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lunes, 13 de mayo de 2013

Capítulo 10: El grupo circense







Caminaron por la solitaria avenida de la urbanización hasta la casa de Cloe. Lali estaba a punto de llamar al timbre cuando Peter alzó una mano para detenerla.

 —Hagamos un pacto —le pidió—. Si tu amiga loca intenta desnudarme me defenderás. No puedes dejarme solo.

 —¿Y qué recibo yo a cambio de protegerte?

 —¿Es que no puedes conformarte con mi cara bonita? —le reprochó Peter, señalándose el rostro.

 —El trato no me convence, lo siento. —Se encogió de hombros.

 El inglés se inclinó hacia ella peligrosamente.

 —Tu madre dijo que teníamos que ser como uña y carne —le recordó—. Yo seré la carne, obviamente es más suave. Tú serás la uña sucia. Tenemos que obedecer a la señora Esposito.

 —¡Ni en tus mejores sueños! Me da absolutamente igual lo que mi madre diga.

 Él insistió, contrariado.

 —¡Pero soy tu protegido, Lali! —explotó, con gesto apenado—. No puedes abandonarme a la deriva con la fiera de Cloe, ¿acaso no te has fijado en cómo me mira? Sus pupilas se clavan en mis partes bajas como cuchillos; apuesto lo que sea a que a esa le va el sadomasoquismo.

 —No exageres, Cloe es una buena chica. No te pasará nada —concluyó ella, pulsando el interruptor del timbre. Se oyó un sonoro «ding dong».

 —Son las campanas de mi funeral —susurró Peter.

 Se arrepentía muchísimo de haber caído en la trampa de Matt. Él no quería estar allí, hubiese preferido pasar la noche calentito en su cama, lejos de todos aquellos monstruitos a los que no lograba comprender. Tenía miedo. El corazón le palpitaba con fuerza en el pecho cuando Cloe abrió la puerta, ignoró totalmente a Lali y fijó sus ojillos azules en los ojos grises de Peter, que dio un respingo hacia atrás al oír su aguda voz.

 —¡Peter! ¡Has venido! ¡Ya pensaba que no llegaríais! Pasad, pasad… —les indicó, haciéndose a un lado.

 Él se inclinó hacia Lali. Dentro de lo malo malísimo, ella era lo menos malo malísimo por simple comparación. El listón estaba alto, rozando el límite de lo humano.

 —Conviértete en mi hermana siamesa durante el resto de la noche —le rogó.

 —Como no te calles, me convertiré en tu hermana perdida —amenazó Lali, aunque disimuló ante la atenta Cloe, que les observaba cruzada de brazos.

 En cuanto se despistó, su amiga asió del brazo a Peter, que la miró aterrorizado como si aquella fuese la mayor de todas las catástrofes posibles. Lali rió por lo bajo y se dijo que, en realidad, su compañero tenía verdaderas razones para estar asustado.

 Dentro se encontraban los demás. Peter clavó su mirada en la de Matt, que le observaba receloso. Seguramente había supuesto que no iría, pero ahí estaba él, manteniéndose firme a pesar de la apocalíptica situación, dispuesto a arrebatarle su falsa corona.

 —¿Cómo va la noche? —preguntó, dirigiéndose a todos en general.

 Charles jugaba a la PlayStation con sus dos perros fieles y le saludó levantando la mano. Nixie, acompañada por otra chica llamada Agathé, también se dignó contestar con un simple «bien», contrariamente a Matt, que solo se quitó una pelusilla de su chaqueta de piel. Curiosamente, a pesar de estar bien consideradas, a Peter nunca le habían gustado las chaquetas de piel. No le agradaba eso de llevar animales encima como en la Edad de Piedra. Obviamente, el neandertal de Matt no opinaba lo mismo.

 Cloe se sentó en el sofá y cruzó las piernas de un modo seductor. Peter sintió un escalofrío. La joven golpeó con la palma de la mano el sitio que quedaba libre a su lado.

