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viernes, 31 de mayo de 2013

Capítulos 23 y 24

Capítulo 23: Todo el mundo tiene un pasado



Peter se empeñó en montar en el mismo coche que Lali. No quería estar solo cuando la guerra empezara. Se sentó —como buenamente pudo, dado el escaso espacio— en el asiento del copiloto mientras ella asía con fuerza el volante del cochecito. Peter respiró hondo y ojeó a sus contrincantes, que se encontraban en el perímetro de la pista. En realidad la mayoría eran críos, aunque algunos iban acompañados por sus fornidos padres.

—No sé si podremos superarlo —dijo.

—Peter, no hay nada que superar —aseguró Lali—. Lo único que pasará es que te darán unos cuantos golpecitos.

Él se cruzó de brazos y la miró cabreado.

—¿Te parece poco?, ¿estamos locos o qué? —siguió, alzando el tono de voz—. ¡He pagado para que me peguen!

—¡Chist!, ya empieza.

Sonó un pitido que se extendió por la pista e inundó sus oídos. El coche empezó a moverse. Peter se cogió del brazo de Lali y del otro extremo de la supuesta puerta. Se miró el torso y advirtió un pequeño detalle que se le había pasado por alto.

—¡Madre mía, pero si no hay cinturones! —exclamó, consternado.

—No son necesarios —concluyó Lali, y cuando Peter alzó la vista descubrió que estaban a punto de chocar contra un coche que llevaba un niño de unos seis años.

El impacto fue brutal, o al menos eso le pareció a él. Peter meditó sobre si aquel juego afectaría en exceso a su delicada columna vertebral. Sin embargo, cuando vio el rostro enfurruñado del niño, se alegró de haberle dado ese golpe.

—¡Cómete esa! —le gritó y después miró a la chica—. Muy bien, Lali, veo que vas aprendiendo…

—Pero si tú no tienes ni idea, ¿por qué me dices eso? —Dio un volantazo y Peter arqueó el cuerpo hacia el lado contrario con la intención de no caer. No es que la velocidad fuese demasiado elevada, pero siempre era mejor prevenir que curar.

—¡Venga, va, déjate de historias y machaca a la niña de allá! —le ordenó, señalando un coche azul.

Lali entornó los ojos, pero sonrió y se dirigió hacia la niña. Hasta en los coches de choque Peter necesitaba dar órdenes y sugerencias. Esta vez, a sabiendas de lo que le esperaba, él se cogió bien antes del impacto y rió malévolo ante la decepcionada expresión que surcó el rostro de la cría.

Sin embargo, su risa se apagó cuando otro coche les dio a ellos por detrás. Era el vehículo de un niño pelirrojo acompañado de su padre, un fortachón entrado en la cuarentena. Peter se giró cabreado y alzó un puño amenazador al que el señor respondió con una suave carcajada. A Peter no le gustaba perder, ni siquiera en los coches de choque.

—Lali, vamos, ese viejo es nuestro próximo objetivo. Tenemos que ganar.

—Cariño, cuando te emocionas así, me recuerdas a Voldemort.

Peter arrugó la nariz, molesto. ¿Por qué le llamaba «cariño»?, eso sonaba demasiado… formal. ¿Tenían una relación formal? No estaba seguro. Lo curioso era que por alguna extraña razón las palabras cariñosas que Lali le dedicaba sonaban bien. Quizá porque no las pensaba antes y se le escapaban solas, naturales, sin formar parte de frases forzadas. De todos modos, Peter continuó en sus trece.

—Deja de llamarme cariño, cielo o Voldemort. Gracias.

Como toda respuesta Lali estampó el coche contra una esquina, adrede, lo que le pilló de improviso. Él respiró hondo, mientras ella daba la vuelta.

—¿Quieres romperme el cuello o qué? —se quejó, frotándose el hombro derecho.

—No sé, deja que me lo piense —contestó ella, decidida—. Aún tengo dudas.

Chocaron contra algunos coches más antes de que la bocina sonase y se acabase su turno. Salieron de la atracción, Peter algo mareado, y ella con la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Señaló un puesto de maquinitas repleto de ositos de peluche.

—¡Qué monada! ¡Yo quiero uno de esos!

Peter la siguió hasta la máquina. En el extremo superior había una especie de pinza que al parecer servía para agarrar los pulgosos osos. Pagando, claro.

—¿Y para qué quieres más peluches? Tienes toda la cama llena —le recordó, como si ella no lo supiese perfectamente—. Además, está demostrado que estos artilugios son dañinos para la salud.

