Translate

martes, 7 de mayo de 2013

Capítulo 8: Cómo comportarse con desconocidos





 Abigail estrechó al joven en un fuerte abrazo que por poco le deja sin respiración. Se limpió una lagrimilla que le rodaba por la mejilla izquierda y volvió a abrazarle.

 —¡Oh, Peter, eres un regalo caído del cielo! —gimoteó con afectación—. Pero ¿cómo se te ocurre pagar la compra?

 Logró escapar de los brazos de la señora Esposito cuando esta se distrajo por el pitido del microondas. Se sacudió la ropa. Lali resopló a su espalda, consternada por el comportamiento nada apropiado de su madre. Se dijo que desde luego no tenía ni idea de con quién estaba hablando: con el demonio. Un demonio despiadado e insufrible.

 —He decidido encargarme de la compra durante el mes que pase aquí —informó Peter—. Creo que es lo menos que puedo hacer. Y, como usted sabe que mi alimentación es algo compleja, será mejor que me haga responsable de ella. El supermercado me ha fascinado.

 Aquello fue suficiente para Abigail, que parecía a punto de explotar de alegría. Ella prometió darle más presupuesto para la compra semanal y añadió que Lali le acompañaría cada vez que tuviese que salir, sin siquiera preguntar a la aludida.

 —¿Sabes? Serías el hombre perfecto para mi hija. —La señora Esposito señaló a la chica, apoyada en el dintel de la puerta de brazos cruzados—. Es tan desorganizada… tú equilibrarías su desorden.

 Peter tosió. Lali también. Se dirigieron una mirada afilada que podría haberse traducido por «Ni en tus mejores sueños seríamos pareja». La madre no pareció reparar en la tensión en los hombros de ambos jóvenes.

 —Yo guardaré todo esto —se apresuró a ofrecerse él—. He comprado cien Tuperwares para poder organizar adecuadamente la comida.

—Oh, increíble. Peter, eres increíble…

 Lali cerró los ojos con fuerza y se largó de la cocina. Si su madre continuaba halagándole de aquel modo, solo conseguiría que su ego aumentase más y más —si es que aquello era humanamente posible—. Tenía que encontrar algún modo de fijar un límite, unas reglas de comportamiento que equilibrasen la situación. Aprovechó el resto de la tarde para darse un baño relajante, ya que supuso que Peter se encontraría ocupado con la distribución de los nutrientes por orden alfabético.

 Sumergió la cabeza en el agua. Después, cuando salió a la superficie, respiró con fuerza. Tenía ganas de ver a sus amigos. Echaba de menos pasar las tardes sentada en un parque cualquiera charlando. Llevarse a Peter con ella y presentárselo a sus colegas no le hacía ninguna gracia. Temía que acabasen apedreándolo. Aunque Matt, un chico que llevaba tras ella desde que tenían catorce años y que incluso había escrito un libro autobiográfico, se parecía a Peter en ciertos aspectos. Cabía la posibilidad de que se llevasen bien. Por otro lado, también era probable que, tras conocerse, surgiese entre ambos una especie de competitividad: la lucha por el poder de la estupidez.

 Se vistió lentamente antes de dirigirse de nuevo hacia la cocina. La nevera estaba repleta de Tupperwares transparentes, amontonados unos sobre otros como si fuesen una exposición de arte moderno. En casi todos ellos estaba escrito el nombre de Peter seguido de una fecha. Lali supuso que había organizado qué comería cada día de la semana siguiente. Y se preguntó cómo alguien podía tener tanta paciencia para administrar al detalle todo aquello.
Cerró la nevera bruscamente.

 —¿Te gusta cómo ha quedado? —preguntó Peter, al tiempo que se sentaba en una de las sillas.

 —Ha quedado ridículo —espetó Lali, sirviéndose un poco de café.

 —Pero ¿qué dices? Tu madre me ha felicitado varias veces por ello. —Sonrió abiertamente, orgulloso de su hazaña—. Por cierto, me he tomado la molestia de organizar también tu comida. Esta noche te toca ensalada. Ya va siendo hora de que dejes de comer fritos a todas horas —agregó.

 Lali se atragantó con el café.

 —Espero que no estés hablando en serio. No eres nadie para decidir cómo debo alimentarme.

 —¡Encima de que me preocupo por ti! Deberías arrodillarte, besar mis pulcros zapatos y agradecérmelo.

 —Pero ¿tú quién te crees que eres? ¿El príncipe de Inglaterra?

 —No, pero trátame como si lo fuese. Así marcamos nuestras diferencias sociales.

 Lali arrugó la nariz, furiosa.

 —Esta tarde he quedado con mis amigos.

 —¿Crees que me importa? Guárdate tus culebrones rosas. —Pestañeó con afectación.

