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viernes, 7 de junio de 2013

Capítulos 26 y 27

Capítulo 26: Excursión al trozo de hielo



 

Tanto Vico como Lali habían desaparecido de la comida navideña cuando Peter volvió a sentarse a la mesa. Al parecer, ambos se habían refugiado en sus respectivas habitaciones. Peter soportó durante más de una hora ciertos comentarios verdes que le dedicaba la abuela de Lali, como «Puedes pasarte por mi casa a visitarme cuando quieras» o «Jamesie, tú sí que eres un mozo como Dios manda y no el carcamal este que tengo por esposo». El inglés asintió ante todas sus palabras. Ya no tenía fuerzas para hacer bromas. Se había quedado sin inspiración.

Ahora no solo le odiaba Lali, sino también Vico. Miró de lado a la señora Esposito, rogando en silencio que ella todavía no le hubiese dado de lado. Afortunadamente, Abigail le sonrió con cariño, y él se sintió reconfortado bajo el brillo de sus amables ojos.

El señor Esposito se sirvió un vaso de licor, aprovechando la ocasión navideña y seguramente deseando olvidar su propia vida. Así pues, cuando los familiares de Lali se marcharon al fin, Peter lo agradeció con creces. Se disculpó después ante Abigail, indicándole que necesitaba descansar un rato.

Acababa de entrar en su habitación cuando sonó su teléfono. Lo buscó en el bolsillo de la chaqueta colgada tras la puerta, donde se le había olvidado, y contestó:

—¿Cómo está mi pequeña coliflor?

Era su madre. Se sentó en la cama, mareado, e intentó sonreír, aunque sabía que ella no podía verle.

—Bien. —Suspiró—. Feliz Navidad, mamá.

—Igualmente, cariño. —Se oyeron algunas risitas de fondo—. Lo hemos celebrado en el restaurante italiano que tanto te gusta. Aquí ya es de noche, supongo que tú acabarás de comer.

—Sí, hace un rato.

—Aja —musitó—. Bueno, ricura, se pone tu padre al teléfono, que quiere hablar contigo.

Peter notó que su estómago daba un vuelco súbito y se llevó una mano a la barriga. Qué ganas tenía de hablar con su padre. Casi le temblaron las manos cuando escuchó su voz ronca y segura. El señor Lanzani siempre hablaba con una firmeza arrolladora y era extremadamente persuasivo.

—¿Cómo te va, hijo?

—Digamos que… quizá no sea tan malo como pude pensar al principio. —Peter presionó el teléfono contra su oreja—. ¿Mucho trabajo por ahí?

—Sí, demasiado —contestó—. De todos modos, ya falta poco para que regreses, así que no te preocupes si no lo pasas tan bien como desearías. Tu madre y yo tenemos ganas de verte y de que estés en casa.

Peter parloteó algo más con su padre sobre temas de negocios antes de colgar. Tenía la boca seca. Casi no había pensado en ello, pero acababa de darse cuenta de que le quedaba poco tiempo y de que en apenas unos días volvería a Londres. Lo suyo con Lali era imposible. De un modo u otro, siempre estarían separados, ya fuese por sus discusiones, por la diferencia de sus mundos o porque, sencillamente, vivían en dos continentes diferentes.

Se levantó de golpe cuando Lali abrió la puerta de la habitación y le miró de arriba abajo con desdén.

—Prepara una mochila con provisiones para dos días —le ordenó.

—¿Qué?

—Nos vamos de acampada.

Peter la miró como si estuviese loca de remate, pero a Lali no le importó. Cerró la puerta de golpe y regresó a su habitación. Tenía la seguridad de que los dos días siguientes serían los peores de su vida.

Todos los años, el grupo de amigos al completo organizaba una acampada por navidad. Bordeaban el bosque de la reserva hasta llegar a un lago que se congelaba en aquellas fiestas y por el cual todos solían resbalar y caer; les divertía deslizarse por el hielo.

Le había preguntado a su madre si podía dejar a Peter en casa, pero ella había respondido a su amable cuestión con un rotundo no. Lali no quería imaginar cómo sería convivir con Peter… en plena naturaleza. Ya era duro soportarle entre cuatro paredes.

