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lunes, 20 de mayo de 2013

Capítulo 16: Listas de amores pasados




—Un poco más de agua, por favor. Creo que acabaré deshidratándome.

—A no ser que la gripe de la gallina te atrape antes —Lali sonrió tímidamente—; creo que le lleva ventaja a la deshidratación.

—¡No pronuncies el nombre prohibido! —le recordó Peter, que apretó los dientes al hablar.

—Oh, perdón.

La noche anterior habían acordado no pronunciar «la gripe de la gallina», ya que a Peter se le antojaba demasiado doloroso escuchar aquel terminó, y sus oídos no parecían estar preparados para soportarlo. Lali abrió el botiquín de primeros auxilios que él había llevado como parte del equipaje y buscó en el abarrotado interior otra toallita húmeda para colocársela en la frente.

—Están a la derecha —le indicó Peter—. ¡Uf, Lali, eres una paleta total! Dame el botiquín, ya las busco yo mismo.

Le tendió la maletita.

—Cuidado, no sea que te rompas una uña… —le advirtió ella, medio riendo—. Eso sería… el Apocalipsis.

Peter desenvolvió rápidamente otra toallita húmeda y, desechando la anterior, se la puso sobre la frente con cuidado. Se reclinó sobre el sofá y apoyó la cabeza en un almohadón de color morado.

—¿Sabes?, empiezas a repetirte —dijo Peter—. Vas a tener que contratar a alguien para que piense estupideces nuevas por ti.

—¿No es más propio de ti eso de tener sirvientes que se encarguen de tus responsabilidades?

—Sí. Ojalá estuviese aquí Jack —Suspiró con aire nostálgico—; nadie hace los zumos de piña con coco rallado como él… —Frunció el entrecejo—. ¡Cómo odio este horrible lugar!

—Te refieres a mi casa, ¿no?

—Sí, y a todos los que la habitan, por supuesto —aclaró felizmente.

—Tranquilo; para mí también es un alivio saber que cada minuto que pasa significa que falta un poco menos para que te marches de aquí.

Peter estiró los brazos, sonriendo y ocupando prácticamente todo el sofá.

Lali cambió el canal de la televisión, molesta, apretando con ahínco las teclas del mando a distancia.

—¡Sí! Será un lujo volver a tener algo de espacio —prosiguió el inglés.

—Oye, mi casa tiene dos pisos, no es pequeña.

—¡Si tú lo dices…! Apuesto a que tiene los mismos metros cuadrados que uno de mis cuartos de baño.

Lali enarcó las cejas con escepticismo. Cada vez le intrigaba más saber de dónde provenía realmente aquel extraño alumno de intercambio. Quizá todo aquello que decía era mentira, quizá solo se trataba de una persona con verdaderos problemas mentales que no llegaba a aceptar su propia realidad… y terminaba por inventársela. Ahogó un suspiro.

—Sabes que esta noche celebramos el cumpleaños de Vico, ¿verdad?

Peter ladeó lentamente la cabeza y miró a Lali con los ojos muy abiertos, como si acabase de ver a un fantasma. Después rió tontamente.

—¡Qué chiste más malo! Y encima casi me lo trago.

—No es un chiste, Peter. —Kesley amplió su sonrisa—. En realidad es dentro de una semana, lo que pasa es que coincide con el día de Navidad, y este año hemos decidido cambiarlo. Ya sé que es un poco precipitado… pero hemos conseguido arreglarlo.

Y era cierto. Vico había querido celebrar su cumpleaños esa misma noche de cualquier modo. Así pues, sus padres decidieron aprovechar el día para visitar a la tía Marge y pasar la noche con ella, dejándoles la casa libre. Había sido toda una suerte que el señor Esposito cediera; terminó sucumbiendo a las amenazas de Vico de que, si no lo hacía, dejaría de estudiar y se marcharía a recorrer mundo en la maltrecha caravana de su amigo Frank.

—Tendrás que ayudarme a prepararlo todo —prosiguió Lali, animada—. A las diez en punto llegarán los amigos de Vico.

—¿Qué?

Peter negó con la cabeza. Confundido, se quitó la toallita húmeda de la frente y la lanzó sobre Lali.

—Pero ¿qué haces, loco?

