cuando llegaba a la piscina, lo vio aparecer por el otro extremo de la casa. Aparte de una ligera cojera y una expresión asesina, no parecía herido.

—El muy hijoputa se ha escapado.

—Podrías haberte matado saltando del tejado.

—No me importa. Esa cucaracha se ha pasado de la raya.

Justo entonces vio que Emi se acercaba a ellos, con el arma colgando de su costado como si fuera un bolso de Prada. Lali no pudo evitar sentir envidia. Una mujer con la sangre fría de Emi Keene nunca se despertaría en un hotel de Las Vegas casada con su peor enemigo. Claro que las mujeres como Emi Keene controlaban sus vidas y no al contrario.

Peter se quedó helado. Emi no le hizo el menor caso.

—Mañana a primera hora telefonearé a mi agencia de seguridad, Lali. Está claro que las luces no son suficientes para desanimar a los visitantes indeseados.

Peter fijó la mirada en la pistola.

—¿Esa cosa está cargada?

—Pues claro.

Lali se tragó un chiste acerca de los peligros de ser rubia e ir armada. Ni en broma parecía adecuado soltar un chiste a costa de una mujer tan expeditiva como Emi, sobre todo si acababan de despertarla a las tres de la madrugada.

—Parece una Glock —comentó él.

—Una treinta y uno.

El interés que Peter mostraba por la pistola produjo un escalofrío en Lali.

—Tú no puedes tener una —terció—. Te exaltas con demasiada facilidad para ir armado.

Peter le dio una palmadita en la barbilla y ella sintió deseos de abofetearlo. Él le dio un beso rápido y formal que no podía ser más diferente del que se habían dado minutos antes.

—Me cuesta acostumbrarme a la idea de que te preocupes tanto por mí, cariño —declaró Peter—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Hay una puerta.

Peter asintió con la cabeza.

—Casi lo había olvidado. Por lo visto, los propietarios originales de las fincas eran amigos.

Lali se preguntó por qué Emi vivía en una casa alquilada por el estudio en lugar de una propia.

—Peter se olvidó de comentarme que vivías aquí.

Lali deslizó la mano por la espalda de su marido. Un gesto que parecía afectuoso, salvo por el pellizco que le dio como represalia por la palmadita en la barbilla.

Él hizo una mueca.

—Sí que te lo mencioné, cariño. Supongo que con todo lo que nos ha ocurrido últimamente se te borró de la memoria. Además, éste no es el tipo de vecindario que predisponga a relacionarse con los vecinos.

Eso era cierto. Aquellas fincas caras y separadas por altos muros y puertas cerradas a cal y canto no creaban el ambiente ideal para celebrar fiestas de vecinos. Cuando vivía con Pablo en el barrio de Brentwood, Lali no había llegado a conocer a la estrella pop de los años noventa que vivía en la casa contigua.

Lali deslizó la mirada hacia la Glock de Emi.

—Será mejor que te dejemos volver a la cama.

Emi se subió el tirante del camisón.

—Dudo que ninguno de nosotros consiga dormir mucho después de lo ocurrido.

—Tienes razón —comentó Peter—. ¿Por qué no vienes a casa? Prepararé café y calentaré unas galletas de canela caseras. Serás nuestra primera invitada oficial.

Lali se lo quedó mirando. Era medianoche. ¿Había perdido la cabeza?

—Mejor en otra ocasión. Tengo que leer unas cosas. —Emi lo miró con frialdad y sorprendió a Lali dándole un rápido abrazo—. Te telefonearé en cuanto haya hablado con la empresa de seguridad. —Se volvió de nuevo hacia Peter—. Sé bueno con ella. Y tú, Lali, si necesitas ayuda, dímelo.

El falso buen humor de Peter desapareció.

—Si Lali necesita ayuda, yo se la daré.

—Sí, claro, seguro —contestó Emi con tono irónico.