Lali respiró hondo antes de abrir su armario y comenzar a llenar la mochila con todo lo que encontraba mínimamente útil. Distinguió el regalo de Peter al fondo, entre montones de ropa, bien escondido. Sintió ganas de quemarlo, pero se contuvo a tiempo. ¿Cómo podía haberse encariñado de una persona tan sumamente egoísta? Era cierto que tenía algunos toques dulces y tiernos, pero no eran suficientes para equilibrar la inmensa balanza, que

terminaba hundiéndose a causa de sus incontables defectos.

Tapó el regalo de Peter con una sudadera y se olvidó de él. Sacó un enorme anorak y toda la ropa de abrigo que pudo. Tres pares de calcetines de lana, una bufanda, guantes, un gorro blanco de nieve, camisetas interiores…

Los tímidos rayos del sol acunaban el despertar del día, semejando oro líquido que se derramaba sobre las agitadas hojas de los árboles. El azul cielo estaba ligeramente adornado con hermosas pinceladas rojizas y anaranjadas que indicaban el final del amanecer. El viento que soplaba era plácido, sutil y delicado…

Numerosos jóvenes se encontraban sentados en la cuneta de una carretera comarcal, al lado del inicio del bosque de la reserva. Habían dejado atrás el terreno cerrado de la urbanización donde vivían. Peter agradeció no haber despertado del todo todavía, así la situación se le antojaba menos dolorosa, puesto que aún no era consciente al cien por cien de lo que estaba ocurriendo.

Apenas a unos metros de distancia, su brother, Charles, lanzaba una pequeña navaja y la clavaba en la corteza del tronco de un árbol. La cogía de nuevo y volvía a lanzarla. De buena mañana, a las seis. A Peter ya casi nada le parecía alarmante. Por otra parte, Amy (la visión de su pelo fucsia empeoraba de buena mañana), Nixie, Cloe y la Chica Cabeza Rapada permanecían adormiladas sentadas sobre sus propias mochilas. Lali se había alejado de él a propósito y charlaba sin demasiadas ganas con Gastón. Vico se encontraba ocupado escribiendo sobre la tierra seca su propio nombre con un palito de madera; parecía triste.

—Están tardando demasiado —se quejó Cloe.

Por una vez, Peter estaba de acuerdo con ella. No era justo que ya llevasen allí casi veinte minutos esperando al enorme Evan, más conocido como Golpes y Sangre, ni mucho menos al estúpido de Matt.

Afortunadamente, no tardaron mucho más en aparecer caminando carretera arriba. Todos portaban una mochila colgada a la espalda. Desgraciadamente, a Peter no le cabía en una mochila todo lo necesario para subsistir en medio del bosque, así que él llevaba dos, más una bolsa de tela en la mano derecha. Esperaba que el camino no fuese demasiado largo.

—Sentimos la tardanza —dijo Matt, respirando con dificultad tras la carrera.

—No pasa nada. —Charles se guardó la navaja en el bolsillo del desgastado pantalón vaquero y Peter agradeció el gesto en silencio—. Pero será mejor que nos marchemos ya, así llegaremos al claro a media tarde y podremos montar las tiendas cuando todavía haya luz.

—Pues, ¡venga, adelante! —rugió Golpes y Sangre.

Formaron una inestable fila y empezaron a internarse en las profundidades del bosque. Peter se sentía extenuado, pues apenas había dormido la noche anterior. Preparar la mochila no era algo que hiciese así como así. Pasó la tarde meditando qué llevarse. Aparte de la ropa, se había decantado por un botiquín de emergencia, entre otras cosas, como antimosquitos, cinco paquetes de pañuelos, tres linternas —había que ser precavido—, dos cepillos de dientes nuevos con sus respectivos envases de pasta dentífrica, una almohada plegable de viaje… y numerosos artilugios más que creyó convenientes para la ocasión, incluido un juego de sábanas por estrenar.

Verdaderamente, no sabía muy bien qué hacía allí en aquel instante: apretujado entre numerosas personas —odiaba las multitudes a muerte—, con Lali a su lado —también creía odiarla— y Matt a un metro de distancia —sobre el odio hacia este no abrigaba duda alguna—, caminando por el bosque —como si de un indígena se tratase—, con ganas de traspasarlo para llegar a un lago congelado —¿qué tenía de interesante ese enorme trozo de

hielo?