—¡Me protejo de ti! Pretendes destrozarme la vida, ¿verdad?

—Yo no… —Puso los ojos en blanco—. ¡Oh, vamos, Peter, no será para tanto! Todos son muy simpáticos.

Peter se cruzó de brazos.

—Ya. Mira, si son tan simpáticos como tus amigos, prefiero no conocerlos. Gracias.

Lali se recostó en el sofá, cogió en brazos a Whisky e intentó ignorar el berrinche de Peter. A veces podía llegar a parecer un niño de tres años, a pesar de su aspecto elegante y eternamente formal. No tenía arreglo.

—¿Estás enfadado?

Se inclinó hacia él, sonriendo. Le tocó la punta de la nariz con el dedo, y Peter le apartó la mano con un seco manotazo, como si se tratase de una mosca molesta. Lali recordó aquellos días en que había trabajado de niñera para la vecina y se propuso actuar con Peter tal y como se comportaba con los críos a los que debía cuidar.

—¿Quieres que te ponga El rey león otra vez?

Otra vez… porque la noche anterior, pasado el primer susto tras escuchar la noticia de la gripe de la gallina, habían vuelto a verla. Peter arrugó la nariz, y sus ojos grises, fríos y penetrantes, se clavaron en Lali como si esta fuese una intrusa. Finalmente, tras pensárselo, desenvolvió otra toallita húmeda y decidió contestar.

—Vale.

Había terminado cayendo en la tela de araña tejida por Lali. Ella se levantó animada del sofá, intentando no reír, y rebuscó entre los DVD. Ojeó distraída algunas cubiertas.

—O, mejor aún, probemos con Aladdín, a ver qué te parece…

—¿Aladdín? ¿Y ese quién demonios es?

—Ahora lo verás.

Peter se mantuvo atento a la película y opinó descaradamente en algunos momentos cruciales. Cuando terminó, casi una hora después, Lali apagó el televisor y se recostó en el sofá.

—Bueno, ¿qué te ha parecido la película?

—¿Quieres que te responda punto por punto? —Suspiró—. Uno: los escenarios son pobres y repetitivos. Dos: ¿a esa diminuta mansión blanca la llaman palacio?, ¡por Dios! Tres: ¿las alfombras voladoras existen? Cuatro: si yo hubiese sido Jazmín habría ordenado a mis espías que investigasen a Aladdín.

Lali negó con la cabeza, esforzándose por no reír.

—¿Por qué te identificas con la princesa? Tendría que ser al revés: deberías identificarte con Aladdín.

—Pero ¿qué dices? Yo no soy un pobretón, ni robo un mendrugo de pan, ni tampoco llevo un mono pulgoso a la espalda, del que ni siquiera se sabe en qué idioma habla. —Agitó las manos con gesto señorial—. Antes me comparo con el sultán gordo, que, por cierto, un poco de ejercicio no le vendría nada mal.

—No tienes remedio —bufó Lali.

—Gracias.

Pasaron unos instantes tumbados en el sofá y sumidos en un profundo silencio. Lali había comenzado a sentir cierta curiosidad por Peter. En realidad, deseaba conocer un poco más sobre su vida en Londres, sobre él en general. Notaba que, con el paso de los días, la confianza entre ellos —a pesar de estar repleta de odio— iba asentando sus bases. Quizá se estaba acostumbrando a eso de tener al lado a un enfermo mental.

—Peter, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Eh… NO.

—¿Alguna vez has tenido novia?

—¿Es que no me has oído? Te prohíbo que me preguntes cosas.

—Eso significa que siempre has estado soltero, ¿verdad?

Peter comenzó a ruborizarse lentamente, y sus mofletes se tornaron de un gracioso tono rojizo. Se incorporó en el sofá, sentándose y mirándola.

—Pues claro que no. Soy el sex symbol del instituto.

—¿De veras? No me lo creo.

—Abre los ojos, mírame fijamente y verás cómo se te despejan las dudas.

Lali rió descaradamente. Su ego no tenía límites.

—¿Y con cuántas chicas has salido?

—¡Sabía adónde querías llegar, vieja picarona! —La apuntó con un dedo acusador—. No pienso decírtelo. Te quedarás con las ganas de saberlo.