 —Peter, cielo, siéntate aquí —le indicó.

 Él miró fijamente a Lali, esperando que ella dijese algo. Lo que fuese. Sus labios se mantuvieron bien sellados, divertidos, mostrándole una tímida sonrisa casi imperceptible. El joven se dirigió resignado hacia el sofá.

 —¿Qué vamos a cenar? —preguntó Charles, distraído, sin dejar de apretar todos los botones del mando de la PlayStation.

 —He pedido ternera con salsa. La traerán enseguida —contestó Cloe, resuelta.

 Peter tosió afectado.

 —Yo no como carne.

 —No todos los paladares pueden apreciar algo tan sabroso —añadió Matt, sonriendo de lado.

 —Exacto. Mi paladar no está preparado para degustar mierda —aclaró Peter, sin darse por vencido.

 —No te preocupes. —Cloe se levantó enseguida—. Llamaré ahora mismo para pedir que traigan una ensalada, ¿te parece bien?

 Peter asintió. La idea de que otros se moviesen por él no terminó de disgustarle. Estaba bien aquello de que todos estuviesen a sus pies, abiertos a sugerencias. Suspiró hondo, preparándose mentalmente para soportar la desastrosa noche. Le dirigió a Lali una mirada dramática; parecía uno de los violinistas del Titanic justo antes de morir. El último vals de su vida había llegado. La joven pareció ablandarse y, sin perder la sonrisilla malévola de su rostro, se sentó a su lado en el sofá. Matt la siguió y se hizo hueco donde no lo había.

 —¿Pretendes tirarnos a todos del sofá? —preguntó Peter, molesto.

 Matt le ignoró, acomodándose, pegándose al cuerpo de Lali como lo haría un crustáceo a un acantilado. Peter, todavía más cabreado, también se acercó a su compañera, que, a esas alturas, apenas si podía seguir respirando.

 —Me estáis aplastando —masculló.

 —Díselo a tu amigo —se quejó Peter—, que sería capaz de ametrallarnos a todos con tal de sentarse. Menudo egoísta.

 —No me hables precisamente tú de egoísmo, Peter. Mi mente no está preparada para aceptar algo así —le reprochó Lali.

 Peter bufó. Charles gritó cuando ganó una partida del videojuego y alzó los brazos como si aquello fuese el más grande de todos los acontecimientos posibles. Se giró después hacia ellos.

 —¿Queréis jugar? —preguntó.

 Matt negó lentamente con la cabeza. Peter sonrió, curioso.

 —Vale —murmuró, encogiéndose de hombros.

 Charles dejó el mando en sus manos.

 —Pensándolo bien yo también me apunto —rectificó Matt.

 Lali resopló. Aquello era agotador. ¿Cómo podían llegar a ser tan sumamente estúpidos? ¿Dónde estaba el límite, tendrían algún tope? Apostaba lo que fuese a que no. Se dejó caer sobre el respaldo del sofá, cuando llegó Cloe.

 —Ya he pedido tu ensalada, Peter —informó, sonriente. Su rostro se volvió algo agrio cuando descubrió que habían ocupado su lugar en el sofá—. Bueno, será mejor que dejemos de jugar —añadió rápidamente—. Podríais echar una mano para poner la mesa.

 Cloe apagó la PlayStation sin miramientos. Charles resopló consternado. Les indicó que la siguiesen hasta la cocina para darles cubiertos, vasos y demás. Una vez allí, puso en las manos de Peter la jarra de agua. Este, con el ceño fruncido, se volvió hacia Lali.

 —Yo no hago estas cosas —se quejó—. ¡Pero si somos sus invitados! ¿Cómo puede ser tan maleducada?

 —Somos invitados, Peter, pero esto no es una cena presidencial —le recordó Lali, mientras caminaban hacia el comedor—. Cuando se juntan los amigos no existen los anfitriones, todos colaboran por igual.