Lali rió.

—¿Los peluches son malos para la salud?

—Claro. El polvo se acumula en ellos.

—Peter, me da igual. —Le hizo a un lado sin miramientos—. Aparta, quiero conseguir uno de esos.

—Pareces una cría —concluyó él. Era verdad, aunque también era cierto que todavía no sabía si esa característica suya le gustaba o no. Tenía serias dudas al respecto—. Bueno, déjame a mí.

Se hizo un hueco, y, tras echar una moneda en la ranura correspondiente, cogió con fuerza los mandos de la máquina. Parecía fácil, pero no lo era. La pinza apenas tenía fuerza, y, aunque conseguía coger el maldito peluche del oso que le miraba sonriente, después este caía inerte y volvía a mezclarse con el montón que reposaba al fondo.

—¡Es un timo, Lali!

—Da igual. Quiero el oso —dijo enfurruñada, y metió otra moneda.

Peter nunca se iba sin terminar de hacer lo que se había propuesto. Así que, casi veinte minutos después, le tendió a Lali el oso que había conseguido, y comenzaron a caminar por el recinto de la feria con dieciocho dólares menos en los bolsillos. Él se planteó que, por ese precio, habría podido comprarle tres o cuatro peluches en una tienda normal, pero prefirió no comentárselo.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó, mirándola de reojo con cierta inseguridad.

Lali abrazó el peluche con una mano y deslizó la otra hacia él, entrelazando sus dedos con los de Peter. Él tenía la piel fría, pero muy suave. Siguieron andando en silencio.

A Peter le molestaba un poco caminar al lado de Lali, cogidos de la mano, porque ella se paraba cada dos por tres a ver cosas poco interesantes y le arrastraba allá donde iba. Sin embargo, la calidez de su mano le reconfortaba y hacía soportable la situación. Torció el gesto cuando ella le soltó para acariciar a un perro que pasaba por allí. El animal se restregó felizmente por sus piernas y le azotó el pantalón con la cola, que se movía frenética de un lado a otro.

Él bostezó. Afortunadamente, a su derecha, descubrió un puesto donde hacían algodones de azúcar. Le encantaba el algodón de azúcar. Supuso que no sería tan delicioso como el que su cocinero solía elaborar, pero aun así quiso comprar uno. Contempló detalladamente cómo lo hacía, asegurándose de que la chica del puesto no lo tocase con las manos o echase algo raro en su preciado algodón. Al parecer todo estaba en orden. Pagó y regresó al lado de

Lali.

Aquel algodón de azúcar estaba bastante bueno. Lo degustó y dejó que se deshiciera en su boca lentamente. Algo —o alguien; mejor dicho, alguien— interrumpió su aperitivo. Lali alzó sin miramientos una mano y le quitó un trozo de algodón.

—¿Se puede saber qué narices haces? —Peter la miró, sorprendido.

—Coger un poco, ¿acaso es solo para ti? —Ella rió, tras metérselo en la boca.

¡Qué pregunta más tonta! Lo cierto era que sí. Era solo para él.

—Claro. —Suspiró—. ¿Por qué no te compras tú otro?

—Este es muy grande, podemos compartirlo.

—¿Compartir? —Ladeó la cabeza—. Acabas de acariciar a un sucio perro.

—Ya, ¿y…?

—No te ofendas, pero no quiero que metas tus manos en mi comida.

Lali permaneció callada, observándole fijamente. Al parecer hablaba en serio. Al principio pensó que se trataba de una de sus tantas bromas. Pero no era así.

—Ah, vale, lo siento. —Le dedicó una mueca desagradable—. ¡Cómetelo tú todo! ¡Ojalá te atragantes!

Peter negó con la cabeza y le tendió el algodón de azúcar. Lali lo cogió con la mano, cada vez más confundida.

—¿Lo compartes? —le preguntó.

—No. —Peter apretó los labios con asco—. Lo has tocado, así que ya no puedo comérmelo. Gracias por estropearme la merienda.

Y comenzó a caminar de nuevo calle abajo, esquivando a los niños que correteaban descontrolados por el interior del recinto. Lali siguió sus pasos, tras darle otro bocado al algodón de azúcar, que ahora le pertenecía. Sonrió tontamente. Qué delicado era Peter.

—¿Quieres que compremos otro? —le preguntó, con ternura.

—No. —Él contempló el enorme algodón rosa—. Yo quería ese —añadió, señalándolo.

—Todos son iguales.

—Te equivocas, este era más redondeado que el resto. Lo he notado incluso antes de que la chica terminara de hacerlo.