 —Debería importarte, Peter, porque vendrás conmigo —le informó, entusiasmada al percibir el sufrimiento que ensombrecía su rostro.

 —No se te da nada bien eso de contar chistes.

 —Tienes dos opciones —le explicó Lali—. Puedes venir conmigo o quedarte en casa con Vico. A solas.

 Peter abrió desmesuradamente los ojos.

 —Soy joven para morir —dijo—. Ni en broma me quedaría a solas con ese mendigo harapiento. Si llego a saber que conviviría con alguien como Vico habría pedido a mis guardaespaldas que me acompañasen.

 Lali le miró fijamente, asombrada. Negó con la cabeza, intentando convencerse de que todo aquello no era cierto.

 —¿Tenías guardaespaldas en Londres?

 —Pues claro, ¿quién si no iba a protegerme? —Se limpió las uñas distraído, observando la perfección de estas bajo la luz que entraba por la ventana de la cocina—. Ellos siempre iban detrás de mí. Y, en casa, se quedaban quietos como estatuas a la espera de recibir mis órdenes.

 —Empiezo a comprender de dónde viene tu estupidez —objetó ella, consternada al escuchar todo aquello—. Creo que tus padres te han malcriado.

 —¿Mis padres? —Peter la miró sin comprender—. Casi nunca están en casa; así que no han tenido la oportunidad de malcriarme. Pero no importa, tengo a todo un equipo profesional bajo mi supervisión. Son realmente eficientes, tendrías que verlos algún día.

 —No sabes la ilusión que me hace —terció ella irónica, poniendo los ojos en blanco.

 —Tranquila, era un decir, por pura cortesía. —Sonrió—. Tú jamás pondrás un pie en mi mansión. Antes de que entrases, soltaría a los perros y terminarías corriendo calle abajo como una punki cualquiera.

 Lali resopló, se terminó el café y dejó la taza en la pila con un golpe seco. Peter la señaló.

 —¿Es que no piensas fregarla? —preguntó consternado.

 —No, lo haré más tarde —respondió ella mientras se abrochaba la chaqueta.

 —Pero si la dejas ahí demasiado tiempo se llenará de moho —explicó Peter sin dar su brazo a torcer—. Y los bichos acudirán a ella.

 —¡Límpiala tú si tanto te importa!

 —Lo siento, yo jamás he hecho eso. —Sonrió y se levantó—. Mis manos no están preparadas para enfrentarse a cualquier jabón doméstico. Tengo la piel sensible.

 Lali se llevó una mano a la frente.

 —¡Ya me lo has dicho un millón de veces! —gritó cabreada—. Y no me importa en absoluto cuán sensible llegue a ser tu piel. —Negó con la cabeza en silencio—. ¡Dios mío! Seguro que incluso utilizas toallitas de bebé para limpiarte el culo. Si es que no se encarga de eso alguna de tus criadas.

 Él asintió lentamente.

 —Sí, has acertado. Es curioso. Me lo limpio con toallitas de bebé con olor a lavanda —detalló—. Deberías probarlas. He traído unos veinte paquetes, seguro que me sobrará alguna. Ya verás qué bien huelen.

 —Pero ¿tú de dónde has salido? ¿Me puedes decir quién es el malvado ser que te ha metido tantas tonterías en la cabeza?

 —Nadie. Yo solito.

 —Imposible. Esas cosas no nacen de uno mismo —replicó ella, y casi sintió pena por Peter—. La gente no tiene esos instintos hipocondríacos.

 —¿Qué tiene de malo?

 —¡Todo! No se puede vivir así; estás totalmente limitado.

 —Lali, a ti te limita tu cara frente a la sociedad y, ¿ves?, no es ningún problema. Incluso diría que pareces ligeramente feliz. Obviamente eres un ser demasiado conformista para mi gusto, pero…

 —Basta. De verdad. No me interesa seguir escuchando tus tonterías. Es hora de irnos.

 Peter la siguió hasta la calle. Se preguntaba si los amigos serían mucho peor que ella. No estaba seguro de cómo debía comportarse. Hasta el momento jamás había conocido a nadie fuera de su acomodado colegio, donde todos seguían su mismo estilo de vida. Temía encontrarse con varios clones de Vico, rodeándole sin piedad. Se frotó las manos, temeroso de tener que enfrentarse ante lo desconocido. No le gustaba aquello de no llevar las riendas de la situación. Mientras que en su casa había sido todo un rey, allí el nivel había bajado al de patético príncipe.


-----------------------------------------------------------
Se que Peter es un capullo y un niño malcriado pero tranquilas, mejora. Solo hay que tener paciencia
Si quereis que os avise en twitter cuando suba avisadme @theyaremypath
Besos y abrazos ♥

6 comentarios: