A la mañana siguiente, Lali hizo la cama
en la que había dormido sola con esmero y bajó a la planta baja. En la cocina,
encontró a una joven trajinando en la encimera, de espaldas a la puerta, con un
colador con fresas. Llevaba el pelo teñido de negro, muy corto en un lado y largo
hasta la mandíbula y escalado en el otro. Tres pequeños símbolos japoneses
tatuados en su nuca desaparecían por debajo de una camiseta gris sin mangas y
unos imperdibles de gran tamaño sujetaban un largo descosido en la pernera de
sus vaqueros. Parecía una roquera punk de los años noventa y Lali no entendió
qué hacía allí, en la cocina de Peter.
—Esto… Buenos días. —Su saludo fue
ignorado. Lali no estaba acostumbrada a que no le hicieran la pelota y volvió a
intentarlo—. Soy Lali.
—¡Como si no lo supiera! —La joven siguió
sin darse la vuelta—. Ésta es la bebida especial proteínica de Peter para el
desayuno. Tú tendrás que prepararte lo que quieras tú misma.
La batidora se puso en marcha.
Lali esperó hasta que el motor se apagó.
—¿Y tú eres…?
—El ama de llaves. Cande.
—¿Que es el diminutivo de…?
—Cande.
Lali captó el mensaje. Cande la odiaba y
no quería hablar con ella. Sólo a Peter se le ocurriría tener un ama de llaves
que pareciera salida de una película de Tim Burton. Lali empezó a abrir
armarios en busca de una taza. Cuando la encontró, se dirigió a la cafetera.
Cande se volvió hacia ella.
—Éste es el café especial de Peter. Es
sólo para él. —Tenía cejas espesas y oscuras, y en una llevaba un piercing. Sus
facciones eran pequeñas, afiladas y hostiles—. El café normal está en ese
armario.
—Estoy segura de que a Peter no le
importará que beba una taza del suyo.
Lali cogió la jarra de la cafetera último
modelo.
—Sólo he hecho la cantidad suficiente para
él.
—Pues a partir de ahora será mejor que
hagas un poco más.
Lali no hizo caso de los dardos
envenenados de los que era blanco, cogió una manzana de una fuente mexicana de
Talavera y se la llevó, junto con el café, al porche trasero.
Se bebió la mitad del delicioso café, y
comprobó si tenía mensajes en el móvil. Pablo había vuelto a telefonearle, en
esta ocasión desde Tailandia.
«Lali, ¿te has vuelto loca? Devuélveme la
llamada en cuanto oigas este mensaje.»
Ella borró el mensaje y, a continuación,
telefoneó a su publicista y a su abogado. Sus evasivas acerca de lo que había
ocurrido durante el fin de semana los estaban volviendo locos, pero ella no
pensaba contarle la verdad a nadie, ni siquiera a las personas en que
teóricamente debía confiar. Utilizó con ellos el mismo argumento que el día anterior
con su asistente personal, cuando le indicó que recogiera sus cosas: «No puedo
creer que precisamente tú no supieras que Peter y yo estábamos saliendo.
Hicimos lo posible por mantenerlo en secreto, pero tú sueles leer en mí como en
un libro abierto.»
Al
final reunió el coraje necesario para telefonear a Sasha. Le preguntó acerca
del incendio, pero ella cambió de tema.
—Me estoy ocupando de él. Ahora explícame
qué está pasando de verdad, no la chorrada que me contó April acerca de que tú
y Míster Sexy os pusisteis nostálgicos viendo una reposición de Thiago y
Marianella.
—Ésa es mi explicación y todos nos
ajustaremos a ella, ¿de acuerdo?
—Pero…
—Por favor.
Al final, Sasha cedió.
—De momento no insistiré, pero la próxima vez
que vaya a Los Ángeles tendremos una larga charla. Por desgracia, tengo que
quedarme en Chicago durante un tiempo.
Lali siempre esperaba con ilusión las
visitas de Sasha, pero en esta ocasión se sintió más que feliz de posponer lo
que sabía que constituiría un tenso interrogatorio.
No se molestó en telefonear a su agente.
Su padre se encargaría de Gime. Intentar conseguir el cariño de su padre era
como esforzarse en una rueda de hámster. No importaba lo deprisa que corriera:
nunca se acercaba al objetivo. Algún día dejaría de intentarlo. En cuanto a lo
de contarle la verdad… por el momento, no. Nunca.