—¿Importa realmente que sea más o menos redondeado? —Lali rió.

—Por supuesto. —Él se cruzó de brazos—. A mayor redondez, mayor perfección. No sé cómo no conoces esa regla.

Lali arqueó las cejas.

—¿Porque no existe, quizá…?

Peter respiró hondo. Tenía ganas de besarla. No quería seguir discutiendo ni tampoco deseaba explicarle el funcionamiento de «la regla de la redondez y la perfección», porque dudaba que fuese a entenderla. Y a él no le gustaba perder su valioso tiempo en vano. Contempló los labios de Lali; ¿tenía permiso permanente para besarla cuando le viniese en gana? Se sentía inseguro al respecto. Después el algodón volvió a captar su atención, al ver que ella se lo seguía comiendo.

—Vale, terminemos con este asunto —le dijo—. Tira el algodón a la basura. Si no lo puedo tener yo, tú tampoco.

—¿Qué? Pero ¿cómo puedes ser tan egoísta? —protestó ella.

—No es egoísmo, es justicia.

—¿Tanto te molesta que me lo coma yo?

—Claro que sí.

Ella bufó y siguió su camino, dándole otro mordisco a la enorme nube rosa; no estaba dispuesta a tirar la comida por una rabieta de Peter. Él insistió.

—He dicho que te deshagas de él.

—No.

—Lo haré yo, entonces.

Peter intentó arrebatarle el maldito algodón de azúcar y Lali se preguntó qué pensaría la gente de la feria que les miraba. Dos jóvenes discutiendo por su merienda. Lali no se iba a quedar atrás. Le mordió la mano, y él soltó el palo de madera, gritando dolorido, pero luego no tuvo miramientos cuando le clavó las uñas en el brazo.

—¡SUÉLTALO! —le exigió—. Además, lo he pagado yo, es mío.

—¡Me lo has regalado! Así que ahora me pertenece —contestó ella, en medio del forcejeo.

Una pareja de ancianos, acompañados por sus nietos, les miraban entretenidos por el espectáculo gratuito.

Peter logró arrebatarle el algodón rosa, y Lali, sin rendirse y llena de rabia, le hizo cosquillas. Él se retorció como loco. Había encontrado uno de sus puntos débiles. Desgraciadamente, a causa de las cosquillas Peter dejó caer el algodón al suelo, marcando su final definitivo.

—¡Para, para, Lali, te lo ruego! —Peter giró sobre sí mismo, intentando deshacerse de ella.

—¡Te lo mereces!

Él logró cogerla del brazo y, con un rápido movimiento, la estampó contra la parte trasera de una caseta de metal donde hacían perritos calientes. Lali abrió mucho la boca, sorprendida. Se miraron agitados, respirando entrecortadamente tras la pelea. Los abuelos, al otro lado, les seguían mirando sonrientes, como si de algún modo pudiesen entender su extraña relación, el enigmático modo en que se decían «Me gustas» sin palabras. Peter sonrió un poco, cuando recuperó el aliento.

—¿Me das un beso?

Alzó la cabeza. La voz de Lali le hizo estremecer. Dio un paso al frente y ella le rodeó con los brazos, como si intentase abarcar todo su cuerpo con sus pequeñas manos. Peter se inclinó y la besó despacio. Ella cerró los ojos y se pegó a él todo lo que pudo, intentando que nada se interpusiera entre los dos. Él sonrió. Le dio otro beso, y otro más… y se preguntó si era posible vivir solo a base de besos. A él le hubiese gustado que existiese esa posibilidad. Lali rió cuando los labios de él ascendieron lentamente por su rostro y rozaron su nariz delicadamente, luego sus párpados y las mejillas. Infinitos escalofríos se adueñaron de sus sentidos. Y después un beso fugaz, en los labios, antes de que él apoyase su frente contra la de ella y se quedase ahí, quieto, respirando nervioso y mirándola fijamente. La frialdad de sus ojos plateados se esfumó unos instantes.

—Si quieres te compro otro algodón de azúcar —le propuso él, hablándole en susurros.

Lali se estremeció al sentir su aliento cálido tan cerca de ella.

—Olvídalo.

Y mientras la observaba casi sin pestañear, Peter reflexionó sobre cómo habían llegado a esa situación. Apenas dos semanas atrás, ambos se odiaban. Ahora se besaban. Un cambio algo brusco. Habían pasado demasiadas horas juntos, quizá. Respiró hondo al tiempo que le retiraba algunos mechones de cabello que enmarcaban su aniñado rostro.

