Peter tenía una llave de la casa de su
novia, así que o vivía con ella o pasaba mucho tiempo allí, lo que explicaría
por qué sólo necesitaba un apartamento de una habitación. Lali subió los
escalones del porche y siguió a Peter al interior de un vestíbulo con apliques
de bronce y paredes pintadas a la esponja.
—Tendrías que haberme dicho que tenías
novia.
Peter señaló con la cabeza la parte
trasera de la casa.
—La cocina está por ahí. Ella necesitará
un café. Yo la iré preparando mientras tú haces el café.
—Peter, esto no es una buena idea. Como
mujer te digo que…
Él ya había desaparecido escaleras arriba.
Lali se sentó en el primer escalón y apoyó la cara entre las manos. Una novia.
Peter siempre había estado rodeado de mujeres hermosas, pero ella nunca había
oído que tuviera una relación seria con nadie. Deseó no haber cortado a Gas
cada vez que él empezaba a contarle cosas de Peter.
Se levantó del escalón y miró alrededor.
La novia de Peter tenía un gusto exquisito para la decoración, aunque no para
los hombres. A diferencia de otras casas antiguas de estilo colonial, aquélla
tenía suelos de madera clara que, o eran originales o habían sido tratados para
que parecieran usados y tuvieran un aspecto cálido y rústico. El mobiliario era
confortable, piezas sencillas tapizadas con telas de tonalidad mate y adornadas
con bonitos cojines indios y telas tibetanas de colores ocre, aceituna, marrón
rojizo, peltre y dorado mate. Unos ventanales altos que daban a un porche
trasero permitían que la luz matutina inundara el salón y, al mismo tiempo,
contemplar los exuberantes limoneros y naranjos de China que crecían en
decorativas macetas de cerámica. Una antigua ánfora de aceite contenía una
frondosa enredadera que subía por el lateral de una chimenea y a lo largo de la
repisa superior de piedra, que estaba labrada con un diseño morisco.
La bien equipada cocina tenía paredes de
estuco, elegantes electrodomésticos y baldosas de tonalidad terrosa con motivos
azules. Un candelabro de hierro con pantallas de estaño colgaba encima de la
isla central de la cocina; el saliente con seis ventanas en arco que Lali había
visto desde el coche era el comedor de desayunos. Encontró la cafetera y
preparó el café. De momento, no había oído ningún grito procedente de la planta
de arriba, pero era sólo cuestión de tiempo. Lali sacó su taza al porche
trasero, construido con las mismas columnas rojizas y en espiral y las mismas
baldosas españolas azules y blancas que el porche de la entrada. Los faroles de
metal con filigranas, las mesas con mosaicos y patas de hierro curvadas, la
mampara de madera labrada y los muebles tapizados con vistosas telas turcas y
marroquíes hicieron que se sintiera como en una kasba. Las exuberantes
enredaderas, los palmitos y las cañas de bambú proporcionaban al porche una
sensación de intimidad.
Lali se cubrió los hombros con un chal y
se sentó en una cómoda tumbona. El leve tintineo de un móvil de piezas de latón
llegó hasta ella flotando en el silencioso frío matinal. Evidentemente, Peter
no conocía bien a su novia, porque el tipo de mujer que poseía una casa como
aquélla no aceptaría que su novio se casara con otra mujer, fueran cuales
fuesen las circunstancias. Peter era un estúpido por sólo imaginar algo así, lo
que resultaba extraño, porque él nunca había sido…
Lali se levantó de un brinco y el café le
salpicó la mano. Lo absorbió de un lametón, dejó la taza encima de un montón de
revistas y entró en la casa como una exhalación. En cuestión de segundos, había
subido las escaleras y encontrado el dormitorio principal, donde Peter estaba
dormido boca abajo, encima de la cama de matrimonio. Solo.
Lali se había olvidado de la regla número
uno en todo lo relacionado con Peter Lanzani: no creer nada de lo que dijera.