Peter salió al porche bebiendo los restos
de algo rosa, espeso y espumoso. Mientras Lali se fijaba en la forma en que su
camiseta marcaba unos músculos que a ella no le resultaban nada familiares,
decidió que prefería su anterior aspecto de heroinómano. Al menos aquello lo
entendía. Vio cómo un trozo de fresa desaparecía en la boca de Peter. Ella
también quería un batido rosa y espumoso para desayunar. Claro que también
quería muchas cosas que no podía tener: un matrimonio fantástico, hijos, una
relación saludable con su padre, y una carrera que mejorara con el tiempo. Pero
en aquel momento se conformaría con un buen plan para hacer creer al público
que se había enamorado otra vez.
—Las vacaciones han tocado a su fin,
Thiago. —Ella se levantó de la silla—. El fin de semana ha terminado y la
prensa exige respuestas. Como mínimo, hemos de planificar los próximos días. Lo
primero que tenemos que hacer es…
—No hagas enfadarse a Cande.
Peter se limpió una burbuja de espuma rosa
de la comisura de los labios.
—¿Yo? Esa chica es una máquina de cabrear
parlante.
—También es la mejor ama de llaves que he
tenido nunca.
—Por su aspecto, parece que tenga
dieciocho años. ¿Quién tiene un ama de llaves tan joven?
—Tiene veinte años. Y yo tengo un ama de
llaves tan joven. Déjala tranquila.
—Si voy a vivir aquí, va a resultar un
poco difícil.
—Te lo dejaré bien claro: si tengo que
elegir entre tú y Cande, ella gana de lejos.
Peter y su vaso vacío desaparecieron en el
interior de la casa.
Se acostaban juntos. Eso explicaría la
hostilidad de Cande. No parecía su tipo, pero ¿qué sabía ella sobre los gustos
actuales de Peter? Nada en absoluto, y tenía la intención de que siguiera de
esa manera.
Agus Wiggins, su asistente personal, llegó
media hora más tarde. Lali mantuvo la puerta abierta para que pudiera entrar
con su maleta más grande y algunos conjuntos colgados en perchas.
—Ahí fuera hay una auténtica zona de
guerra —declaró Agus con el entusiasmo de un chico de veintiséis años que sigue
obsesionado con los videojuegos—. Los paparazzi, una cadena de noticias… Y creo
que he visto a aquella tía de la cadena E!
—Estupendo —ironizó Lali.
Agus era su asistente personal desde que
el anterior se pasara al campo de Pablo y Mery. Agus era casi tan ancho como
alto, debía de pesar ciento treinta kilos y apenas alcanzaba el metro ochenta.
Su pelo áspero y castaño enmarcaba una cara gordinflona adornada con unas gafas
enormes y estrafalarias, una nariz larga y una boca pequeña y dulce.
—Mañana por la mañana empaquetaré el resto
de tu ropa —explicó—. ¿Dónde quieres que deje todo esto?
—Arriba. El armario de Peter está lleno,
así que he convertido el dormitorio contiguo en mi vestidor.
Cuando llegaron al final de las escaleras,
Agus resollaba y su bolso negro se había deslizado hasta el ángulo de su codo.
Lali deseaba que se cuidara más, pero él no hacía caso de sus indirectas.
Cuando pasaron por el dormitorio de Peter, Agus echó un vistazo al interior y
se detuvo.
—Precioso. —Se refería al equipo de
sonido, no a la decoración—. ¿Te importa si dejo tu ropa en tu vestidor y vengo
a darle una ojeada? —preguntó.
Sabiendo cuánto le gustaban los aparatos,
Lali no pudo negarse. Agus dejó la ropa y la maleta en la habitación contigua y
regresó a examinar el equipo electrónico.
—¡Increíble!
—¿Quieres celebrar una fiesta, guapo?
—preguntó una voz sedosa desde la puerta.
Agus reaccionó soltando un extraño
soplido.
—Soy Agus, el asistente personal de Lali.