—¿Sabes una cosa? —Curvó los labios con ternura—. En el fondo, a veces, incluso pareces una chica dulce. Actúas muy bien.

—Y tú. A ratos llego a pensar que eres humano. —Rió tímidamente—. ¿De qué planeta te caíste, Peter?

Él también rió y le dio un último beso antes de separarse un poco de ella y rodear su cintura con el brazo. Suspiró y miró alrededor, perdiéndose en las luces intermitentes que se agitaban por todos lados.

—¿Volvemos a casa? —preguntó Lali.

—Mejor aún, si quieres nos acercamos al centro y cenamos —propuso él.

Lali asintió. Anduvieron en silencio, sin soltarse, hasta la salida del recinto. Cada vez hacía más frío. Peter decidió llamar a un taxi —para variar—, dado que sus piernas, contrariamente a las del resto de los mortales, al parecer no habían sido creadas para caminar. Una vez dejaron atrás los gritos histéricos de la multitud y los villancicos navideños, se acomodaron en un banco de madera, esperando el taxi.

Ella tiritó y agradeció que las mangas de la sudadera le fuesen grandes, así podía cobijar las manos en su interior. Miró a Peter, sentado rígido, con la espalda recta sobre el banco, y se inclinó un poco, para luego comenzar a escalar por sus rodillas.

—¿Qué haces? —Él estudió sus movimientos con desconcierto.

Ah, vale, ahora lo entendía. Lali acababa de sentarse sobre sus piernas, de lado. Luego se dejó caer y apoyó la cabeza sobre su pecho. Bostezó. Peter sonrió sin siquiera darse cuenta y la abrazó. Le frotó la espalda, calentándola.

El silencio no era incómodo, era tranquilizador.

—¿Sabes algo de Matt? —le preguntó Peter, pasado un rato, al recordar el espectáculo que había montado delante de él en la discoteca durante el cumpleaños de Vico.

Lali negó con la cabeza, frotándose de lado a lado en su cuello. Entonces, dejando atrás la calma que se había apoderado de ella, abrió los ojos de golpe. Recordó la conversación de algunos días atrás respecto a las experiencias que habían tenido en sus relaciones. Hacía tiempo que deseaba retomar el tema, pues pensaba demasiado en ello, como una cría. Cogió mucho aire de golpe, antes de hablar.

—Peter, ¿con quién fue tu primera vez?, ¿estuviste mucho tiempo saliendo con ella?

Él la miró extrañado y algo molesto. ¿Por qué Lali siempre tenía que romper todos los buenos momentos que compartían?, ¿por qué las mujeres tenían que ser tan complicadas y retorcidas?, ¿no le bastaba tenerlo ahí, para ella, ya sin ningún tipo de duda?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Quiero saberlo. —Lali se incorporó levemente hasta que sus rostros quedaron el uno frente al otro—. Va, dímelo.

Peter resopló antes de contestar.

—No estuvimos saliendo mucho tiempo, porque me dejó. —Evitó su mirada y se entretuvo observando el movimiento de las hojas de un árbol que se encontraba a su derecha—. Se llamaba Aline. Era una amiga, íbamos al mismo instituto.

—¿Y por qué te dejó?

La pregunta maldita. A Peter le costó unos segundos volver a mirar a Lali y perderse en el mar de sus ojos. Y luego las palabras se escaparon solas de sus labios, sin que pudiese hacer nada por detenerlas.

—Yo… —balbució, confundido—. Lali, la engañé. Me acosté con otra.

El momento tierno se quebró bruscamente, como una elegante copa repleta de champán que se derrama por el suelo tras el tintineo que produce el cristal cuando se rompe. Lali le miró, cuestionándose si el chico rubio de mirada gris que se encontraba a escasos centímetros de ella era Peter, su Peter. Intentó sumergirse en sus palabras y encontrar entre ellas al joven siempre correcto e inocente al que creía haber conocido.

Pero allí, en el fondo de su mirada, no había nada. Solo un vacío infinito que se extendía hasta su propio corazón.

La curiosidad la empujó a hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto conocía ella al verdadero Peter?

Apenas sabía nada de su pasado y todavía no entendía el entorno en el que había crecido… pero sí sabía una cosa de Peter: era humano. Porque, al fin y al cabo, solo un humano puede ser tan cabrón como para engañar a su pareja.