Lali quiso vaciar un cubo de agua fría
sobre la cabeza de Peter, pero se lo pensó mejor. Mientras estuviera dormido no
tendría que aguantarlo. Volvió a bajar y se acomodó de nuevo en el porche. A
las ocho, telefoneó a Gas, quien, como era de esperar, casi le rompió los
tímpanos con sus gritos.
—¡¿Qué demonios ha pasado?!
—Amor verdadero —replicó Lali.
—No puedo creer que os hayáis casado. Me
resulta inconcebible que lo hayas convencido para que se casara contigo.
—Estábamos borrachos.
—Créeme, Peter no lo estaba tanto. Él
siempre sabe exactamente lo que hace. ¿Dónde está ahora?
—Durmiendo en el piso de arriba, en una
casa magnífica que, por lo visto, le pertenece.
—La compró hace dos años. Sólo Dios sabe
de dónde sacó el dinero para la entrada. No es ningún secreto que últimamente
no ha sido muy solvente.
Lo cual constituía la razón de que hubiera
accedido a seguir el plan de Lali: los cincuenta mil dólares mensuales que ella
había prometido pagarle.
Sin embargo, Gas no sabía lo del dinero
del soborno.
—Habrá decidido que tú eres el billete que
necesita para mejorar su reputación. La publicidad de vuestra boda podría
ayudarle a conseguir algún papel. A él parece no importarle que no lo
contraten, pero créeme: sí le importa.
Lali bajó con nerviosismo del porche al
jardín y se volvió para contemplar la casa. Un segundo juego de columnas en
espiral situado encima de las primeras sostenía el balcón que corría a lo largo
de casi toda la planta superior y más enredaderas subían por las paredes de
estucado rojizo.
—Peter no puede ser insolvente —declaró—.
Esta casa es increíble.
—Y está hipotecada hasta la última teja.
Además, la mayor parte del trabajo lo ha hecho él mismo.
—Imposible. Seguro que ha convencido a alguna mujer locamente enamorada
de él para que pague parte de sus facturas.
—Es una posibilidad.
Lali necesitaba saber más cosas, pero
cuando presionó a Gas para que se las contara, él la atajó.
—Los dos sois amigos míos y no pienso
involucrarme en esto, aunque, desde luego, espero que me invitéis a cenar para
ver cómo os tiráis los trastos a la cabeza.
—April, no tienes forma de confirmar que
lo que voy a contarte es un montón de mentiras, lo cual te permitirá transmitir
la información con la conciencia tranquila, ¿de acuerdo?
—¡Oh, cariño…! —exclamó April con el tono
de una madre preocupada.
—Peter y yo nos encontramos casualmente en
Las Vegas. Saltó la chispa y nos dimos cuenta de lo mucho que nos habíamos
querido siempre. Decidimos que habíamos malgastado demasiado tiempo lejos el
uno del otro, así que nos casamos. Tú no sabes con certeza dónde estamos, pero
crees que seguimos en el Bellagio disfrutando de una improvisada luna de miel.
Seguro que todo el mundo estará contento de que Peter Lanzani por fin se haya
reformado y de tener el final feliz que todos se perdieron cuando Thiago y
Marianella se canceló. —Se le hizo un nudo en la garganta—. ¿Te importaría
telefonear a Sasha y contarle lo mismo? Y si Meg aparece…
—Claro que lo haré, pero, cariño, estoy
preocupada por ti. Cogeré un avión y…
—No.
La preocupación que Lali percibió en la
voz de April hizo que estuviera a punto de echarse a llorar.
—Estoy bien. De verdad. Sólo un poco
alterada. Te quiero.
Nada más colgar, Lali se obligó a enfrentarse
a la realidad. De momento estaba atrapada en aquella casa. Al ser unos recién
casados, el público esperaría que ella y Peter estuvieran juntos continuamente.
Pasarían semanas antes de que pudiera ir sola a algún lugar. Se reclinó en la
tumbona del porche, cerró los ojos e intentó pensar. Sin embargo, no había
respuestas fáciles, y al final se quedó dormida al son de las campanillas de
latón del móvil mecido por la brisa.