Durante la primera media hora de caminata se dedicó a observar y analizar a los presentes. Charles, su brother, parecía haberse proclamado el líder del grupo, seguramente porque al no tener ningún tipo de escrúpulos lograba intimidar al resto; se movía con soltura entre los árboles y partía las ramas cuando alguna se enganchaba en su chaqueta de cuero. Amy le miraba con admiración y sacudía de vez en cuando sus coloridos cabellos, que resaltaban frente a los demás. Cloe y Nixie avanzaban cogidas del brazo, como las mujeres mayores, posición bastante incómoda a la hora de sortear las piedras o gruesas raíces que aparecían en medio del sendero. Vico parecía evitar la presencia de Peter y tenía la vista fija en el suelo, probablemente incluso estuviese pensando, aunque muy en el fondo a Peter le costó creérselo. Se giró hacia Lali, que estaba tras él y había pasado todo el trayecto hablando con Matt.

Trascurridos unos veinte minutos más, descubrió que las conversaciones de Matt eran más aburridas que pasar una semana en un desierto. Solo. Sin agua. Hubiese aguantado más tiempo vivo en ese estado que haciendo el esfuerzo de escucharle. En su mente comenzó una ardua investigación científica: «¿Cómo lograba Lali no dormirse de pie mientras esa voz parloteaba estupideces de fondo?». Incógnita de complicada resolución.

—Así que esos son mis planes para el futuro —proseguía Matt—, en cuanto termine mi segunda novela…

Peter le miró de reojo, molesto.

—¿No puedes caminar en silencio? Me estás mareando —se quejó.

—Qué delicado nos ha salido el inglés —respondió Matt con cierto retintín.

—No es necesario ser delicado para odiar tus monótonas conversaciones.

Lali suspiró, y justo en ese momento Matt preguntó sobre la hora del almuerzo. Quienes iban a la cabeza de la fila comentaron que también ellos tenían hambre y finalmente lograron ponerse de acuerdo para hacer una corta parada. Se situaron en una explanada, sentados en círculo sobre el suelo, mojándose levemente por la humedad de la hierba. Peter fue el único que sacó de su mochila una pequeña toalla de baño y se sentó sobre ella, ante lo que Matt rió por lo bajo.

—¿Es gracioso el hecho de que no tenga ganas de mojarme el culo? —preguntó, clavándole sus gélidos ojos grises.

—No. Lo gracioso es que estemos en el campo, de excursión, pero no seas capaz de mantener un mínimo contacto físico con la naturaleza; algo verdaderamente hermoso, por cierto —dijo el escritor con media sonrisa en los labios.

—¿A qué te refieres con la expresión «contacto físico»? ¿Tengo que tragarme una mosca para estar en contacto físico con la naturaleza o acaso debo sentarme sobre un montón de mierda para aprender a disfrutarla mejor? —atacó. Su limitada paciencia se agotaba por momentos. Total, ¿qué más podía perder? Lali le odiaba, Vico al parecer también… y apenas faltaban unos días para que se marchase de nuevo a Londres.

Matt iba a contestar sus palabras, pero Amy se le adelantó e interrumpió la conversación. Seguramente todos estaban al tanto de la tensión entre los otros dos, dado que Peter había besado a Lali delante del grupo al completo a sabiendas de lo que Matt sentía por ella.

—Basta, chicos. Que no se siente en el suelo no significa que no ame la naturaleza. A todos aquí nos encanta, por eso hacemos esta excusión cada año —aclaró, mostrando sus blanquísimos dientes.

—Sí. Yo la amo mucho —siseó Peter. Probablemente solo Lali y Matt encontraron la ironía que escondían sus palabras.

La odiaba. Peter odiaba a muerte la naturaleza. ¡La de cantidad de gérmenes que se encontraban viviendo en ella! Aquello era como un hotel para las enfermedades. Bacterias, virus, resfriados, picaduras, infecciones… ¡Pensarlo se le antojaba doloroso! Odiaba los bichos, desde los gusanos hasta las tarántulas, detestaba aquella forma tan enclenque que tenían de caminar, de desplazarse. Las avispas le sacaban de quicio, y eso por no hablar de que además era terriblemente alérgico a sus picaduras. Pero lo que más odiaba de todo lo que habitaba en el campo eran los piojos. Pensar que unos diminutos seres podrían vivir en su cabeza, en su pelo, alimentándose de su valiosa sangre… le removía el intestino. Tener piojos era para él casi peor que un cáncer. Era la más temida de las maldiciones. ¡Por todo ello odiaba la naturaleza! Sin contar, por supuesto, con la presencia del resto de los animales que podían llegar a rondar por el bosque… prefirió no ahondar en aquel último aspecto.