 A Lali le llamaba la atención tener que explicarle todo aquello. Tenía curiosidad por saber quién era realmente Peter, pero temía que si se lo preguntaba su ego creciese aún más al proporcionarle insospechados detalles sobre su fantástica vida en la mansión de Londres.

 Observó cómo Peter dejaba la jarra de agua delicadamente sobre el mantel tras recolocarlo, ya que estaba un tanto torcido hacia la izquierda. Se preguntaba por qué todo a su alrededor debía estar tan sumamente perfecto. Alguien tenía que haberle enseñado a ser así, ese tipo de cosas no salían de uno mismo. Suspiró, resignada, al advertir que Peter llenaba todas las copas con la misma cantidad de agua y las comparaba entre sí. Matt enarcó una ceja.

 —Este tío está pirado —dijo.

 —Y tú acabado —contestó Peter—, estás acabado.

 —¿Acabado de qué? No sabes ni lo que dices.

 Se acercó hasta él, cuando Lali estaba distraída, y le habló en susurros.

 —Tienes la esperanza de que Lali termine enamorándose de ti. Sueñas con vivir a su lado en una gran casa con un enorme jardín, veinte gatos, diez perros y trescientos niños chillando y corriendo de un lado a otro —le dijo—. Bien, pues te lo adelanto: eso jamás ocurrirá.

 Matt le dirigió una mirada de profundo odio que parecía llamear en el interior de sus pupilas almendradas. Apretó los puños con fuerza, furioso.

 —… No ocurrirá, porque, para empezar, tu querida Julieta sería más feliz viviendo debajo de un puente. Y, como segundo apunte, te diré que nadie quiere a un Romeo como tú. Eres un tostón. Puedes ponerte toda la colonia francesa que quieras, pero seguirás oliendo a puro aburrimiento —concluyó, sin piedad.

 Matt permaneció quieto. Tenía verdaderas ganas de golpearle. Pero ¿quién se creía que era? Él llevaba muchísimos años detrás de Lali como para que ahora un recién llegado se la arrebatase. Claro, el inglés tenía ventaja por vivir en su casa. Peter le miró divertido, señalándole con el dedo índice.

 —¡Ah, y una cosa más! Si piensas que a mí me puede llegar a gustar tu bella doncella, te contestaré que no. Jamás de los jamases. Nunca. Tengo más clase, así que mi listón está más alto.

 —Mejor, no sabes lo que te pierdes.

 —… ¿Me pierdo pasar horas buscando restos entre los contenedores? Prefiero cederte el puesto. Gracias.

 —No importa, nadie sería capaz aguantar a alguien como tú. Así que dudo que cualquier otro ser humano pueda llegar a quererte —siseó Matt.

 Peter torció el gesto. Furioso. Ahora estaba furioso. ¿Cómo que nadie podría quererle? Claro que sí, todos en su casa le querían. Arrugó la nariz. Lali los llamó para que se sentaran. Hacía rato que había sonado el timbre de la puerta, cuando habían traído la ternera en salsa y la ensalada. Se sentaron mientras se dedicaban mutuamente miradas de odio. Comenzaron a cenar.

 —Tío, ¿en Londres hay mucha marcha? —le preguntó Charles, animado.

 —¿Marcha?

 Lali se acercó a su oreja.

 —Fiesta, ajetreo, movida… —susurró.

 —Ah, ¡marcha, claro, claro! Pues, eh… supongo que sí —aclaró, dudoso—. Yo solo salgo por la urbanización. Es más segura.

 —¿Tus papis no te dejan ir muy lejos? —intervino Matt.

 —Mis padres me dejan hacer lo que quiera —informó, con aire señorial.

 Cloe estaba cabreada. No le gustaba el ritmo que tomaba la noche. No le gustaba tampoco, en absoluto, que surgiesen rivalidades entre Matt y Peter, porque eso significaba que Lali —y no ella— estaba dentro del juego de competencia. Se apartó el pelo de la cara.