Cuando despertó dos horas más tarde, no se
sintió nada repuesta. A desgana, subió las escaleras. Una música latina
retumbaba en el otro extremo del pasillo. Mientras se dirigía hacia allí para
averiguar de dónde procedía el sonido, pasó por delante del dormitorio de Peter
y vio que su maleta estaba en medio de la habitación.
¡Sí, ya, como que eso iba a ocurrir!
Si hubiera tenido que adivinar cómo era el
dormitorio de Peter Lanzani, se lo habría imaginado con una de esas enormes
esferas de espejitos que hay en las discotecas y una barra de striptease, pero
se habría equivocado. Un techo de bóveda de cañón y unas paredes estucadas de
color miel definían un espacio que era lujoso, elegante y sensual sin ser
perverso. Unos paneles rectangulares de piel engastados en una estructura de
bronce formaban la cabecera de la cama de matrimonio y una confortable zona
para sentarse ocupaba la torre que había visto desde la parte frontal de la
casa.
Cuando entró en la habitación para coger
su maleta, la música se detuvo. Segundos más tarde, Peter apareció en la puerta
del dormitorio vestido con una camiseta sudada de los Lakers y unos pantalones
cortos de hacer deporte. Al verlo con aquel aspecto tan saludable, la rabia de
Lali se disparó.
—Me he encontrado con tu novia en el piso
de abajo. Se ha arrodillado y me ha dado las gracias por sacarte de su vida.
—Espero que hayas sido amable con ella.
Peter no tuvo la gentileza de disculparse
por su mentira, aunque nunca le había pedido perdón por nada. Lali se acercó a
él.
—Ni tienes novia ni apartamento. Esta casa
es tuya y quiero que dejes de mentirme.
—No pude evitarlo, me estabas poniendo de
los nervios —repuso él mientras se dirigía al lavabo.
—¡Lo digo en serio, Peter! Estamos juntos
en esto. Por mucho que lo detestemos, oficialmente somos un equipo. Sé que no
sabes lo que eso significa, pero yo sí, y un equipo sólo funciona si todos
cooperan.
—Muy bien, ya has vuelto a ponerme
nervioso. Intenta entretenerte con algo mientras me lavo. —Se quitó la sudada
camiseta y desapareció en el lavabo—. A menos que… —asomó la cabeza— quieras
meterte en la ducha conmigo para jugar un poco. —La miró con lascivia de arriba
abajo—. Después de lo de ayer por la noche… No digo que seas una ninfómana,
pero no estás lejos de serlo.
¡Ah, no! No la vencería tan fácilmente.
Lali levantó la barbilla y le devolvió su mirada seductora.
—Me temo que me has confundido con aquel
gran danés que tenías.
Peter soltó una carcajada y cerró la
puerta.
Ella cogió su maleta y la sacó al pasillo.
Una vez más, la sensación de estar atrapada le aceleró el corazón y volvió a
intentar serenarse. Tenía que encontrar un lugar apropiado para dormir. Había
vislumbrado una casita para invitados en la parte posterior de la finca, pero
probablemente Peter tenía servicio doméstico, de modo que no podía instalarse
tan lejos del edificio principal.
Exploró la planta superior y descubrió
cinco dormitorios. Peter utilizaba uno para almacenar cosas, otro lo había
convertido en un gimnasio bien equipado y un tercero era espacioso, pero estaba
totalmente vacío. Sólo el dormitorio contiguo al principal estaba amueblado:
una cama de matrimonio con una ornamentada cabecera de estilo morisco y una
cómoda a juego. La luz del sol se esparcía por el interior gracias a unos
ventanales que daban al balcón posterior de la casa. Las paredes pintadas de un
alegre amarillo limón formaban un atractivo contraste con la oscura madera y la
vistosa alfombra oriental.
Su ayudante le llevaría algo de ropa el
día siguiente, pero hasta entonces sólo le quedaba una muda limpia. Deshizo la
maleta y llevó sus artículos de tocador al lavabo del dormitorio, de cristal
pavés y azulejos bermellón. Necesitaba una ducha con urgencia, pero cuando
regresó al dormitorio para desvestirse, encontró a Peter tumbado en la cama,
vestido con una camiseta limpia, unos pantalones cortos tipo safari y lo que
parecía un vaso de whisky en equilibrio sobre su pecho. Y ni siquiera eran las
dos de la tarde.