Peter arqueó una de sus cejas perfectas
mientras miraba a Lali. Los asistentes personales solían ser mujeres jóvenes y
guapas u hombres gays muy bien vestidos. Agus no encajaba en ninguna de esas
categorías. Lali estuvo a punto de no contratarlo a pesar de que su padre se lo
había recomendado. Sin embargo, durante la entrevista, la alarma contra
incendios de su casa se disparó y Agus arregló el problema con tanta facilidad
que ella decidió concederle una oportunidad. Agus resultó ser alegre, listo,
muy bien organizado y no tener manías acerca de las tareas que ella le
encargaba. Además, su autoestima era tan baja como su habilidad para el arte
dramático y nunca le pedía favores, como que consiguiera que lo admitieran en
un club o un restaurante de moda, cosas que su anterior asistente daba por
sentadas.
Muchos chicos como Agus se habían mudado a
Los Ángeles desde sus ciudades del Medio Oeste soñando con realizar efectos
especiales en Hollywood, pero enseguida descubrían que conseguir un trabajo en
ese campo no era una tarea tan fácil. Ahora Agus trabajaba de asistente
personal para Lali y se encargaba de su página Web. En su tiempo libre, jugaba
a los videojuegos y engullía comida basura.
Agus estrechó la mano de Peter y señaló el
equipo de sonido, alojado en el interior de un mueble toscamente labrado cuyas
puertas parecían proceder de una misión española.
—He leído cosas sobre equipos como ése.
¿Desde cuándo lo tienes?
—Lo compré el año pasado. ¿Quieres
probarlo?
Mientras Agus escudriñaba el equipo, Lali
examinó la habitación vacía que había en un recodo del pasillo, donde había
decidido instalar su estudio. Al final, Agus se reunió con ella y juntos
decidieron qué muebles necesitaría para guardar sus cosas. Después de hacer
planes para dejar su casa de alquiler y redactar un borrador de carta para sus
fans de la Web, Lali le dijo que cancelara las reuniones y citas a las que
pensaba asistir antes de tomarse los seis meses de vacaciones.
Había pensado viajar por Europa, evitando
las grandes ciudades y conduciendo por las zonas rurales. Se había imaginado
visitando pueblos, paseando por viejos caminos y quizás, sólo quizás,
encontrándose a sí misma. Pero su viaje de autodescubrimiento había tomado un
desvío mucho más peligroso.
—Ahora entiendo por qué te tomas seis
meses de descanso —comentó Agus—. Buen plan. Al no tener nada en tu agenda,
podrás disfrutar de una larga luna de miel.
¡Sí, una luna de miel estupenda!
Para su luna de miel, ella y Pablo habían
alquilado una casa de campo en la Toscana que daba a un olivar. Después de unos
días, Pablo se puso nervioso, pero a ella le encantó aquel lugar.
Lali apenas había pensado en su ex marido
en toda la mañana, lo que constituía todo un récord. Cuando Agus se disponía a
irse, Cande pasó por el vestíbulo y Lali los presentó.
—Éste es Agus Wiggins, mi asistente
personal. Agus, Cande es el ama de llaves de Peter.
Cande deslizó sus ojos pintados con raya
negra del cabello áspero de Agus a los tensos ojales de su camisa de cuadros y
de allí a su abultada barriga y sus deportivas negras. Torció el gesto y dijo:
—Mantente alejado de la nevera, ¿vale?
Está fuera de tu jurisdicción.
Agus enrojeció y Lali sintió deseos de
abofetear a la chica. «Si tengo que elegir entre tú y Cande, ella gana de
lejos.»
—Mientras Agus trabaje para mí —declaró
entonces—, tendrá libre acceso a todas las zonas de la casa. Confío en que le
harás sentirse cómodo.
—Os deseo suerte —repuso Cande y se alejó
altiva con la regadera que llevaba en la mano.
—¿Qué le pasa? —preguntó Agus.
—Le cuesta un poco adaptarse a la idea de
que Peter está casado. No le hagas caso.
Era un buen consejo, pero a Lali le costó
imaginarse al bueno de Agus aguantando el tipo frente aquella ama de llaves de
veinte años y lengua viperina.
Cuando Agus se marchó, Lali salió al
jardín en busca de Peter. Tenían que hacer planes y él ya le había dado demasiadas
largas. Lali siguió el sonido de agua borboteante hasta una piscina pequeña de
contorno irregular situada en un rincón recogido detrás de un roble y unos
arbustos. En un extremo de la piscina, el agua de una cascada de un metro de
altura caía sobre unas piedras negras y brillantes otorgando al rincón un aire
de recogimiento.