 —No tienes novia por allí, ¿verdad? —preguntó, con una ancha sonrisa.

 Peter pareció dudar, pero luego se mostró serio.

 —No.

 —¿Y no te cansas de comer tanto verde? —insistió Matt, señalando su
ensalada.

 Peter le miró extrañado.

 —¿Tú te cansas acaso de comer sangre?

 —No es lo mismo. Yo sigo una dieta variadísima.

 —Pues no se te nota en la piel.

 Lali resopló, dando a entender que no deseaba seguir escuchándoles. La noche continuó sin más percances, hasta que Cloe se decidió a poner una película.

 —Tengo las películas en mi habitación —explicó, cuando todos se sentaron alrededor de la televisión—. Peter, ¿quieres acompañarme y ayudarme a elegirla?

 Peter tragó saliva despacio, temeroso.

 —No importa, escoge la que más te guste a ti —respondió entrecortadamente.

 Matt sonrió de lado.

 —Qué poca educación… —susurró.

 Cloe pareció ofendida, asió del brazo a Peter y casi lo arrastró hacia su habitación. Y, por primera vez, Lali sintió auténtica pena, Peter no imaginaba lo que le esperaba allí dentro.

 El inglés respiró hondo cuando llegaron al cuarto, sacudiéndose la manga de la fina camisa que Cloe había tocado con sus afiladas uñas rojizas. Miró alrededor. Detestaba las habitaciones rosas, repletas de flores, corazones y artilugios diversos de colorines. Se giró consternado buscando los DVD.

 —¿Dónde están las películas? —preguntó, y sintió que un nudo le presionaba la garganta.

 Cloe se acercó peligrosamente hacia él, pestañeando en exceso, como si se le hubiese metido una mota de polvo en los ojos. Entonces Peter comenzó a comprender la situación. Y se contuvo para no gritar.

 —La película podríamos montarla nosotros mismos… —le susurró Cloe, al tiempo que le pasaba un dedo por el cuello.

 No le gustó aquel primer contacto con su piel; no era lo suficientemente suave.

 —No se me da bien actuar —repuso Peter, con la vista fija en la puerta cerrada de la habitación.

 —Yo podría enseñarte.

 —Tampoco me interesa demasiado. Gracias, pero tengo otras expectativas en la vida —se excusó; su rostro se tornó más pálido de lo habitual—. Creo que deberíamos volver con los demás. Lali estará preocupada por mí —mintió.

 Cloe se inclinó hacia él, de puntillas. Peter dio un paso atrás y tropezó.

 —Te gusta hacerte el duro, ¿verdad? —preguntó la chica, con voz melosa—. Te gusta… poner las cosas difíciles. Mejor. Sabes sacar partido a todo tu atractivo. A mí me encanta que me pongan nuevos retos…

 —No finjo nada. Soy así de forma natural —admitió él, contrariado.

 —Ya, claro, claro…

 —Oye, me das miedo. Quiero irme de aquí —exigió finalmente.

 Cloe lo ignoró. Sus manos se dirigieron hacia el cuello de la camisa de Peter y empezaron a desabrochar los primeros botones.

 —Pero ¿qué haces, loca? —gritó él, consternado.

 —No te resistas más, Peter —insistió; comenzaba a enfadarse.

 Nunca un chico se le había negado durante más de cinco minutos; todos terminaban cayendo a sus pies tarde o temprano. Sonrió tontamente. Él intentó escapar. Ella tiró de la camisa hacia abajo, arrancando todos los botones de un tirón.

 —Niña, tú tienes que ir directa a un psiquiátrico —dijo Peter, en dirección hacia la puerta—. Si quieres contribuiré a pagar los gastos de la clínica.

 —¿Adónde crees que vas? —Cloe se cruzó de brazos, cabreada.

 —Lejos, muy lejos… de ti —contestó, antes de salir volando de allí.