Lali se levantó de las piernas de Peter y comenzó a caminar calle abajo, dejando atrás el lugar donde el taxi debía recogerles; con las manos en la boca, soplándoselas en el vano intento de entrar en calor. Sabía que Peter seguía sus pasos, pero poco le importaba. Se encontraba absorta en sus pensamientos. Imaginaba a Peter engañando y traicionando… Ese no era el niño grande que a ella tanto le gustaba.

Peter la alcanzó y, cogiéndola de la barbilla, la obligó a mirarle. Las pupilas claras de él parecían temblar en medio de la oscuridad.

—Lali…

Ella oyó su voz lejana, perdida en la noche, pero no quiso dejar de mirarle.

—¿Quién demonios eres, Peter?

Él se acobardó ante su pregunta. ¿Quién era?, ni siquiera sabía responderse a sí mismo. Quizá era un poco de todo. Acababa de decepcionarla. Peter había deseado mentirle y asegurarle que aquella primera novia le dejó injustamente, pero no había sido capaz de engañarla. No a ella, al menos. Lali, siempre tan natural, clara y transparente, siempre tan… ella. Así que optó por decir la verdad. Y ahora empezaba a dudar de si realmente había

hecho lo correcto.

—Tal vez soy más normal de lo que piensas.

Lali sintió unas ganas terribles de llorar.

—¿Normal?, ¿de verdad crees que por hacer lo que hiciste eres más normal?

—No, no es eso.

Peter se mordió el labio inferior, indeciso. Se sentía acorralado, se sentía extraño. Toda su seguridad deslizándose lentamente hasta terminar en el suelo de una calle cualquiera, todo su orgullo escondido en algún lugar remoto que no lograba encontrar.

Lali ya no estaba mirándole. Ahora lo hacía una niña; la niña que Lali había sido y que probablemente muy en el fondo seguía siendo. Un alma limpia a la que acaban de confesarle que no existe Papá Noel ni el Ratoncito Pérez, una espectadora ilusionada que contempla cómo su ídolo cae lentamente del pedestal que ella misma había alzado. Y, por alguna extraña razón, Peter tenía unas ganas increíbles de decirle: «¿Ahora te das cuenta de que Peter Pan no existe?, ¿ahora descubres que los príncipes solo viven cobijados en los cuentos? Te sorprende mi pasado, te asustas de la realidad, de algo que está a la orden del día, ¿y era yo quién vivía en un mundo aparte?».

Pero no dijo nada, porque la inocencia dibujada en su rostro le aturdió de golpe y sus ideas se volvieron densas, como hilos enmarañados que se le enredaban en los labios, impidiéndole hablar.

Un taxi aparcó en el otro extremo de la calle, al lado del banco donde minutos atrás lo habían estado esperando. Peter permaneció quieto como una escultura griega mientras contemplaba cómo Lali se marchaba, caminando con paso decidido. La vio entrar en el taxi y cerrar la puerta con brusquedad. Instantes después las luces del coche se tornaron más pequeñas y difusas hasta terminar desapareciendo cuando giró por una esquina.

«Tu primera cita con Lali; esta vez te has lucido, idiota», se dijo Peter a sí mismo. Regresó al banco de madera y se sentó allí. Echó en falta el cuerpo de Lali sentado sobre el suyo. Contempló durante un buen rato el vaho que emanaban sus labios y pensó que quizá se trataba de su propia alma, que se escapaba de su cuerpo y se unía con sigilo a la noche.

Peter aún recordaba la tarde que le confesó a Aline lo que había ocurrido. Ella lloró, tras intentar abofetearle, y él se marchó del parque donde se encontraban sin siquiera decirle adiós. A día de hoy, todavía seguía preguntándose por qué la había engañado. Quizá fuese porque le gustaba más la otra —una chica a la que conoció en la fiesta del cumpleaños de Adam y cuyo nombre ni siquiera recordaba—, quizá también porque no estaba realmente enamorado de Aline, o porque cuando la miraba no sentía lo mismo que cuando miraba a… Lali.

Suspiró. Sacó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y buscó el número que le habían dado apenas un día antes, cuando se tomaban una cerveza sentados en los taburetes de la discoteca y mientras Lali bailaba. Finalmente, tras pensárselo un momento, hizo algo que jamás habría imaginado: presionó el

botón de color verde.

—¿Diga? —respondió una voz tranquila al otro lado de la línea.

Peter tosió antes de hablar.

—Gastón, soy Peter —dijo—. ¿Estás ocupado?

—¡Ah, hola! No, la verdad es que no —contestó—. ¿Te ocurre algo…?

Continuará...