Y se alejó en dirección a la casa mientras los pliegues de su camisón ocultaban la pistola.

Peter esperó hasta estar en su lado del muro para hablar.

—Si la prensa amarilla publica alguna de esas imágenes, iremos contra ellos.

—Probablemente no las publicarán —contestó Lali—. Al menos aquí no. Pero en Europa hay un gran mercado, y después aparecerán en Internet. No podremos hacer nada al respecto.

—Los demandaremos.

—Nuestro matrimonio se habrá acabado mucho antes de que el juicio se celebre.

—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Que nos olvidemos del asunto? ¿Lo que ha ocurrido no te preocupa?

La verdad era que estaba como atontada.

—Me revienta —contestó.

Cruzaron el jardín posterior de la casa en silencio. Lali pensó que no tenía por qué sentirse alterada. Las fotografías aportarían autenticidad a su falso matrimonio. Sin embargo, en el fondo se sentía casi tan violentada como el día en que los paparazzi la fotografiaron mirando la ecografía de Mery.

—Me voy a la cama —declaró cuando llegaron a la casa—. Sola.

—Tú te lo pierdes.

Estaba subiendo las escaleras cuando una interesante pieza del rompecabezas que constituía Peter Lanzani encajó en su lugar.

—Emi tiene algo que ver con tu proyecto del espectáculo de reencuentro, ¿no? Por eso le hacías la pelota en el Ivy hace quince días. Y la embarazosa invitación a tomar galletas de canela…

—Tía, yo le hago la pelota a todo el que pueda proporcionarme un papel decente.

—Es patético, pero debo reconocer que resulta altamente gratificante verte de rodillas.

—Cualquier cosa con tal de progresar —declaró él restándole importancia.





Peter no podía dormir, así que se dirigió a la piscina. Su vida se había vuelto muy complicada, pensó mientras se desnudaba y se sumergía en el agua. Esperaba que aquel estúpido matrimonio le facilitara las cosas, pero no había tenido en cuenta la actitud protectora de Emi respecto a Lali.

Se volvió cara arriba y flotó en el agua. Cada vez que intentaba salir del pozo en que había caído, otro hundimiento amenazaba con volver a enterrarlo. Lali creía que se trataba sólo de una cuestión de dinero, pero ella no sabía que lo que más necesitaba Peter era respetabilidad. Y él no quería que ella lo supiera. Quería que Lali siguiera viéndolo como el cabrón que siempre había sido. Su vida era sólo suya y no dejaría que ella entrara en ninguna área realmente importante.

No siempre había sido un solitario. Crecer sin una familia de verdad lo había empujado a crear para sí mismo una familia artificial con los colegas que, a la larga, lo habían dejado de lado. Peter creía que eran amigos suyos, pero ellos lo habían utilizado. Se habían gastado su dinero, habían explotado sus contactos y después le habían tendido una trampa con la maldita cinta erótica. Lección aprendida. Intentar ser el mejor implicaba ir solo.

Lali no utilizaba a las personas, pero aun así no quería que ella hurgara en su psique intentando averiguar hasta qué punto necesitaba crear una vida nueva para sí mismo. Lali lo conocía desde hacía mucho tiempo y veía demasiado. Además, resultaba peligrosamente fácil hablar con ella. Pero Peter no soportaba la idea de que lo viera fracasar, algo que cada día era más probable.

Lali le resultaba útil para mejorar su reputación y tener sexo. Y, aunque se moría de ganas de acelerar este segundo aspecto, su desagradable comportamiento de la noche del yate implicaba que tenía que concederle todo el tiempo que ella necesitara… y después atraerla hacia él.

Continuará...

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Como prometí acá tienen 2 capítulos!

Y ya terminé de hacer los capítulos y solo puedo decir que aun quedan bastantes asique si se ponen las pilas firmando a lo mejor subo 4 capítulos al día.

Besos y abrazos ♥

@getcrazywithlip

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