Él agitó el líquido del vaso.
—No es buena idea que duermas aquí. Mi ama
de llaves vive encima del garaje y se daría cuenta de que dormimos en camas
separadas.
—Haré la cama todas las mañanas antes de
que ella la vea —contestó Lali con dulzura fingida—. En cuanto a mis cosas…
Dile que utilizo este dormitorio como vestidor.
Peter bebió un sorbo de whisky y descruzó
los tobillos.
—Lo que te dije ayer iba en serio. Esto lo
haremos según mis normas, y una vida sexual regular forma parte del trato.
Lali lo conocía demasiado bien como para
fingir sorpresa.
—Estamos en el siglo veintiuno, Thiago.
Los hombres no dan ultimátums sexuales.
—Pues este hombre sí los da. —Peter se
levantó de la cama como un león de melena pelirroja que se prepara para la caza—.
No pienso renunciar al sexo, lo que significa que, o follo contigo, o haremos
lo que hacen todos los matrimonios. Y no te preocupes, ya no me va tanto el
sadomasoquismo como antes. No es que lo haya dejado del todo… —Su burla sutil
resultaba más intimidante que el desdén que utilizaba antes. Bebió un sorbo de
whisky con calma—. Hay un nuevo sheriff en la ciudad, Marianella. Tú y tu
papaíto ya no tenéis la carta ganadora del poder. Estamos jugando con una
baraja nueva y me toca repartir.
Levantó el vaso parodiando el gesto del
brindis y salió al pasillo.
Lali respiró hondo una docena de veces y a
continuación lo hizo media docena de veces más. Sabía que convertirse en una
mujer con poder de decisión no le resultaría fácil. Pero ella tenía el talonario,
¿no? Y eso la capacitaba para encararse y superar el reto. Sí, superarlo de una
forma total, absoluta y definitiva.
Seguramente.
Continuará...
En la
planta baja, el móvil de Peter vibró en el bolsillo de sus pantalones cortos.
Antes de responder, se desplazó hasta la esquina más alejada del salón.
—Hola, Caitlin.
—Vaya, vaya… —respondió una áspera voz
femenina—. ¡Eres una auténtica caja de sorpresas!
—Me gusta hacer que la vida resulte
interesante.
—Suerte que encendí el televisor ayer por
la noche, o no me habría enterado de la noticia.
—Llámame insensible, pero tú no estás en
los primeros puestos de mi lista de contactos.
Mientras ella se desahogaba, Peter miró
hacia el porche a través de los ventanales. Le encantaba aquella casa. Era el
primer lugar en que había vivido que le daba una sensación de hogar o, al
menos, lo que él creía que era un hogar, pues nunca había tenido uno antes. Las
lujosas mansiones que había alquilado durante la época de Thiago y Marianella
parecían más residencias de estudiantes que auténticos hogares, pues siempre
había vivido en ellas con amigos. En la mitad de las habitaciones solía haber
videojuegos a todo volumen y, en la otra, películas porno, y latas de cerveza y
envases de comida rápida por todas partes. Y mujeres, montones de mujeres.
Algunas eran chicas decentes e inteligentes que merecían ser tratadas mejor.
Mientras Caitlin seguía despotricando,
Peter recorrió el pasillo trasero y bajó los pocos escalones que conducían a la
pequeña sala de proyecciones que había restaurado. Cande debía de haber visto
una película la noche anterior, porque todavía olía a palomitas. Peter dio un
sorbo a su bebida y se arrellanó en uno de los asientos reclinables. La
pantalla vacía le recordó su estado en aquel momento. Con Thiago y Marianella
había tirado por la borda la oportunidad de su vida, como había hecho su padre
con todas las oportunidades que se le presentaron. Una herencia familiar.
—Espero otra llamada, cariño —declaró
Peter cuando se le acabó la paciencia—. Tengo que dejarte.
—Seis semanas —replicó ella—. Es todo lo
que te queda.
¡Como si él lo hubiera olvidado!
Peter miró si tenía algún mensaje y cerró
el móvil. No podía culpar a Caitlin por estar resentida, pero, en aquel
momento, él tenía un problema mucho mayor entre manos. Cuando se enteró de que
Lali iba a pasar el fin de semana en Las Vegas, había decidido seguirla. Sin
embargo, la estrategia que había planeado había tomado un giro endemoniado que
nunca habría imaginado. Desde luego casarse nunca había estado en sus planes.
Ahora tenía que averiguar cómo convertir
aquella ridícula situación en algo ventajoso para él. Lali tenía mil estupendas
razones para odiarlo, mil razones para explotar todas las debilidades que
pudiera encontrar en él, lo que significaba que sólo podía permitirle ver lo
que esperaba ver. Por suerte, ella ya pensaba lo peor de él, y él no haría nada
para que cambiara de opinión.
Casi sentía lástima por ella. Lali no
tenía ni un ápice de maldad, así que el enfrentamiento era desigual. Ella ponía
el interés de los demás por delante del suyo y, si los otros la cagaban, se
culpaba a sí misma. Él, por su parte, era un hijo de puta egoísta y egocéntrico
que había crecido sabiendo que tenía que cuidar de sí mismo y no experimentaba
el menor reparo en utilizar a Lali. Ahora que por fin sabía lo que quería en la
vida, iría a por ello con todos sus recursos.
Lali Esposito no tenía la menor
posibilidad.
Lali se duchó y se preparó un sándwich de
pavo. Buscando un libro para leer, entró en el comedor. Una sólida mesa negra,
redonda y con patas en forma de garra que parecía de estilo español o portugués
estaba situada encima de una alfombra oriental y debajo de una lámpara de araña
de bronce estilo morisco, pero el comedor era también una biblioteca, pues
todas las paredes salvo la que comunicaba con el jardín estaban cubiertas, de
suelo a techo, de estanterías. Además de libros, contenían una variada mezcla
de objetos: campanas balinesas, minerales de cuarzo, cerámicas mediterráneas y
pequeños cuadros mexicanos de temática popular.
La decoradora de Peter había creado un
ambiente acogedor que invitaba al recogimiento, pero la variada colección de
objetos demostraba que no conocía bien a Peter o que no le importaba que su
iletrado cliente no apreciara sus elecciones. Lali cogió un volumen
profusamente ilustrado de artistas californianos contemporáneos y se sentó en
un sillón de piel que había en un rincón. Conforme avanzaba la tarde, su
concentración se fue debilitando. Había llegado la hora de poner manos a la
obra. Quizá Peter no viera la necesidad de que tuvieran un plan conjunto para
tratar con la prensa, pero ella sabía que era imprescindible. Tenían que
decidir con rapidez cuándo y cómo realizar su reaparición. Dejó a un lado el
libro y se puso a buscar a Peter. Como no lo encontró en ningún lugar de la
casa, siguió el camino de grava que, flanqueado por cañas de bambú y altos
setos, conducía a la casita de invitados.
No era mayor que un garaje de dos plazas y
tenía el mismo tipo de tejas y exterior estucado que la casa principal. Las dos
ventanas de la fachada delantera estaban a oscuras, pero Lali oyó sonar un
teléfono en la parte trasera y siguió un sendero en esa dirección. Una luz
salía por unos ventanales abiertos y se desparramaba por un pequeño patio de
grava en el que había un par de tumbonas con cojines de lona color champán y
unas macetas con orejas de elefante. Unas enredaderas subían por las paredes a
los lados de los ventanales. En el interior, Lali vio un acogedor despacho con
paredes de color bermellón y suelo embaldosado y cubierto con una alfombra de
pita. Una serie de pósters de películas enmarcados colgaba de las paredes.
Algunos eran predecibles, como el de Marlon Brando en La ley del silencio o el
de Humphrey Bogart en La Reina de África, pero otros no tanto, como el de
Johnny Depp en El amor de los inocentes, Don Cheadle en Hotel Ruanda y el de
Jake Koranda, el padre de Meg, como Calibre Sabueso.
Cuando Lali entró en el despacho, Peter
estaba hablando por teléfono, sentado tras un escritorio en ele pintado de
albaricoque oscuro y tenía la omnipresente copa a su lado. Unas estanterías
empotradas contenían montones de revistas sobre televisión y algunas para
cinéfilos, como Cineaste y Fade In. Como Lali no tenía noticia de que Peter
leyera nada que fuera más profundo que Penthouse, supuso que eran otro toque de
la decoradora.
Peter no pareció alegrarse de ver a su
flamante esposa.
—Tengo que dejarte, Jerry —dijo al
auricular—. He de preparar una reunión que tengo mañana por la mañana.
Recuerdos a Dorie.
—¿Tienes un despacho? —preguntó Lali
cuando él colgó.
Peter entrelazó las manos en la nuca.
—Pertenecía al anterior propietario, pero
todavía no he encontrado el momento de convertirlo en un fumadero de opio.
Lali vio algo que parecía un ejemplar del
Directorio Creativo de Hollywood cerca del teléfono, pero cuando quiso
examinarlo más de cerca, Peter lo cerró de golpe.
—¿Qué es eso de que tienes una reunión? Tú
no tienes reuniones. Ni siquiera tienes mañanas.
—Tú eres mi reunión. —Señaló el teléfono
con un gesto de la cabeza—. La prensa ha descubierto que no estamos en Las
Vegas y la casa está sitiada. Esta semana tendremos que instalar verjas en la
entrada. Te dejaré pagarlas.
—¡Qué amable!
—Eres tú la que tiene la pasta.
—Descuéntalas de los cincuenta mil
mensuales que te pago. —Lali dirigió la vista al letrero de Don Cheadle—.
Tenemos que hacer planes. Mañana a primera hora deberíamos…
—Estoy en mi luna de miel. Nada de charlas
de negocios.
—Tenemos que hablar. Hay que decidir…
—¡Lali! ¿Estás ahí?
A ella se le cayó el corazón a los pies.
Una parte de su mente se preguntó cómo la había encontrado tan deprisa. La otra
parte se sorprendía de que hubiera tardado tanto.
Unos zapatos crujieron en el sendero de
grava que conducía a la casa de invitados y, entonces, apareció su padre. Iba
vestido, como siempre, de un modo conservador, con camisa blanca, pantalones
gris claro y mocasines con borla. A los cincuenta y dos años, Nico Esposito
estaba delgado y en forma, usaba gafas sin montura y su pelo ondulado y
prematuramente entrecano hacía que lo confundieran con Richard Gere.
Entró en el despacho y permaneció en
silencio, estudiando a Lali. Salvo por el color de los ojos, no se parecían en
nada. Lali había heredado la cara redonda y la boca grande de su madre.
—¿Qué has hecho, Lali? —preguntó él con su
habitual calina indiferente.
Y así, sin más, Lali volvió a tener ocho
años, y aquellos fríos ojos verdes de siempre la estaban juzgando por permitir
que un caro cachorro de bulldog se escapara durante la filmación de un anuncio
de comida para perros o por derramar un zumo en su vestido antes de una
audición. Ojalá fuera uno de esos padres con arrugas, sobrepeso y mejillas
rasposas, no supiera nada del mundo del espectáculo y sólo se preocupara de su
felicidad. Lali recuperó la compostura.
—Hola, papá.
Él juntó las manos a la espalda y esperó a
que ella se explicara.
—¡Sorpresa! —exclamó Lali con una sonrisa
falsa—. Claro que, en el fondo, no es una sorpresa de verdad. Quiero decir que…
Tú sabías que estábamos saliendo, ¿no? Todo el mundo vio las fotos del Ivy.
Estoy de acuerdo en que parece precipitado, pero prácticamente crecimos juntos
y… Cuando está bien, está bien. Está bien, ¿no, Peter? ¿A que está bien?
Pero su marido estaba disfrutando de su
nerviosismo y no pensaba darle su apoyo.