Lali se acercó a Peter, rompiendo la normativa de espacio vital individual que ambos habían acordado. Él pareció sentirse intimidado y la miró con una mezcla de miedo y desconcierto.

—¡Va, Peter! ¡No te hagas el malote! —Le dio un pequeño codazo—. ¡Venga, sex symbol, cuéntame a cuántas fashion victims te has llevado a la cama!

Peter tragó saliva despacio. La desvergüenza de Lali le ponía nervioso. Nadie le había preguntado nunca aquello de un modo tan directo. Es más, a decir verdad, jamás se lo habían preguntado de ningún modo. Suspiró y se acercó al oído de ella. No quería darle a entender con sus silencios que no había tenido novia.

—A… dos —susurró.

Invadió la estancia un incómodo silencio que, poco después, se vio interrumpido por las risas de Lali. Le señaló con un dedo y negó con la cabeza, incrédula.

—¿SOLO DOS?

Peter pestañeó confundido. ¿Cómo que… «solo»?, ¿acaso no eran suficientes? Tenía dieciocho años. Y, ciertamente, después de lo ocurrido con su última novia, había aprendido la lección, y desde entonces evitaba tropezarse con cualquier otra mujer. Claro que ese episodio de su vida jamás se lo contaría a la idiota de Lali.

Un extraño cosquilleo comenzó a ascenderle desde el estómago cuando se preguntó con cuántos chicos habría salido Lali. Peor aún: la imaginó en brazos de otro. Cerró los ojos con fuerza, apartando aquellos pensamientos de su mente.

—¿Con cuántos has salido tú? —le preguntó.

—¿Te refieres a los de estar un par de meses, o a los de pasar un buen rato sin compromisos?

—No sé… todos en general… ¿Cuántos?

—¿Te crees que me dedico a contarlos o qué?

Fue como si le tirasen encima un jarro de agua fría. Entonces, el beso que se habían dado en el cuarto de baño aquella noche, con el historial de Lali, no debía de haber significado nada para ella. Claro que para él tampoco, ¡faltaría más! Un beso. Un beso… tonto, estúpido e insignificante. Solo eso. Sonrío falsamente e intentó pensar en algo que pudiese dañarla, porque en ese momento, sin saber por qué, él también se sentía extrañamente dolido.

—Vaya, así que ¿los jóvenes salidos de la urbanización te conocen como «Lali, la chica a domicilio»?

—¿Qué estás insinuando?

Se levantó del sofá y puso los brazos en jarras. Enarcó las cejas.

—Lo que has oído, exactamente. Ni más, ni menos.

—¡No te atrevas a insultarme! ¡Ni siquiera me conoces, Peter!

—Ya, pero tú has dicho que tu lista de tíos es tan larga que ni siquiera puedes llevar la cuenta. —Se encogió de hombros y, muy en el fondo, advirtió la satisfacción que sentía al ver el rostro enojado de Lali. Al fin y al cabo, él también estaba enojado.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—En Londres, al tipo de chicas que son como tú, las denominamos «put…».

—¡Cállate!

Lali notó que los nervios se apoderaban de ella. Aquello no era justo. Se llevó una mano al pecho, tratando calmarse, y procuró no derramar ni una sola lágrima.

—¡Para tu información, yo nunca me he acostado con nadie! —explotó finalmente.

Peter la miró fijamente y supo que estaba diciendo la verdad. Aturdido, y sintiéndose algo culpable por sus acusaciones, se dio la vuelta en el sofá y evitó toparse con sus ojos. La situación era extraña y se le estaba escapando de las manos.

—Así que ¿eres virgen…? —se atrevió a decir, pasados unos insoportables segundos repletos de tensión.

—Sí. —Lali logró relajarse—. ¿Y tú?

Peter alzó la cabeza y sus ojos grises chocaron con los de ella. Entonces Lali adivinó que no le iba a gustar la respuesta y le molestó que un incómodo nudo presionase su garganta.

—No. No lo soy —contestó.

Continuará...

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Tres capítulos y beso y por fin viene el amor
Si firman, esta noche subo :)
Besos y abrazos
@theyaremypath
 

1 comentario:

  1. Nooooo me encanta me encanta me encanta!!!!!!! MAS MAS MAS!!!!!!!

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