Lali siguió caminando y, al final,
encontró a Peter encerrado en su despacho. Estaba otra vez hablando por
teléfono. Cuando ella sacudió la manecilla de la puerta, él le dio la espalda.
Lali intentó escuchar la conversación a través del cristal, pero no lo logró.
Él colgó y se puso a teclear en el ordenador. Lali no conseguía imaginar qué
hacía Peter con un ordenador. Y, ahora que lo pensaba, ¿qué hacía fuera de la
cama antes de las cuatro de la tarde?
—¡Déjame entrar!
—¡No puedo! —gritó él sin dejar de
teclear—. Estoy ocupado buscando formas de gastarme tu dinero.
En vez de enfadarse, Lali se puso a cantar
Your Body Is a Wonderland y a tamborilear en los cristales, hasta que Peter no
pudo aguantarlo más y se levantó para abrirle la puerta.
—Será mejor que no me entretengas mucho,
las prostitutas que he contratado llegarán en cinco minutos.
—Gracias por decírmelo. —Entró en el
despacho y señaló el ordenador con un gesto de la cabeza—. Mientras tú babeabas
contemplando imágenes de animadoras desnudas yo he estado trabajando en nuestra
reaparición en el mundo. Quizá quieras tomar notas. —Se sentó en el cómodo sofá
marrón, debajo de Marlon Brando, y cruzó las piernas—. Tú tienes una página
Web, ¿no? He escrito una carta en nombre de los dos para nuestros fans.
Cuando Peter apoyó los codos en el
escritorio, Lali perdió el hilo. Thiago tenía un escritorio, pero Peter no.
Thiago también tenía una buena educación, una finalidad en la vida y una firme
moralidad.
Volvió a la realidad.
—Agus nos ha reservado mesa para cenar
mañana en Mr. Chow. Será un auténtico zoo, pero creo que es la manera más
rápida de que…
—¿Una carta a nuestros fans y una cena en
Mr. Chow? Eso sí que es pensar. ¿Y qué más se te ha ocurrido?
—Una comida en el Chateau el miércoles y
una cena en Il Sole el jueves. Dentro de dos semanas hay un importante acto
benéfico para ayudar a los enfermos de Alzheimer. Después se celebrará un baile
para recaudar fondos para obras benéficas. Comemos, sonreímos y posamos.
—Nada de bailes. Ni uno.
—Siento oír eso. ¿Te lo ha prohibido el
médico?
La sonrisa de Peter se curvó como la cola
de una serpiente por encima de sus brillantes dientes blancos.
—Me lo pasaré de miedo gastándome los
cincuenta mil pavos que me pagarás cada mes por aguantarte.
Era un desvergonzado. Lali le contempló
apoyar los pies en el borde del escritorio.
—¿Eso es todo? —preguntó Peter—. ¿Ése es
tu plan para aparecer en primera plana? ¿Que salgamos a comer?
—Supongo que podríamos seguir tu ejemplo y
hacer que nos detuvieran por conducir borrachos, pero sería un poco borde, ¿no
te parece?
—Muy graciosa. —Peter bajó los pies al
suelo—. Celebraremos una fiesta.
Lali casi se estaba divirtiendo, pero al
oír su propuesta lo miró con recelo.
—¿Qué clase de fiesta?
—Una cara y multitudinaria para celebrar
que nos hemos casado, ¿qué demonios creías? Dentro de seis semanas. Dos meses,
quizá. Lo suficiente para enviar las invitaciones y crear expectación, pero no
tanto como para que el público pierda el interés por nuestra bonita historia de
amor. ¿Por qué me miras así?
—¿Se te ha ocurrido a ti solito?
—Estando borracho suelo ser bastante
creativo.
—Tú odias todo lo que sea formal. Solías
presentarte descalzo en las fiestas de la cadena. —Y con un aire de chico tan
malo y atractivo que todas las invitadas a las fiestas lo deseaban.
—Prometo ponerme los zapatos. Tú haz que
tu chico encuentre a un buen organizador de fiestas. El tema es obvio.
Lali descruzó las piernas.
—¿Qué quieres decir con que es obvio? A mí
no me lo parece.
—Eso te pasa porque no bebes lo suficiente
para pensar creativamente.
—Ilumíname.
—Thiago y Marianella, desde luego. ¿Qué si
no?
Lali se levantó del sofá.
—¿El tema será Thiago y Marianella? ¿Estás
loco?
—Pediremos a la gente que vaya disfrazada.
Ya sea de los Bedoya Agüero o de los criados. Arriba y abajo.
—Estás bromeando.
—Le pediremos al pastelero que ponga una
pareja de esos estúpidos muñequitos de Thiago y Marianella encima del pastel.
—¿Unos muñequitos?
—Y le diremos a la florista que utilice
aquellas flores azules comosellamen que salían en la pantalla de los créditos
iniciales. Y también una reproducción en miniatura de la mansión en caramelo
como regalito sorpresa para los invitados. Ese tipo de porquería.
—¿Te has vuelto loco?
—Hay que darle a la gente lo que quiere,
Lali. Es la primera regla de los negocios. Me sorprende que una ricachona como
tú no lo sepa.
Ella lo miró fijamente y él le sonrió con
una expresión inocente que no encajaba con su cara de ángel caído. Y entonces
ella lo entendió todo.
—¡Oh, Dios mío, hablabas en serio cuando
comentaste lo del espectáculo de reencuentro de Thiago y Marianella!
Peter sonrió ampliamente.
—Creo que deberíamos poner el escudo de
armas de los Bedoya Agüero en los menús. Y el lema de la familia… ¿Cómo
demonios era? ¿Avaricia para siempre?
—¡Es verdad que quieres que se celebre un
espectáculo de reencuentro! —Lali se dejó caer en el sofá—. No fue sólo el
dinero lo que te llevó a aceptar este matrimonio.
—Yo no estaría tan seguro.
—Además del dinero, quieres un espectáculo
de reencuentro.
La silla del escritorio crujió mientras
Peter se reclinaba.
—Nuestra fiesta será más divertida que la
cursi recepción que diste cuando te casaste con el Perdedor. ¡Por favor, dime
que no es verdad que te fuiste de la iglesia en un carruaje tirado por seis
caballos blancos!
Lo del carruaje había sido idea de Pablo,
y ella se sintió como una princesa. Pero ahora su príncipe se había escapado
con la bruja malvada y Lali se había casado por accidente con el lobo malo.
—No pienso celebrar un espectáculo de
reencuentro de Thiago y Marianella —declaró—. Me he pasado ocho años intentando
escapar de la sombra de Marianella y no pienso recaer en lo mismo.
—Si de verdad hubieras querido escapar de
la sombra de Marianella, no habrías rodado todas esas lamentables comedias
románticas.
—No hay nada malo en las comedias
románticas.
—Pero sí que lo hay en las comedias
románticas malas. Y no se puede decir que las tuyas fueran Pretty Woman ni
Jerry Maguire, cariño.
—Yo odiaba Pretty Woman.
—Pues la audiencia no. Por otro lado, el
público sí que odió Gente guapa y Verano en la ciudad. Y no he oído nada bueno
acerca del proyecto que acabas de terminar.
—Es tu carrera la que está en el retrete,
no la mía. —Lo que sólo era parcialmente cierto, pues Concurso de baile no se
emitiría hasta el invierno siguiente—. No conseguirás arrastrarme al fango
contigo.
Sonó el teléfono del escritorio. Peter
miró la pantalla y contestó.
—¿Sí?… De acuerdo… —Colgó y rodeó el
escritorio con la copa en la mano—. Era Cande. Arréglate el maquillaje. Ha
llegado la hora de lucirse ante la prensa.
—¿Desde cuándo te preocupa lucirte ante
alguien que no sea una mujer tonta?
—Desde que me he convertido en un
respetable hombre casado. Nos vemos en la puerta principal dentro de quince
minutos. No olvides aplicarte el pintalabios que no mancha.
—No te preocupes, lo recordaré. —Se
levantó del sofá y pasó junto a él—. ¡Ah, y todo aquel rollo que me soltaste
acerca de la carta del poder! Todo un ejemplo de autoengaño…
Lali hizo un gesto despectivo con la mano
y se dirigió hacia la casa.
Continuará...
Cuando terminó de retocarse el maquillaje,
ahuecarse el pelo con los dedos y ponerse un vestido verde menta de encaje de
Marc Jacobs, percibió un aroma a algo recién horneado que subía por las
escaleras. El estómago le crujió. No recordaba la última vez que había tenido
tanta hambre. Peter la estaba esperando en el vestíbulo con Cande, quien lo
miraba como si fuese el Rey Sol.