Capítulo 24: Las piedras del camino

Tras la llamada, casi media hora después, un coche negro apareció frente a su banco y subió en el asiento del copiloto sin mediar palabra. Se colocó bien el cinturón de seguridad y, una vez hubo revisado dos veces el enganche, se dignó mirar al conductor.

—¿Qué es exactamente lo que ha pasado? —preguntó Gastón, mientras conducía calle abajo y terminaba dirigiéndose hacia la avenida principal.

Peter resopló molesto. Ahora no sabía si había sido una buena idea llamarle. Pero la noche del cumpleaños de Vico advirtió que Lali le tenía bastante cariño al Chico Arma, ya que no dejaba de defenderle. Y teniendo en cuenta que era, al parecer, la única persona mínimamente inteligente de todas cuantas había conocido durante aquellos días… acudir a él había sido su única opción.

Pese a sentirse ligeramente culpable, le había molestado la reacción de Lali. ¿Por qué había salido corriendo? ¡A ella no la había engañado, así que no le parecía justo que se comportase así! Después del descarado abandono, no se sentía con fuerzas para regresar y presentarse en la casa de los Esposito. Todavía le quedaba algo de orgullo.

—Hemos hablado de mi pasado —le confesó, hablando en voz baja—. Solo le he contado que engañé con otra a mi primera novia. Y se ha enfadado.

—¿Ha gritado mucho? —Gastón le miró de reojo, sin dejar de conducir.

—No, nada —suspiró—. Lo único que me ha dicho ha sido: «¿Quién demonios eres, Peter?» —repitió con retintín, intentando imitar la voz de Lali.

—Entiendo. Eso significa que el cabreo es grande.

—Ah —exclamó sorprendido—. ¿Lali tiene un lenguaje especial respecto a sus enfados? Me ayudaría mucho aprendérmelo de memoria, la verdad.

Gastón rió ante sus palabras.

—No exactamente. —Chasqueó los dedos—. Pero esas cosas se saben con el paso del tiempo, cuando conoces a una persona.

Gastón aparcó el coche frente a una acogedora cafetería y poco después ambos entraron en ella. Se acomodaron en la mesa que Peter eligió —tras evaluar detenidamente la suciedad camuflada en su superficie— y pidió un zumo de naranja natural, contrariamente a Gastón, que optó por un buen tazón de café con leche.

—Vale, a ver si consigo aclararme. —El Chico Arma se llevó las manos a la frente, apartándose algunos mechones de pelo—. Todo iba perfecto, hasta que le has confesado que tiempo atrás engañaste a una chica, ¿cierto?

Peter asintió con la cabeza.

—Deberías haber supuesto que Lali, en realidad, es bastante… inocente. No sé si sabes a qué me refiero.

—Sí.

Ladeó la cabeza y observó la ropa de su compañero. No le gustaba la calavera que colgaba de su cuello ni tampoco aquella gabardina negra y larga que le recordaba a la capa de La Muerte. Continuaba pintándose los ojos, y Peter se preguntaba si las profundas ojeras eran naturales o también fruto de un estrafalario maquillaje.

—¿Tú quieres estar con ella?

La cuestión le pilló desprevenido. Alzó la cabeza y miró fijamente a Gastón, algo confuso. Habría sido más fácil charlar sobre lo ocurrido en la feria que enfrentarse a esa peligrosa pregunta. Porque él no quería pensar en ello. Claro, se sentía bien a su lado. Demasiado bien, incluso. Pero ¿qué ocurriría cuando tuviese que regresar a Londres?, ¿qué pasaría con ellos? Quizá ya era tarde para reflexionar sobre todo aquello. Peter no había advertido exactamente en qué momento sus sentimientos hacia Lali cambiaron. Probablemente porque se trató de un proceso lento y progresivo, casi imperceptible hasta para él mismo.

—Sí.

—Vale —Gastón sonrió—, esa era la respuesta que estaba esperando.

—Y ahora, ¿qué? —insistió—, ¿qué se supone que debo hacer?

Gastón se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.

—Tú sabrás. No es asunto mío.

Peter parpadeó en exceso, molesto.

—¿Para qué demonios me molesto en llamarte si ni siquiera me ayudas?

—Quizá a veces sea bueno tener un poco de compañía —contestó Gastón, ahora más serio.

—No necesito compañía, no necesito a nadie, ¿entiendes? —Le señaló con un dedo acusador, cabreado sin saber muy bien por qué—. Puedo valerme por mí mismo, siempre lo he hecho.

—Entonces, ¿por qué has acudido a mí?

Peter frunció los labios, y un tenso silencio se instaló entre ellos. Gastón le miró con cariño, tras darle tranquilamente un sorbo a su café con leche.

—¿Necesitas un lugar donde pasar la noche? Puedes quedarte en mi casa, si quieres —le ofreció.
Peter respiró hondo, recobrando la compostura y calmándose de nuevo. En realidad no tenía ninguna razón para enfadarse con Gastón. Bastante había hecho el Chico Arma acudiendo a su encuentro aun cuando apenas le conocía.

—No, pero te agradecería que me llevaras a casa de Lali.

—Eso está hecho.

Terminaron de tomarse sus bebidas mientras charlaban sobre temas que nada tenían que ver con la joven que se apoderaba de la mente de Peter. Hablaron sobre el cambio climático, sobre asuntos de política, y luego Gastón contó dos chistes que, sorprendentemente, le hicieron reír. Más tarde, y cuando Peter se hubo sentido algo más seguro, él le llevó a casa y paró el coche frente al hogar de los Esposito. El inglés se quitó el cinturón de seguridad.

—Espero que todo vaya bien —le dijo Gastón.

—Yo también. —Le sonrió tímidamente—. Y… gracias.

Salió rápidamente del vehículo y cerró la puerta con brusquedad internándose en el caminito que conducía a la entrada. Tomó aire cuando el coche de Gastón desapareció de su vista. ¿Qué le estaba pasando? Aquello era muy fuerte. Él nunca decía esa palabra… maldita. La palabra «Gracias» había sido desterrada de su vocabulario y, si alguna vez hacía uso de ella, ocurría sin que se diese cuenta, por pura costumbre. Pero en esa ocasión había sido consciente de ello mientras la pronunciaba, mientras la palpaba entre sus labios… Oh, sí, definitivamente se estaba volviendo loco. Sintió unas ganas tremendas de golpearse la cabeza contra los ladrillos de la pared de la casa, pero no lo hizo; estaba ocupado llamando al timbre a la espera de que alguien le abriera. Si es que pensaban hacerlo, claro.

Lali se sonó los mocos y dejó el papel doblado sobre la mesita junto al sofá. Después, tambaleándose, se dirigió hacia la puerta. Llevaba horas esperándole. Había estado muy preocupada y se había sentido idiota e infantil por dejarle tirado en medio de una calle que Peter desconocía completamente. Respiró hondo y abrió la puerta.

Allí estaba él. Tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y la cabeza ligeramente agachada, con la vista fija en el suelo. Pasaron unos instantes eternos, hasta que él tuvo el valor de buscar su mirada. Lali tembló, pero presionó la mandíbula intentando no demostrar su nerviosismo.

—¿Dónde has estado? —le preguntó.

—Por ahí. —Él se encogió de hombros—. ¿Puedo pasar?

Lali se hizo a un lado y él entró. Le vio subir las escaleras y poco después oyó el brusco sonido de la puerta de su habitación al cerrarse. Genial, así que ni siquiera pensaba pedirle disculpas o hablar sobre el tema. La relación le recordaba a la de un matrimonio de dos cuarentones en crisis.

Volvió al comedor y se tumbó sobre el sofá, secándose con el pañuelo usado una nueva tanda de lágrimas. ¿Por qué tenía que ser tan… melancólica? Se ahogaba en un palmo de agua. Cualquier desgracia se le antojaba inmensa y le costaba horrores escapar de la oscuridad en la que se sumergía.
No solo se había enfadado con Peter, sino también con su madre. Abigail le había preguntado por el inglés cuando la vio llegar sofocada a casa. Y cuando ella le confesó que lo había dejado tirado porque, textualmente, «era un cerdo egoísta», la señora Esposito, sin entender la situación, pilló un enfado de mil demonios. Le ordenó que fuese a buscarlo con su padre antes de irse a la cama, pero Lali no lo hizo —aunque bien poco le había faltado— y prefirió esperarle.

Afortunadamente, por una vez, Peter había usado la cabeza y su «magnífico» sentido común le había instado a regresar. Lali volvió a sonarse los mocos y se tapó bien con la manta, acurrucada entre los cojines.

Fijó la vista en el televisor. Emitían una película llamada Breve encuentro. Lali sollozó todavía más. La había visto muchas veces, desde pequeña, y se sabía el guión de memoria. Se incorporó sobre el sofá y alzó una mano, sujetando el pañuelo arrugado, mientras interpretaba el diálogo al ritmo de los propios personajes.

—«¿Cuántas veces tomaste la resolución de no volver a verme?» —gimoteó, imitando a Alec—. «Varias veces al día» —añadió, cambiando el tono de voz para interpretar a Laura—. «Yo también». «¡Oh, Alec!» —Dramatizando en exceso, se llevó una mano al corazón—. «Te quiero. Me encantan tus ojos sorprendidos, la forma en que sonríes, tu timidez, el modo en
que ríes mis bromas…»

Una pausa incómoda y después Laura mirando suplicante al caballeroso Alec. Lali se enjugó las lágrimas, antes de proseguir.

—«¡Por favor, no, Alec!» —exclamó, y luego se metió en la piel del admirable chico—. «¡Te quiero!, ¡te quiero! Y tú me quieres, es inútil pretender que no ha pasado nada, porque sí ha pasado.»

—Sí, la verdad es que es inútil pretender que no ha pasado nada, él tiene razón —musitó Peter, apoyado sobre el marco de la puerta de entrada al comedor y señalando el televisor.

Lali agachó la cabeza, avergonzada. Lloró más y se secó las lágrimas de nuevo. Ese pañuelo ya estaba muy gastado, así que sacó otro del envoltorio. Fantástico, ahora él la había descubierto como a una vieja solterona que termina interpretando los guiones de los falsos amores de Hollywood.

—No quiero hablar contigo —le dijo.

Peter, con el batín puesto, le dirigió una mirada suplicante, pero ella le ignoró y siguió viendo la película.

—¿Puedo sentarme a tu lado?

Lali no contestó; Peter quiso suponer que su respuesta en realidad era un rotundo sí. Se sentó junto a ella sin más miramientos, manteniendo una distancia prudencial. La película era terriblemente aburrida y se alegró cuando llegaron los anuncios e hicieron una pausa especial para dar las noticias más importantes del día. Escuchó con atención al presentador del telediario de medianoche.

—Noticia de última hora. El juicio contra la empresa Lanzani, la mayor multinacional de la venta de sistemas operativos informáticos, se adelanta a causa de las declaraciones del jefe de la base Lanzani.

—El presentador desapareció de la pantalla para dar paso a un hombre arreglado y elegante, de unos cuarenta años de edad, bien conocido por ser el dueño de todas las empresas Lanzani. Este empezó a hablar—. Desde aquí queremos tranquilizar a los usuarios y asegurarles que ya se han arreglado los errores del último sistema operativo que salió a la venta; por ello hemos decidido acelerar los trámites de las denuncias recibidas para zanjar cuanto antes este desafortunado asunto.

El presentador del telediario volvió a cobrar protagonismo y siguió comentando la noticia de un oso panda que había nacido en China.

—¡Menudo farsante! —gritó Lali, refiriéndose al dueño de las acaudaladas empresas Lanzani.
Peter bostezó. Luego la miró algo molesto y frunció el ceño.

—Oye, deja de opinar sobre asuntos que desconoces.

—Ah, claro, usted perdone, mi rey. —Se cruzó de brazos—. Supongo que como tú conoces tan bien a todos los Lanzani, a diferencia de mí, que solo soy una pobre ignorante, sí puedes despotricar a tu antojo —recalcó con ironía.

Peter volvió a bostezar por segunda vez consecutiva.

—Pues claro que sí, tonta —farfulló—. Lanzani es mi padre.


Continuará...


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Hola chicas, nunca os he pedido que firmeis obligatoriamente para que suba novela (una vez, pero solo esa) pero si en un capítulo firmais 10 en otro 6 y en otro 1 nosé como tomármelo... No os gusta como avanza la novela?
Bueno, os dejo doble capítulo por la espera y porque hasta el lunes no creo que pueda subir... por cierto... EL DOMINGO ES MI CUMPLE :DDD
Besos y abrazos ♥
@theyaremypath

4 comentarios:

  1. A mi me encanta como va la nove pasa me da flojera comentar ajjajajajja pero encerio me gusta

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  2. Me encaaaanta aunque ahora hay dos temitas importantes a tratar:
    1. La reacción de Lali ante la confesión de Peter sobre quién es su familia
    y 2. Cómo seguirá la cosa con el temita de la infidelidad de Peter. En verdad entiendo a Lali y su reacción así que estoy deseando ver como sigue.
    Ahora, a mi lo que me preocupa de verdad es el final de esta nove.. Porque como cada uno es de un sitio distinto tiemblo de pensar que no acaben juntos..y me tiene super intrigada el final!!
    Así que espero que postees nuevo capi prontito estoy deseando leer como sigue!

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  3. Feliz cumpleeeee!!!!
    Saludos soy cande

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