Sacó de la mochila el bocadillo vegetal que le había preparado la señora Esposito e intentó disfrutar de la comida. Lali le observaba con atención. Y él, por más que lo desease, no era capaz de probar bocado. Lo había sacado al aire libre, allí donde múltiples gérmenes ya se habrían instalado agradablemente sobre el pan, sobre sus deliciosas olivas… invadiéndolo todo. Por ello, cuando todos habían terminado de almorzar, él solo había dado tres pequeños mordiscos al bocadillo.

—¡Vamos, come de una vez! —le ordenó Golpes y Sangre, y la dura mirada de este pareció surtir efecto, pues Peter comenzó a devorar su almuerzo con más ganas.

La excursión prosiguió sin pausa. Peter estaba agotado. Y para colmo el único que hablaba era el pesado de Matt, el resto del grupo caminaba en silencio. Las horas se tornaron eternas, y los minutos, infinitos. La tensión acumulada en el ambiente provocaba que se sintiera vulnerable e intimidado. Vico no le había dirigido la palabra ni una sola vez durante todo el trayecto, aspecto que comenzaba a preocuparle de veras. Por otra parte, Lali le dejaba de lado y centraba toda su atención en Matt. Peter intentó hacerse un hueco entre los dos.

—Lali, ¿dónde dormiremos nosotros? —le preguntó—. No he traído tienda de campaña.

—La lleva Vico —respondió ella secamente.

—Entonces… ¿eso significa… que dormimos con Vico?

—Felicidades, has acertado.

Lali le sonrió falsamente. Peter tembló. Dormir con ambos hermanos sería francamente… peligroso.

—Y, Lali, si estáis muy apretados, en mi tienda cabes —añadió Matt.

Peter sintió unas ganas tremendas de matarle. Entornó los ojos e intentó no desesperarse.

—Sí, puede que sea una buena opción —le respondió ella, palmeándole la espalda.

Peter cerró los puños con fuerza e intentó seguir los pasos de la fila. Algo extraño comenzaba a bullir en su interior. Estaba cansado de tanta tontería. El enfado de Lali había ido demasiado lejos. Se inclinó hasta rozar la oreja de la chica con sus labios.

—¿Podemos hablar un momentito? —le susurró.

—No, ahora no —le espetó Lali, y se sacudió la melena hacia atrás—. Quizá luego, cuando acampemos.

—Me estás sacando de quicio —le avisó Peter.

—Paciencia…

La voz de Lali denotaba cierta diversión ante la situación, cosa que a Peter no le hacía ninguna gracia.

—«Paciencia» es una palabra que en mi vocabulario se encuentra en peligro de extinción.

—Como sigas así el que va a estar en peligro de extinción eres tú —concluyó ella.

Montar las tiendas de campaña no fue tarea fácil. Era la primera vez que Peter hacía una excursión de aquel tipo y le sorprendió la soltura del grupo a la hora de organizarse. Charles llevaba la voz cantante y daba algunas órdenes de vez en cuando, mientras que Golpes y Sangre podía hundir las piquetas en la dura tierra sin la necesidad de tener un martillo, aspecto bastante útil. El único que le sonreía de vez en cuando era Gastón. A Peter le tranquilizaba su presencia.

Una vez su tienda estuvo bien montada, Peter entró en ella. Lo primero que pensó fue que sería complicado que consiguiese dormir bajo la dudosa seguridad de tres capas de tela fina. La segunda idea que acudió a su mente fue que definitivamente no deseaba que Lali terminase compartiendo la tienda con Matt, pues el aspecto de su interior se le antojaba extrañamente… íntimo.

Se puso nervioso cuando Vico entró. En aquel reducido espacio no podía evitar su mirada sin que se notase en exceso, así que pensó que había llegado la hora de enfrentarse a él y pagar por sus actos.

—Vico… —comenzó a decir, nervioso—. Lo que dijo tu hermana era verdad.

—Eso ya lo sé —contestó el otro, mientras guardaba su paquete de tabaco de liar en un bolsillo del extremo de la tienda.

—Lo que quiero decir es que… lo siento —admitió—. Puede que seamos muy diferentes, pero nos compenetramos bien. El problema es que no pensaba lo mismo al principio, no te conocía lo suficiente.

Un silencio tenso se adueñó de la tienda. Peter tosió, incómodo. Vico sonrió lentamente y poco después lo asfixió entre sus brazos. Las rastas de Vico le arañaban la piel de las mejillas, pero permaneció muy quieto aceptando el abrazo del Mendigo.

—¡Te perdono, tío! —exclamó Vico, la mar de feliz. Lo soltó poco después, dejándole exhausto—. ¡Y ahora celebremos nuestra amistad con un porrete!

Peter rió, cosa que le extrañó hasta a sí mismo y esperó mientras Vico liaba con maestría aquel cigarro de hierbas medicinales. Ambos permanecieron en el interior de la tienda mientras escuchaban el ajetreo que el resto armaba fuera. Peter no fumó, pero la humareda que le envolvía comenzó a marearle. Suspiró, colocando su almohada plegable sobre el suelo y extendiendo las sábanas nuevas.

—¿Sabes? Tu hermana pretende dormir con Matt —le informó a Vico.

Vico abrió mucho los ojos, sorprendido, al parecer.

—¡Ni de broma! Yo no quiero cambiar de cuñado —se quejó, como un niño pequeño—. Le pediré a Matt que me deje dormir en su tienda y así Lali tendrá que dormir aquí, ¿no crees, chaval?

Peter sonrió travieso. Por supuesto que lo creía. Probablemente aquella era una de las mejores ideas que Vico había tenido en toda su vida.


Continuará....

Capítulo 27: La hermandad marihuanera


—Tío… pedazo submarino —comentó Charles mientras entraba en la tienda y procuraba divisar entre la humareda los rostros de los otros dos—. Se sale, chaval.

—Ya te digo. —Vico le dio otra calada al porro—. ¿Quieres?

Peter negó con la cabeza.

—Estoy ocupado ahora mismo… intentando no ahogarme.

—Ja, ja, ¡es la hostia este inglés! —exclamó Charles, antes de que Vico le pasase el canuto—. Joder, qué calor, dejadme espacio que voy a quitarme la chupa.

—¿La chupa? —preguntó Peter.

—Sí, brother, la chaqueta.

—Ah, entiendo.

El humo era denso. El olor a marihuana impregnaba sus fosas nasales, dejándole exhausto. Se sentía mareado. A pesar de no haberle dado ni una sola calada al porro, le empezó a entrar la risa tonta. Vico ya se estaba liando el segundo.

—Me encantan estas excusiones —comentó—. Todos aquí, con la naturaleza…

—… con la naturaleza en los pulmones. —Charles soltó una brusca carcajada.

—Suena todo muy… místico —opinó Peter.

—Ya ves, tío. —Charles se acomodó más, cruzando las piernas al estilo indio—. Esto es espiritual.

Peter no estaba seguro de si hacer un submarino de marihuana en una tienda de campaña era una hazaña espiritual, pero tampoco le importaba demasiado. Vico le había perdonado. Era un primer paso importante. Observó cómo el Mendigo se encendía el segundo canuto.

—¿Sabes lo que ha pasado, colega? Que el idiota de Matt quiere quitarle la novia a mi cuñao.

—Sí, va, ¿qué me cuentas, tío?, ¿en serio?

Peter escuchó con atención la conversación de los otros dos.

—Sí, solo porque se han peleado ya le ha dicho a Lali que duerma con él.

—¡Será mamón! —Charles alzó un puño—. Eh, brother, si quieres yo le pego dos hostias.

Peter consideró la oferta. No estaba seguro de que enviar a un matón fuese su mejor opción si quería que Lali le perdonase. Así que negó con la cabeza repetidamente.

—¿No? —Charles le miró decepcionado—. Joder, ¡con las ganas que le tengo a esa nenaza!