Lali se puso al lado de su marido y él le
rodeó los hombros.
—Cande, asegúrate de que Lali tiene todo
lo que necesita.
La chica respondió con una amabilidad que
podía convencer a Peter, pero que Lali no se tragó ni por un instante.
—Sea lo que sea lo que necesites, sólo
tienes que pedírmelo, Lali.
—Gracias. De hecho, hoy apenas he comido
nada y no me importaría…
—Luego, cariño. Ahora tenemos trabajo.
—Peter la besó en la frente y se volvió para coger una de las dos bandejas
llenas de galletas caseras que Cande sostenía—. Cande ha cocinado estas
galletas para nuestros amigos de la prensa. —Le entregó la bandeja a Lali y
cogió la otra—. Se las ofreceremos y posaremos para las fotos.
Lo que más les gustaba a los de la prensa
era la comida gratis. La idea era fantástica y Lali deseó que se le hubiera
ocurrido a ella. Peter abrió la puerta y la dejó pasar primero.
—Hasta que coloquen la verja, he
contratado un servicio de seguridad —dijo—. Estoy seguro de que no te importará
pagar tu parte de la factura.
—¿Y cuál es mi parte?
—Toda. Es lo justo, ¿no crees?, ya que yo
te proporciono un techo.
—Si al menos incluyeras algo de comida
debajo de ese techo…
—¿No puedes pensar en otra cosa que no sea
comer?
—En este momento no.
Lali cogió una galleta de su bandeja y le
dio un buen mordisco. Todavía estaba caliente… y deliciosa.
—No hay tiempo para esto. —Peter le quitó
el resto de galleta y se lo metió en la boca—. ¡Joder, qué buenas están! Cande
cocina cada día mejor.
Lali vio cómo la galleta le bajaba por el
gaznate. Durante un año, todo el mundo la había presionado para que comiera, y
ahora que tenía hambre él le quitaba la comida. Eso le provocó aún más hambre.
—¡Pues yo no tengo modo de saberlo!
El final del camino que conducía a la casa
apareció a la vista, y también los fornidos guardas de seguridad que había allí
apostados. Varias docenas de paparazzi y algunos miembros de la prensa legítima
se agolpaban ruidosamente en la calle. Lali los saludó alegremente con la mano.
Peter se la cogió y, con los dedos entrelazados y las galletas, se dirigieron
hacia allí. Los paparazzi empezaron a «soltarles manguerazos», un término
desagradable que describía la agresiva toma de fotografías a los famosos.
—¡Si jugáis limpio, posaremos para
vosotros! —gritó Peter—. Pero si alguien se acerca demasiado a Lali, nos
largaremos. Lo digo en serio. Que nadie se acerque a ella.
Lali se emocionó, pero se acordó de que
Peter estaba representando el papel de esposo protector y enseguida regresó al
mundo de la cordura.
—¡Nosotros siempre jugamos limpio, Peter!
—gritó una reportera por encima del barullo.
A continuación empezaron a dispararles
preguntas incluso antes de que Peter pasara las bandejas a los guardias de
seguridad para que repartieran las galletas. ¿Cuándo se habían enamorado?
¿Dónde? ¿Por qué ahora, después de tantos años? ¿Qué había sido de su mutuo
resentimiento? Una pregunta seguía a la otra.
—Mariana, ¿te has casado por despecho a
Pablo?
—Todo el mundo dice que estás anoréxica.
¿Es cierto?
Ambos eran auténticos profesionales
manejando a la prensa y sólo contestaron las preguntas que quisieron.
—¡La gente opina que todo esto es un ardid
publicitario! —exclamó Mel Duffy.
—Uno finge una cita por publicidad
—replicó Peter—, pero no se casa. De todas maneras, la gente puede opinar lo
que quiera.
—Lali, se rumorea que estás embarazada.
—¿De verdad? —El comentario le dolió, pero
se hizo la graciosa y se dio unos golpecitos en la barriga—. ¿Hola? ¿Hay
alguien ahí?
—Lali no está embarazada —explicó Peter—.
Cuando lo esté, os lo comunicaremos.
—¿Vais a viajar a algún lugar de luna de
miel? —preguntó un reportero con acento británico.
Peter acarició la espalda de su esposa.
—Cuando llegue el momento.
—¿Habéis decidido adónde iréis?
—A Maui —contestó él.
—A Haití —contestó ella.
Se miraron y ella se puso de puntillas y
le dio un beso en la mejilla.
—Peter y yo queremos utilizar toda esta
locura de medios para llamar la atención sobre la difícil situación de la gente
pobre.
No estaba muy informada acerca de Haití,
pero sí sabía que en aquel país había pobreza y, además, estaba mucho más cerca
que Tailandia y Filipinas, que era donde Pablo y Mery estaban realizando sus
buenas obras.
—Como veis, todavía lo estamos decidiendo
—comentó Peter.
Y sin más abrazó a Lali y le dio el
apasionado beso que la prensa estaba esperando. Ella realizó todos los
movimientos de respuesta adecuados, pero estaba cansada, hambrienta y atrapada
en los brazos de su enemigo más ancestral.
Al final se separaron y Peter se dirigió a
los reporteros mientras miraba a Lali con el ardor de un amante.
—Estamos encantados de que os quedéis por
aquí, pero os aseguro que esta noche no iremos a ninguna parte.
Lali intentó ruborizarse, pero era pedir
demasiado. ¿Algún día conseguiría saber qué había pasado en aquella habitación
de hotel en Las Vegas? No había visto ninguna prueba de que hubieran hecho el
amor, pero los dos estaban desnudos, lo que, en su opinión, era una prueba
bastante fiable.
Cuando se volvieron para regresar a la
casa, Peter deslizó la mano hasta el trasero de Lali a beneficio de los
mirones.
—Precioso —declaró Peter.
El dolor que Lali había intentado atenuar
con tanto ahínco salió a la superficie.
—Nunca te he perdonado lo que sucedió en
aquel yate. Y nunca te lo perdonaré.
Peter apartó la mano.
—Había bebido. Sé que no actué exactamente
como un amante romántico, pero…
—Lo que hiciste estuvo a un paso de ser
una violación.
Él se detuvo en seco.
—Qué ridiculez dices. Yo nunca he forzado
a una mujer, y desde luego no te forcé a ti.
—No me forzaste físicamente, pero…
—Estabas enamorada de mí. Todo el mundo lo
sabía. Y te lanzaste a mis brazos desde el principio.
—Ni siquiera te tumbaste en la cama
conmigo —contestó ella—. Me levantaste la falda y te serviste tú mismo.
—Lo único que tenías que hacer era decirme
que no.
—Y después te marchaste. Nada más acabar.
—Yo nunca me habría enamorado de ti, Lali.
Había hecho todo lo posible para que lo comprendieras, pero tú no quisiste
entenderlo. Al menos, aquel día te quedó claro.
—¡No te atrevas a insinuar que me hiciste
un favor! Tú querías aliviarte y yo estaba a mano. Te aprovechaste de una niña
tonta que creía que eras romántico y misterioso cuando, en realidad, no eras
más que un gilipollas egoísta y egocéntrico. Tú y yo somos enemigos. Lo éramos
entonces y seguimos siéndolo.
—Por mí, bien.
Mientras Peter se alejaba hecho una furia,
Lali se dijo que le había dicho exactamente lo que necesitaba decirle. Pero
nada podía cambiar el pasado, y ella no se sentía mejor.
A la mañana siguiente Lali nadó durante
casi una hora en la apartada piscina. El día anterior le había explicado a
Peter hasta qué punto le había hecho daño, pero mostrar su vulnerabilidad ante
él era un lujo que no podía repetir. Nunca más.
Cuando salía de la piscina, oyó una voz
procedente del camino que transcurría al otro lado de los arbustos.
—Tranquilízate, Caitlin… Sí, lo sé. Ten un
poco de fe, cariño…
Peter siguió caminando y Lali no oyó nada
más. Mientras se envolvía en una toalla, se preguntó quién era Caitlin y cuánto
tardaría Peter en recurrir a una de sus misteriosas mujeres para practicar sexo
extramatrimonial.
Lali se arregló el húmedo pelo con los
dedos, enrolló la toalla por debajo de sus axilas y entró en la casa para
hurgar en la nevera. Cuando estaba sacando un yogur de moras, Cande entró en la
cocina y dejó un montón de cartas en la isla central.