Su padre evitó mirar a Peter de forma
deliberada.
—¿Estás embarazada? —preguntó con su fría
voz.
—¡No! ¡Claro que no! Lo nuestro es…
—intentó no atragantarse— un matrimonio por amor.
—Vosotros os odiáis.
Peter por fin se levantó de la silla y se
colocó al lado de Lali.
—Eso es agua pasada, Nico. —Rodeó la
cintura de su esposa con un brazo—. Ahora somos personas diferentes.
Nico siguió ignorándolo.
—¿Tienes idea de cuántos reporteros hay
frente a la casa? Mientras entraba, han atacado mi coche.
Lali se preguntó cómo la había encontrado
su padre en aquella parte de la casa, pero entonces pensó que él no permitiría
que un pequeño detalle como que nadie respondiera al timbre lo detuviera. Se lo
imaginó atravesando los arbustos sin que un solo pelo de su cabeza se
despeinara. A diferencia de ella, Nico Esposito nunca se alteraba ni se sentía
confuso. Y tampoco perdía nunca de vista sus objetivos, por eso le costaba
tanto entender que ella insistiera en tomarse seis meses de vacaciones.
—Tienes que asumir el control de toda esta
publicidad inmediatamente —declaró su padre.
—Precisamente Peter y yo estábamos
decidiendo nuestro siguiente paso.
Por fin, Nico volvió su atención hacia su
indeseado yerno. Habían sido enemigos desde el principio. Peter odiaba las
interferencias de Nico en el plató, sobre todo su forma de asegurarse de que
Lali nunca dejara de encabezar el reparto. Y Nico lo odiaba todo de Peter.
—No sé cómo has convencido a Lali de que
participe en esta farsa, pero sé el porqué. Quieres volver a aprovecharte de
sus éxitos, como solías hacer en el pasado. Quieres utilizarla para revivir tu
patética carrera.
Su padre no sabía lo del dinero que ella
pagaría, así que, extrañamente, no había dado en el blanco.
—No digas eso. —Al menos tenía que fingir
que defendía a Peter—. Por esta razón no te he telefoneado. Sabía que te
enfadarías.
—¿Enfadado yo? —Su padre nunca levantaba
la voz, lo que hizo que su enfado todavía le resultara más doloroso a Lali—.
¿Intentas arruinar tu vida deliberadamente?
No, estaba intentando salvarla.
Nico se balanceó de atrás a delante, como
solía hacer cuando ella era una niña y no lograba memorizar sus diálogos.
—Y pensar que creía que lo peor ya había
pasado.
Lali sabía a qué se refería su padre. Él
adoraba a Pablo y se puso furioso cuando se separaron. A veces, deseaba que él
le hubiera dicho lo que realmente sentía, o sea que debería haber sido lo
bastante mujer para retener a su marido.
Nico sacudió la cabeza.
—Creo que nunca me habías decepcionado
tanto como ahora.
Sus palabras la hirieron en lo más hondo,
pero se estaba esforzando en ser ella misma, así que esbozó otra sonrisa
radiante.
—Pues piensa que sólo tengo treinta y un
años. Tengo un montón de años por delante para mejorar mi récord.
—Ya está bien, Lali —declaró Peter casi
con amabilidad, y apartó el brazo de su cintura—. Nico, te lo diré sin rodeos:
ahora Lali es mi esposa y ésta es mi casa, así que compórtate o te prohibiré
visitarnos.
Lali contuvo el aliento.
—¿Ah, sí?
Nico apretó los labios.
—Pues sí.
Peter se dirigió a las puertas vidrieras,
pero antes de llegar se dio la vuelta, interpretando una salida falsa con tanta
perfección como lo había hecho en cientos de episodios de Thiago y Marianella.
Incluso utilizó el mismo inicio de diálogo.
—¡Ah, y una cosa más…! —Dejó a un lado el
guión con una sonrisa perversa—. Quiero ver las declaraciones de la renta de
Lali de los últimos cinco años. Y sus estados financieros.
Ella no pudo creérselo. «El muy…» Avanzó
un paso hacia Peter y su padre enrojeció de indignación.