Su brother parecía triste por no haber obtenido permiso de Peter para descargar su furia sobre otra persona. Se mostró pensativo unos instantes y luego se echó a reír.

—Esta noche podríamos darle un buen susto a Cloe, que seguro que se muere de miedo —apuntó—. Y a Nixie…

—Oye, a Nixie no me la toques —le interrumpió Vico.

Un silencio incómodo invadió la tienda. Se oía a lo lejos la brutal voz de Golpes y Sangre; era aterrador aun a distancia. Entonces Peter, en medio de la confusión que generaba aquel submarino, reparó en algo. Se giró hacia Vico.

—¿Te gusta Nixie?

—Un poquitín. —Rió como un chiquillo.

Charles le dio una palmada en la espalda como buen camarada que era y, emocionado, le dijo:

—Joder, brother, nos hacemos mayores… Qué bonito es todo esto.

Peter sonrió abiertamente. Ya sabía cómo agradecerle a Vico su innata solidaridad. Hablaría con Nixie en cuanto tuviese la mínima oportunidad. Sintió un pequeño escalofrío al imaginarse a los dos juntos, pero no le costó demasiado pensar en otra cosa y olvidar la imagen que había trazado en su cabeza. Era complicado fantasear con la idea de que Vico tenía novia.

—Eh, entonces, ¿qué coño hacemos al final con la nenaza? —insistió Charles, que al parecer tenía unas ganas incontrolables de hacer el mal contra Matt.

—Alejarle de Lali —musitó Peter, y casi le sorprendió su propia determinación.

—Vale. Yo me pegaré a mi hermana como una lapa. —Vico rió de nuevo—. Y tú, Charles, intenta molestar un poco a Matt.

—Tranquilo. —Sonrió malévolo; a Peter casi le daba miedo—. Esa es… mi especialidad.

Cuando salieron de la tienda, Peter se tambaleó y estuvo a punto de tropezar con dos piquetas. El aire puro le pilló de improviso; se sentía como si llevase varias semanas viviendo bajo tierra. Se frotó la cara con desgana y luego buscó a Lali con la mirada. Le agradó descubrir que se encontraba junto a Amy, hablando tranquilamente.

—¿Y dónde está la nena? —preguntó Charles, refiriéndose a Matt.

Peter observó cómo su brother acariciaba sobre la tela la navaja que guardaba en el bolsillo. Tragó saliva despacio. Se convenció de que no era posible que estuviera tan sumamente loco.

Gastón se acercó hasta ellos mientras devoraba con calma una chocolatina. Les sonrió. Siempre parecía extremadamente tranquilo, y eso a Peter le gustaba.

—¿Cómo va eso, chicos?

—Aquí estamos —Charles se encogió de hombros—, vamos a hundir a Matt, ¿te unes a nuestra hermandad?

—¿Qué? —Gastón les miró sin comprender. Fue una pena que se despistase, porque, justo en ese instante de profunda ignorancia, Vico le quitó un buen trozo de la chocolatina y se marchó corriendo con el botín hasta donde se encontraba su hermana, se sentó a su lado y se pegó a ella cual mejillón, tal como había prometido.

—¡Será…! ¡Vico, esta te la guardo! —le gritó, girándose. Pero era tarde, no había nada que hacer. Vico se había metido todo el chocolate en la boca de una sola vez. Peter temió que terminara atragantándose y asfixiándose—. Bueno, ¿qué narices decíais sobre la hermandad de no sé qué?

—¡Es verdad, colega, aún no nos hemos puesto nombre! —Charles alzó una mano, consternado—. Vale, ya lo tengo, seremos la Hermandad Marihuanera, en honor al momento de la creación del grupo.

Peter le miró fijamente. ¿Lo decía en serio? Él, Peter Lanzani, uno de los líderes fundadores de… la Hermandad Marihuanera. Intentó no reír. Su brother parecía emocionado con la idea del nombre.

Continuará...

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Besos y abrazos ♥
@theyaremypath

3 comentarios:

  1. Que matada como me rei
    mass
    Besos

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  2. jajajjaja..me miorii dee risaas...jaja..que maten a Matt..jaja..soy ree fan de Charles y Vico!!uuunoos Geeniioos..jaja..hermosa podes avisarme en twiter cuando subis el prox cap??beesooos..@pl_mialma

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