 Peter corrió por el pasillo como alma que lleva el diablo, como si hubiera visto un fantasma.

 —¡Lali! —gritó, fuera de sí—. ¡Lali, VEN!

 Lali salió de la sala alarmada por la llamada. Estudió a Peter. Llevaba la camisa desabrochada dejando a la vista la suave y blanca piel de su bien trabajado torso. Ladeó la cabeza, puntuando mentalmente su cuerpo con un merecido 8. Después observó su aterrorizado rostro.

 —¿Se puede saber qué te ocurre?

 Peter se apoyó en su hombro, como si fuese a desfallecer, casi abrazándola.

 —Ha intentado matarme, Lali —dijo, hablando atropelladamente—. Tu amiga está completamente loca; quería que hiciéramos nosotros una película, y no apta para todos los públicos, precisamente. Me habías prometido que no me dejarías solo. Tenías que protegerme. No volveré a confiar en ti.

 —¿Qué?, pero ¿qué estás diciendo? —Le levantó la cabeza—. No te he prometido nada. —Suspiró, y reparó en Cloe que les miraba enfadada desde la puerta, apoyada en el dintel con los brazos en jarras—. Bueno, no importa. Está bien, volvamos a casa.

 Lali se despidió de sus amigos mientras Peter la esperaba en la calle. Después caminaron en silencio, bajo el oscuro manto estrellado de la noche.

 —Ha sido una día duro, ¿eh? —Lali le miró divertida, de reojo.

 Él suspiró abrumado.

 —Lo resumiré de esta forma —explicó él—. Tu casa es un paraíso divino e inigualable en comparación con lo que hoy he conocido.

 Lali rió.

 —Empiezo a ver a Vico como a un ser inofensivo y tremendamente delicado. Imagínate. —Torció el gesto, tras escucharse a sí mismo—. Bueno, no me hagas mucho caso, estoy divagando. Mañana todo volverá a ser como siempre. Tu casa será un estercolero y tu hermano el rey de los mendigos.

 —Ya decía yo que era demasiado bueno para ser verdad… —Lali puso los ojos en blanco.

 Llegaron a casa. Peter se excusó rápidamente y se dirigió a su habitación. Deseaba dormir. Se tumbó en la cama y reparó en el teléfono móvil que reposaba sobre su mesilla de noche. Pulsó el botón de encendido. Cero llamadas. Suspiró. Buscó en la lista el teléfono de su madre y llamó. Respondieron al quinto tono.

 —¿Diga?

 —¿Mamá? Soy Peter.

 —¡Hola, Peter, cariño! Lo siento, tu madre está en una reunión importante. Soy su nueva secretaria, Helen —dijo una alegre voz al otro lado del teléfono—. La señora Kellen me ha hablado muchísimo de ti, ¿quieres que le diga que te llame en cuanto termine?

 —Eh… no, no hace falta. Aquí, en América, es tarde.

 —¡Es verdad, olvidaba el cambio horario! No te preocupes. Le comentaré que has llamado de todos modos.

 —Gracias.

 Peter frunció el ceño cuando colgó. Se dio la vuelta en la cama, tras destapar el colchón por la parte de abajo. Siempre dormía con los pies fuera, no soportaba tenerlos tapados. Otra de sus manías. Hundió el rostro en la almohada y cerró los ojos con fuerza, deseando quedarse dormido cuanto antes. Mañana le esperaría otro largo día.

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Holaaap. Siento no publicar toodos los días pero es todo muy complicado!!
Si firman subo los siguientes capítulos juntos el 12 es el beso!!!!!!!
Besos y abrazos ♥
@theyaremypath



3 comentarios:

  1. me gusta mucho la novela... aunque deseo que peter empiece a ser un chico normal ya...
    sube mas jajaja

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  2. Me muero! Subiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!! Ya quiero el beso!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  3. beso beso beso beso beso beso!!!!!!!!

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