—Te agradecería que te mantuvieras alejada
de la nevera. Todo está organizado como a mí me gusta.
—No tocaré nada que no vaya a comerme.
Cande era una lata insufrible, pero aun
así Lali la compadecía. No creía que fuera la amante de Peter, pero se veía que
estaba enamorada de él. Al recordar el dolor que producía esta enfermedad,
decidió enfocar su relación con Cande de otra manera.
—Háblame de ti, Cande. ¿Creciste en esta
ciudad?
—No.
La chica sacó un cuenco de un armario.
Lali volvió a intentarlo.
—Yo soy un desastre cocinando. ¿Cómo
aprendiste tú?
Cande cerró el armario de un portazo.
—No tengo tiempo para charlas. He de
preparar la comida para Peter.
—¿Qué hay en el menú?
—Una ensalada especial que a él le gusta
mucho.
—A mí ya me va bien.
Cande cogió un trapo de cocina.
—No puedo cocinar para los dos. Ya tengo
mucho que hacer. Si no quieres que me vaya, tendrás que ocuparte de ti misma.
Lali lamió la tapa del yogur.
—¿Quién ha dicho que no quiero que te
vayas?
Cande enrojeció de rabia. Lali era
comprensiva, pero la hostilidad de Cande estaba empeorando una situación ya de
por sí desagradable. Lali sacó una cucharilla de un cajón.
—Prepara comida para dos, Cande. Es una
orden.
—Yo sólo acepto órdenes de Peter. Él me
dijo que nunca se metería en cómo hago mi trabajo.
—Cuando te lo dijo no estaba casado, pero
ahora sí lo está, y tu forma de actuar destructiva está pasada de moda. Tienes
dos opciones: o eres amable conmigo o contrataré a mis propios empleados, y
entonces tendrás que compartir tu cocina. No sé por qué, pero tengo la
impresión de que eso no te gustaría.
Lali y su yogur salieron de la cocina.
Conforme los pasos de Lali se iban
desvaneciendo en el aire, Cande se apretó el estómago con los puños intentando
contener todo el odio que pugnaba por desbordarse. Lali Esposito lo tenía todo.
Era rica y famosa. Tenía una ropa preciosa y una gran carrera. Y ahora también
tenía a Peter, pero Cande era la única que tenía que cuidar de él.
Un colibrí se acercó volando a los
ventanales de la cocina que comunicaban con el porche trasero. Cande arrancó un
trozo de papel de cocina y abrió la nevera. La leche no estaba donde ella la
había dejado y dos envases de yogur se habían volcado. Incluso los huevos
estaban en el lado equivocado de la estantería.
Lo puso todo en orden y limpió una mancha
de la puerta de la nevera. No soportaba que nadie hurgara en su cocina. En su
casa. Echó el papel a la basura. Lali ni siquiera era tan guapa, al menos no
como las mujeres con las que Peter solía salir. Ella no se lo merecía. No se
merecía nada de lo que tenía. Todo el mundo sabía que sólo era famosa porque su
padre había hecho de ella una estrella. Lali había crecido mientras todos le
besaban los pies y le decían que era la mejor. Pero a Cande nadie la había
halagado. Ni siquiera una vez.
Miró alrededor. La luz del sol que entraba
por los seis estrechos ventanales hacía que los motivos azules de los azulejos
centellearan. Aquél era su lugar favorito. Incluso más que su apartamento
situado encima del garaje, y Lali quería entrometerse en su mundo.
Todavía le costaba creer que Peter no le
hubiera contado que se iba a casar. Eso era lo que más le dolía. Pero había
algo que no acababa de estar bien. Él no trataba a Lali de la forma que Cande
pensaba que trataría a la mujer que amara. Cande decidió averiguar qué pasaba
exactamente.
Continuará...
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Hola, aqui la peor amiga! Tengo unos días taannnnn estresantes que llego a casa y lo unico que quiero es dormir, me va a matar jajaja pero aqui teneis 2 caps más y ya os digo que el 17 de mañana es larguisimo :) Cada vez más interesante todo!
Besoooos
aiii pobre Cande... ya me puse al día preciosa!! perón por no comentar antes, últimamente voy muy mal de tiempo! intentare no retrasarme tanto! un beso
ResponderEliminar@cf_planzani_cat
pooooobreeeee Caandeee..ya quieroo maas..@pl_mialma
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