—¿Acaso estás sugiriendo que he
administrado mal el dinero de Lali?
—No lo sé. ¿Lo has hecho?
Peter había ido demasiado lejos. Puede que
le molestara la forma en que su padre intentaba controlarla y, sin lugar a
dudas, cuestionaba su criterio a la hora de elegir sus últimos papeles, pero él
era el único hombre del mundo en el que ella confiaba plenamente en lo relativo
al dinero. Cualquier niñoactor se sentiría afortunado con un padre tan
escrupulosamente honesto cuidando de su dinero.
La apariencia de su padre se volvió más y
más calmada, lo que nunca constituía una buena señal.
—Ahora llegamos a la verdadera razón de
este matrimonio: el dinero de Lali.
Su yerno torció la boca con insolencia.
—Primero dices que me he casado con ella
para avanzar en mi carrera… Ahora, que lo he hecho por su dinero… La verdad,
tío, es que me he casado con ella por el sexo.
Lali se acercó a ellos.
—Muy bien, ya me he divertido bastante por
hoy. Te llamaré mañana, papá. Te lo prometo.
—¿Eso es todo? ¿No vas a decir nada más?
—Si me concedes un par de minutos,
probablemente se me ocurrirá una buena frase lapidaria, pero de momento me temo
que es lo mejor que tengo.
—Te acompañaré a la puerta —declaró Peter.
—No es necesario. —El padre de Lali llegó
a la puerta en un par de zancadas—. Saldré por donde he venido.
—Papá, no, de verdad… Deja que yo…
Pero él ya se estaba alejando por el
sendero de grava. Lali se dejó caer en un sofá blando y marrón, justo debajo de
Humphrey Bogart.
—Ha sido divertido —comentó Peter.
Ella apretó los puños en su regazo.
—No puedo creer que cuestionaras su
honestidad de esa manera. Tú, el auténtico rey de la mala administración
financiera. La forma en que mi padre maneja mi dinero es asunto mío, no tuyo.
—Si no tiene nada que ocultar, no le
importará enseñarme los libros.
Ella se levantó de golpe.
—¡Pues a mí sí que me importa! Mi
situación financiera es confidencial y lo primero que haré mañana por la mañana
será llamar a mi abogado para que continúe siéndolo.
También mantendría una conversación privada
con su contable para ocultarle a su padre los cincuenta mil dólares mensuales
que le pagaría a Peter. «Gastos domésticos» o «gastos de seguridad» sonaba
mucho mejor que «gastos de soborno».
—Relájate —dijo Peter—. ¿De verdad crees
que sé interpretar un estado financiero?
—Lo has provocado deliberadamente.
—¿No te has divertido al menos un poco?
Ahora tu padre sabe que no puede mangonearme como hace contigo.
—Yo dirijo mi propia vida. —Al menos eso
intentaba.
Lali esperaba que él rebatiera su
afirmación, pero Peter simplemente apagó la lámpara del escritorio y la empujó
hacia la puerta.
—Hora de acostarse. Apuesto a que te
gustaría un masaje en la espalda.
—Apuesto a que no. —Lali salió del
despacho y él cerró las puertas tras ellos—. ¿Por qué sigues insistiendo? Ni
siquiera te gusto.
—Porque soy un tío y tú estás disponible.
Lali dejó que su silencio hablara por sí
mismo.
Continuará...
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Holiiiiiiiiiiiiis! Aquí la amiga encargada esta semana de subir novela :) Ayer no pude, así que aquí tienen dos caps, disfrútenlos!
Espero que no dejéis de leer y firmar, que os controla desde la playa, lo sé!
Besos
Hooolaaaa voolviii..perdón por no comentar en el cap anterior..u.u me de encantaaa..pero se gustan los dos..seeee..baja..ya quiero o maaas..como prometido recomendé la nove en mi blog...:D dueertee hermosa..besos @pl_mialma
ResponderEliminarLo que dijo Peter al finaĺ me dejo asi o_O
ResponderEliminarPobre Lali a mi me mataría que mi papa me diga o me trate asi
Beso